Marcos, el evangelio de masa fina
Mateo, el evangelio 2 sobre 3
Lucas, christians go multinational
Juan, el evangelio de las preguntas incómodas
Debo confesar que, de todos los artículos que me he propuesto escribir sobre la temática evangélica, el de Lucas es el que menos me apetece. De niño me enseñaron a fijarme mucho en este evangelio, a tenerle mucho respeto porque, me explicaron mis maestros, había sido escrito por un contemporáneo de Jesús, no discípulo, que habría estado incluso presente en el Prendimiento, pues era uno de los seguidores que se había quedado dormido junto al Maestro. Puede ser, pues, que lo insulso del texto, pues Lucas viene a ser Marcos más documento Q más poco más, me decepcionase. Además, está el hecho de que, de Lucas, me interesa mucho más el libro de Hechos; una obra tan importante que, como decía Ernest Renan, de haberse perdido ese texto, hoy apenas sabríamos nada sobre los orígenes del cristianismo. Pero, bueno; el compromiso son cuatro artículos, y los compromisos hay que cumplirlos.
Desde el inicio de los tiempos cristianos se ha dado por
cierto, y que yo sepa no ha habido hasta hoy quien lo cuestione seriamente, que
Lucas y Hechos son textos escritos por el mismo autor. Ninguno de estos dos
libros, sin embargo, da pista alguna sobre la filiación de dicho autor. El
primer manuscrito con texto de este evangelio es de la segunda mitad del siglo
II, que es también más o menos la época en la que se empieza a hablar de él.
Ireneo dice que estos libros fueron escritos por un tal Lucas, que sería un
compañero inseparable de Pablo de Tarso. Por su parte, el llamado canon de
Muratori (la lista más antigua de los evangelios considerados canónicos) ofrece
más datos: dice que Lucas era médico; que no conoció a Jesús pero que, después
de la Ascensión, acompañó a Pablo en sus viajes. Otro texto de la época,
conocido normalmente como Prólogo Antimarcionita, dice que era oriundo de Antioquía,
que fue médico y “discípulo de los apóstoles” y “más tarde, compañero de Pablo
hasta que éste sufrió el martirio”. También dice que el evangelio de Lucas es
posterior a Marcos y Mateo (bueno, para ser más exactos: a Mateo y Marcos, pues
ya os he contado que en los primeros tiempos se consideraba la obra mateana
como la primera); y que había sido escrito en la región griega de Acaya. Pablo,
por su parte, cita a Lucas en su epístola a Filemón; asimismo, en Colosenses
4:14 se cita a Lucas, “mi querido médico”. En la segunda epístola a Timoteo,
Pablo dice que Lucas es el único adjunto que está con él. Hay exégetas, sin
embargo, que cuestionan esta relación entre Lucas y Pablo, a causa, sobre todo,
de las diferencias que existen entre lo que Pablo dice en sus cartas sobre su
misión y lo que Lucas cuenta en Hechos, pues no son versiones totalmente
coincidentes; algo que no debería ser así si ambos fuesen uña y carne.
El texto del evangelio de Lucas ha dejado claro que, según
la opinión mayoritaria, ese autor que conocemos por ese nombre era alguien
culto y que dominaba el griego (el idioma); en realidad, probablemente hasta un
punto muy elevado, es decir, que conocía muy bien los vericuetos de la retórica
helenística, lo que sugiere una educación elevada y bien aprovechada. Eso sí,
Lucas muestra el profundo conocimiento de las escrituras sagradas de los judíos
que también muestran sus colegas sinópticos; por lo que lo probable es que
estemos hablando de un judío pijo y fuertemente helenizado. Alguien que, por
otra parte, se las había arreglado, no sabemos cómo, para reunir información
bastante completa sobre la primera generación de discípulos de Jesús.
Muy probablemente, el evangelio de Lucas fue escrito fuera
de Palestina, aunque las referencias existentes, como Acaya, no tienen muchos
partidarios. Personalmente, considero que si nos apoyamos en el dato que nos
aporta el Prólogo Antimarcionita, en el sentido de que era originario de
Antioquía, me hace pensar que era un personaje urbano y muy cultivado, quizás
con cierta formación jurídica y en cualquier caso conocimientos, por así
decirlo, de educación superior; y que ése fue el ámbito en el que se debió de
mover siempre.
¿Cuál es el dato que me hace pensar esto? Pues el hecho de
que el evangelio de Lucas es, con mucho, el más “mundano”; el que más esfuerzos
hace por insertar la vida de Jesús en el mundo en el que se produjo. Es Lucas,
por ejemplo, quien nos da el dato de que la peripecia del nacimiento de Jesús
se debió a un decreto imperial augustino. Además, detalles como que hable del
Lago de Galilea, que para su dos predecesores, y en general para los palestinos
de la época, era el Mar de Galilea, hace pensar que muy ducho en las technicalities palestinas, no era (para
que nos entendamos: si dos evangelios hablan de La Pepa y, sin embargo, hay un
tercero, para colmo basado en uno de los precedentes, que siempre habla de “la
Constitución aprobada en Cádiz”, para el historiador hay ahí una pista de que
el tercer redactor, tal vez, no era español, ni escribía para españoles).
El libro de los Hechos tiene eso que los novelistas llaman
“un final abierto”. Es una toma final en trávelin, en la que se ve a Pablo
quien, se dice, durante dos años permanece en una casa alquilada, predicando
libremente. Este final siempre ha intrigado a los exégetas, que suelen asumir,
con buen criterio, que Lucas tenía que
saber que Pablo fue finalmente pasado por la cuarta derivada por los
romanos. ¿Por qué no lo contó? La pregunta tiene respuestas difíciles; pero lo
que sí nos aporta es una pista bastante clara de que los libros de Lucas, si no
fueron compuestos en la misma Roma, desde luego es muy probable que fuesen
escritos para la comunidad paulina de la capital. Algunos estudiosos han
especulado con la posibilidad de que Lucas y Flavio Josefo tuviesen algún tipo
de relación (tesis que a mí me parece que no es objetivamente adverable), o que
la tuviese con la pequeña elite judía herodiana establecida en Roma. Estas
sugerencias vuelven a incidir sobre el pretendido elevado estatus del autor del
evangelio y de Hechos.
En torno al momento de escritura, el propio Lucas da la
pista en Hechos 1:1, en el sentido de que su evangelio predata a la obra que
está comenzando a escribir en ese momento. Es muy probable, de hecho, que, si
no los escribió seguidos, lo hizo con poco tiempo entre uno y otro. Hay autores
que se apoyan en el final abierto de Hechos, que ya os he comentado, para
suponer que se trata de una obra relativamente antigua (anterior a la muerte de
Pablo); sin embargo, el hecho de que Lucas, como Mateo, esté basado en Marcos,
como sabemos, ya nos “obliga” a
emplazarlo, como muy pronto, en el año 70. El propio Lucas, en 1:1, deja claro
que lo que él está haciendo es unirse a una tendencia general de contar la vida
de Jesús; es decir, está admitiendo la existencia de otros evangelios.
En torno al año 150, Marción consideraba que la mejor manera
de solucionar la polémica entre los diferentes evangelios era reconocer que
Lucas era el único que contenía el verdadero relato de la vida de Jesús. Esto
nos lleva a pensar que el evangelio se escribió en algún momento entre el año
70 y el 140; yo, personalmente, creo que es difícil que se escribiese antes del
tornasiglo. Algunos historiadores han apuntado al reinado de Nerva, durante el
cual los judíos fueron rehabilitados, como el momento más lógico.
Lucas, como digo, está muy lejos de ser un escritor para
palestinos; incluso sirios. Detalles como que Lc 3: 1-2 date la predicación de
Juan el Bautista “en el décimo quinto año del emperador Tiberio”, vienen a
sugerirnos de forma muy clara que, al contrario de lo que hicieron Marcos y
Mateo, Lucas escribe para cristianos mucho más cosmopolitas. De alguna manera,
pues, si Marcos y Mateo le escriben a unos cristianos que todavía están
inscritos en el pequeño mundo judío de Galilea y cercanías, Lucas, claramente,
realiza su obra para cristianos captados por Pablo; cristianos, pues, en buena
medida gentiles, y de orígenes muy dispersos. Nada se sabe de quién pudo ser
ese Teófilo a quien Lucas dedica el evangelio, lo que ha hecho pensar a algunos
estudiosos que podría tratarse de un hombre genérico (como Juan Español)
destinado a designar, simplemente, a cualquier creyente (Teófilo, no se olvide,
significa “aquél que ama a Dios”).
A lo largo de todo el evangelio, y aunque obviamente no
puede obviar ni los hechos de la Pasión ni sus consecuencias, Lucas trata de
dibujar a un Jesús que puede vivir perfectamente en el orden romano. Su texto
es, en muchos puntos, una ampliación del argumento “dad al César lo que es del
César” y responde con ello, probablemente, a una defensa de los cristianos como
gente no peligrosa para el Imperio. En ese sentido, en mi opinión incluso cabe
pensar que el evangelio de Lucas sea una obra que, aunque escrita para
creyentes, también contenga mensajes para no creyentes.
La presencia más común de gentiles no judíos entre los
lectores en los que está pensando Lucas es bastante evidente en el hecho de lo
desdibujadas que quedan en su evangelio las polémicas con los hebreos. El
autor, además, tiene una clara preocupación por establecer una compatibilidad
entre cristianismo y judaísmo, igual que propugna la compatibilidad entre la
fidelidad espiritual (Dios) y terrenal (Imperio). Las tradiciones judías se
citan profusamente, indicando con ello que el autor las conocía bien, y los
personajes del relato aparecen yendo a la sinagoga y cumpliendo estrictamente
la ley mosaica. Lucas concibe a los cristianos como una nueva rama del judaísmo
que acepta a gentiles, no tanto como una religión nueva hecha y derecha, que ha
superado el judaísmo, que es lo que veremos en Juan.
Precisamente esta consideración del cristianismo como forma
de judaísmo hace que el principal esfuerzo teológico que hace este evangelio
sea explicar, consagrar y, sobre todo, defender la posición de los gentiles en
la grey cristiana. En los dos libros que escribió hay un especial protagonismo
para los momentos en los que los no judíos entran a jugar: los dos principales,
y también los más hermosos y poéticos, me parecen a mí Hechos 8 (la conversión
del eunuco etíope) y Hechos 10 (la conversión de Cornelio de Cesarea). La
conversión de Cornelio, de hecho, es, para mí, un texto fundacional, seminal,
del cristianismo en el que vivió Lucas, que es el cristianismo que quiso construir
Pablo. Porque Cornelio, centurión y, por lo tanto, miembro del poder romano, no
es un cualquiera; es lo que en aquel tiempo se denominaba un temeroso de Dios, es decir, un no judío
que, sin embargo, tenía algún tipo de interés por la religión judía. Lucas nos
cuenta que, antes de conocer a Pedro, Cornelio ya era buena gente, amaba a
Dios, daba limosnas, y tal. Dios hace que Cornelio y Pedro se conozcan; pero,
en realidad, cuando se lee el texto con cuidado, yo creo que se llega a la
conclusión de que la intención de Dios (es decir: la intención de Lucas, que lo
escribe) no es tanto convencer a Cornelio quien, de alguna manera, ya está
convencido. En realidad, la intención de Lucas es convencer a Pedro, cuyos compañeros judíos se quedan pijarriba
cuando el Espíritu Santo desciende sobre todos
los presentes en la casa de Cornelio, también los que no son judíos; y
entonces Pedro va y dice que no hay impedimento para bautizarlos. El mensaje es
claro: si amas a Dios, nadie puede cerrarte la puerta de su Casa. El mismo tema
está esbozado, más torpemente, en la escena del etíope, en la cual el eunuco,
tras haber sido evangelizado por Felipe, ve un pozo y pregunta: “Si ahí hay
agua, ¿qué impide que yo sea bautizado?” Entonces Felipe le dice que lo único
que hay que hacer para ser bautizado es creer en Dios y amarlo (una forma
elegante de informar de que no hay que biselarse el pene).
Es, asimismo, a la hora de generar esta nueva moral
colectiva del grupo cristiano no necesariamente judío cuando se genera otra
idea muy importante del cristianismo, que es el famoso “los últimos serán los
primeros”. Jesús (o sea, Lucas) lo expresa muy bien en Lc 14: 7-11, es decir,
en la parábola de la boda, que no es sino una metáfora del ingreso en la
Iglesia, con una seria advertencia a aquéllos que se consideran con méritos
para ser invitados especiales (por eso los Francisquitos siempre dicen eso de
que son el último pobre de la Tierra y tal; aunque en su caso sólo es una puta
mentira).
Otro elemento interesante del evangelio de Lucas es que, siendo
como es una obra para cristianos urbanitas, muchos de ellos residentes en los
principales focos del Imperio, es el texto que con más claridad aborda el gran
problema que genera esa extensión. Pues en el momento en que el cristianismo
deja de ser una creencia básicamente rural, surgida además en una esquina del
mundo, que se podrá considerar elegida de Elohim pero, la verdad, es una mierda
de esquina; en el momento en que pasa eso, digo, los cristianos pasan a estar
en contacto con el bienestar, con las delicias del bon vivant, etc.
Tengo yo por mí, pero es teoría totalmente propia, que
aciertan quienes sitúan a Lucas ya entrado el siglo I. Mi idea es ésta: Marcos
y Mateo escriben, o bien directamente en zonas periféricas (Tiro) o en pequeñas
comunidades de grandes ciudades (Antioquía); y, por ello, están bastante
despreocupados de la relación del creyente con el siglo. Luego pasan las
décadas y el cristianismo, sobre todo de mano de Pablo, acaba interesando a
diversas poblaciones, y a personas con otros perfiles: publicanos, recaudadores
de impuestos, médicos... Eso genera, en los inicios del siglo II, una cierta
relajación . Los evangelios, sobre todo Mateo, establecen entornos estrechos,
exigentes; pero esa exigencia se va relajando. Visto lo ocurrido en los siglos
por venir, asimismo, tampoco podemos descartar que los primeros líderes de las
comunidades cristianas, al conseguir captar para su grey a gente con el riñón
cubierto, fuesen tan proclives a la pasta
como lo son sus sucesores actuales los Francisquitos.
El evangelio de Lucas se escribe, en ese momento, para variar el gobernalle.
Para volver a conducir a la cristiandad por el camino adecuado: el del
sacrificio, la solidaridad interior, y la generosidad. Lucas es, básicamente,
un libro de instrucciones para ser un buen cristiano en el Imperio Romano; pero
es, sobre todo, un libro destinado a recordar que cristianismo y riqueza son
incompatibles. Éste es el radical mensaje de Lucas. Comparad Mateo 5: 1-11 y Lc
6:20 y ss, y veréis cómo el mensaje básico de las bienaventuranzas, que siempre
estuvo allí para destacar que el cristianismo había nacido para los pobres, los
desvalidos y los hambrientos, se convierte en Lucas en una acerada diatriba de
los ricos. Éste es el cambio operado entre Mateo y Lucas: el cristianismo ha
entrado en contacto con la gente de pasta. Un contacto, y una actitud de
rechazo formal y aceptación pragmática, que no le ha abandonado a día de hoy.
Porque Francisquitos tontos ha habido algunos; pero gilipollas, ni uno.
En resumen, pues, el evangelio de Lucas miente en su
introducción. Dice que es un relato de lo acontecido a Jesús y a la primera
generación de sus seguidores: aquéllos que lo siguieron desde el principio.
Pero, en realidad, lo que cuenta es otra cosa. Lo que cuenta es cómo deberá
entender la historia de Jesús un cristiano plenamente integrado en el mundo,
que se haya bajado de la montaña eremítica para comenzar a vivir entre los
hombres, bañándose en las aguas del siglo, exponiéndose a los peligros,
tentaciones y ventajas del día a día. Igual que Marcos, Mateo y Juan, Lucas no
nos cuenta la vida de Jesús; nos cuenta aquellas cosas de esa vida que ha de
saber un buen cristiano, y cómo ha de interpretarlas adecuadamente.
A pesar de ser una obra más adaptada a los tiempos futuros
que Mateo, y no digamos ya que Marcos, Lucas tuvo menos fama que el primero de
los libros citados. El evangelio de Lucas tardó en tener una difusión amplia,
quizás por la cierta distancia que toma respecto de los ámbitos judíos. Sin
embargo, es un texto enormemente importante desde un punto de vista litúrgico,
pues muchas de las grandes celebraciones cristianas se basan en él. La liturgia
navideña, el Pentecontés o la Ascensión, son fiestas que parten de ahí.
Ese párrafo final es importantísimo. Lucas nos dice cosas que en los demás evangelios no aparecen. En lo personal, prefiero a este escritor
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