Musulmán, protobotánico, profesor de ética, posible ladrón,tendero y sospechoso de homosexualidad
Los comunistas no están solos
La guerra dentro de la guerra
A purgar se ha dicho
Sucios británicos, repugnantes yugoslavos
Fulgor y muerte de Koçi Xoxe
Sucios soviéticos
Con la Iglesia hemos topado
El fin de la troika
La jugadora de voleibol que cambió la Historia de Albania
La muerte de Mehmet Shehu
Al fin solo
El 28 de noviembre se celebra el Día de la Independencia en Albania. El convoy quería entrar ese día en Tirana. Once días antes, el ejército alemán se había retirado del país. Se había creado un gobierno provisional y la capital había sido colocada bajo la autoridad de un militar, Mehmet Shehu, un activo comunista que había estado presente en la guerra civil española. El primer día del nuevo gobierno fue celebrado de una forma poco usual entre comunistas: con un gran baile, que se desarrolló en el Hotel Dajti. Allí, Hoxha apareció en público por primera vez acompañado de su costilla, Nexhmije Xhuglini. Xhuglini procedía de una familia que había emigrado a Albania desde Macedonia, y había conocido a Hoxha en noviembre de 1941, dos semanas después de la fundación del Partido Comunista. Ambos habían pasado una parte de la guerra juntos en una casa que le facilitó a Hoxha su principal financiador del momento, Syrja Selfo; que por ello fue premiado después de la guerra con un arresto, una acusación de enemigo del pueblo, y el paredón. Hoy por hoy, la mayoría de los historiadores está de acuerdo en que Xhuglini tuvo un papel fundamental en el alimento de la paranoia que su marido fue desarrollando con los años, conforme acumulaba poder, y que le hacía ver enemigos en todas partes. También se convirtió en la gran defensora del legado de su marido cuando todas las mierdas que cometió se fueron conociendo.
Otro personaje que prestó alojamiento a Hoxha en los años de
la guerra fue Bahri Omari, un hombre cercano a los nacionalistas que, de hecho,
aceptó ser ministro de Asuntos Exteriores en el gobierno de Rexhep Mitrovica.
Omari fue uno de los 60 albaneses prominentes que, en noviembre de 1944, fueron
colocados frente a un tribunal especial, en un juicio que fue el primero de la
era comunista. Su fiscal fue Bedri Spahiu, un antiguo capitán del ejército
monárquico albano que había sido expulsado en 1935 y que carecía de formación
jurídica aunque, eso sí, había sido compañero de Hoxha en la escuela primaria
en Gjirokastra; y el presidente del tribunal fue Koçi Xoxe, que tampoco se
había leído nunca más allá de un par de artículos del Código Penal. El 13 de
abril de 1945, el tribunal falló 17 penas de muerte, cinco no culpables, y el
resto penas de entre 20 y 30 años de prisión. El juicio hizo de Bedri Spahiu
uno de los hombres fuertes del régimen; pero, vaya, que años más tarde a él
mismo le caerían 30 años.
El juicio especial, como se lo conoce, fue la primera señal
que quiso mandar Enver Hoxha en el sentido de que no pensaba soportar
disidentes. Pero no se paró ahí. En el tiempo subsiguiente, el régimen se lanzó
contra cualquier albanés que fuese, de alguna manera, conocido o respetado. Inmediatamente
después del traslado del gobierno a Tirana, fueron arrestados quince miembros
del denominado grupo social democrático, formado por intelectuales que querían
formar un partido socialdemócrata (ya se sabe: dedicarte a gastar los impuestos
recaudados a los demás, sólo que sin asesinarlos y dejándoles que funden
periódicos para quejarse). Ocho fueron fusilados, y los otros siete condenados
a largas penas de prisión. Una de las condenadas era Musine Kokalari, una
abogada e intelectual bastante conocida. Dos de sus hermanos, Muntaz y Bejsim,
habían sido fusilados en noviembre de 1944, a pesar de no estar significados
políticamente. El último de los hermanos, Hamit, había sido compañero escolar
de Hoxha, y se libró porque estaba en la cama con fiebre la noche que los policías
fueron a por sus hermanos, y no quisieron cargar con él.
Musine Kokalari fue condenada a 18 años y, una vez que salió
de prisión, obligada a residir en Rrëshen, donde trabajó como barrendera todo
el resto de su vida. Incluso cuando ya estaba en la cama sufriendo de la
enfermedad que la mató le fue negada la asistencia médica.
Hoy en día se sabe que en los años treinta, cuando Kokalari
estaba en Italia y Hoxha en Korçë, ambos se cartearon amistosamente. Pero,
cuando menos hasta el momento, no se ha podido averiguar qué pasó para que Hoxha
cambiase de opinión sobre ella y decidiese cagarle la vida. Lo mismo fue
Nexhmije, si se me permite el micromachismo.
Con su mando recién estrenado, el 17 de noviembre de 1944,
Enver Hoxha le envió un telegrama al general Dali Ndreu, que terminaba con las
siguientes palabras: “Detén, arresta y ejecuta a personas influyentes; haz que
su suerte sea un ejemplo para los demás”. Ndreu así lo hizo, y siempre nos
quedará como ucronía la pregunta de si lo habría hecho de saber que él mismo
acabaría teniendo la suerte de las personas a las que ahora arrestaba.
Dos días después, agentes de la Sigurimi llamaron a 52
puertas en Tirana. 37 de estas personas fueron detenidas, 14 no estaban, y una
más era Hamit Kokalari, el tipo que tenía fiebre. Los 37 detenidos fueron
trasladados al sótano del Hotel Bristol, donde fueron fusilados inmediatamente.
Era un momento en el que incluso en el caso de algunos colaboracionistas con el
invasor italogermano estaban siendo perdonados; la razón de aquella inquina
permaneció en el misterio.
Las ejecuciones del 12 de noviembre fueron las primeras,
pero no las únicas. En realidad, la represión incontrolada permaneció hasta
entrado el mes de diciembre, cuando se comenzaron a establecer procesos
judiciales. Como es habitual en estos casos, en muchas ocasiones todo lo que
hubo para realizar aquellos asesinatos fueron viejas rencillas o gente que,
simplemente, le caía mal a otra gente.
Al fin y a la postre, incluso en el propio Partido
Comunista, que estructuralmente siempre está preparado para admitir que haya
gente que la diñe porque sí, comenzó a haber gente mosqueada. El propio Enver Hoxha
nos informa en sus memorias de que Sejfullah Malëshova elevó su voz para
protestar porque partisanos que se habían hecho comunistas hacía poco, u otros
que no lo eran pero que no habían contemporizado con el enemigo ni un tantito,
hubiesen terminado en los sótanos de los hoteles manchándolo todo de sangre. El
propio Hoxha no debía de estar muy convencido de lo que hizo pues, a pesar de
ser durante muchos años el autócrata incontestado de Albania, no impidió que en
su país se pusiera de moda la leyenda urbana de que todas aquellas ejecuciones
las había ordenado Mehmet Shehu, otras veces Shefquet Peçi, otras Koçi Xoxe.
Sin embargo, la puta manía de los comunistas por registrarlo todo, que también
les dio más de un disgusto cuando el franquismo levantó su Causa General, dejó
en mal lugar a Hoxha: en 1991, cuando la documentación del régimen se
desclasificó, aparecieron documentos claramente probatorios de que, durante
aquellas semanas de caos judicial, hasta las ratas que habían muerto a
escobazos debían su muerte a órdenes de Enver Hoxha. Esto a pesar de que entre
el 23 y el 27 de noviembre de 1944, en medio de todo el merdé, se había
producido la reunión plenaria del Partido en Berat de la que ya os he hablado y
en la que fueron muchos los dirigentes que se mostraron escandalizados por lo
que estaba ocurriendo; reunión en la que Hoxha vino a decir que sí, que las
ejecuciones las ordenaba él, pero porque se las exigían los putos yugoslavos.
Tras la reunión, cuando menos 2.000 personas fueron
asesinadas sin juicio y, en muchos casos, al comunismo albano se le vio el
plumero, pues fueron muertes muy bien seleccionadas para que generasen
generosas incautaciones de casas, coches y joyas. Pues, al fin y a la postre,
todo comunista que ejerce o ha ejercido poder tiene siempre detrás de sí su yate Vita. Así las cosas,
la masacre de ciudadanos albaneses dejó el país seco de comerciantes,
profesionales y personas en general capaces de crear valor; que es lo que
siempre quiere un comunista: repartir miseria.
Entre las personas ricas de Albania que se convirtieron en
el objetivo del nuevo régimen, cómo no, los propietarios rurales fueron los
primeros. Enver Hoxha decretó una inmediata reforma agraria, en el marco de la
cual las colectivizaciones comenzaron ipso flauto.
Inmediatamente después de terminada la guerra, la Segurimi
fue reorganizada e integrada en el Ministerio del Interior, bajo la atenta
mirada de Koçi Xoxe, un tipo al que su triste final no debe impediros ver el
bosque de que era un nota de cojones y, en ese momento, el fiel escudero de Hoxha
cuando de reprimir se trataba.
Algún día, algún buen historiador que hable y lea albanés
debería tomar la labor de escribir la Historia de la Sigurimi. Esto vendría bien,
pues le enseñaría a mucha gente, entre ellos a los comunistas y siperos con
orejas, que, en realidad, saber de la OGPU, la KGB o la Stasi alemana, en
realidad, no es saber lo peor. La Sigurimi, en muchos aspectos, les superó a
todos, o cabe sospechar que fue así pues, como ya he sugerido, en realidad
buena parte de su Historia todavía está esperando ser escrita. Ya en los
primeros años de su existencia, la Sigurimi llegaba a los 200.000 miembros.
Parece poco teniendo en cuenta el tamaño que alcanzó la KGB; pero no hay que
olvidar que son países de dimensiones muy diferentes. Con 200.000 agentes la
Sigurimi, como la Stasi, podía, literalmente, vigilar a todo el mundo. En 1990,
cuando la Albania socialista colapsó, la Sigurimi tenía un millón de archivos.
Lo cual quiere decir que tenía un dosier por cada albanés adulto. Por lo demás,
Albania, un país muy pequeño, construyó 39 prisiones; establecimientos cuyos
internos recibían, cada día, 650 gramos de pan, 7 gramos de aceite, 10 gramos
de azúcar, 70 gramos de arroz, pasta o legumbres, y 150 gramos de vegetales. Y
con eso tenían que vivir. En momentos generosos de la Historia de la Albania
socialista, a las familias de los presos se les permitía llevarles hasta tres
kilos de fruta. El tema se llevaba tan a rajatabla que, si los parientes
entregaban un melón que pesase más de tres kilos, el peso redundante era
cortado antes de entregarlo al preso.
El Ministerio del Interior de Xoxe, por su parte, aplicó el
principio derivado de las purgas estalinistas y consistente en generar castigos
globales. Quiere esto decir que la represión alcanzaba a toda la familia.
Cualquier persona que fuese pariente o amigo de alguien considerado un enemigo
del pueblo afrontaba las mismas condenas de cárcel, o de muerte, que el propio
condenado. Obviamente, la forma de sortear este destino era la delación.
El régimen comunista albanés terminó muy pronto con la
oposición política no comunista, que era, en todo caso, relativamente elitista
y, por lo tanto, fácil de encontrar, por así decirlo. Cuando se acabó con la
oposición política, Hoxha decretó la persecución de los partisanos y
combatientes de la resistencia considerados no cercanos al comunismo. Su
primera víctima fue Gjergj Kojoshi, miembro del Consejo Nacional de Liberación,
ministro de Educación en el primer gobierno provisional de Hoxha; cometió el
error de protestar por la represión, la falta de democracia y el excesivo papel
de los yugoslavos en el país.
En mayo de 1947 comenzó otra purga masiva. Esta vez, el
objetivo fueron diversos miembros de la Asamblea del Pueblo, es decir, el
parlamento, así como sus relativos. Se trataba de unos 40 diputados que habían
intentado organizarse en una especie de movimiento de oposición, al frente de
los cuales estaba Riza Dani. En mayo de 1947, Dani fue arrestado conjuntamente
con una decena de parlamentarios. Los 40 detenidos totales fueron juzgados en
un caso rápido que los sentenció el 30 de agosto. 17 de ellos fueron enviados
al paredón, entre ellos el propio Riza Dani, Shefqet Beja o Selahudin Toto, que
era una especie de héroe nacional porque sus dos hermanos, Ethem y Ismet,
habían muerto tras haber intentado un golpe de Estado contra el rey Zog. Enver
Zazani, que había sido compañero de escuela de Hoxha y se había tenido por su
mejor amigo, también estaba en la lista.
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