Qué: Veritas. A Harvard professor, a con man and the Gospel of Jesus' Wife.
Quién: Ariel Sabar.
Con quién: Doubleday.
Precio: 20,38 pavos en el Kindle.
Versión en la lengua de los cristianos: no, que yo sepa.
Calificación: 8,5 sobre 10.
Veritas es un libro inteligentemente escrito por un periodista, Ariel Sabar, que sin duda conoce su oficio. La suya es la historia de una investigación periodística que abarcó varios años y diversos puntos del mundo, hasta desentrañar una de las falsificaciones más famosas de nuestros últimos tiempos: la del presunto trozo de papiro copto que incluiría el testimonio de la existencia de una esposa de Jesús; esposa que, además, podría tener un rol bastante preeminente en la primera iglesia cristiana.
Éste tema ya lo toqué, tangencialmente, en un post, redactado en todo el fragor de la noticia, en el que, sucintamente, mostraba mi extrañeza porque fuese tan escandaloso para muchos el dato de que Jesús estuviese casado (lo de que lo estuvo con María Magdalena, además, la prostituta María Magdalena, ya es más difícil de encajar en lo que sabemos). De hecho, sostenía, y sostengo por la presente, que el hecho de que los Evangelios no nos dibujen a un Jesús casado y con hijos es una de las (muchas) pruebas que existen, cuando menos en mi opinión, de que la historicidad del fundador del cristianismo es una ful. Que si Jesús existió, tuvo que ser alguien tan distinto de lo que los Evangelios dicen de él que, en realidad, su existencia poca importancia tiene. Que, en consecuencia, el cristianismo está montado sobre un relato mítico ahistórico.
Perdí el interés por la movida de Karen King y su supuesto gran descubrimiento porque, como digo, para mí ofrecía pocos alicientes. Sin embargo, cuando este septiembre Sabar publicó el libro, me lo pillé y me puse a leerlo, por ver si la historia volvía a interesarme. Y vaya si lo hizo. En la historia de la estafa histórica del pregunto papirito de los cojones hay de todo: un estafador más raro que la puñeta, a ratos egiptólogo, a ratos impulsor de portales pornográficos en internet donde a su mujer se la pulen otros; una universidad ambiciosa; y unos scholars que ya, ya...
No os quiero destripar el libro porque, verdaderamente, hay que leerlo. Pero, sucintamente, la historia viene a ser ésta. Un tipo con conocimientos en Historia Antigua, pero al que la vida le ha llevado por otros derroteros, se encuentra en una situación financieramente comprometida. Conocedor de los entresijos de la investigación sobre Historia Antigua ligada a los principios de la cristiandad, y consciente de la corriente de interés por las vicisitudes del pene del Salvador desde la publicación de El código da Vinci, novela-meconio que, como sabéis, sostiene precisamente la teoría de que Jesús y la Magdala eran churris y que una tipa bigotona que sale en la peli es su tatara-tatara nieta; consciente de todo eso, digo, decide falsificar un presunto papiro egipcio del siglo IV donde vendría a figurar, con las lógicas faltas de texto, una especie de diálogo sobre la pertinencia de que una mujer pueda ser apóstol de Jesús; diálogo en el que aparecería el texto: "Jesús dijo (...) mi esposa (...)"
O sea: la prueba fehaciente de que la idea (sólo casualmente) de moda en el momento de la falsificación es cierta.
Como digo, de la lectura del libro saco la conclusión de que el falsificador era hombre bien informado sobre la marcha de la cristianología. Ciertamente, en las últimas décadas buena parte de la investigación sobre los orígenes del cristianismo se ha centrado en las elaboraciones gnósticas y en tratar de colocar los evangelios no canónicos, los desechados por la Iglesia, al mismo nivel de aquéllos a los que los Francisquitos han pegado la etiqueta quality control passed. Esto lleva a especular con cuál fue la verdadera vida, y el verdadero mensaje, de Jesús. Si os interesa la movida, os recomiendo un libro, citado por cierto en Veritas, de hace cosa de un cuarto de siglo, titulado The five gospels. El tema de los gnósticos es, para mí, de gran importancia, si bien no tanto como alternativa al cristianismo entendida como una creencia que sostendría teorías e ideas muy diferentes de éste, sino como una visión filosófica, y también mundana, que bien pudo llevar al mundo por derroteros muy diferentes de aquéllos que finalmente holló. Pero ésa es otra historia; esta historia no va de entender a fondo los movimientos gnósticos y las cosas que llevaban en zurrón; va del tema exclusivo de si alguna vez Jesús tuvo simiente y, si la tuvo, si regó o no regó con ella.
Así las cosas, el estafador practica lo que en el Ejército llamaban tiro preciso. No sólo realiza la falsificación, sino que se la vende a la persona adecuada: Karen King. ¿Por qué Karen? Pues porque Karen, como el agente Mulder, wants to believe. Importante profesora de la Escuela de la Divinidad de Harvard, Karen King es una especialista en el Evangelio de María, unos textos en griego y copto encontrados a finales del siglo XIX, y una teórica de la idea de que la mujer tuvo un papel en la primera Iglesia muy superior al que históricamente se le ha reconocido. El suyo, pues, es un punto de vista feminista para el cual, un pedazo de papel en el que Jesús diga "Yo tengo churri y, además, es mi apóstola", le viene de perlas.
Tratando de no hacerlos espóiler, os diré que, ciertamente, desde casi el primer segundo en el que Karen King expone su gran descubrimiento con ocasión de un seminario internacional en Roma, surgen las dudas sobre la autenticidad del papiro. Afortunadamente, éste es el mensaje optimista que deja esta libro, todavía quedan en este mundo estudiosos que no son tributarios de otra cosa que de la verdad de las cosas; y no pocos de ellos no tardaron en darse cuenta de que había varias cosas fishy en aquel papiro. Como digo, no destriparé las cosas más allá de lo necesario; pero baste decir que ni las pruebas físicas sobre el papel y la tinta; ni la revisión del lenguaje copto de las frases; ni elementos como la potente resemblanza de dichas frases con el llamado Evangelio de Tomás, tendían a confirmar la autenticidad de la historia. La forma en la que estas dudas son, de alguna manera, orilladas o ninguneadas a lo largo del relato resulta bastante acojonante; máxime pensando que la universidad que está detrás no es, precisamente, la Universidad Laboral de Cerro Podrido.
Y ésta es la razón por la creo que este libro deberían leerlo, como lectura obligatoria, todos los estudiantes de Historia, sus profesores, y los que algún día fueron estudiantes, hoy están licenciados y son, pues, sedicentes historiadores. Afirmación tras la que tengo que embarcarme en una digresión, ya lo siento.
Algunos de vosotros sabéis, otros supongo que no, que tengo cuenta en Twitter. No la uso mucho porque las polémicas tuiteras me dan una pereza que te cagas, pero, bueno, la abrí por petición popular para poder informar de la publicación de mis posts, y ahí sigo (@JotadJota).
Por pura selección natural, he ido siguiendo, cada vez más, a historiadores y divulgadores de la Historia. Hay gente realmente buena y por lo general mucho cachondeo mental, que es algo muy sano. Aguas abajo de estas actitudes sanas y generosas, la verdad es que seguir a tuitstorians me ha convencido de que la Historia, la Historia que a mí me gusta y que procuro absorber, ha muerto. Ha muerto porque la Historia, hoy, está en manos de personas que tienen un concepto de esa misma Historia como disciplina que, desde luego, no es el mío.
Karen King, lo cuenta muy bien Sabar en el libro, basa en el siguiente razonamiento su teoría de que las mujeres apóstolas y sacerdotisas llenaron el Bernabéu en los siglos I y II: puesto que hay autores en la patrística que destacaron en sus escritos que la mujer no debía ocupar esos puestos (el principal, Tertuliano, un nota de cojones), eso es porque tenía que haber otros escritos que dijesen lo contrario. Es una teoría curiosa, lo confieso. Si para Homero es lógico que las guerras generen esclavos, eso tiene que ser porque su época tendría que haber otro Homero (para no equivocarnos, llamémoslo Pedrolo), cuyos textos no nos han llegado, que propugnaría que esclavizar a los enemigos tras haberlos vencido era caca. Cuando a King se le contestaba que eso no se podía afirmar hasta que no se descubriesen esos presuntos escritos, contemporáneos o anteriores a Tertuliano, sosteniendo esas ideas, ella hablaba de fact fundamentalists, talibanes de los datos.
Ésta es la filosofía. El historiador ya no vive de los datos; ya no es esclavo de los datos. Ahora, construye en su cabeza un relato coherente y lo busca en la Historia. Si no está, lo imagina, lo especula; desarrolla la figura de Pedrolo porque decide que Pedrolo tuvo que existir. Porque la riqueza historiográfica ya no reside en descubrir nuevos datos, o elaborar nuevos puntos de vista sobre los ya existentes, que enriquezcan o, incluso, revolucionen lo que se ha creído hasta el momento. La riqueza historiográfica reside en la capacidad de generar relatos y buscarles la lógica; lógica que no necesariamente ha de estar en los datos, en lo que sabemos; porque lo que sabemos, en Historia, es siempre una porción, en ocasiones muy pequeña, de lo que podríamos saber o llegaremos a saber.
Esto, en la práctica, quiere decir que la historiografía se impregna de presentismo: el pasado no se juzga con la mente del pasado, sino con la del presente. Ahí están los interminables debates tuiteros sobre la antigüedad del concepto de nación española, que es un debate que movería a la más absoluta extrañeza a aquéllos sobre cuyas opiniones se discute: los castellanos, aragoneses y navarros de hace ene siglos, para los cuales el concepto de nación era otra cosa (para ser más exactos: el concepto de nación es la evolución en el tiempo de esa otra cosa). Karen King es una historiadora feminista, y por eso tiene que encontrar mujeres sudando sororidad allí donde investigue. Veritas, además de la interesante, a ratos trepidante, movida que nos cuenta su autor, es un poco la crónica de esto. La crónica de cómo la historiografía se ha ido relajando la faja hasta que sus lorzas lo han desbordado todo.
Una cosa que me llama mucho la atención de los debates tuiteros es la saña, a ratos yo diría que desesperada, con la que los modernos historiadores y estudiantes de la cosa defienden el concepto de que la Historia es una ciencia. Confieso que es algo en lo que nunca he creído: si coges a 50 historiadores y les preguntas cuál es el segundo peor rey de la Historia de Castilla, Aragón y España, con facilidad recaudarás entre 15 y 20 respuestas diferentes; no sólo eso, es que además te darás cuenta que hay gente que te dirá que Felipe II fue el peor rey español de la Historia, mientras que otros ¡te dirán que es el mejor!. Sin embargo, si juntas a 50 químicos y les preguntas cuál es el segundo elemento más pesado, sólo obtendrás una respuesta, a menos que a alguno de los 50 químicos le hayan dado el título en la Facultad Celaá de Ciencias Químicas (que es una facultad, como sabéis, en la que para ser químico no hace falta saberse la tabla periódica).
Ésa es la diferencia que existe entre la hermosa especulación intelectual, que no otra cosa es la Historia; y la ciencia.
Este tema me ha interesado bastante y me he dedicado a observar; y, tras mucha observación, he llegado a la conclusión de que la defensa cerrada del cientifismo histórico por parte de nuestras jóvenes mesnadas historiográficas tiene que ver con aquello de lo que va este post. Tiene que ver con el hecho de que, hoy en día, las interpretaciones históricas están tan cogidas por los pelos, a los scholars se les nota tanto que lo que cuentan está intervenido por sus filias y sus fobias, que la gente necesita pensar que no, que están inmersos en un sistema de conocimiento reglado, jerarquizado, que les garantiza que no caen en sesgos ni en mierdas. Por eso deberían leer Véritas, porque en este libro van a descubrir que no hay ciencia. Que no hay jerarquía, no hay sistema, no hay disciplina. Ellos mismos verán, en las páginas de Sabar, cómo una puta mierda de falsificación, cutre y desde luego nada sofisticada, supera dobles ciegos, controles científicos, juicios de expertos y todo lo que se le pone por delante; porque la investigadora quiere creer, su universidad quiere que crea y a los últimos invitados a la fiesta carroñera: la Prensa, la historia le mola un huevo.
Un historiador sólo tiene una cosa: su honestidad intelectual. La persona que es intelectualmente honesta es, primero que todo, consciente de que mañana, o pasado mañana, puede dar la vuelta en una página de un libro y descubrir que estaba equivocado. A mí me ha pasado cienes de veces y, creedme, ruego a Mitra que me siga pasando. La persona que es intelectualmente honesta es, además, consciente de que la Verdad histórica, así, con V mayúscula, no existe. La verdad histórica se construye de la suma de pequeñas interpretaciones y es, además, un ser cambiante; porque pocas cosas hay que cambien más con el paso del tiempo que la interpretación del pasado. En ese entorno no, no hay ciencia; hay honestidad, o no la hay, a la hora de recopilar información y de interpretarla.
Puede que alguno de vosotros, al leer estos párrafos, me esté contestando dentro de su cabeza: "A ver, esto es trampa, Jota; el escándalo que recibe el libro se refiere a la Historia de los orígenes del cristianismo, y tú sabes perfectamente que la mayor parte de los estudiosos de ese período son monjes soldados; porque son, a la vez, historiadores y predicadores". Y es completamente cierto. Si hay un ámbito histórico en el que es fácil encontrar intelectuales de parte, ése es la Historia de las Religiones (lo cual es, en mi opinión, una de las razones de que dicha disciplina tenga tan poco interés en las últimas décadas, y que su momento más fecundo sea el de la historiografía liberal del siglo XIX). Sin embargo, debo destacar que es precisamente ahí donde está el problema. Porque si lo que tenía que haber pasado es que la historiografía profesional hubiese impregnado la historiografía religiosa, lo que ha ocurrido es justo lo contrario. ¿Acaso no hay hoy historiadores de Cataluña medio historiadores medio propagandistas catalanistas; o historiadores de la guerra civil fieles a una verdad pre concertada?
La civilización actual, lejos de superar el pensamiento religioso, lo ha adaptado a su propia posmodernidad. En el mundo actual, vuelve a existir el pecado capital (por ejemplo, el hombre que es un violador por el mero hecho de nacer hombre); el proselitismo (la negación al discrepante, la aspiración a que sus opiniones sean censuradas); y, esto es lo importante para el tema que nos ocupa, la Historia al servicio de ideas preconcebidas. La Historia ha dejado de ser una pregunta; ha pasado a ser una respuesta.
La lectura de Veritas me ha llevado a plantearme cuántas cosas que leo o me cuentan, y que doy por ciertas porque abarcan campos del conocimiento donde apenas he puesto el pie, en realidad tienen timbre de certitud. A mí, personalmente, me da igual; al fin y al cabo, en este campo de la Historia no me debo sino a mí mismo. Pero quienes sostienen esta "ciencia" deberían tomarse algo más en serio reflexiones como ésta.
La propia dinámica descrita en el libro de Sabar, cómo un simple, y perdón por lo de simple, escritor de best sellers, que lo mismo te escribe un libro sobre la descendiente de Jesús que te escribe otro sobre una instalación secreta de la CIA en la que se trata de desarrollar una tortilla de patata con cebolla que aun estando caliente esté buena, puede remover las aguas de la historiografía; la propia dinámica, digo, es ya un mensaje de jodida naturaleza. En la superficie del problema, la Historia se convierte en un espectáculo más. Pero en lo profundo, y realmente dañino, en lo que se convierte es en un instrumento para condicionar el presente. Esto empezó hace ya muchos años, con la historiografía marxista, que no es otra cosa que la búsqueda permanente de la dialéctica de la lucha de clases en cada momento de nuestro pasado, para así poder demostrar la vigencia de dicha dialéctica en el presente. Los historiadores, y no digamos ya los licenciados en Historia, han dejado de considerar que sirven a la Historia; pretenden que la Historia les sirva a ellos. Lo importante no es decir que existen pruebas del Evangelio de la Esposa de Jesús; lo importante es poder decir que dicho Evangelio pudo existir porque resulta que en un papiro dice: "Jesús dijo (...) mi esposa (...)" Da igual que la construcción de la frase pueda ser: "Jesús dijo: todo aquél que diga: mi esposa no me ama, ofende a Mi Padre". Y, por supuesto, da igual que, en realidad, el papiro no diga eso, porque el papiro no sea. Aquí lo que importa es que el historiador tiene una teoría. No seamos talibanes con los datos.
Una de las últimas discusiones algo largas que he tenido en Twitter fue con un historiador que publicó un hilo de tuits estableciendo algo así como los principios básicos que deben regir la labor de todo historiador. En uno de ellos escribió algo así como: "la mejor historiografía sobre unos hechos es siempre la última que se ha realizado". Yo le contesté que eso no era verdad. Y lo pienso. Pienso que Ernest Renan, pese a haber vivido sin conocer los rollos del Mar Muerto ni los tomitos de Nag Hammadi (cosa que bien que le jodería si lo supiera), es mucho más importante para la Historia del Cristianismo que toneladas de scholars del último medio siglo. Pienso que nadie ha superado a Ramón Carande en su campo, como lo pienso también de algunas obras de Vivens-Vives, o de Sánchez Albornoz. Creo que en las raíces de aquella discusión está buena parte del problema actual de la Historia y los historiadores, que ven superación de puntos de vista anteriores a los suyos donde lo que hay, en realidad, es, como decía, un cambio estratégico; esos puntos de vista que ellos denuestan son el producto de una Historia mucho más honesta que la actual, una Historia que encajaba consigo misma, diferente de la Historia actual, cuya función es encajar con el presente. A partir de aquí, quién se extrañará de las actuales corrientes iconoclastas, dedicadas a la destrucción de toda estatua o signo visible del pasado o los pasados que no queremos reconocer. El siguiente paso será encargar a licenciados en Historia que escriban libros adaptados a esa iconoclastia; en frase que siempre me ha encantado de Tiburcio Samsa, es muy probable que, en ese mismo momento, se esté escribiendo ya el libro definitivo que demostrará que la guerra civil española la ganó la República.
En fin; es lo que hay.
Me ha gustado mucho tu entrada, aunque querría dar una opinión sobre tu afirmación de que la historia no es una ciencia. Concuerdo, pero por otra razón: la ciencia se basa en el método científico y la historia no es fundamentalmente una aplicación de este.
ResponderBorrarGran parte de la entrada la dedicas a ilustrar cómo los sesgos han confundido a los historiadores, pero es que eso también ocurre entre científicos. Sin ir más lejos, recordemos cómo en biología hubo un caso tan escandaloso como el del hombre de Piltdown, del que ya se cuchicheó durante décadas que era un fraude absolutamente chapucero, hasta que por fin un odontólogo elaboró un informe en el que demostraba a las claras que era imposible que las diversas piezas mandibulares, creo recordar, no podían coincidir ni a la de tres. Le llegaron a replicar que él no era paleontólogo, categoría que jamás ese buen señor quiso reivindicar. El resto de la historia ya la conocemos: con todo el bochorno del mundo tuvieron que reconocer que les habían colado un bulo que ríete de las fake news de hoy en día.
Y una de las razones por la que se piensa que costó tanto admitir la verdad en este caso fueron los patrioterismos: el supuesto eslabón perdido había aparecido en Inglaterra, ¿y quién iba a quitarles a los pobres ingleses el honor de saberse compatriotas del primer protohumano? Y podría citarte otros casos, empezando por la química porque para algo soy licenciado: algunos quisieron ver en que la entropía tiende a la uniformidad la demostración científica de las bondades del comunismo, o al menos eso fue lo que nos advirtió un profesor de la carrera, con la nota de que no nos metiéramos en camisas de once varas.
Sí te puedo admitir que en historia sean más frecuentes estos esperpentos, pero por otra razón que sí mencionas: la endogamia. Si en una disciplina todos los expertos tienen un mismo perfil ideológico, no me extraña que luego cueste distinguir entre interpretaciones bien fundamentadas y sesgos. Máxime cuando en dicha disciplina, como también dices, no hay contactos con otras especialidades. La característica más propia de las pseudociencias es esa: nunca reciben luz de otras disciplinas y por eso se estancan en supercherías, a pesar de los supuestos intentos que se ven a veces de mezclar con cosas serias como las mecánica cuántica (¡PFFFFFFF…!) u otras mamadas como las flores de Bach.
Nunca debe faltarnos, como indicas, honestidad.
No podría decirlo mejor
BorrarSuscribo punto por punto. Para enmarcar.
ResponderBorrarY tu comentario sobre twitter y los historiadores e "historiadores" que se pasean por ahí resulta muy acertado. Una pena, pero también un reflejo de lo que comentas y de nuestra sociedad actual.