Casi todo está en Lenin
Buscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado
La represión de la rebelión de agosto de 1924 fue demasiado, incluso para un Partido tan poco cuidadoso con los daños colaterales como el comunista. Semanas después de la traición de Beria, cuando sus detenciones estaban en todo lo gordo, el Politburo en Moscú decidió crear una comisión especial para investigar el mojo, al frente de la cual colocó al georgiano Sergo Ordzhonikidze. Como consecuencia de esta investigación, la Cheka georgiana fue purgada de lo que se denominó “elementos indeseables”. Pero Kvantaliani y Beria salieron indemnes; o sea, había habido violencias, pero los jefes de todo, al parecer, no se habían enterado. Todo esto no era sino el fruto de la protección del señor éste tan bueno, tan bueno, que se suicidó por lo malo malísimo que era Stalin, o sea Ordzhonikidze. Este nota tuvo en la mano acabar con la carrera de Beria, y no lo hizo. Luego, claro, que si las purgas del camarada son excesivas cuando afectan a comunistas; pero cuando afectaban a simples campesinos compatriotas, bien que le gustaban. En 1924, Beria y Nino tuvieron su primer hijo y, por supuesto, lo llamaron Sergo.
Regresemos con el padrecito Lenin, que está un poco enfermo. A finales de 1921, pero esto es algo que sólo se supo después de la autopsia, Lenin comenzó a sufrir la enfermedad que lo mató; aunque, probablemente, fue una enfermedad que estuvo latente, o desarrollándose lentamente, durante bastantes años. En marzo de 1922, los médicos, todavía, no eran capaces de aislar ningún problema orgánico. Lenin, sin embargo, tenía frecuentes dolores de cabeza y, por lo general, estaba siempre exhausto. Por eso, se le recomendaron varios meses de descanso, para los cuales el líder comunista se trasladó a Gorky. A principios de mayo de 1922, sin embargo, los primeros síntomas de problemas cerebrales se hicieron evidentes.
Por su parte, la carrera de Iosif Stalin hacia el poder comenzó de alguna manera en 1922. En ese año, este comunista georgiano había conseguido ser nombrado secretario del Comité Central, así como mantener sus puestos como director del Comisariado de las Nacionalidades y el Comisariado de Inspección de Obreros y Campesinos. Todavía acumularía mucho más poder, pero aquel inicio ya comenzó a resultar inquietante para un hombre como Lenin, que concebía el Partido Comunista como un equilibrio de poderes una vez que no estuviese él, que no compartió su poder con nadie.
Aparentemente, lo primero que le inquietó a Lenin de Stalin fue su excesiva rusofilia que, en realidad, era panrrusismo. No era el único. Como progresivamente fue percibiendo el propio Lenin, eran muchos dirigentes comunistas, preferentemente no rusos, los que defendían esta idea. Stalin estaba apoyado en su rusismo por Grigory Konstantinovitch, normalmente llamado Sergo, Ordzhonikizde, georgiano como Stalin; o Felix Edmundovitch Dzerzhinsky, nacido polaco. Sus investigaciones en los movimientos de estos tres parece que formaban parte de la idea que estaba construyendo para cesar a Stalin, y que, si existió, se vio bruscamente detenida por la crisis de salud sufrida por el líder en marzo de 1923.
El primer ataque que sufrió Lenin, en la primavera de 1922, adoptó la forma de una total astenia, pérdida del habla y del uso de sus extremidades diestras (sí, la cosa se presta para un chistecito fácil; pero vamos a dejarlo). Sin embargo, aquel verano se recuperó con tanta rapidez que en octubre decidió regresar al curro. Además de estar enfermo, el gran problema de Lenin era que ni tenía previsión de descansar y, sobre todo, que había pasado cinco años trabajando todos los días de la semana hasta 16 horas, con sólo dos pequeños periodos de descanso; uno en Razliv, escondido del gobierno provisional; y, el segundo, la convalecencia del atentado de Kaplan.
A finales de 1921, Lenin fue informado por sus doctores de la dolencia que le acaecía. Probablemente tuvo claro que aquella enfermedad lo mataría. Tenía 51 años; aunque era una persona mayor para los estándares de aquella época, probablemente esperaba durar bastante más. Fue entonces cuando comenzó a obsesionarse con la idea de que, tras él, el Partido pudiese romperse en facciones y capillas.
En su último discurso público, en noviembre de 1922, Lenin profetizó que “fuera de la NEP, Rusia se convertirá en un Estado socialista”, en el sentido de que nunca sería comunista. Aparentemente, los últimos pensamientos de Lenin, cuando menos los que pudo todavía expresar de palabra o por escrito, tendían a ver un gran peligro para la revolución. Consideraba que la Rusia de siempre, ésa que la revolución se había cargado, podía volver en cualquier momento; y también consideraría, aunque yo esto lo tengo menos claro, que Stalin sería un elemento importante en este regreso. Estos temores, sin embargo, no le afectaron a él. Lenin murió en loor de santidad roja, y a su muerte era tal su prestigio que, contra el deseo de su mujer, Nadezhda Konstantinovna Krupskaya, y de otros viejos compañeros bolcheviques, se le construyó un mausoleo en el Kremlin, dentro del cual se colocó, y allí está, su momia.
En la noche del 26 de diciembre de 1922, mientras trataba, con escaso éxito, de recuperarse de un ataque que había tenido, Lenin le dictó a su secretaria Lidia Alexandrovna Fotieva aproximadamente una tercera parte de su Carta al Congreso.
Lenin era consciente de que todo el montaje que había conseguido levantar en Rusia dependía de un grupo relativamente pequeño de personas, que eran los militantes y, sobre todo, los dirigentes del Partido. Acostumbrados como estamos a ver imágenes más modernas del Comité Central del PCUS formado por decenas, centenares de mafiosos paniaguados del vodka y las putas, nos resulta fácil olvidar que en el XI Congreso, el último al que asistió Lenin, el Comité Central que se nombró tuvo 25 miembros y 19 miembros candidatos. La única persona que en los tres congresos entre el final de la guerra y la muerte de Lenin (el X, XII y XII) fue nombrada las tres veces para el Comité, fue el propio Lenin. Y eso que en el XII Congreso ya ni estaba, porque no podía asistir. Stalin, de hecho, habló en aquel XII Congreso en el que Lenin todavía estaba vivo, pero incapaz de asistir, para decir que la labor del Partido había girado esos años alrededor de unas 15 figuras; que esas personas, igual que Lenin, estaban avejentadas; y que hacía falta rejuvenecer el mando comunista. En realidad, aquello era una exageración. En la cúpula comunista, el mayor era Lenin. Sin duda, se trataba de una estrategia de Stalin para tratar de diluir el papel de Trotsky.
Porque el gran problema, efectivamente, era Trotsky. El dirigente y cuasi mano derecha de Lenin era extremadamente popular. Stalin sabía que tenía que mejorar sus relaciones con él y lo intentó de muchas maneras; sobre todo, introduciendo en sus discursos loas a su papel en la revolución y en la guerra. Trotsky, sin embargo, siguió tratándolo con displicencia porque, la verdad sea dicha, a León, eso de tratar a la gente peor que los ceniceros se le daba de coña.
Por debajo de Trotsky en la línea de la popularidad y el poder partidario, cuando menos teórico, estaban Zinoviev y Kamenev, ambos dirigentes de ideas muy parecidas que solían estar siempre de acuerdo y, por ello, formaban un pequeño frente que hace que siempre los citemos conjuntamente. Eran, pues, el Dúo Sacapuntas bolchevique, los Mili Vanilli de la revolución.
De los dos, el más importante, sobre todo por el tiempo que llevaba siendo un personaje fundamental en el Partido, era Hirsch Apfelbaum, normalmente conocido como Grigory Yevseyevitch Zinoviev. Alcanzó su punto máximo de poder cuando fue nombrado presidente del Comité Ejecutivo de la Komintern, puesto que ocupó siete años. Todo el mundo consideraba que, si bien Trotsky era el mejor brazo revolucionario con quien contaba Lenin, Zinoviev era su más estrecho colaborador. Uno era más de actuar, el otro de leer y escribir. Las dos caras de una buena revolución.
Zinoviev era, probablemente, una persona ciclotímica. Hay muchos testimonios que hablan de su paso inmediato de la euforia más grande a la inanidad más profunda. En aquellos años se sentía totalmente superior a Stalin y, por lo general, lo trataba con la condescendencia con que un lord trata a su lacayo. Siendo como era un escritor eficiente y hasta colorista, la principal línea de ataque de Zinoviev contra Stalin era recordarle que sus artículos, por lo general, eran una puta mierda. Esto es algo que el georgiano nunca olvidó.
A pesar de esa seguridad, cuando Yudenich estuvo cerca de las puertas de Petrogrado, Zinoviev perdió los nervios como, por cierto, los perdería Stalin años después cuando los alemanes se acercasen a Moscú. Stalin, en todo caso, fue testigo de la debilidad de su compañero. A pesar de poseer una historia denigrante y jugosa que contar de Zinoviev, hasta la muerte de Lenin, Stalin, consciente de que no tenía calibre para dañar el escudo leninista que les protegía, siempre trató de tener algo parecido a una buena relación con Zinoviev y Kamenev. En noviembre de 1922, muy cerca del final, Lenin convocó una reunión con Stalin, Zinoviev y Kamenev. Aquello disparó la teoría de que se había formado una troika de sucesores o, más bien, de que aquél era el equipo de gestionaría el Partido tras el líder, porque sus relaciones, en ese momento, eran excelentes. Pero la verdad es que aquello era una troika auténtica: cada uno de sus miembros tenía planes que le concernían sólo a una persona.
La gran victoria de Stalin en aquel tiempo, en todo caso, fue convencer a la pareja de que eran sus amiguitos. Algo más tarde del momento que relatamos, 1926, cuando Zinoviev fue apartado del Politburo junto con Kamenev, ni siquiera pensó que fuera a ser durante mucho tiempo. Aquel año, incluso, el 31 de diciembre Zinoviev y Kamenev se presentaron en la dacha de Stalin, sin haber llamado antes, cargados de bebidas. Stalin los recibió amablemente y bebió con ellos aunque, probablemente, para entonces había decidido emascularlos contra un paredón. Únicamente tendría un gesto hacia ellos en 1936, cuando ya estaban encarcelados. Si confesaban todos sus crímenes en el juicio, les dijo, y muy especialmente su complicidad con Trotsky, él trataría de salvarles la vida. Zinoviev, el eslabón más débil por su tendencia depresiva, fue el que estuvo de acuerdo. La confianza de Zinoviev y Kamenev en una amistad que nunca existió era tal que, según algunos testimonios, incluso la tarde antes de ser fusilados estaban convencidos de que llegaría el perdón de Stalin. Cuando se dieron cuenta de que no sería así, Kamenev comenzó a dar paseos en silencio, mientras Zinoviev tuvo una crisis nerviosa.
No sólo Stalin, sino también Lenin tenía sus reservas respecto de Zinoviev y Kamenev. Los veía como dos dirigentes comunistas capaces de gestionar el machito una vez consolidado y en el poder; pero sabía que, ante las dificultades, los dos tenían cierta tendencia a dejarse llevar por el pánico y tomar decisiones cuestionables. Kamenev le ofrecía algo más de confianza por su poder negociador (era una especie de Rubalcaba, siempre capaz de encontrar puntos de encuentro para los enfrentamientos en el Comité); pero tampoco toda.
De hecho, hay un factor que yo no sé si se cita lo suficiente cuando se analiza la fuerza que finalmente pudo invertir Stalin contra Zinoviev y Kamenev, y es el hecho de que la confianza de Lenin en ambos era muy relativa. Los dos, cada uno a su manera, se habían mostrado escépticos acerca de la convicción de Lenin, en los meses anteriores a la revolución, de que el bolchevismo podía tomar todo el poder. Stalin , las cosas como son, opinaba lo mismo; pero al georgiano, paradójicamente, le jugó a favor tener un papel menor en aquellos momentos. Lenin calificó a Zinoviev y Kamenev de desertores y, en realidad, nunca olvidó aquello. Por lo demás, por mucho que el antiestalinismo, sobre todo el ruso, se haya nutrido siempre de una imagen de Lenin como alguien totalmente opuesto a Stalin, lo cierto es que al fundador del comunismo soviético le jodía tanto como a su sucesor tener cerca de él a gente inteligente con criterio propio. Y eso, por ejemplo, pasaba con Kamenev. Piénsese que Kamenev llegó a decir, el 21 de diciembre de 1925, que además era el cumpleaños de Stalin, ante el XIV Congreso del Partido, que estaba en contra de crear una teoría del liderazgo; que el Secretariado del Partido lo que tenía que hacer era obedecer al Politburo. Y terminó diciendo: “he llegado a la conclusión de el camarada Stalin no es la persona adecuada para unificar al bolchevismo”. Ése era Kamenev: reflexionaba por sí mismo, y no le importaba decir lo que pensaba. Pero, desde luego, no era el hombre que fuese a parar a Stalin, porque le faltaban otras muchas cosas para eso. Y esa falta de savoir faire político comunista es algo que ya detectó Lenin.
Kamenev y Zinoviev, además, tenían una relación muy fría, básicamente formal, con Trotsky; lo cual es un poco sorprendente teniendo en cuenta que Kamenev era su yerno. Tanto Trotsky como Zinoviev aspiraban a liderar el Partido después de Lenin, y eso, lógicamente, los distanció. En sus Lecciones de Octubre, Trotsky aprovechó la mala imagen que ya Lenin había proyectado sobre los dos revolucionarios a cuenta de aquellas semanas anteriores al golpe de Estado para atacarlos; Zinoviev y Kamenev reaccionaron exigiendo la expulsión de Trotsky del Politburo. El XIV Congreso se limitó a cesar a Trotsky como comisario de la Guerra. En ese congreso, por cierto, Stalin habló para oponerse a la exigencia de Zinoviev y Kamenev, argumentando que si se empezaba por represaliar a un hombre, luego se seguiría con otro y llegaría un punto en que ya no se podría parar. La verdad, no sé en quién estaría pensando.
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