El día que Leónidas Nikolayev fue el centro del mundo
Los dos decretos que nadie aprobó
La Constitución más democrática del mundo
El Terror a cámara lenta
La progresiva decepción respecto de Francia e Inglaterra
Stalin y la Guerra Civil Española
Gorky, ese pánfilo
El juicio de Los Dieciséis
Las réplicas del primer terremoto
El juicio Piatakov
El suicidio de Sergo Ordzonikhidze
El calvario de Nikolai Bukharin
Delaciones en masa
La purga Tukhachevsky
Un macabro balance
Esperando a Hitler desesperadamente
La URSS no soporta a los asesinos de simios
El Gran Proyecto Ruso
El juicio de Los Veintiuno
El problema checoslovaco
Los toros desde la barrera
De la purga al mando
Los poderes de Lavrentii
El XVIII Congreso
El pacto Molotov-Ribentropp
Los fascistas son ahora alemanes nacionalsocialistas
No hay peor ciego que el que no quiere ver
Que no, que no y que no
Mientras decía que era un demócrata de toda la vida, Stalin ponía a funcionar la máquina de emascularse comunistas y gente en general, empezando por Leningrado, ciudad marcada desde el asesinato de Kirov como contaminada por la perversión política. En marzo de 1935 antiguos burgueses y aristócratas, funcionarios, empleados y mercaderes residentes en la ciudad fueron exiliados en masa, ellos y sus familias, tras avisos en tal sentido que se hacían 24 horas antes del viaje. En buena parte el objetivo fueron los viejos burgueses; pero, también, entre 30.000 y 40.000 obreros (esos por los que el comunismo lo hace todo) fueron deportados de Leningrado y enviados con sus familias a la Siberia septentrional. De hecho, en las aldeas y campos de trabajo siberianos se hizo moda hablar del “torrente de Kirov” para definir a esta masa de gente que llegaba de repente. Otro termino que se hizo popular aquel año fue dvurushnik, algo así como “persona de dos caras”. El objetivo número uno de la purga silenciosa del 35. De hecho, meses después, en 1936, el gran éxito en los cines soviéticos fue una película de Iván Alexandrovitch Pyryev, El carné del Partido, en el que el principal personaje, un tal Pavel, roba el carné del Partido de su mujer, una devota comunista, para sus bisnes; provocando que ella acabe expulsada del Partido (eso, en una URSS en la que todo el mundo sabía que la expulsión del Partido no era sino la cárcel a cámara lenta). Obviamente, la película trataba de provocar que todo buen comunista denunciase a los dvurushnik de los que tuviese noticia, aunque fuesen sus maridos, hijos o padres.
Las purgas de 1935
también tuvieron por objetivo importante la denominada Sociedad de Antiguos
Exiliados y Convictos Políticos; una reunión, pues, de viejos bolcheviques de
primera hora; algo así como la Guardia de Franco o la Hermandad de
Ex-Combatientes, pero en rojo. Buena parte de los miembros de esta sociedad de
altísima capacidad moral, nacida de que todos ellos habían catado las cárceles
zaristas, tendía a despreciar a Stalin como heredero de Lenin. En los primeros
meses del año, muchos de los miembros de Los Viejos Bolcheviques, como
normalmente se los conocía, fueron al maco por esto y por lo otro. A mediados
de aquel 1935, Stalin disolvió la Sociedad de Veteranos Bolcheviques y la
Sociedad de Antiguos Prisioneros Políticos. Los archivos de estas dos
asociaciones de bolcheviques de toda la vida fueron confiados a una extraña
comisión formada por Yezhov, Malenkov y Matvei Fiodorovitch Shkiryatov. Es muy
probable que estos ficheros sirviesen, en los meses y años posteriores, para
señalar objetivos a la policía política.
La operación por
la cual el Partido se hizo con la documentación de los Viejos Bolcheviques no
era sino un elemento más de una estrategia más generalizada conducente a
acopiar los materiales escritos y testimonios que pudieran desmentir la versión
estalinista del pasado del Partido. La Glavlit, es decir la organización
censora del Partido, trabajó duramente durante aquellos meses para embargar y
clasificar miles y miles de papeles, entre ellos todos los trabajos de Trotsky,
Zinoviev y Kamenev. En una directiva de junio de 1935 a la Biblioteca Lenin, la
orden conducente a hacer desaparecer de la circulación las obras de
determinados autores incluía a los ya citados y a otros como Alexander
Gavrilovitch Shliapnikov, el líder de lo que se dio en llamar la Oposición
Obrera; Yevgheni Alexeyevitch Peobrazhensky, Lunacharsky o Vladimir Ivanovitch
Nevsky; Nevsky, de hecho, dirigía la Biblioteca Lenin, y fue arrestado aquel
1935 por tirar a la papelera una orden de Stalin que le obligaba a hacer
desaparecer de los anaqueles determinados libros.
Tras unos meses de
desarrollo más o menos descoordinado, en mayo de 1935 las purgas habían
adoptado una complejidad suficiente como para mejorar la coordinación del
proceso. En dicho mes, pues, se creó una Comisión de Seguridad del Estado. Bajo
la presidencia de Stalin, formaron parte de la misma: Yezhov, Zhdanov,
Shkiriatov y Malenkov. Esta Comisión creó un Departamento de Seguridad del
Estado en el que estaban Posbrekyshev y Malenkov por el Comité Central, Agranov
e Iván Alexandrovitch Serov por la NKVD, Shkiriatov por la Comisión de Control
del Partido, y Vyshinsky como Fiscal general, ya que había conseguido sustituir
a Akulov. En realidad, el coordinador era Serov, y tenía más de 150 personas a
su cargo, subdivididas en grupos, normalmente por tipos de industrias o
actividades.
Como siguiente
paso, Stalin propuso en una sesión del Orgburo que se procediese a un proceso
masivo de revisión de la documentación de los miembros del Partido. El 13 de
mayo, en una instrucción a todos los órganos del Partido, y pretextando casos
localizados de personas que habían obtenido carnés del Partido de forma
fraudulenta, se ordenaba una revisión a fondo de la documentación en poder de
todo el mundo.
En total, se ha
estimado que, entre unas cosas y otras, entre mayo y diciembre de 1935 fueron
expulsados del Partido unas 190.000 personas.
Uno de los
territorios donde la revisión de la documentación se hizo más a fondo y, por
así decirlo, con más resultados, fue la Georgia de Beria. En junio, Beria
intervino en una conferencia de cuadros del Partido en la que se explayó sobre
los objetivos de la proverka o revisión de la documentación. Se trataba
de aflorar a no comunistas y enemigos del Partido emboscados en el mismo. Sólo
en Georgia, las expulsiones del Partido fueron varios miles, o el 19% de los
miembros totales.
El proceso fue
acompañado de medidas represivas. Abel Yenukidze, el revolucionario que había
tenido la mala idea de retratar a Stalin como un yogurín revolucionario sin
mando ni hostias, fue colocado bajo vigilancia policial. Aunque no fue
arrestado hasta finales de 1936, su pública caída en desgracia fue como hacer
sonar las trompetas de la cacería de viejos bolcheviques georgianos.
Los cambios
organizativos que preparaban las purgas, notablemente la creación de la NKVD,
lógicamente también se vieron en Georgia. A finales de 1934 Sergo Arseni
Goglidze, buen amigo de Beria, fue nombrado director de la NKVD transcaucásica
en lugar de Tite Ilarionovitch Kipanidze, que fue enviado a Crimea. Goglidze se
convirtió en una pieza fundamental para Beria en las purgas georgianas.
Beria repartió
cartas. Rapava, Rukhadze y Kobulov siguieron en la NKVD, es decir a las órdenes
de Goglidze; pero otros saltaron al Partido. Dekanozov fue elegido secretario
del Comité Central y, más tarde, ministro de Alimentación y miembro del Buro
desde 1935. Merkulov se convirtió en jefe de Departamento del Comité Central. Y
Milshtein se convirtió en un secretario de Comité de distrito o raikom.
La nueva
Constitución de 1936, por otra parte, venía a suponer la disolución de la
Federación Transcaucásica. El Zakraikom, por lo tanto, iba a ser disuelto, y
Beria se quedaría sólo con el Partido en Georgia. El roto no era importante,
cuando menos mientras Bagirov siguiese controlando Azerbayán. Sin embargo, otra
movida era Agasi Gevondovitch Khandzhian, el líder armenio. Khandzhian tenía
una muy pobre imagen de Beria y, de hecho, había protegido ostensiblemente a su
ministro de Educación, Nesik Stepanian, cuando había asimismo criticado el
libro de Beria. Los armenios, además, estaban intentando obtener, al calor de
nueva Constitución, una mayor autonomía para su república.
El 9 de julio de
1936, a su regreso de una visita a Moscú, Khandzhian paró en Tibilisi para
asistir a una sesión del Zakriaikom. Este pleno, presidido por Beria, se
caracterizó por criticar abiertamente al armenio por excesivamente
nacionalista. El 11 de julio, el Zakraikom y el Comité Central del Partido en
Armenia anunciaron que su líder se había suicidado en Tibilisi y ya de paso, lo
condenaba por sus desviaciones. Es bastante probable que fuese Jason Bourne. El
comunicado, en todo caso, era un comunicado llave en mano, ya que proveía de una explicación para el suicidio: el armenio
estaba deprimido porque tenía tuberculosis. A los dos días, el Comité Central
armenio, comprendiendo el signo de los tiempos, elaboró una larga diatriba contra
su otrora tísico jefe.
La cosa, sin
embargo, no quedó así. Muchos armenios, sobre todo los exiliados, comenzaron a
dudar claramente de la versión oficial. La cosa quedó como quedó, pero lo
cierto es que en 1961, durante el catárquico XXII Congreso del Partido,
Alexander Shelepin habría de declarar ante sus camaradas comunistas que
Khandzhian había sido asesinado personalmente por Beria en el despacho
de éste; pero, bueno, este tipo de acusaciones, en la Unión Soviética, y estando ya el apelado criando malvas, hay que tomarlas siempre con cuidado. Aparentemente, existieron testimonios de dos cuadros comunistas que
estaban en el despacho de al lado, y que escucharon un disparo. Entraron y
vieron a Beria delante del cadáver del armenio, con una pistola en la mano.
Buscando lógicamente conservar sus gañotes, se apuntaron a convertir aquello en
un suicidio; es decir, la alambicada teoría según la cual quien disparó fue el bacilo de Koch.
La investigación
oficial, sin embargo, fue en otra dirección. Khandzhian había estado cenando
con unos colegas armenios, entre ellos su amigo capicúa, Amatumi Simoni Amatumi, que lo
sucedería en la secretaría general armenia. El líder se fue a una habitación
continua a dormir. Tiempo después, el teléfono comenzó a sonar y nadie lo cogía
(la llamada era de Beria; detalle bien colocado en la investigación para
demostrar que Beria no estaba con él). Un guardaespaldas entró en el dormitorio
a cogerlo y se encontró todo el crocanti. El informe era lo suficientemente sincero
como para establecer que nadie había oído un disparo; por ello, insinúa que tal
vez Khandzhian pudo ser disparado en otro lado y que después alguien, quizás
Amatumi, montó el suicidio. Sin embargo, la conclusión final más probable era
el propio suicidio.
Tras la muerte de
Khandzhian, ya no quedó obstáculo alguno para que Beria limpiase el PC armenio,
cosa que hizo en las semanas subsiguientes.
En el conjunto de
la URSS, a principios de 1936, cuando hubo terminado la operación de revisión
de la documentación del Partido de sus miembros, se impulsó una campaña de
cambio. Los carnés existentes, que respondían a un modelo de 1926,
serían reemplazados por un nuevo carné. En realidad, el cambio de tipo de
documento era lo de menos; lo demás era que, en el proceso, se buscaba
centralizar la información sobre los miembros del Partido, hasta entonces muy
dispersa. De esta manera, se quería mejorar la capacidad de perseguir, y actuar
contra, todos aquellos miembros del Partido que, en realidad, no participaban
en la vida del mismo. En otros puntos de la Historia de la URSS que vamos
relatando a base de notas veremos a Konstantin Ustinovitch Chernenko triunfando
como plumilla de la propaganda comunista a base de organizar encuentros
ideológicos en los que podía exhibir una asistencia mayoritaria. Chernenko se
atribuía el éxito, aunque en realidad no era suyo: era de Stalin, y el férreo
control de lo que cada militante hacía o dejaba de hacer que implantó.
La campaña de
cambio de carnés, además, vino a suponer otra oleada de expulsiones, puesto que
sirvió para localizar a los elementos pasivos del Partido. Sin embargo, hasta
Stalin se dio cuenta de que aquello era un error, y así lo dijo en la sesión de
junio del Pleno del Comité Central. Había, dijo, que distinguir entre el
militante que apenas tiene actividad de Partido porque se la suda todo, del que no la
tiene porque carece de la formación adecuada, que el Partido no le ha provisto.
De todas formas,
como bien sabemos el año 1936 fue el del comienzo del Terror propiamente dicho.
El Terror, en realidad, tal y como ya hemos descrito, había comenzado un año
antes; pero sólo para los pringaos. Ahora, sin embargo, el objetivo de Stalin
era “desenmascarar” una gran conspiración desde arriba, con participación de
gentes de ésas que pensaban que las purgas nunca les tocarían.
Todo comenzó con
el juicio de enero de 1935, en el que Zinoviev y Kamenev, junto con otros,
confesaron haber sido poco cuidadosos con las veleidades contrarrevolucionarias
de las gentes del supuesto “centro de Leningrado”. Tras ser condenados, ambos
fueron enviados a la prisión de Verkhne-Uralsk. En septiembre, los dos fueron
llevados a Moscú y sometidos a un segundo juicio, secreto, con otros 34
acusados, imputados por preparar un atentado contra Stalin. Kamenev lo negó
todo, y la respuesta fue doblarle la sentencia de cinco años que le había caído
en enero.
En abril de 1935,
la NKVD fue coleccionando antiguos opositores de izquierdas y derechas dentro
del Partido, presos en diferentes cárceles y campos de trabajo a lo largo y
ancho de la URSS, y se los trajo a la Lubianka. Eran unos 300, pero se
seleccionaron unos quince que fueron “trabajados” a conciencia para que
reconociesen la existencia de una conspiración de altos vuelos contra Stalin y
el Partido; el pretexto que estaba buscando el secretario general para su gran
purga. Stalin personalmente autorizó el uso de “cualquier método de
interrogatorio”.
El gran juicio fue
montado desde ahí. Los ingredientes fueron: por supuesto, Zinoviev y Kamenev,
claro, puesto que la conspiración había de ser una conspiración
trotskista-zinovievista; aquellos de los anteriores opositores que no
aguantaron las hostias; toneladas de viejos bolcheviques que podían contar que,
cuando eran jóvenes, habían podido comprobar que Stalin era un pringao en el
Partido; y, también, algunos acusados de pega, que fueron reclutados, por así
decirlo, para dar testimonios que ayudasen a los interrogadores de la NKVD a
construir los casos y mejorar la capacidad de interrogar a otros. Entre éstos,
un tal V. Olberg, que en realidad era agente de la NKVD, declaró que había
entrado en la URSS por orden de Trotsky para matar a Stalin; un tal Reingold,
dirigente sindical que había tenido relación con Kamenev, trató de salvar el
gañote a base de confesar que su amigo le había impulsado a los peores
latrocinios. O incluso gente más cercana, como el ex secretario personal de
Kamenev, un tal Pickel. Estos imputados fake declaraban cosas. Esas cosas luego
se le contaban a los imputados de verdad. De estos imputados de verdad, había
algunos que no aguantaban las torturas y confirmaban los relatos. Entonces, los
más resistentes eran enfrentados con el hecho de que ya no sólo los mentirosos,
sino sus propios compañeros, socios o parientes, habían confesado. Aun así,
entre los principales acusados hubo algunos que estuvieron meses resistiendo y
negándolo todo.
Para añadir
presión a estos acusados y otros futuros, Stalin impulsó una ley, una de las
leyes más repugnantes jamás aprobadas por el centralismo, ejem, democrático
comunista, que hacía responsables penales plenos a todos los menores mayores de
doce años. Pravda tuvo el cuajo de editorializar sobre esta ley
argumentando que la culpa era de los conspiradores; que eran ellos los que
habían implicado a menores en sus conspiraciones. En realidad, sin embargo, no
era sino una manera de tratar de quebrar la resistencia de los acusados, para
que tratasen de salvar la vida de sus hijos. En el caso de Kamenev, por
ejemplo, Stalin se ocupó personalmente de que fuese informado de que su hijo
menor iba a ser acusado de haber vigilado la ruta del coche oficial de Stalin.
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