El rey de crianza borgoñona
Borgoña, esa Historia que a menudo no se estudia
Un proyecto acabado
El rey de España
Un imperio por 850.000 florines
La coalición que paró el Espíritu Santo
El rey francés como problema
El éxtasis boloñés
El avispero milanés
El largo camino hacia Crépy-en-Lannois
La movida trentina
El avispero alemán
Las condiciones del obispo Stadion
En busca de un acuerdo
La oportunidad ratisbonense
Si esto no se apaña, caña, caña, caña
Mühlberg
Horas bajas
El turco
Turcos y franceses, franceses y turcos
Los franceses, como siempre, macroneando
Las vicisitudes de una alianza contra natura
La sucesión imperial
El divorcio del rey inglés
El rey quiere un heredero, el Papa es gilipollas y el emperador, a lo suyo
De cómo los ingleses demostraron, por primera vez, que con un grano de arena levantan una pirámide
El largo camino hacia el altar
Papá, yo no me quiero casar
Yuste
Una de las enormes fallas de la enseñanza de la Historia de España, y conste que no estoy hablando de la Logse sino de tiempos también pretéritos, es que casi nunca se ha preocupado por explicar, siquiera brevemente, la Historia de Borgoña. Tengo por mí que la mayoría de los estudiantes, y no pocos profesores, van por por la vida creyendo que el mapa de Francia era más o menos el mismo hace seis siglos que ahora mismo; y que Francia nunca fue, como Alemania o Italia, una identidad que no respondía a las mismas fronteras. No conocer la Historia de Borgoña, sin embargo, es, digámoslo claramente, no entender a Carlos I de España, V de Alemania y heredero del ducado de Borgoña. Cualquier tentativa de meterse en la cabeza del rey-emperador pasa por entender qué es lo que se sentía él mismo por sobre todas las cosas, y qué esfuerzos de incremento o mantenimiento de dominios lo movieron. Vayamos, pues, a dejar aquí algunas notas sobre esta Historia ducal.
El siglo XI fue testigo de una Borgoña que era,
probablemente, la esquina de Europa cultural, moral, e intelectualmente más
activa del mundo europeo. Políticamente, sin embargo, conforme los reyes
francos fueron consiguiendo amasar diversos territorios en una sola emulsión
que llamamos Francia, comenzó a tener muchas dificultades para sostenerse a su
lado; pues Francia, desde el primer segundo de su existencia, ha tenido en la
expansión y la invasión su principal modo de reflexionar. Francia, además, tuvo
dos reyes muy buenos en Felipe Augusto y ese Luis al que siempre citan
uniéndole su condición de santo.
El último duque de Borgoña de la línea de Roberto, el último
duque Capeto pues, fue Felipe de Rouvre, normalmente conocido como Felipe I de
Borgoña. Heredó la finca Cantora holandesa de su madre Juana de Boulogne, lo
que hizo que Borgoña tocase por primera vez las costas del Canal de la Mancha.
Además, Felipe se comprometió con Margarita de Flandes, heredera de Luis de
Male, conde de Flandes y de Artois. A la muerte de Felipe, el ducado de Borgoña
regresó a la corona de Francia, pues no se olvide que el origen de la dinastía
reinante, tres siglos antes, era una cesión a un hijo no primogénito del rey.
En 1363, se produce una operación parecida cuando el rey Juan el Bueno le cede
el ducado a su hijo Felipe, conocido como El Atrevido, dado que, con sólo
catorce años, se había distinguido en la batalla de Poitiers. Debía de ser una
mala bestia, el chavalote. Como Luis de Male pusiera peros a esa operación, el
rey francés resolvió casar a su hijo con la misma Margarita de Flandes con la
que estuvo prometido Felipe de Rouvre.
De esta manera, Felipe el Atrevido se convirtió en el primer
eslabón de una cadena de cuatro duques Valois. Murió en 1404 y fue sucedido por
Juan sin Miedo, que murió en 1419. A Juan sin Miedo lo sucedió, hasta 1466,
Felipe el Bueno; y a Felipe el Bueno lo sucedió Carlos el Temerario. Estos
reinos, que vinieron a coincidir con la hemorragia francesa de la Guerra de los
Cien Años, fueron años de gran desarrollo para Borgoña. Fueron los años de Borgoña.
En aquellos años, Borgoña, lejos de ser ese vasallo de
Francia que le limpiaba las botas, pasó a ser, probablemente, el gobierno
organizado más rico de Europa, quizá detrás de Venecia. Felipe el Bueno fundó
la Orden del Toisón de Oro, una prueba más del esplendor de su Corte, por donde
pisaron Klaus Sluter, Van Eyck, Van del Weiden, Memling… Sin embargo, por muy
rica que fuese Borgoña, no había dejado de ser un territorio vasallo. A Francia
le debía vasallaje por Borgoña, Flandes y Artois; y al Imperio se lo debía por
el resto. Los duques borgoñones hubieran querido ser admitidos como reyes;
quizás el Imperio les hubiera otorgado tal estatus; pero intentarlo hubiera
supuesto despertar al tigre francés, siempre tan quisquilloso cuando se trata
de que los demás medren, siempre tan garrapata. Ciertamente, los franceses
respetaban a los borgoñones y, de hecho, conocían a su gobernante como Le Grand Duc de l’Ouest, que es un
reconocimiento que, viniendo de un francés, demuestra que te tiene miedo.
El principal problema para Borgoña como proyecto político
era la desconexión física de su territorio: tanto el ducado como el condado
palatino estaban separados de las posesiones septentrionales (partes de los
actuales Países Bajos y Bélgica, y Artois). En medio estaba la Champaña y los
ducados de Bar y de Lorena.
El rey Juan de Francia, quien como hemos visto le había
cedido la Borgoña a su hijo el Echao P’alante, le arrancó al emperador Carlos
IV la promesa de que recibiría el Franco Condado que, de esa manera, volvería a
casa, como El Almendro, unos 500 años después. Cuando, además, negoció el
casamiento ya consignado de Margarita de Flandes con Felipe, el propio rey negoció
con Juana de Nápoles, heredera de la Provenza, buscando darle a Borgoña una
salida al mar.
Felipe el Atrevido, por otra parte, compró en 1390 el
Charolais, incrementando todavía más sus posesiones. Mientras vivió Felipe, la
conexión con París no parece que sufriera grandes problemas, pues el Atrevido
se sentía un Valois de la cabeza a los pies. Pero, sin embargo, Juan sin Miedo
ya era otra movida.
Juan sin Miedo, a base de reinar en Flandes, era ya tan
flamenco como francés. De hecho, los turcos, que lo apresaron en la batalla de
Nicópolis, en 1396, siempre pensaron que era hijo del rey de Flandes (un rey
inexistente), fundamentalmente porque dieron por ciertas las cosas que el
propio chaval les contó.
Cuando Juan heredó el ducado de Borgoña, el inquilino del
trono de Francia era Carlos VI, un rey que coqueteaba con la esquizofrenia.
Luis, duque de Orléans y hermano del rey francés, fue quien se hizo con las
riendas del reino, aprovechando que su bro estaba tolili perdido. Pero Luis no
era un buen gobernante. Se gastó el dinero que no tenía (a ver, es que en el
siglo XV eso era señal de mal gobernante, ¿vale?) y provocó la ira de los
ingleses. Además, con sus impuestos tan elevados provocó el enfrentamiento con
las clases modestas francesas, algo que Juan sin Miedo aprovechó rápidamente.
En 1407, Juan sin Miedo pagó a los sicarios que mataron a
Luis de Orléans; doce años después, sería el propio Juan quien muriese
asesinado.
El sucesor de Juan sin Miedo, Felipe el Bueno, estaba
marcado por la violenta muerte de su paspas, que acertadamente atribuía a los
franceses, por lo que fue un decidido proinglés. Hay que decir, en todo caso,
que, desde el estallido de la Guerra de los Cien años, Flandes, esto es Borgoña,
había decidido, sabiamente, que la alianza con Inglaterra era fundamental para
su modelo económico, basado en gran parte en el trabajo de la lana, que llegaba
en bruto desde la isla.
En 1420 se firma el Tratado de Troyes, que obligaba al rey
francés, Carlos VI, a reconocer a Enrique de Inglaterra como su heredero. Pero
lo importante para la Historia borgoñona, que es la que aquí nos interesa, es
que para Felipe supuso la confirmación de los territorios disputados con
Francia que tenía en su poder; de hecho, el tratado fue en este punto tan
humillante para el tolili rey francés que incluso le confirmó a la casa de
Borgoña las recientes adquisiciones de Montdidier y Roye; lo cual situaba el
portazgo de las tierras borgoñonas apenas a 75 kilómetros de París.
Ésos fueron los momentos, ya apuntados en el momento de
contar la Guerra de las Rosas, en las que las apuestas en Bet 365 en el sentido
de que Inglaterra y Borgoña acabarían repartiéndose Francia apenas se pagaban.
Sin embargo, la muerte de Enrique V dejó Inglaterra sin un líder claro y,
además, surge, y hay que entender la intensa importancia histórica de ello, la
figura inesperada de Juana de Arco en Francia. Marxistamente hablando,
deberemos creer que, si no hubiera existido Juana de Arco, habría existido un
Robustiano del Pico y la Pala; quiero decir, que lo que estaba de Dios era que
los franceses se levantasen en pos de su independencia. Yo, como no creo en
estas cosas de las morrenas históricas que se mueven sí o sí, creo que a la
buena Juana hay que colocarla en el sitio que se merece, y que no ha de
extrañar que sea el personaje francés al que en su país se le han levantado más
estatuas (hasta que llegue algún movimiento revisionista políticamente correcto
y las derribe, claro).
Felipe el Bueno, bastante preocupado porque los fuertes
movimientos sociales que se estaban produciendo en Francia le acabasen
salpicando, llegó en 1435 a la paz con Carlos VII. Este acuerdo supuso que el
borgoñón se olvidase de sus aficiones expansionistas y, de hecho, abandonase
toda ambición en este sentido para centrarse en lo que ya tenía. Nosotros lo
conocemos como El Bueno, pero sus contemporáneos le llamaban l’Asseuré, que vendría a ser algo así
como “el de la sangre fría”. Por otra parte, su apelativo de El Bueno se
refiere, sobre todo, a la característica de quien juega limpio. Todo esto nos
atestigua con claridad que este duque borgoñón supo tascar el freno de la
política probablemente heredada de su padre, y supo convertir su política en un
hecho confiable y predecible en un tiempo en el que (como en todos) lo que
primaba era la doblez, la mentira y la traición.
La gran desesperación de Felipe el Bueno era su
imposibilidad de tener un heredero. Tuvo que esperar a su tercera mujer, Isabel
de Portugal, para engendrar uno. Sin embargo, durante toda su vida el duque
tuvo una intensa vida amorosa con mujeres de aquí y de allá y tuvo un buen
número de bastardos, entre los cuales destaca el conocido como Gran Bastardo de
Borgoña, Olivier de la Marche. Por otra parte, si las anexiones de nuevos
territorios franceses estaba descartada, ello no impidió que se hicieran varias
de tierras imperiales: Luxemburgo, Hainaut, Holanda o Brabante.
Carlos, hijo y heredero de Felipe el Bueno, estaba
fuertemente influido por su madre portuguesa, nieta de Juan de Gante. Quizás
como reacción a lo pichabrava que había sido su padre, Carlos era más bien
puritano pero, sobre todas las cosas, era muy ambicioso. La Historia lo conoce
como Carlos el Atrevido o Audaz, aunque normalmente, de forma más precisa, se
lo conoce como Carlos el Temerario.
Muerto su padre, el nuevo duque de Borgoña se apresuró a
apuntarse a la denominada Liga del Bien Público, creada contra el rey francés
Luis XI. Su principal objetivo era atraer a los ingleses a una acción
combinada, una pinza, contra el pérfido francés; para lo cual no vaciló de,
siendo como era un Lancaster, desposar una York. En 1472, de forma sin duda
apresurada, Carlos invadió Francia; a principios del año siguiente tuvo que
aceptar una tregua. En contra de París se alió con Aragón y con Nápoles, aunque
su verdadera ambición era llamar a su bando al emperador Federico III, para lo
cual quería casar a su hija, María, con el hijo del emperador Maximiliano; en
paralelo, negociaba con Renato de Provenza para heredar su reino y poder, al
fin, ceñir una corona en las sienes.
En enero de 1474, la escalada liderada por el duque de
Borgoña sube un nuevo peldaño cuando éste, en Dijon, entre perrito caliente y
perrito caliente con mostaza, declara que Borgoña es un viejo reino cuya
condición de tal fue usurpada por el pérfido francés. En julio de aquel año,
Carlos y su cuñado hermanastro Eduardo IV de Inglaterra concluyen un tratado en el
cual Carlos reconoce al inglés como rey de Francia a cambio de que Eduardo
libere a Borgoña de todos sus vínculos feudales, además de prometerle la
Champaña y Bar (esto es, la continuidad geográfica del condado), la Borgoña y el Franco Condado. En julio de 1475, Eduardo debía
invadir Francia, donde se reuniría con el propio Carlos.
En ese momento, todo lo que aconsejaba cualquier mentalidad
mínimamente estratégica era esperar. Borgoña había conseguido, finalmente, el
pacto militar que siempre había ambicionado con la única potencia del área que
podía hacerle sombra al siempre tan poderoso como pérfido francés. Ciertamente,
como ya sabemos Eduardo tenía en casa problemas para dar y tomar, pero en 1474
lo racional era esperar que en unos meses podría cumplir su promesa y aparecer
en la estación del Eurotúnel con todos sus hooligans.
Como dicen los sabios, para Carlos lo urgente era esperar.
Pero no lo hizo, claro. No le llamaban el Temerario por ser
frío y racional, precisamente.
No encuentro como Carlos el temerario puede ser hermanastro de Eduardo IV de Inglaterra. Si que encontré la conexión Lancaster que mencionaste, la abuela materna.
ResponderBorrarCuñados. Carlos se casó con la hermana de Eduardo, Margarita, y en las cenas familiares de Navidad no le aguantaba su famlia política con esos aires de borgoñón entre bobo y borde. Hoy en vez de el Temerario le conocerían por el Ayuso.
ResponderBorrarRazón llevas. La fuente de esta ficha era un texto en francés, y en francés me lío a veces con los parentescos.
BorrarEl Ayuso o el Sanchón, que también puede ser.
BorrarQue susceptibles estos cayetanos, pordiosssss.Pero te pongas como te pongas en bobería pueden ir a la par pero en educación y buenos modales el uno y la otra no tienen comparación. Palabra de perroflauta. (Mis disculpas Juan de Juan por esta slida de tono en tu blog)
BorrarTe lo paso porque pides perdón. Pero, como regla general, recuerda, recordad, siempre la regla básica de los comentarios de este blog: aquí sólo se insulta a personas muertas.
BorrarEste blog esta muy bien escrito. Me pregunto si has pensado en pasarlo a "SubStack" (https://substack.com/). Es una plataforma muy simple que te permitiría monetizar el contenido fácilmente.
ResponderBorrarGran trabajo!
Gracias por el consejo, Desconocido/a. Por el momento, sin embargo, no tengo intención de ganar dinero con esto. Mientras haya otra gente que extrañamente considere que merece la pena pagarme por cosas que hago, prefiero que esto siga siendo por amor al arte.
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