Las divisiones que generó en el grupo parlamentario
gallego la discusión sobre la forma de Estado que debía adoptar España hicieron
caer en el olvido el tenue borrador de Estatuto que había redactado la ponencia
controlada por la ORGA tras la asamblea de junio que, hemos de recordar,
prefirió preterir otros proyectos más sólidos, y también valientes,
procedentes de otras instituciones gallegas.
Como ya se ha insinuado en estas líneas, antes de que la Constitución
fuese aprobada, todavía hubo un intento más de presentar ante el Parlamento de
Madrid un proyecto de estatuto gallego. Se trataba de un texto todavía más
limitado que el anterior y que fue elaborado por varios parlamentarios gallegos
en el mes de octubre de 1931 y que buscaba adaptar el proyecto de la ORGA a las
reglas de juego marcadas en la Constitución. Este proyecto, sin embargo, decayó
por la abierta hostilidad que le recetó el Partido Socialista, y el
escepticismo de muchos radicales.
Es el fracaso de este proyecto de estatuto el que mueve a
los inquietos nacionalistas del grupo de Pontevedra a defender la idea de que
hace falta crear un partido verdaderamente nacionalista que, al revés que el
Partido Nazonalista Repubricán, sea capaz de superar las estrechas fronteras de
un localismo como el de la formación orensana. A finales del mes de noviembre
de aquel primer año de República se crea un Comité Xeral do Partido Galeguista,
presidido por Pedro Basanta, en el que ocupa la secretaría Alexandre Bóveda.
Este comité convoca una asamblea de todas las organizaciones nacionalistas
gallegas para el 5 y 6 de diciembre. Esta asamblea, celebrada en Pontevedra,
será la séptima, y última, de las Irmandades da Fala, y la primera del Partido
Galeguista.
Quien esté pensando en un acto multitudinario, que se lo
quite de la cabeza. A aquella asamblea asistieron 80 personas, algunas de las
cuales, además, lo hacían a título meramente individual, esto es sin ostentar
la representación de grupo alguno. Había tres diputados nada más (Otero
Pedrayo, Castelao y Suárez Picallo), lo cual nos da una perfecta medida de que
no era aquél un movimiento de gusto para la ORGA.
La asamblea fue un éxito, porque logró arrancar de sus
participantes la demanda de la unidad y, consecuentemente, los colocó a todos
bajo el paraguas de la nueva formación. Sin embargo, el PG siempre tendría en
este éxito su principal problema, el problema sempiterno del nacionalismo
gallego. Porque la idea nacional de Galicia se mueve, históricamente, y esto
afecta también en buena parte al presente, entre dos alternativas, ninguna de
las cuales termina de ser buena. La primera alternativa es la de aquel PG, esto
es, sustantivarse en organizaciones que abarcan en su seno sensibilidades tan
distintas (aquel Partido Galeguista acumulaba desde tradicionalistas casi
carlistas hasta marxistas) que le resultará difícil pisar firme, dando la
impresión de ser un partido y varios a la vez. La otra opción del nacionalismo gallego es
fragmentarse en tantas piezas como sensibilidades, esto es reconocer sus
diferencias y, en reconociéndolas, debilitarse.
Buscaba el PG ser un partido de funcionamiento plenamente
democrático (bastante más que la ORGA, sin ir más lejos), conformado por grupos
galeguistas existentes en cada localidad, con al menos diez miembros. Estos
grupos elegían compromisarios que participarían en la Asamblea, que tenía la
total soberanía de definir la línea política (una previsión lógica en una
formación que, como decimos, albergaba tantas diferencias). Había un Consejo
Ejecutivo formado por 15 personas. El semanario A Nosa Terra se convirtió en su órgano portavoz.
El crecimiento del PG fue espectacular. Pero tampoco nos
llevemos a engaño: fue espectacular, dentro de su modestia. Comenzó su
andadura, en 1931, con unos 750 afiliados, y en 1936, cuando estalle la guerra
civil, tenía casi 4.600.
El Partido Galeguista abogaba por la autodeterminación de
Galicia dentro de la forma republicana; no era, pues, una formación
independentista. Solicitaba la cooficialidad del gallego y del castellano y,
muy específicamente, la total cesión de las competencias para que Galicia se
pudiese gobernar a sí misma en materias pedagógicas. En materia financiera, y
de una forma un tanto suicida en mi opinión, abogaba por un sistema de
concierto con el Estado. Y digo suicida porque los conciertos suelen pedirlos
las tierras ricas, no las tierras pobres.
En galleguismo obtuvo una decidida mejora de su apoyo
social durante la república. Los 53.000 votos redondos conseguidos en 1931 (y
sólo en Orense y Pontevedra) se convirtieron en 120.000 en las elecciones que
ganaron las derechas en 1933, y casi 290.000 en las del 36; aunque ya se sabe
que esas elecciones, muy notablemente su segunda vuelta, no son muy de fiar en
el conteo de sus votos; tanto, que a día de hoy, y me parece que ya para
siempre, sus resultados no son oficiales.
En Orense, la creciente popularidad de Calvo Sotelo y las
formaciones de derechas (junto con el aislacionismo tradicional de los nacionalistas) provocó ciertas marchas atrás respecto de los
resultados de 1931. En Lugo, el nacionalismo permaneció como la última
formación votada. Sin embargo, en La Coruña y Pontevedra se produjo su gran
evolución, ya que en 1936 fue la segunda opción más votada en Coruña, y la primera
en Pontevedra. Lo más importante es que en estas provincias, ya en el 33, el
nacionalismo logra superar al PSOE en las minorías y, consecuentemente, se
convierte en una fuerza de gran importancia para inclinar la balanza a favor de
unos o de otros.
Como no podía ser de otra manera, la principal obsesión
del PG será, desde el principio, apañar un estatuto de autonomía para enviarlo
a las Cortes. La primera decisión del Consejo Ejecutivo nada más constituirse
el partido es enviar el proyecto de Estatuto surgido de la asamblea de La
Coruña a las cuatro diputaciones, buscando su consenso. El ayuntamiento de
Santiago convoca el 27 de abril de 1932 una asamblea. Ésta se celebra el 3
de julio y aprueba un anteproyecto, redactado por dos miembros de la ORGA,
cuatro galleguistas y tres nacionalistas históricos, que es sometido a información pública (4 de septiembre). Como nota al margen, y para
que se vea que no hay nada inventado, el tema que más polémica suscita en este trámite
de enmiendas es el de la capitalidad de la comunidad, que unos quieren ver en
Santiago, y otros en La Coruña.
Finalmente, los días 17 al 19 de diciembre de aquel año de
1932, en Santiago, se celebra la magna asamblea de municipios, que ha de elevar
a definitivo el proyecto. De los 319 municipios gallegos de entonces,
asistieron 227. Se opusieron al proyecto 76 de ellos, correspondientes a
399.668 habitantes; mientras que lo votaron a favor 243 municipios en los que
vivían 2.058.632 gallegos. De esta manera, con un 77,4% de los municipios
representativos del 84,7% de la población, se cumplían las previsiones
constitucionales para aprobar el proyecto, al que ya sólo le quedaba el trámite
de referendo.
Este último trámite, sin embargo, se reveló más complicado
de lo inicialmente previsto.
Se creó una Comisión de Propaganda del Estatuto, en la que
participaban en PG, el Partido Republicano Gallego (nuevo nombre de la ORGA), y
Acción Republicana. Sin embargo, de ese carrito tirarán sólo los galleguistas.
La ORGA y AR no se mostraban nada convencidas de la pertinencia de convocar el
referendo. Al proyecto de convocar el referendo ni siquiera le sirvió que al
frente del Ministerio del Interior fuese nombrado Santiago Casares, entre otras
cosas porque, como ya he escrito, en realidad el coruñés tenía escasísimas
veleidades autonomistas. El PG va perdiendo progresivamente la paciencia hasta
que, en mayo de 1933, realiza una interpelación en las Cortes por intermedio de
sus diputados. Esa presión acaba por torcer el brazo de Casares y de Azaña, y
el 27 de mayo de 1933 se publica el decreto que regula el referendo; decreto
que será casi violentamente criticado por los nacionalistas por su excesivo
intervencionismo cuando, venían a decir Castelao y sus compañeros, a vascos y
catalanes se les permitía convocar
sus consultas como les apeteciera. En realidad, el retraso parece ser que tenía
que ver con que el gobierno de Madrid no quería dar un paso en favor del
referendo antes de las elecciones municipales parciales de abril, en las que ya
se dio la primera hostia, que sería doble hostia en las generales de noviembre.
En el mes de julio, el Comité Central de la Autonomía, a
pesar de sus muchas reticencias hacia el decreto, hace de tripas corazón y, con
la única ausencia de los socialistas, aprueba la celebración de la consulta en
septiembre. Sin embargo, el hecho de que el PG es el único que realiza
propaganda (el único interesado, en realidad) y que se convocan las elecciones
de noviembre, deja esa convocatoria clasificada en el cubo de basura de la
Historia.
Producidas las elecciones del 33, ésas en las que
inesperadamente las izquierdas perdieron su
república y que provocaron en Azaña, Martínez Barrio, Gordón y otros políticos
de la izquierda burguesa ideas que sólo con mucha imaginación y mucho ron
Pampero pueden calificarse de respetuosas con la democracia, el Comité Central
de la Autonomía gallega convocó asamblea en Santiago para el último domingo de
noviembre y el primero de diciembre. En dicha asamblea, a la vista del menor
apoyo recibido por las opciones galleguistas, y de la fragmentación y
divisiones internas del propio movimiento nacionalista, se decidió aplazar la
consulta sine die.
¿Divisiones? Pues sí. En los primeros meses de 1932, el
movimiento nacionalista nucleado por el PG había sufrido una escisión sin
grandes consecuencias, la de la Vangarda Nazonalista de Alfonso das Casas. Sin
embargo, conforme terminó aquel año y comenzó 1933, el sector más
tradicionalista del nacionalismo gallego comenzó a sentirse crecientemente
malquisto con la hostilidad hacia la Iglesia y las movidas obreristas. De
hecho, la deriva que tomaban las izquierdas de la República movía cada vez más
a Vicente Risco y su gente a abrazar el aislacionismo que les había caracterizado
antes de la República.
La asamblea del partido de 21 de octubre de 1933, en
Santiago, es el teatro en el que estas diferencias se hacen dramáticas. Con las
elecciones de noviembre justo delante, los tradicionalistas consiguen convencer
al resto de sus compañeros de que el nacionalismo debe presentarse solo a las elecciones.
Aquella idea fue letal para el Partido Galeguista que, simple y llanamente, lo
perdió todo, pues quedó sin representación parlamentaria.
1934 fue, como sabemos, un año muy interesante. Para
España entera, y para Galicia también. Como contaremos pronto.
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