Deus vult
Unos comienzos difíciles
Peregrinos en patota
Nicea y Dorulaeum
Raimondo, Godofredo y Bohemondo
El milagro de la lanza
Balduino y Tancredo
Una expedición con freno y marcha atrás
Jerusalén es nuestra
Decidiendo una corona
La difícil labor de Godofredo de Bouillon
Jerusalén será para quien la tenga más larga
La cruzada 2.0
Hat trick del sultán selyúcida y el rey danisménida
Bohemondo pilla la condicional
Las últimas jornadas del gran cruzado
La muerte de Raimondo y el regreso del otro Balduino
Relevo generacional
La muerte de Balduino I de Jerusalén
Peligro y consolidación
Bohemondo II, el chavalote sanguíneo que se hizo un James Dean
El rey ha muerto, viva el rey
Turismundo, toca las campanas, que comenzó el sermón del Patriarca
The bitch is back
Las ambiciones incumplidas de Juan Commeno
La pérdida de Edesa
Antioquía (casi) perdida
Reinaldo el cachoburro
Bailando con griegos
Amalrico en Egipto
El rey leproso
La desgraciada muerte de Guillermo Espada Larga
Un senescal y un condestable enfrentados, dos mujeres que se odian y un patriarca de la Iglesia que no para de follar y robar
La reina coronada a pelo puta por un vividor follador
Hattin
La caída de Jerusalén
De Federico Barbarroja a Conrado de Montferrat
Game over
El repugnante episodio constantinopolitano
En el momento de la primera cruzada,Alejo Commeno llevaba quince años siendo basileus bizantino. Diez años de guerra civil habían dejado el imperio en una situación comprometida, pero Commeno, que era un tipo hábil, había conseguido mantener aquel pequeño imperio en pie. Sin embargo, lo que no había conseguido impedir es que su territorio se convirtiese en un territorio discontinuo, en el que las posesiones tanto normandas como musulmanas hacían difícil la conexión entre las diferentes provincias.
El gesto de Commeno de buscar la solidaridad armada del PasPas romano fue un gesto mal calculado. Se parece un poco a esas pelis y series carcelarias que se ven de vez en cuando, en las que se nos pinta a un preso, o presa, recién ingresado en las galerías, que por ello siente la tentación de buscar la protección de alguno de los violentos jefes de clan existentes en la prisión; pero, a fin y a la postre, acaba dándose cuenta de que nada es gratis y de que, en ocasiones, recabar ayuda es peor que no tenerla.
Alejo Commeno quería de Urbano lo que Hitler obtuvo de Franco. Los soldados de la División Azul que alcanzaron los campos de Rusia lo hicieron integrados en el Ejército alemán, bajo la disciplina de los generales alemanes. Franco le entregó a Hitler hombres que reforzasen su Ejército (el de Hitler). Commeno esperaba lo mismo; pero el Papa no era Franco (ni con mayúscula, ni con minúscula). El Papa, lo que quería, era prevalecer después de la victoria con la que soñaba. Y, para prevalecer, el primer paso era que las tropas siguiesen siendo suyas. Así las cosas, Bizancio no obtuvo, como esperaba, la llegada a sus puertos de barcos petados de voluntarios dispuestos a luchar bajo su bandera; sino integrantes de un ejército autónomo e independiente, con sus propios mandos, que simplemente había elegido el teatro bélico bizantino para luchar. No es lo mismo.
Hay que decir que, en todo este tema, Commeno fue sorprendentemente maula; o, tal vez, estaba demasiado desesperado como para pensar las cosas tranquilamente. De los PasPas se pueden decir muchas cosas; pero, la verdad, nunca han engañado a nadie. En los tiempos en los que los musulmanes tomaron Antioquía, una de las grandes plazas del bizantinismo, el Papa Gregorio VII estaba militarmente aliado con los normandos; los cuales, con su presión al oeste del imperio, eran en buena parte responsables de la debilidad imperial que había terminado con la pérdida de la plaza. El inquilino de Roma, por lo tanto, había sido indirecto aliado de los turcos; y no parece que el tema le importase mucho. Lo habían echado de Roma las tropas del Sacro Imperio, que además amenazaba con fomentar la figura de un antipapa alemán; y necesitaba la ayuda de los normandos para poder luchar un día más. El propio Alejo Commeno, cuando el normando Robert Guiscard amenazó a la propia Constantinopla, no dudaría en labrar una alianza estratégica con los turcos para que le prestasen brazos y armas; con lo que él mismo se hizo enemigo del PasPas o, si lo preferís, en realidad ambos: Bizancio y Papado, siendo aliados del mismo enemigo, el turco, además eran enemigos entre ellos.
A la larga, Commeno supo enfriar el suflé de sus relaciones con el sacro emperador, en beneficio de una entente cordiale con Roma, que necesitaba para parar el riesgo normando. Una vez que lo consiguió, lo que necesitaba era repetir la jugada que había hecho con los turcos, pero esta vez bien hecha, es decir, captando mercenarios cristianos.
El emperador bizantino no lo consideraba todo perdido. Su gran enemigo, el turco, tenía sus propios problemas. El conocido como desastre de Manzikert, que en el año 1071 había supuesto el apresamiento del emperador Romano IV Diógenes y la pérdida de Armenia y Anatolia por Bizancio, había sido el gran anuncio de que los turcos tenían las de ganar en Asia Menor. Sin embargo, desde entonces los sucesores del gran príncipe selyúcida Malik Shah entraron en una honda disputa de su herencia. Eso, en la práctica, suponía que el enemigo, ahora, eran varios enemigos. Eso era bueno para Constantinopla, pues siempre son más fuertes las coaliciones que los ejércitos individualmente considerados.
Commeno, hijo de antioquiana, era él mismo originario de Asia Menor. Para él, los territorios asiáticos del imperio eran parte constitutiva del suelo griego. Ésta era, para él, la raison d'etre de la lucha contra los turcos; no era persona muy sensible al argumento religioso. Y, la verdad, no hemos de culparle por ello, teniendo en cuenta que, en ese momento, una parte importante de aquéllos que trataban de ponerle fecha de caducidad a su imperio, en realidad, eran cristianos. Para él, la idea teóricamente tractora de los deseos del Papa: la liberación del santo sepulcro, era un proyecto excesivamente arriesgado y del que no podía salir nada bueno.
Por lo demás, la cruzada, tal y como acabó conformándose, es decir,como una invasión en toda regla por parte de un ejército propio que obedecía a sus propias reglas y no el simple refuerzo del ejército ya presente en la zona, presentaba un problema añadido del que, al parecer, fue consciente desde el minuto uno: la capacidad que podía tener a la hora de mover a los musulmanes a la unión. Guerra santa contra guerra santa. En ese caso, la relativa ventaja con que contaban los bizantinos en el punto y hora en que los musulmanes de la zona anduviesen a hostias entre ellos, se acababa.
Pero Commeno no era el único que recelaba del amigo. Entre las mesnadas europeas había muchos líderes que consideraban que, de hecho, la tarea de reconquistar Jerusalén debería ser una tarea llevada a cabo exclusivamente por las tropas latinas, ya que los bizantinos no eran de fiar. Esto pasaba, precisamente, por la actitud de Commeno, ya comentada, en el sentido de no entender que la guerra santa formaba parte de sus motivaciones particulares para atacar a los turcos. Además, en los años posteriores a Manzikert, los años de la guerra civil bizantina en la que diversos generales trataron de imponerse en el poder, muchos de ellos no habían dudado en trazar alianzas con los turcos para tratar de prevalecer; pero, vaya, que seguidores del Papa de Roma hicieran este reproche no deja de ser eso que se dice ver la paja en el ojo ajeno y desconocer la viga en el propio. Sin ir más lejos, muchos de los indignados contra la actitud de los señores de la guerra bizantinos sabían bien que el normando Roussel de Baulleul no fue en modo alguno ajeno al desastre de Manzikert, movido como estaba por el proyecto de crear un señorío propio en Anatolia.
Sea como sea, lo cierto es que la actitud equívoca de los bizantinos frente a los musulmanes, y las muchas alianzas que algunos de ellos apañaron con el turco, no hicieron otra cosa que fortalecer la presencia del Islam en Asia Menor. Y que eso fue algo que fue visto en Roma como una traición, idea que contribuyó a consolidar la impresión de que los griegos serían incapaces, o indolentes, a la hora de defender el orbe cristiano; idea que está en el mismo centro de la primea cruzada. El reproche, sin embargo, le era poco aplicable a Commeno. El emperador reinante, sin esperar a la cruzada, había comenzado una serie de expediciones contra los turcos, en las que había reconquistado Cizico, Focea, Clazomene y las islas de Lesbos, Chios y Rodas. Y eso, a pesar de la presión de los normandos, y de los pechenegos en los Balcanes.
A decir verdad, la convocatoria de la Cruzada fue bastante sorpresiva, lo que demuestra que sus motivaciones fueron, en realidad, distintas de las que se enseñan en las aulas. Para cuando se produjo la llamada para liberar los Santos Lugares, éstos habían sido de los musulmanes durante cuatrocientos años; y los ejércitos del Islam llevaban ya más de un siglo presionando hacia el oeste. Se puede decir, por lo tanto, que la presencia islamita en Asia Menor era un hecho consolidado y largamente aceptado por la cristiandad. El problema, por lo tanto, no era tanto recuperar lo que los siervos de Cristo consideraban suyo; sino pararle los pies a las nuevas dinastías turcas, que cada vez se asomaban al Bósforo con peores intenciones; todo ello combinado con el viejo sueño romano, que al final se cumpliría aunque por caminos torcidos, de acabar con la competencia metropolitana del cristianismo por parte de Constantinopla. No hay que echar al olvido el hecho de que muchos de los barones europeos dispuestos a ir a las Cruzadas tenían una visión muy escéptica de Alejo Commeno, a quien no consideraban un rey legítimo, sino lo que realmente era: un general que, merced a diversas intrigas palaciegas, se había hecho al final con el poder tras entrar en Constantinopla y echar a Nicéforo Boteniates. El reproche, en todo caso, es relativo. Commeno tenía alguna tenue relación con la familia real, pues era sobrino de un anterior emperador; y, sobre todo, hay que entender que Boteniates no tenía mejores entorchados imperiales que él, sino más bien peores. Commeno, además, había disfrutado de la ayuda de la emperatriz, María de Alania. María había sido la mujer del emperador Miguel VII Ducas, depuesto por Boteniates, y había sido obligada a casarse con él. O sea, muy partidaria no era, así pues,cuando llegó Commeno a dar por culo, ella enseguida lo apoyó; y si no fue emperatriz por tercera vez (cosa que, creo yo, habría batido un récord histórico) fue porque Commeno necesitaba una ayuda más estrecha de los Ducas para consolidarse en el poder, razón por la cual desposó a Irene Ducas.
La visión bizantina de aquellos movimientos la tenemos en La Alexiada, la excelente obra escrita por Ana Commeno, la hija de Alejo. Ana tenía 13 años en el 1096, cuando pudo ver a Pedro el Ermitaño (a quien creía impulsor de la cruzada), Godofredo de Bouillon, Bohemondo de Taranto o Hugo de Vermandois pasar y desfilar con sus respectivos ejércitos. Estos fueron los primeros cruzados que anunciaban, por así decirlo, la llegada de nuevas cohortes, que lo hicieron en la primavera del 1097. Si hemos de creer a Ana, así como tanto el tamaño de las expediciones como la pura lógica de que muchos de sus integrantes eran pobres de solemnidad, el tema dio problemas desde el primer momento. Muchos de los peregrinos, sobre todo del Ermitaño, colonizaron los suburbios de Constantinopla y comenzaron a tomar lo que creían que era suyo como auténticos socialdemócratas. A pesar de ello, estos peregrinos “de base” es posible que encandilasen a los constantinopolitanos, o al menos eso cabe deducir del relato de Ana Commeno, por exhibir una verdadera piedad peregrina más que una ambición guerrera. El emperador le concedió una audiencia a Pedro el Ermitaño e hizo todo lo que pudo por mejorar la vida de aquellos desharrapados. De hecho, si los pensamientos que Ana escribió en un monasterio, décadas después, fueron los de su padre, éste llegó a convencerse de que la gran masa de hombres, mujeres y niños que había llegado a Constantinopla con la ilusión de llevar a ver el sepulcro del Salvador estaba siendo manipulada por una cohorte de hombres de armas que no estaban allí por el Evangelio, sino por la pasta.
Así juzgó la Commeno, por ejemplo, a Godofredo de Bouillon, duque de la Baja Lorena, y a su hermano Balduino. A Hugo de Vermandois, hermano del entonces rey de Francia; Roberto, conde de Flandes, y el otro Roberto, duque de Normandía. Por fin, las dos figuras señeras que aquella patota: Raimondo de Saint-Gilles, conde de Toulouse; y Bohemondo de Taranto. Anna los recuerda en sus memorias afirmando, sin género de duda, que ninguno de estos hombres de armas tenía ni piedad ni, en puridad, creencias. Eran, pues, la negación de ese caballero medio monje que vendía la ética bélica medieval; una más de las chorradas inventadas en Roma por la Iglesia con la intención de forrarse con ella.
Es evidente, por otra parte, que en estos juicios tan duros, más que probablemente, influyó de forma muy importante que ninguna de las dos partes empezó bien. Los cruzados entraron en Constantinopla como quien entra en su propio establo a merendar con sus caballos; pero el emperador tampoco estuvo fino. Obsesionado con la idea de que aquellas mesnadas no eran suyas, en su primera audiencia a Godofredo de Lorena, le exigió un juramento de fidelidad personal; algo que el de Bouillon, que era vasallo el sacro emperador romano germánico, obviamente no podía hacer. Más allá, el emperador, harto de las elevadas necesidades de los soldados, decidió cortarles el grifo de los suministros un Jueves Santo. Lo hizo así porque sabía que la correcta piedad cristiana prohibía taxativamente cualquier acción armada en dicho día; y de hecho en Constantinopla todo el mundo aquel día, tropas incluidas, se fue a las iglesias a rezar y tal. Godofredo, sin embargo, tomó sus tropas y atacó la ciudad, en una acción abiertamente sacrílega que terminó por convencer a lo griegos de que aquellos sudorosos europeos decían que estaban en Cnstantinopla para liberar Jerusalén del yugo musulmán como podrían haber dicho que estaban allí para comprar un Dacia Sandero.
Las cosas mejoraron, claro, en cuanto Godofredo se quedó sin pasta. Necesitado como estaba de pagar la soldada a unos tipos que, verdaderamente, si no cobraban eran bien capaces de emplazarle el testículo izquierdo en el yeyuno, el duque de la Lorena enana acabó por aceptar el juramento que tres meses después había negado con cajas destempladas; momento en el que el emperador lo colmó de regalos.
En mayo del 1097, el ejército de la cruzada estaba ya completo. En realidad, era la combinación de cuatro ejércitos: Godofredo mandaba a los hombres de Lorena, Bohemondo comandaba a los normandos llegados de Italia, Raimondo de Saint-Gilles y el legado papal Adhemar de Monteil comandaban a la nutrida tropa provenzal; y los francos y vasallos en general del rey de Francia obedecían al duque de Normandía y los condes de Flandes y Blois. Aquello era un ejército tan impresionante que, prácticamente desde el mismo momento en que estuvo completo, los bizantinos comenzaron a presionar para que cruzasen hacia Asia, temerosos de que se volviesen contra ellos. De hecho, lo consiguieron, pues el mismo día que Bohemondo estaba llegando con los normandos, los de Lorena estaban cruzando el Bósforo.
La opiniones de Ana hay que tomarlas con cierto cuidado porque también quería atacar la política de su hermano que consideraba que era demasiado pro-cruzados (Que la había metido en el convento después de que conspirara para sacarle los ojos y poner a su marido en el trono) pero lo cierto es que las relaciones de su padre con los cruzados fueron entre malas y horribles, especialmente con Bohemondo (Como supongo que ya irás contando en el resto de la serie)
ResponderBorrarEn mi (cuñada) opinión, los Commenos consiguieron manejar bastante bien el tema y lograron sustanciales mejoras en Asia Menor (Además de mantener los Balcanes, que no era moco de pavo) hasta que la usurpación de Andrónico I inició otro ciclo de usurpaciones y guerras civiles que condujo a lo creo que será el último capítulo de esta serie.
Ciertamente, con Anita hay que andarse con cien ojos.
BorrarSi, porque tenía la tendencia a dejarte sin ellos.
BorrarDe todas formas, la política de los rhomanoi (Y la teología que muchas veces iba de la mano) son famosas por sus complejidades (No por nada nos han dejado el adjetivo)
BorrarUna cosa que me hace gracia de las cruzadas es que hay nueve (a veces 8) que serían las canónicas pero luego hay tropocientas más que podrían considerarse como tales (la 1101, la Noruega, la Veneciana etc..) hasta llegar a las ligas santas contra los turcos. Por no mencionar las que se lanzaron en el norte de Europa, contra las diversas herejías o los episodios durante la Reconquista (¿Sería la de Barbastro la primera cruzada o habría alguna anterior?)
ResponderBorrarSon diez. Contando la del 36.
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