Los comienzos de Mandela
Biko
A Pieter Botha lo
sucedió en el cargo Frederik W de Klerk, un hombre que llegó con la
intención de perpetuar el sistema de apartheid. Tras un primer golpe
de presión internacional, el Partido Nacional consideraba que las
sanciones impuestas a Sudáfrica habían hecho ya todo el daño que
podían hacer, y por eso veían el futuro con relativo optimismo. Con
cierta colaboración que fuesen capaces de conseguir de los gobiernos
locales negros, podrían apostar por mantener el sistema. Todo lo que
hacía falta era modernizar el apartheid, ablandarlo; algo así como lo que se hizo con la dictadura en los últimos años del franquismo.
Hay que tener en
cuenta que, aunque la presión occidental sobre Sudáfrica era muy
importante, en realidad el país lo que estaba experimentando a
escala regional era un liderazgo indiscutido. Sudáfrica fue, en este
sentido, uno de los principales ganadores de los cambios introducidos
por Milhail Gorvachev en la URSS. El nuevo lider soviético,
consciente de la pérdida de poder internacional que estaba
sufriendo, comenzó a volver grupas en Angola; un movimiento que
también estaba esperando Cuba, país al cual la aventura africana ya
le estaba saliendo demasiado cara. En diciembre de 1988, Sudáfrica y
Cuba alcanzaron un acuerdo nucleado en una doble retirada de Angola
por ambas partes, a la que se unió la independencia de Namibia. Un
año después, el Frelimo abandonaba su posición marxista-leninista
y se mostraba dispuesto a que Angola fuese un sistema
multipartidista. En los meses siguientes, el colapso de los gobiernos
del bloque comunista en Europa oriental dejó al ANC sin su principal
fuente de recursos tanto financieros como militares.
De Klerk, por lo
tanto, tenía las cosas de cara. Sin embargo, muchas personas en su
entorno, pues era un político pragmático y evitó rodearse de
halcones ultras, le decía lo que nadie le decía a Franco: que su
versión light de Estado racista no funcionaría. De Klerk les
escuchó porque, en realidad, su objetivo no era conservar el
apartheid, sino conservar el status de los afrikarners, lo cual no es
exactamente lo mismo. Ian Smith, en el patio de al lado de Sudáfrica,
se había negado una vez tras otra a transar con la mayoría negra, y
todo lo que había conseguido era un largo periodo de guerrilla,
seguido de un gobierno marxista. Por lo tanto, De Klerk acuñó el
principio de “cuando sea posible la negociación, se negociará”.
Y los primeros contactos de Mandela con Botha lo convertían en el
candidato ideal.
A estas reflexiones
en la elite del poder hay que unir la propia evolución de la
sociedad blanca sudafricana. Crecientes cohortes de la misma se
sentían cada vez más malquistas con la posición internacional de
su país, descontado para todo, desde los tratados comerciales hasta
las competiciones deportivas. Muchos sudafricanos de origen inglés,
acostumbrados a viajar a la metrópoli, habían tenido que
acostumbrarse a orillar la típica pregunta de where are you from?
Para los empresarios, además, la prosperidad de la economía
sudafricana era mucho más importante que la segregación. Estaban
convencidos de que había otras maneras de hacer las cosas que para
ellos no serían traumáticas, y que solucionarían el problema.
Mucha gente en Sudáfrica, de hecho, aun dice hoy en día: nos dieron
el Parlamento, pero se quedaron los bancos.
De Klerk, además,
estaba convencido, en ese momento, de que el ANC no prevalecería en
una Sudáfrica libre. De alguna manera, pues, esperaba para la
principal organización anti-apartheid el mismo destino que tuvo el
Partido Comunista en la Transición española. Consideraba que no
estarían suficientemente preparados para la vida legal y que, en
estas circunstancias, organizaciones negras de corte más conservador
podrían llegar a alianzas con los grupos de poder blancos que, en el
fondo, generasen para el país un cambio lampedusiano. Evidentemente,
o le faltaban piezas del puzzle o no quiso verlas; en todo caso, el
resultado sería el mismo.
El 2 de febrero de
1990, en el Parlamento de Ciudad del Cabo, Frederik de Klerk anunció
la legalización del ANC y la liberación de Nelson Mandela. Había
llegado, dijo, el momento de romper la espiral de violencia, y de
construir un sistema democrático basado en el sufragio universal.
Tan sólo nueve
días después, el 11 de febrero, Nelson Mandela traspasaba el
portalón de la prisión de Victor Verster, de la mano de su mujer,
Winnie, quien por cierto ha fallecido hace poco.
Nelson Mandela, en
buena parte, decepcionó a muchos de sus seguidores. Los que tenían
memoria sabían que lo que había entrado en prisión, 27 años
antes, era prácticamente un revolucionario comunista de libro; y eso
es lo que esperaban ver salir por la puerta. Pero, en realidad,
Mandela había cambiado, había cambiado mucho. Poco dado a hablar de
sí mismo y sí de lo que había aprendido que había que hacer
ahora, sorprendió a propios y extraños explicando que durante todos
aquellos años había experimentado ira hacia individuos (blancos) que lo
habían tratado mal; pero, al mismo tiempo, había aprendido que no
había que odiar a los blancos. Con una lógica que ahora todo el
mundo entiende pero que en su momento no dejó de discutirse, y
mucho, Mandela argumentaba que el objetivo mayor que todos los
activistas negros tenían delante de sí era la construcción de una
democracia no racial; y que, en ese momento, el gran obstáculo
existente para su construcción era el miedo y la oposición de los
blancos. Por decirlo así, frente a un país en el que probablemente
la mayoría negra estaba exigiendo una venganza, una retribución de
toda la violencia de los blancos, Mandela oponía su propio caso
personal, su renuncia a exigirla él mismo, que había perdido 27
años de su vida en una celda. Una actitud que cimentó la confianza
de los propios blancos en el cambio.
Muy pronto, sin
embargo, Mandela habría de aprender que su buena imagen terminaba en
sí mismo. Su mujer, Winnie, fue objeto de un gran escándalo a causa
de sus actividades criminales al frente de una banda llamada the
Mandela United Football Club, que había cometido diversos desafueros
en Soweto durante los ochenta. De hecho, Winnie prácticamente
abandonó a su marido por un churri más joven, al que exhibía en
público sin problema, y convirtió los últimos años de vida de
Nelson en una constante preocupación en torno a sus meconios. De
alguna manera, pues, el destino de Nelson Mandela fue bastante
amargo, pues en los años de vida que le quedaron el libertad se
quedó solo, de alguna manera preso todavía.
La nueva
Constitución interina de Sudáfrica demandó cuatro años de
negociaciones. Y no fueron pocos los momentos de ese proceso en los
que pareció que no se llegaría a ningún acuerdo. Lo cierto es que,
tal y como De Klerk había predicho de alguna manera, la legalización
de las organizaciones negras provocó una serie de procesos de lucha
de poder entre ellas. El ANC, por ejemplo, acabó enfrascado en una
especie de guerra civil con el partido Inkhata, nacionalista zulú.
Unos enfrentamientos primero limitados a la provincia KwaZulu y a
Natal, pero que pronto se extendieron a los suburbios negros de
Witwatersrand, un polo industrial del país. Mientras tanto, el
denominado Ejército de Liberación del Pueblo Azanio, una formación
contraria a las negociaciones, comenzó a marcar objetivos blancos y
atacarlos. Lo mismo hicieron organizaciones paramilitares afrikaner.
Mandela y De Klerk
se reprochaban constantemente ser el origen de la violencia. Incluso
en 1993, cuando les fue concedido ex aequo el Nobel de la Paz,
la escasez de sintonía entre ambos se hizo más que patente.
Finalmente, el 26
de abril de 1994, se celebraron las elecciones libres en Sudáfrica.
Las elecciones que ganó el ANC, como probablemente tenía que ser
teniendo en cuenta el prestigio que había adquirido Nelson Mandela.
El 18 de mayo, Mandela tomaba posesión como presidente de Sudáfrica.
Una ceremonia en la que el político negro pronunció unas palabras
yo creo que bastante predecibles. Prometió una Sudáfrica libre en
la que “todos los sudafricanos, tanto negros como blancos, sean
capaces de hablar sin miedo, completamente seguros de su dignidad
humana inalienable”.
A mí, sin embargo,
me vais a permitir que os diga que mucho más acertado, mucho más
acercado a la realidad, fue, ya lo siento, el discurso de De Klerk.
El político blanco dijo: “El señor Mandela ha recorrido un camino
largo y ahora está en la cima de la colina. Pero un hombre de
destino sabe que después de una colina espera otra. El camino nunca
se termina”.
Palabras proféticas.
Palabras proféticas.
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