viernes, septiembre 20, 2024

Mao (13): Las mentiras del puente Dadu

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Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
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La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo  



 

Mientras todos aquellos movimientos orquestales en la oscuridad ocurrían en el seno del PCC, y como sabemos, Chiang estaba en la estrategia de controlar Sichuan. El 2 de marzo había volado a Chongqing, la ciudad más populosa de la provincia. Necesitaba que los señores de la guerra locales se acojonasen con los comunistas, y por eso necesitaba a éstos avanzando hacia el norte. Así pues, comenzó una fuerte campaña de bombardeos, buscando impedir que los comunistas pudieran sentirse seguros en Guizhou.

La situación compleja y difícil en que se encontró la Larga Marcha por esos bombardeos y ataques afectó a la familia de Mao. Su esposa iba en la Larga Marcha integrada dentro de la Compañía de Convalecientes de los Cuadros, que era una unidad especial donde iban las personas heridas que eran altos eslabones del Partido (porque nunca ha habido más clases, nunca ha habido más casta, que entre los que dicen buscar la sociedad sin clases y desear el fin de las castas); en esta cómoda unidad estaban integradas 30 esposas de líderes del Partido. Después de Tucheng, esta compañía tuvo que seguir al ejército en sus marchas constantes y agotadoras. Llegando a un sitio llamado Arenas Blancas, Gui Yuan abandonó su litera y cabalgó hasta llegar a una casa donde se introdujo para parir a su hijo. El 15 de febrero de 1935, alumbró a una niña que era el cuarto vástago del matrimonio. Su cuñada, la churri de Tse Min, le enseñó a la bebé, y poco más; por tercera vez en su vida, Gui Yan hubo de dejar a su bebé atrás. Estaba tan convencida de que no volvería a ver a esa niña en toda su vida (apreciación en la que acertó) que ni siquiera se preocupó de darle un nombre. Dejada al cuidado de una anciana que no tenía leche en las mamas, y que fue la que aceptó el pago de dólares-plata y opio que se le ofreció, la niña se llenó de pústulas cuando tenía tres meses de edad, y la roscó.

Mao y Gui Yuan acabaron establecidos apenas a unos centenares de metros el uno del otro. Pero Mao, que hemos de suponer estaría informado del mojo, ni siquiera visitó a su mujer. Total, para qué.

Los comunistas trataban de avanzar hacia el sur, mientras los nacionalistas los bombardeaban para que cambiasen de dirección. Fueron días primero, semanas después, de una verdadera Larga Marcha, la del mito, aguantando carros y carretas. Tiempo en el que muchos de los mandos militares comenzaron a albergar la idea de que Mao era un hipoputa. El propio Lin Biao le escribió al triunvirato en abril instándolo a dejarse de conachadas y darle el mando militar a Peng De Huai. Hasta Lo Fu estaba encabronado con Mao; y éste era, de hecho, el cambio que más le afectaba a Mao.

A mediados de abril, en su marcha hacia el sur, los comunistas entraron en la provincia de Yunan, el el suroeste del país. No era el mejor sitio. Yunan hacía frontera con Viet Nam, dominada por los franceses; y era mayoritariamente poblada por los miao, que no eran gatos sino una etnia que ya se las había tenido tiesas con los rojos, y que sabían repartir hostias.

El 25 de abril, Mao ordenó permanecer en Yunan e, incluso, avanzar hacia el sur si se pudiera. Aquella orden encabronó en modo experto a los comandantes. Lin telegrafió solicitando la marcha inmediata hacia Sichuan, indicando que Peng estaba de acuerdo con la propuesta. Acorralado por todos sus flancos y, quizás, temiendo que algún día a alguien se le ocurriese solucionar aquello llevándoselo por delante, Mao cedió, y ordenó mover el culo hacia Sichuan.

A los comunistas les tomó siete días, con sus noches, cruzar el puente sobre el Río de las Arenas Doradas, en mayo. Las tropas de Chiang Kai Shek estaban cerca; pero no les hostigaron. Ninguno de los puntos de los ferry estaba vigilado. Aviones sobrevolaron a los comunistas, pero no les lanzaron ni un pepino. El mensaje era claro: vas en la dirección correcta.

Una vez que cruzó el río, sin embargo, Mao todavía intentó cambiar la marcha hacia el norte. Ordenó el asedio de una ciudad llamada Huili, para poder establecer allí una base. La ciudad, sin embargo, estaba en manos de un señor de la guerra que no estaba dispuesto a poner las cosas fáciles. Quemó todas las casas situadas extramuros de la ciudad, y asesinó a aquéllos entre sus propios soldados de los que sospechó simpatías comunistas. Además, los aviones nacionalistas comenzaron a bombardear de nuevo.

En ese punto, con un Ejército Rojo que era un cometa arrastrando cada vez más una cola más grande de heridos y bajas, Peng De Huai decidió que ya estaba bien, y que tenía que enfrentarse a Mao. Hubo movimientos y capillas, y Lo Fu acabó por convocar una reunión el13 de mayo.

La estrategia de Mao fue doble: por un lado, acusar a Peng de todo tipo de tropelías, sobre todo de ser un derechista emboscado. Y, por otro, especular con la decencia del propio Peng, un hombre que, calculó, nunca se atrevería a jugar en ese mismo terreno. Como consecuencia, Lo Fu acabó apoyando a Mao y condenando a Peng y sus seguidores como “oportunistas derechistas” (la ultraderecha de toda la vida). El resto se quedó callado, y Mao mantuvo su curro. A partir de Huili, por lo demás, Mao iniciaría una estrategia de persecución de Peng De Huai y de todas las personas que lo apoyaban o trabajaban con él, que duró años.

Mao, en todo caso, no era estúpido. Sabía que en la vida es importante saber perder, pero mucho más lo es saber ganar. Tenía que ofrecer algo a cambio de su victoria; y ese algo era la exhibición de una pretendida flexibilidad. Así pues, retiró la orden de tomar Huili y se mostró formalmente de acuerdo con la idea de marchar hacia el norte y encontrarse con Chang Kuo Tao. Pero, bueno, hasta el momento en que, graciosamente, había decidido apoyar aquella estrategia, de largo la más racional, había perdido 30.000 hombres. 30.000 almas que no tienen nadie que las recuerde porque, total, como no las ha matado el aleve capitalismo, ¿para qué?

¿Por qué Mao, de repente, no tenía problema en confluir con Chang? Pues, básicamente, porque tenía un Plan B, que era obtener el nihil obstat de Moscú para su estatus y el de Lo Fu antes de que el encuentro tuviese lugar. Necesitaba enviar a alguien a la metrópoli marxista que regresase con el aval para su persona. El elegido fue Chen Yu. El hombre sin ambiciones, pero miembro del secretariado, que supo cumplir con lo que se esperaba de él: dar en Moscú la impresión de que lo que traía era una decisión colegiada del conjunto del comunismo chino.

Para entonces, Mao avanzaba por Sichuan, cerca de Tibet, moviéndose hacia el norte para converger con Chang Kuo Tao. Fue entonces cuando se produjo el mayor mito de la Larga Marcha: el cruce del río Dadu. El Dadu es un río que se nutre de las nieves del Himalaya y, consecuentemente, cuando llega la primavera suele bajar abundantoso y peligroso.

No había forma de encontrar otra ruta, y puente, como madre, sólo había uno. Fue construido en el siglo XVIII en el marco de los trabajos para la carretera imperial que unía Chengdu, la capital de Sichuan, con Lhasa, la del Tibet. Era un puente en suspensión de 191 metros de largo y tres metros de ancho, soportado por 13 gruesas cadenas.

Mao creó todo un mito en torno al cruce de ese puente, mito que le contó en 1936 a Edgar Snowrrondo y éste, claro, se tragó sin más. Según Mao, los nacionalistas habían quitado la mitad de las planchas de madera del suelo del puente, dejándolo en su esqueleto cadenoso; los de Chiang, además, habían situado una ametralladora en la rivera norte del río. El caso, venía a decir Mao, es que, con esas precauciones, los blancos, como los llamaban, nunca pudieron pensar que los comunistas tratarían de cruzar; “pero”, apostilló orgulloso mientras Snow masajeaba su pene como le corresponde a un periodista independiente, “eso mismo es lo que hicimos”. Los comunistas comenzaron a cruzar, y los nacionalistas echaron parafina sobre las planchas sobrevivientes y las hicieron arder.

El porcentaje exacto de verdad que hay en el relato de Mao-Snowrrondo sobre el cruce del puente Dadu es éste: 0%. Es todo una puta invención. No hubo batalla en el puente. El 29 de mayo, cuando los comunistas llegaron al puente, no había tropas nacionalistas allí. Li Quan Shan, el comandante de la tropa que, según Mao, estaba allí para convertirlos en héroes ante la Historia (sobre todo la suya, y la de los periodistas) estaba con sus tropas, cosa que es fácil de adverar con documentación superviviente, en Hualinping, que está a tomar por culo del puente. El único adarme de verdad que hay en la épica e imaginativa versión de Mao es que había habido tropas nacionalistas en el área; pero no, repetimos, cuando los comunistas dejaron ver sus culos por la zona. Los blancos se habían ido de Luding, la ciudad situada tras el paso del puente, algún tiempo antes. Lo cual, además, es plenamente lógico con el objetivo de Chiang Kai Shek de que los comunistas pudieran avanzar hacia el norte. Lo que sí pasó es que los comunistas bombardearon Luding antes de cruzar. Por otra parte, el puente, aunque sí es probable que tuviera algunas maderas faltantes como consecuencia del uso, no estaba en su esqueleto metálico. De hecho, sólo lo estuvo cuando el régimen maoísta realizó una película propagandística sobre el tema.

La escena central del mito del río Dadu, es decir la descripción de los soldados comunistas reptando por unas cadenas rodeadas por el fuego de las maderas incendiadas, y todo ello bajo el fuego enemigo, es totalmente falsa. Los únicos incendios que hubo en aquel momento fueron los que provocaron los pepinos comunistas en Luding; algo que los chinos ya reconocieron durante la des-maoización.

Mao, por lo demás, nunca explicó (y a Snow, aparentemente, nunca le extrañó) el dato de cómo es posible que, en un ambiente tan fieramente hostil, los comunistas que cruzaron el río tuvieran cero bajas. Entre otras cosas, los 22 soldados que formaron la primera vanguardia suicida, ésa que, según Mao, abrió senda a los demás “lanzando una granada tras otra contra la ametralladora de los blancos”, fue premiada el 2 de junio en su totalidad; esto es, ni uno había muerto.

Mao Tse Tung cruzó el puente sobre el río Dadu el 31 de mayo de 1935. Estaba a unos 300 kilómetros de Chang. El 25 de junio, Chang terminó el avance hacia Mao, y ambos se reunieron en una población llamada Fubian.

Pocos días después, el 4 de julio, Kung Hisian Si, normalmente conocido como H. H. Kung, viceprimer ministro y ministro de Finanzas del Kuomintang, fue a ver al embajador soviético en China, Dimitri Bogomolov, para discutir la actitud soviética ante el belicismo japonés en la China septentrional. Al final de la entrevista, Kung dejó caer el dato de que el Generalísimo tenía vivos deseos de volver a ver a su hijo. Directamente, le dijo al soviético que los nacionalistas habían permitido el encuentro de los dos ejércitos comunistas, así pues lo suyo era que ahora recibiesen su pago. Bogomolov le contestó que, al menos que él supiera, el muchacho no quería irse.

La táctica, en todo caso, no había sido írrita para Chiang. Las tres provincias del sudoeste chino habían caído bajo su control. El señor de la guerra de Guizhou fue medio cesado, medio sobornado, pero el caso es que se piró. El gobernador de Yunan decidió colaborar con el Kuomintang. En cuanto a Sichuan, desde mayo el propio Chiang estaba allí, preparando la guerra contra Japón.

Mao, por su parte, también había conseguido lo que quería. Antes de llegar la fusión de dos ejércitos completamente diferentes en fuerza (Chang Kuo Tao tenía ocho veces más soldados) había conseguido consolidar a Lo Fu como número 1, mientras él movía los hilos. Ahora, todo se reducía a reconstruir su armada y hacer la misma jugada que hicieron los comunistas en la guerra civil española: arreglárselas para que toda la ayuda soviética fuera para él, y no para Chang.

El Ejército Rojo Central, como se llamaba la armada de Mao, había iniciado la Larga Marcha con 80.000 efectivos, pero ahora estaba en unos 10.000. La mayoría de los soldados ofrecía una visión deplorable. Por lo demás, las unidades habían perdido su artillería pesada, por lo que los soldados sólo tenían rifles, y escasísima munición (unas cinco balas por rifle). Chiang Kuo Tao había evolucionado en la dirección exactamente contraria: había comenzado la Larga Marcha con 20.000 efectivos, pero ahora tenía 80.000. Ese ejército estaba razonablemente bien alimentado y pertrechado, y tenía mucha munición.

Kuo Tao, por lo demás, era un hombre tan extremadamente ambicioso como el propio Mao. No dejaba de reclamar su lugar bajo el sol. Venía a decir que, mientras la cúpula del PCC había estado desconectada de él, podía entender que no le hubiese caído ninguna pedrea de poder, ni en el Partido ni en el ejército; pero que eso se había acabado. Y todo el mundo tenía, efectivamente, la sensación de que había llegado el momento de sobarle el lomo al general. Algo que era justo lo que Mao no quería hacer de ninguna de las maneras. Pero contaba con Lo Fu y con Chou En Lai e, incluso, parcialmente con el depresivo Po Ku. Lo Fu tenía muy claro que no quería jugar el ajedrez del poder comunista chino sin la compañía de Mao. Chou, ya por entonces, había aprendido a temer al hombre que, de hecho, le quitaría el sueño el resto de su vida. Y, en cuanto a Po Ku, el valor que tenía para Mao estaba más en lo que ya no haría, que era criticarlo o complotar contra él. Po Ku sabía que buena parte de la responsabilidad del colapso de Ruijin, dijeran lo que dijeran las resoluciones oficiales, era suya. Y eso lo atormentaba. Era un hombre sicológicamente destruido que, por lo tanto, podía llegar a serle útil a Mao.

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