miércoles, septiembre 04, 2019

Partos (1: los súbditos de Seleuco)


Todo el mundo que está algo versado en la Historia de Roma sabe que cuando la vieja tocahuevos interrumpió el paso de Julio hacia el Senado y le advirtió sobre los peligros derivados de los ictus de cuarzo, advertencia que Julio, que ya estaba algo teniente, entendió se refería a los idus de marzo, el valiente general y dictador avant la lettre estaba a punto de dejar Roma. Se iba en una expedición militar muy ambiciosa. El día que Marco Bruto y los de Palacagüina se cargaron al general al que habían dado una categoría con nombre de ensalada, varias legiones habían cruzado ya el Adriático y le esperaban en Asia Menor, convencidas de su victoria. Las crónicas nos dicen que el objetivo de César era someter, de una vez por todas, a los partos.

Varias veces le he preguntado a gente de mi entorno cómo imaginan a esos enemigos del romano. He podido comprobar que la visión general tiende a ver a los partos como probablemente eran entonces los miembros y miembras de otro pueblo que empezaba por p, los pictos. Esto es: tipos en taparrabo, infraevolucionados, brutales, montaraces y sucios. Los partos, sin embargo, estaban lejos de ser así. Eran, en buena parte, los herederos de las civilizaciones mesopotámicas que, no lo olvidamos, ya tenían cagaderos con chorrito cuando los romanos todavía se limpiaban el ojete con hojas de morera. La tradición nos dice que cuando el rey parto Orodes recibió la cabeza de su enemigo romano, Marco Licinio Craso, estaba en el teatro, asistiendo a la representación de una tragedia griega. Por mucho que la anécdota sea más que probablemente espuria, denota que a nadie extrañaba en el mundo antiguo que los partos estuviesen al cabo de la calle de los éxitos del Broadway ateniense. Por eso, porque los partos eran bastante más de lo que habitualmente pensamos, vamos a dedicarles algunos puntitos. Espero que os gusten.



Al este del Mar Caspio, desde las montañas de Moughobar hasta el Océano Índico, hay un trecho muy largo de desierto que, sin embargo, se ve interrumpido por una región que no es de grandes dimensiones. Es una zona que no tiene falta de agua y donde, montañosa como es, se pueden encontrar muchos valles fértiles, alimentados por sus ríos, en ocasiones muy caudalosos.

Ésta fue, tradicionalmente, la región de los partos, que son esos tipos a los que César pretendía encender el pelo cuando se lo encendieron a él. Los partos llegaron a este terreno en los tiempos en los que Alejandro el Macedonio atravesó estas tierras orientales haciéndolas suyas. Fueron las conquistas alejandrinas, de hecho, las que hicieron que los griegos tuviesen noticia de los partos. En tiempos arsácidas, una de las provincias del Imperio se denominó Parthyene, o Partia Proper, si bien esta división administrativa no coincide exactamente con la tierra original de los partos. Una porción de su región formó el distrito llamado Hircania, hacia el norte y el oeste. Probablemente, la Partia Proper debía de coincidir con la provincia persa de Khorasan.

Los partos le son completamente desconocidos a los redactores de los textos del Antiguo Testamento, lo cual siempre ha hecho pensar a los estudiosos que son un pueblo que permaneció buena parte de la Antigüedad ajeno al escrutinio de otros de los pueblos que vivieron en esto que hoy llamamos Oriente Medio y Egipto. El Zendavesta, por otra parte, tampoco los cita, como ocurre con las tablillas asirias que se nos han conservado. En realidad, no es hasta el tiempo Darío Histaspes que tenemos noticia de ellos como un pueblo específico. Los funcionarios de Darío, en efecto, incluyeron una provincia llamada Parthva o Parthwa entre las del imperio persa. Parece que entonces ya eran un pueblo bastante rebelde, pues hay indicios de que, junto con sus vecinos los hircanos, apoyaron de alguna manera la rebelión del conocido como seudo Smerdis, quien en el 521 antes de Cristo se rebeló, pretendiendo ser el heredero de los viejos reyes medos. Darío Histaspes senior, el padre del anterior Darío, quien entonces era gobernador de la provincia partia, libró allí dos batallas en las que venció a los rebeldes, si bien, aparentemente, no sin grandes pérdidas. Al fin y a la postre, consiguió que los partos se sometiesen a la autoridad de su hijo.

Heródoto nos confirma a los partos como súbditos de Darío, y los incluye en la décimo sexta satrapía persa, donde los une a los sogdianos y los corasmianos o jorasmianos. Nos dice el historiador griego que hubo partos en la partida de persas que se fueron contra los griegos al mando de Jerjes en el 480. También nos dice que, en momentos de paz, eran sobre todo plantadores de sésamo, por lo que los podríamos llamar los persas hamburguesa.

En cuanto a la procedencia racial de los partos, los escritores clásicos los consideran escitas de origen, sólo que, en algún momento perdido de la Historia, se escindieron de dicho pueblo mayor para establecerse al sur del desierto de Corasmia, desde donde se extendieron hacia las montañas hasta convertirse en un pueblo básicamente montaraz. En realidad, son testimonios que tienen muy poco valor. Nos sirven, eso sí, para tener claro que, en los tiempos antiguos, la consideración de los partos como escitas exiliados o escindidos era generalizada. Algo debe de haber en ello pues su legua era en parte de origen escita, en parte de origen medo.

Los partos, desde luego, compartían con sus probables antepasados escitas el gusto por el nomadismo y la vida, como decían los griegos, a lomos de su caballo. Eran, en efecto, excelentes jinetes y, por lo tanto, eran famosos porque todo: conversar, hacer negocios, incluso comer, lo hacían subidos a sus monturas; incluso en los mejores momentos de la Historia de Partia, una parte no desdeñable de su población permaneció en el nomadismo. Como muchos pueblos turcomanos, practicaban la poligamia y el tabú de la mujer, puesto que solían mantener a sus esposas en tiendas, lejos de las miradas de los demás. Los historiadores antiguos los tienen por grandes bebedores y, consecuentemente, muy proclives a las pendencias. A pesar de ser aficionados a las peleas y las escisiones, los partos lograron desarrollar algo que es lo que, en mi opinión, hizo posible su lugar en la Historia: organizarse adecuadamente desde un punto de vista, digamos, estatal. El gran problema de los pueblos del tipo de los partos, problema desde luego muy común en el área en la que se establecieron, era la dificultad que colectivos tan tribales, nómadas y proclives a los enfrentamientos entre ellos, tenían a la hora de aceptar organizaciones de gobierno centralizadas a las que debían obedecer. Sin embargo, como veremos, Partia se las arregló para ser una entidad nacional y política, en ocasiones incluso un imperio, razonablemente bien organizado y capaz de trabajar bajo mandos centralizados.

Resulta dudoso, aunque hay historiadores clásicos que lo afirman, que los partos llegasen algún día a estar, propiamente hablando, bajo el poder de los asirios y de los medos. Sin embargo,con el persa Ciro ya la historia fue distinta. Ciro, cuando menos bajo el relato de Heródoto, fue capaz de subyugar a toda el Asia occidental, procediendo como Simeone, partido a partido. Probablemente, tras invadir y controlar el imperio lidio, algo que debió de ocurrir en torno al 554 antes de Cristo, avanzó hacia el este en dirección a Bactria, un camino que probablemente le llevó a pasar por Partia, la cual se especula que debió someter sin grandes enfrentamientos.

Darío Histaspes fue quien organizó el imperio persa en satrapías, y la que le tocó a Partia englobaba también la Sogdiana, Corasmia y Aria, que era un sitio cuyos habitantes se pasaban todo el rato cantando óperas y leyendo Mein Kampf. Sin embargo, cuando los persas cayeron en que habían construido unas comunidades autónomas demasiado grandes, procedieron a dividirlas, y entonces Partia pasó, aparentemente, a ser una provincia propia, con el único añadido de Hircania.

Los partos, a pesar de la rebelión del seudo mierdis, se convirtieron en un pueblo extremadamente leal a los persas, lo que da que pensar que éstos debieron portarse frente a ellos con una gran generosidad en torno al agua, que era el recurso que más necesitaban para plantar sus semillitas Burger King. Cuando Persia se encontró con la División Acorazada macedonia que venía a por ellos, los partos estuvieron en Arbela del lado de su rey; y es cierto que se sometieron a Alejandro sin pestañear; pero también lo es que cuando esto pasó, el rey Darío había muerto sin designar sucesor.

Como es bien sabido, la relativamente pronta muerte de Alejandro el Macedonio abrió un periodo de división dentro de sus vastos dominios. Esta división, provocada por el hecho de que los diádocos alejandrinos, por lo general, carecían de su inteligencia y capacidad organizativa, supuso la división de los territorios asiáticos. Esto, sin embargo, no era lo que dichos territorios estaban, por así decirlo acostumbrados a vivir. Durante casi mil años, desde la formación del gran imperio asirio hasta la muerte de Darío Codomano, los actuales territorios que podemos encontrar, básicamente, en Turquía, Irak e Irán, habían estado razonablemente unificados bajo una sola monarquía. Esos reyes habían sido distintos con el tiempo, asirios, medos o persas; pero, al fin y al cabo, habían dominado el territorio de una forma más o menos estrecha y centralizada.

Paradójicamente, pues, la labor de Alejandro el Magno, un conquistador que quería colocar bajo su control todo el mundo civilizado conocido, fue disgregadora para los asiáticos; los cuales estaban, como digo, acostumbrados a vivir unificados y en paz relativa entre ellos, pero ahora se encontraron con que la suerte que tomaba el imperio macedonio tendía a dividirlos.

La batalla de Ipso fue el turning point en el que las cosas cambiaron realmente. Los dominios de Alejandro fueron repartidos en cuatro partes: Macedonia, Egipto, Asia Menor y Siria se convirtieron, cada una, en países diferentes. En Asia Menor, el reino que le fue entregado a Lisímaco; era el reino menos homogéneo de todos. De hecho, para cuando Lisímaco lo recibió, ya existían los reinos de Bitinia, el Ponto y Capadocia. Tras la muerte de Lisímaco, la situación cambió todavía más, si bien los herederos del diádoco lograron mantener una monarquía en el llamado Estado de Pérgamo.

El Estado más importante para los partos, sin embargo, era el que aquí hemos llamado de Siria, que sería gobernado por los seléucidas durante dos siglos y medio. Lo fundó Seleuco Nicator, uno de los oficiales de Alejandro. En el año 323, en el curso de la primera distribución de territorios tras la muerte del general, no recibió nada. Pero tres años después, tras la muerte de Pérdicas, se hizo una nueva distribución en Triparadisus, en la que sí que se le otorgó la satrapía de Babilonia. Cuando Antígono y Eumenes entraron en guerra, tomó partido por el primero; sin embargo, esto, aparentemente, no sirvió sino para que Antígono recelase de la capacidad de Seleuco de llevárselo por delante. Al parecer, Seleuco había sido un gobernante bastante sabio y acertado de su satrapía, gozaba de popularidad y apoyos, y esto movió Antígono a ambicionar acabar con su vida y con su poder, cosa que probablemente había conseguido de no haberse coscado Seleuco de la movida, lo cual le dio tiempo para escapar. Acompañado apenas por cincuenta jinetes, Seleuco huyó a Egipto, donde se puso bajo la protección de Ptolomeo. En Egipto, puesto que probablemente era un militar de mérito, pronto se ganó el favor faraónico de Tóloorino.

Así las cosas, cuando se produjo la guerra contra Antígono, Seleuco se puso, por así decirlo, del lado de los aliados. En el año 312 recuperó Babilonia, que como sabemos había gobernado y, en el 301, estuvo en la batalla de Ipso. Su importante labor militar en esta batalla le colocó en una posición inmejorable para obtener beneficios en los acuerdos posteriores. Seleuco, en efecto, fue reconocido monarca de todas las conquistas asiáticas griegas, con la sola excepción de Asia Menor y la Siria meridional. Seleuco, pues, se convirtió en un mini-Alejandro, con dominios que se extendían desde Palestina hacia el este, rey de Siria septentrional, Mesopotamia, parte de Capadocia, Frigia, Armenia, Asiria, Media, Babilonia, Susiana, Persia, Carmania, Sagartia, Hircania, Partia, Bactria, Sogdiana, Aria, Zaranguia, Aracosia, Sacastana, Gedrosia e incluso partes de la propia India.

Un imperio de estas características necesitaba una metrópoli y, como la cabra siempre tira al monte, la primera idea de Seleuco fue, claramente, Babilonia. La ciudad, sin embargo, presentaba algunos problemas. O, tal vez, Seleuco quería, quizás mirándose en la experiencia de algunos reyes asiáticos anteriores a él, por ejemplo asirios, hacer la machada de crear su propia capital de la nada. De esta manera, acabó por decretar la construcción de Seleucia, a orillas del Tigris. Sin embargo, después de la batalla de Ipsos habría de tomar otra decisión: trasladar la capital del valle del Tigris al del Orontes, lo cual suponía colocar la metrópoli casi en el extremo de sus posesiones. Así se creó Antioquía, una ciudad hermosa pero, sin embargo, era una provocación para la mayoría de los súbditos del imperio seléucida que, además, se sentían muy poco unidos a dicho imperio si éste mostraba una vocación tan occidental, por así decirlo. Una decisión así, por resumir el concepto, venía a suponer que Seleuco, que gobernaba un imperio que era básicamente persa en su esencia, apostaba por hacerlo lo más helénico, o helenístico, posible. A la gente no le suele gustar que le digan que tiene que ser lo que no es.

Seleuco, de hecho, llevó esta forma de concebir las cosas muy, muy lejos. Podía haber elegido la vía de los imperios inteligentes (como el español en América, dos mil años después) de fomentar el criollismo, esto es, la unión entre razas y nacionalidades, la apertura de las estructuras estatales a cualquier funcionario válido y, con ello, la construcción de un imperio unificado. Escogió, sin embargo, la vía que siempre le había gustado a los griegos, esto es, la vía de crear una elite gobernante minoritaria que ejercía su poder sobre una aplastante mayoría de habitantes locales, prácticamente sin derechos.

En esta situación, las semillas de una revuelta estaban plantadas, si bien los partos aun tendrían tres reyes seléucidas antes de llevarla a cabo. Por el camino, la verdad, el reino estuvo casi todo su tiempo en guerra con Asia Menor y Egipto. El primero de los seleucos, cuya obsesión era ser el soberano de la Siria meridional, estuvo por ello en conflicto continuado con los ptolomeos. La pelea propiamente dicha estalló ya durante el reinado de su hijo, Antíoco I, conocido como Soter. Soter se trabajó a los habitantes de la Cirenaica, súbditos de Egipto, para que deseasen escindirse; y, en apoyo de estas pretensiones, dirigió cuando menos una expedición contra Ptolomeo Filadelfo, en el año 264. Aunque Antíoco no tuvo demasiado éxito, su hijo Antíoco II, conocido por el escasamente humilde apodo de El Dios, siguió con la matraca, y desde el 260 hasta el 250 estuvo en guerra con Filadelfo.

El primer Antíoco, asimismo, también quiso hacer suyo el reino de Bitinia, por lo que atacó tanto al rey local Zipcetas como a Nicomedes I. También atacó a Eumenes de Pérgamo. Antíoco II, por su parte, se implicó en los asuntos internos de la ciudad de Mileto, donde presionó para expulsar a un tal Timaco, que se había convertido en el tirano de la ciudad.

Con una labor bélica tan intensa, la verdad es que los reyes seléucidas se olvidaron de sus posesiones en el oriente de su imperio, salvo para realizar levas para sus ejércitos. Las provincias, por lo tanto, quedaron en manos de sus sátrapas, siempre griegos o de cultura helénica, que hacían de su capa un sayo en un sistema tan superficialmente controlado como aquél.

Allá por el año 256, cuando Antíoco II estaba metido en un enfrentamiento serio contra Filadelfo en las fronteras occidentales de su imperio, el rey seléucida, un tipo que decididamente tenía una opinión de sí mismo muy por encima de la que le debería haber correspondido tener, entró en guerra con el reino septentrional de Atropatene. Ya hemos dicho muchas veces en estas notas que lo inteligente es no abrir nunca dos frentes a la vez; pero, como se ve, la Historia del mundo está petada de personas incluso muy respetadas pero que, al tiempo, fueron lo suficientemente gilipollas como para desoír este consejo. Antíoco no tuvo problema, pues, en soportar las presiones de la guerra en dos puntos de su imperio. Y ése fue el momento que las fuerzas en favor de una rebelión, que llevaban ya mucho tiempo incubándose, dijeron, eso sí, a su manera escito-meda, enough is enough.

12 comentarios:

  1. Anónimo2:09 p.m.

    Querido Juan de Juan. Muchas gracias por tanto. No sé cómo lo logras, pero despiertas siempre mi atención porque, además de escribir y redactar muy bien, tienes siempre las palabras adecuadas. Quedo pendiente de la siguiente toma.

    Saludos afectuosos desde Perú.

    Diego.

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    1. Gracias, Diego. Siéntate cómodo, que a la próxima toma le seguirá otra, y luego otra, y luego otras.

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    2. Muchísimas gracias por tu respuesta... ahora quedo con la interrogante de si será una serie corta (para tus estándares, o sea unas 9 o 10 entradas), o una tan amplia como la e Isabel de Inglaterra o la de los Estados Unidos. Me inclino a apostar por la primera hipo´tesis, ya que terminaste el post con el anuncio de una rebelión contra Seleuco.

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    3. Anónimo3:55 p.m.

      Por cierto, disculpa los errores de tipeo y acentuación. Es que, como soy invidente, uso un programa lector de pantalla, que a veces se complica con ciertas páginas y no quiere hablarme.

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    4. La serie será algo más larga de lo que crees, aunque no tanto como las más largas. El imperio parto duró mucho.

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    5. Anónimo5:05 p.m.

      Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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    6. Anónimo5:06 p.m.

      ¿Qué bueno que aseí sea!.

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  2. Anónimo4:13 p.m.

    "Los partos llegaron a este terreno en los tiempos en los que Alejandro el Macedonio atravesó estas tierras orientales haciéndolas suyas. Fueron las conquistas alejandrinas, de hecho, las que hicieron que los griegos tuviesen noticia de los partos".... En realidad ya estaban allí mucho antes, y si herodoto un siglo antes "nos confirma a los partos como súbditos de Darío, y los incluye en la décimo sexta satrapía persa, donde los une a los sogdianos y los corasmianos o jorasmianos. Nos dice el historiador griego que hubo partos en la partida de persas que se fueron contra los griegos al mando de Jerjes en el 480" es evidente que los griegos ya los conocían de oidas antes del paseo del sobrevalorado macedonio.

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    1. Ya sé que no es tu intención, pero la frase «(...) hubo partos en la partida de persas que se fueron contra los griegos (..)» me ha provocado un delirio surrealista del que me ha costado salir :-D

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    2. Es el riesgo de parir artículos sobre los Partos, que se prestan a las paridas y, claro, los partos de los Partos no tienen epidural que los haga llevaderos. ;-)

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  3. Como no se mucho del tema parto, pienso leerme ese artículo, que promete ser interesante.
    Sobre el tema de los arios, me ha hecho gracia tu referencia. Me recuerda cuando a Tolkien querían publicarle el Hobbit en la Alemania nazi. Y le pregunta el editor alemán si él es ario (porque solo podían publicar los arios. Y JRR le responde: "mire usted. Según el diccionario, ario es el que proviene de Irán. Como yo nunca he estado ahí, ni tengo ninguna familia en la antigua Persia, mi respuesta es que no soy ario". Huelga decir que no le publicaron...

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