El merdé navarro
El enfrentamiento fraternal
Se vende finca catalana por 300.000 escudos de oro
El día que los catalanes dieron vivas a la Castilla salvadora
El lazo morado (o Cataluña es Castilla)
A tocar fados con la cobla
Los motivos de un casorio
On recolte ce que l'on seme
Perpiñán, o el francés en estado puro
La guerra civil
El expediente nazarí
Las promesas postreras del rey francés
La celada de Ana de Beaujeu
El rey pusilánime y su sueño italiano
Operación Chistorra
España como consecuencia
Juan II de Aragón era ya eso que se ha predicado de su hijo Fernando: un soberano del Renacimiento, capaz de superar algunos de los esquemas del mando real en la Edad Media. Era un soberano que sabía manejar los tiempos y los gestos, como ya había demostrado en la difícilísima relación con el rey francés en la Cerdaña y el Rosellón, entre otros temas. Por eso, de alguna manera, una vez que dominó Cataluña, hizo lo contrario que los propios catalanes estaban esperando, y ofreció unas condiciones de capitulación notablemente lenitivas. El rey aragonés perdonó todas las ofensas recibidas y, de hecho, decretó una amnistía por todos los actos ocurridos en Cataluña durante el periodo iniciado por el ya lejano momento en que había forzado la detención del Príncipe de Viana. Declaró válidos todos los fueros de los catalanes e incluso mantuvo en su puesto a los diputados que, claramente, habían sido parte de la rebelión. El resultado fue su entrada el 17 de octubre de 1472 en la ciudad de Barcelona, en loor de multitud; Juan de Aragón consiguió meter en la mente de los catalanes la idea de que, tal vez, habían escogido mal su enemigo.