En mayo, la DC presenta un informe en el Senado sobre los
2.000 fundos que el MIR ha expropiado manu
revolutionaria con la pasividad, si no la anuencia, del gobierno de la
Unidad Popular. Para como, toda esa comprensión no le servirá de nada a
Allende, pues el MIR acabará peleado con él. Están, también, los fracasos de la
política económica del ministro Pedro Vuscovic, otro personaje como Allende,
totalmente bienintencionado pero con los ojos tan velados por la ideología que
no acaba de ver que la expansión monetaria a lo bestia con la que pretende
resolver todos los males no hace sino revivir el gran fantasma de los chilenos,
sobre todo los más humildes: la inflación galopante. Ya a principios del 72, el
gobierno tuvo que reconocerse, aunque fuese en privado, que la denominada
«batalla de la producción» se había perdido. El año, además, terminó con un
rosario de caceroladas de mujeres en diversas ciudades, como protesta por la
política económica.
La situación es tan jodida que el Partido Comunista, a
través de uno de sus articulistas, lanza este recado en la revista El Siglo: «Sería funesto seguir
ampliando el número de enemigos y, por el contrario, deben hacerse
concesiones».
Llueve en Chile. Y su presidente, Salvador Allende Gossens,
oye llover.
Las cosas, no obstante, pueden ir a peor.
El 12 de mayo de 1972, en la cuna del MIR, la ciudad de
Concepción, se autorizan varias manifestaciones a la vez. Una es
progubernamental, la otra está patrocinada por el MIR y la tercera es de la
oposición conservadora. Allende ordenó que las tres demostraciones
tuviesen horarios distintos. Si con eso
pretendía evitar las hostias, es que, verdaderamente, era más naïf aún de lo que cabe sospechar.
Nadie, salvo el siempre disciplinado Partido Comunista, se hizo caso. Las manis
se solaparon, así pues llovieron los palos y las piedras, y un estudiante de
ultraizquierda, llamado Caamaño, falleció en el tumulto.
El MIR, siguiendo el libro del buen revolucabestro, se echa al monte. La situación es tan comprometida
que acabará provocando la antes mentada defección del PIR, que se fue de la
Unidad Popular precisamente por lo pastueña que la veía con los que querían la
revolución total, pasar a cuchillo a los burgueses, bla; hacen de Pinochets
rojos, vaya. La situación se encona de tal manera que incluso uno de los
elementos de presión sobre Allende, el senador socialista Altamirano, une su
voz con la de Luis Corvalán, jefe del PCCh, para pedir calma. El Partido
Comunista, por boca de Corvalán, realiza un diagnóstico que no puede ser más
acertado: «no queda más remedio que hablar de la posibilidad de una guerra
civil. Hay sectores de la ultraderecha y la ultraizquierda, que quieren este
desenlace o que, sin quererlo, trabajan objetivamente en tal dirección». El
veterano comunista sabe lo que dice. Bueno, él y cualquiera, porque, para
entonces, PyL y el Partido Nacional están ya pidiendo, descaradamente y en la
calle, un golpe de Estado militar que acabe con el presidente.
Otra línea evolutiva que se produjo entre el 71 y el 72 es
la radicalización parlamentaria. Como ya hemos dicho, en el Congreso chileno el
Partido Nacional y la Democracia Cristiana tienen la capacidad de formar una
mayoría sólida. Eduardo Frei lo sabe y por eso trata de arrastrar a su partido
a la alianza con el Partido Nacional; pero la democracia cristiana tiene muchos
elementos demasiado de izquierdas como para creer en esa alianza. Por eso,
cuando el Partido Nacional comienza a pensar en acusar parlamentariamente a los
ministros, cosa que puede hacer legalmente si considera que han realizado actos
contrarios a la Constitución, se encuentra con el bloqueo de la DC, que se
niega a colaborar. Aún así, a finales del 71, el PN acusa en el parlamento a
José Tohá, ministro del Interior y miembro del entourage personal del presidente.
Allende responde con una crisis de gobierno en los comienzos
del 72. Los comunistas conservan sus tres carteras, los radicales dos, los
socialistas pierden una (cuatro), la izquierda cristiana y la radical una cada
una; y, finalmente, una para el MAPU, y otra independiente. Allende, siguiendo
las indicaciones del Congreso, cesa a Tohá en Interior; y lo nombra ministro de
Defensa. A partir de ese momento, el gobierno pasará a la ofensiva contra sus
enemigos. En abril, la Unidad Popular patrocina una gran marcha, y en junio
inicia conversaciones con la Democracia Cristiana, con la intención de aislar
tácticamente al Partido Nacional y asegurar apoyo parlamentario sólido para el
presidente. Allende y el presidente de la DC, Renán Fuentealba, se entendieron
a la perfección; fruto de ello, la DC retiró un proyecto de ley presentado en
el Parlamento que habría recortado los poderes del gobierno y el presidente; y
Allende, en contraprestación, sacrificó a uno de sus álfiles: Pedro Vuscovic.
La caída de Vuscovic fue como un mensaje de que el
allendismo parecía avenirse a, en aras a una entente con la DC, moderar su
programa económico. Sin embargo, no era tan así; la UP tenía sus líneas rojas.
En la negociación con la DC, se negó a olvidarse de la nacionalización de
alguna que otra empresa que los centristas le pedían, o exigían, dejase en paz.
Las conversaciones, por lo tanto, duraron sólo dos semanas; y en su
descarrilamiento Fuentealba, líder de una facción más progresista del partido,
perdió la partida frente a Eduardo Frei.
Frei, una vez ganada fortalecido dentro de su partido, lo
cual suponía virar a la DC hacia el acuerdo con el PN, pone el punto de mira en
las elecciones de 1973. Para ganarlas, decide, en una decisión irresponsable
que muchos han tomado antes que él y muchos la tomarán después (es posible, de
hecho, que en la España de hoy alguien lo esté pensando), mover la calle.
Factor común Congreso enviando proyectos de ley gubernamentales a la vía muerta
y acosando, cuando no acusando, a los ministros.
El 14 de septiembre de 1972, en declaraciones públicas,
Allende denuncia lo que denomina el Plan Septiembre, consistente en
inestabilizar el país mediante una huelga monstruo entre los transportistas.
Para entonces, la Unidad Popular ya está poniendo su granito de arena para el
buen rollito a base de manifas monstruo por todo el país. Los transportistas lo
niegan todo. El MIR se apresta a anunciar que hará todo lo posible para detener
la conspiración.
En octubre del 72, el hijo de un gallego, antiguo militante
socialista, se convierte en el principal protagonista de la vida chilena: León
Villarín es el Presidente de la Confederación Nacional de Camioneros, desde la
que surgirá el principal órdago al allendismo.
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