lunes, mayo 15, 2017

EEUU (53)

Recuerda que ya te hemos contado los principios (bastante religiosos) de los primeros estados de la Unión, así como su primera fase de expansión. A continuación, te hemos contado los muchos errores cometidos por Inglaterra, que soliviantaron a los coloniales. También hemos explicado el follón del té y otras movidas que colocaron a las colonias en modo guerra.

Evidentemente, hemos seguido con el relato de la guerra y, una vez terminada ésta, con los primeros casos de la nación confederal que, dado que fueron como el culo, terminaron en el diseño de una nueva Constitución. Luego hemos visto los tiempos de la presidencia de Washington, y después las de John Adams y Thomas Jefferson

Luego ha llegado el momento de contaros la guerra de 1812 y su frágil solución. Luego nos hemos dado un paseo por los tiempos de Monroe, hasta que hemos entrado en la Jacksonian Democracy. Una vez allí, hemos analizado dicho mandato, y las complicadas relaciones de Jackson con su vicepresidente, para pasar a contaros la guerra del Second National Bank y el burbujón inmobiliario que provocó.

Luego hemos pasado, lógicamente, al pinchazo de la burbuja, imponente marrón que se tuvo que comer Martin van Buren quien, quizá por eso, debió dejar paso a Harrison, que se lo dejó a Tyler. Este tiempo se caracterizó por problemas con los británicos y el estallido de la cuestión de Texas. Luego llegó la presidencia de Polk y la lenta evolución hacia la guerra con México, y la guerra propiamente dicha, tras la cual rebrotó la esclavitud como gran problema nacional, por ejemplo en la compleja cuestión de California. Tras plantearse ese problema, los Estados Unidos comenzaron a globalizarse, poniendo las cosas cada vez más difíciles al Sur, y peor que se pusieron las cosas cuando el follón de la Kansas-Nebraska Act. A partir de aquí, ya hemos ido derechitos hacia la secesión, que llegó cuando llegó Lincoln. Lo cual nos ha llevado a explicar cómo se configuró cada bando ante la guerra.

Comenzando la guerra, hemos pasado de Bull Run a Antietam, para pasar después a la declaración de emancipación de Lincoln y sus consecuencias; y, ya después, al final de la guerra e, inmediatamente, el asesinato de Lincoln.

Aunque eso no era sino el principio del problema. La reconstrucción se demostró difícil, amén de preñada de enfrentamientos entre la Casa Blanca y el Congreso. A esto siguió el parto, nada fácil, de la décimo cuarta enmienda. Entrando ya en una fase más normalizada, hemos tenido noticia del muy corrupto mandato del presidente Grant. Que no podía terminar sino de forma escandalosa que el bochornoso escrutinio de la elección Tilden-Hayes.

Aprovechando que le mandato de Rutherford Hayes fue como aburridito, hemos empezado a decir cosas sobre el desarrollo económico de las nuevas tierras de los EEUU, con sus vacas, aceros y pozos de petróleo. Y, antes de irnos de vacaciones, nos hemos embarcado en algunas movidas, la principal de ellas la reforma de los ferrocarriles del presi Grover Cleveland. Ya de vuelta, hemos contado los turbulentos años del congreso de millonarios del presidente Harrison, y su política que le llevó a perder las elecciones a favor, otra vez, de Cleveland. Después nos hemos enfrentado al auge del populismo americano y, luego, ya nos hemos metido de lleno en el nacimiento del imperialismo y la guerra contra España, que marca el comienzo de la fase imperialista del país, incluyendo la política asiática y la construcción del canal de Panamá.

Tras ello nos hemos metido en una reflexión sobre hasta qué punto la presidencia de Roosevelt supuso la aplicación de ideas de corte reformador o progresista, evolución ésta que provocó sus más y sus menos en el bando republicano. Luego hemos pasado ya a la implicación estadounidense en la Gran Guerra, el final de ésta y la cruzada del presidente a favor de la Liga de las Naciones. Luego hemos pasado a la (primera) etapa antiinmigración hasta la llegada de Hoover, quien se las prometía muy felices pero se encontró con la Gran Depresión , que trajo a Roosevelt y sus primeras medidas destinadas a reactivar la economía, así como el nacimiento de la legislación social americana y el desarrollo propiamente dicho del New Deal.

Después de eso, hemos pasado a pensar un poco sobre los retos diplomáticos de entreguerras de los EEUU en Asia y Latinoamérica y, en general, la tensión aislacionista del país. Pero es un hecho que EEUU acabó implicado en la guerra.

Los aliados contra el Eje tenían claro de que en el teatro europeo y sobre el terreno sería muy difícil, si no imposible, ganarles. Necesitaban dominar el mar y el aire. En cuanto al mar, la enorme producción de marina mercante estadounidense fue la que consiguió superar las condiciones generadas por los submarinos alemanes, si bien ello fue a costa de cuantiosísimas pérdidas. En lo referente al aire, las tornas cambiaron con la batalla de Inglaterra. En 1941, la producción británica de aviones superó a la alemana, y eso marcó el momento en el que Inglaterra pasó a la ofensiva. En julio de 1943, las cosas se pusieron complicadas para Hitler con el bombardeo del puerto de Hamburgo; una acción en la que murieron 60.000 personas y un tercio de la infraestructura quedó inservible. A partir de agosto de 1942, la aviación estadounidense se unió a los ingleses; aquéllos se especializaron en atacar objetivos concretos de día, mientras que éstos se dedicaban a bombardear a cascoporro y normalmente de noche. Entre ambos, tiraron más de dos millones y medio de bombas, muchas de las cuales siguen ahí, en lugares inusitados e ignotas.


Cuando el pulpo estaba suficientemente ablandado, llegó el momento de pensar en la inevitable lucha por tierra. El 8 de noviembre de 1942, tres fuerzas aliadas al mando de Dwight D. Eisenhower desembarcaron en varios puntos de África del Norte. La lógica que todo el mundo esperaba es que esas tropas se dirigiesen al este para conectar con las fuerzas del general Harold Alexander, que defendían Egipto y el Canal de Suez de las tropas del Eje. La operación no era fácil, pero contó con la ayuda de algunos militares de la Francia libre, como el general Henri Giraud o el almirante Jean François Darlan, un teórico miembro del régimen de Vichy.

En su movimiento hacia el este, las tropas aliadas se toparon con fuerte resistencia del Eje en Túnez. En enero de 1943, cuando Roosevelt y Churchill se vieron en Casablanca, el pequeño país magrebí todavía estaba en manos de los alemanes e italianos.

A causa de este parón, en Casablanca se decidió invadir Sicilia e Italia antes de que el Eje pudiera reorganizarse, y para generar un amplio frente en Europa que aliviase de presión a los soviéticos. Asimismo, también se acordó enviar tropas al teatro bélico del Pacífico en número suficiente como para poder pasar allí a la ofensiva. También fue en Casablanca donde se estableció la doctrina de que los aliados no aceptarían otra cosa que una rendición incondicional por parte de sus enemigos.

Poco tiempo después de la reunión de Casablanca, los aliados lograron avanzar frente a las tropas de Rommel, y el 7 de mayo de aquel tomaban Túnez y Bizerta. El 13 de mayo las fuerzas del Eje se rindieron, con 350.000 pérdidas humanas y dejando en manos de los aliados el norte de África. Tal vez, ese 13 de mayo de 1943 fue el día que el general Francisco Franco comenzó a dejar de ser fascista; consciente, sobre todo, de que tal y como había quedado la movida, mostrarse como excesivamente proclive al Eje podría costarle las Canarias.

Con todas las tropas que pudieron juntar y en condiciones no siempre ideales, los aliados pasaron a invadir Italia. El 17 de agosto, toda Sicilia era suya (bueno, y de la Mafia). Los italianos, que siempre han sido unos maestros a la hora de respirar cuando el viendo sur-suroeste rola a nor-noreste, se habían movido por su cuenta. El rey Víctor Manuel y una parte del Gran Consejo Fascista cesó a Mussolini y nombró un nuevo gobierno al frente del cual colocó al mariscal Pietro Badoglio, un trilero de la vida que se pasaría mucho tiempo gambeteándose a Hitler y a los aliados al mismo tiempo.

Los italianos firmaron una rendición incondicional el 3 de septiembre de 1943, pero fue una rendición bastante formal porque el país, la verdad, estaba ocupado por fuerzas alemanas contra las que tuvieron que luchar los invasores. Fue una campaña lenta y costosa, tanto que, en realidad, los aliados, que querían controlar Italia para desatascarle a los rusos el frente serbio, no entraron en Roma hasta apenas dos telediarios antes del desembarco de Normandía (4 de junio de 1944).

En mayo de 1943, mientras las tropas africanas del Eje caían, Roosevelt y Churchill tuvieron otra reunión, esta vez en Washington, en la que acordaron desembarcar en Normandía en algún momento de los doce meses siguientes. En agosto del mismo año, se volvieron a ver, esta vez en Quebec, para estudiar en concreto los planes de invasión. Todavía en noviembre, esta vez en El Cairo, acordaron que Eisenhower fuese el comandante el jefe de la movida. Un mes más tarde, se reunieron por primera vez con Stalin en Teherán; allí le contaron su plan invasor.

Como todo el mundo sabe, el día D, el día de la invasión, fue el 6 de junio de 1944, un mes y medio después de que la aviación aliada hubiese comenzado a concentrarse en las defensas alemanas en primera línea de playa. Probablemente, los aliados esperaban menos resistencia de la que esperaban. Pero, aun así, desembarcaron unos 120.000 soldados útiles el primer día, y el triple en los primeros cinco días. A finales de julio, ya había un millón de combatientes aliados en el frente norfrancés. Como también es bien sabido, la campaña tras la invasión no fue nada fácil para los aliados, que tardaron casi un año en conseguir que Hitler se suicidase.

Pero estamos hablando de los EEUU, no de la segunda guerra mundial. Y, por ello, en realidad mucho más que estos episodios europeos, que conocemos bien muchos y algunos extraordinariamente bien, debemos fijarnos más en el frente nipón. Para contar aquello debemos retrotraernos a los meses de septiembre a noviembre de 1942, puesto que fueron el momento en el que los japoneses realizaron el que quizás fue su último gran contraataque, con el objetivo de retomar Guadalcanal en las Islas Salomón, tan equitativas ellas. La pelea por Guadalcanal tuvo su ápex entre el 12 y el 15 de noviembre, cuando se produjo una gran batalla naval en la que Japón perdió, más que probablemente, demasiados efectivos.

El enemigo tenía una brecha en la ceja por la que manaba mucha sangre, pero estaba lejos de estar groggy y mucho menos KO. El teatro de la guerra del Pacífico, miraros un mapamundi si no me creéis, era mucho más grande que el teatro europeo. Además, los japoneses habían establecido en él una espesa red de islas y atolones militarizados, muchos de ellos con pistas de aterrizaje y despegue, que les otorgaban una importante capacidad logística. Por no mencionar el espíritu batallador de los amiguetes del Tenno, que se hace bien evidente en el detalle de que todavía durante los años setenta del siglo pasado se dieran casos de combatientes nipones que eran encontrados en islas pequeñas, dispuestos a luchar porque no habían recibido orden alguna de rendirse. Lo lógico era avanzar contra Japón desde Australia por Nueva Guinea o Filipinas; pero ese plan era imposible porque la red de bases con que contaban los japoneses hacía que los barcos de guerra que participasen en una acción así fuesen vulnerables desde el aire. El Alto Mando estadounidense diseñó una estrategia basada en economizar esfuerzos: serían tomadas sólo las islas estrictamente necesarias para neutralizar la amenaza, mientras que las demás serían dejadas atrás o bombardeadas; ésta es la razón de que la segunda guerra mundial se dejase combatientes atrás que seguían siéndolo incluso treinta años después.

Así, en noviembre de 1943 los marines se hicieron con Bougainville, en el norte de las Salomón, desde donde bombardearon la base japonesa de Rabaul. Casi al mismo tiempo, tomaron las Islas Gilbert en batallas enormemente sangrientas, sobre todo la de Tarawa (21 de noviembre de 1943). A finales de enero de 1944, Nimitz atacó las Islas Marshall. En febrero, los estadounidenses tomaron el atolón de Kwajalein, desde donde bombardearon la isla de Truk. A mediados de junio, los japoneses trataron de reforzar sus posiciones en las Marianas o Islas Rajoy, por lo que una flota al mando del almirante Raymond Spruance les interceptó en el Mar de Filipinas y los mandó para casa. En julio, EEUU atacó las Marianas. En agosto comenzó a construir allí pistas de despegue que le permitiesen bombardear islas del propio Japón.

El 20 de octubre fue la gran batalla naval del golfo de Leyte. Allí, los japoneses recibieron tantas hostias y perdieron tantos barcos que EEUU quedó dueño y señor de Filipinas y la piscina que las rodea. Así las cosas, el 23 de febrero de 1945 los estadounidenses tomaban Manila.

Las pérdidas japonesas en buques de guerra habían sido enormes; pero donde fueron devastadoras fueron en marina mercante. Japón había perdido en la guerra 4,5 millones de toneladas de buques mercantes, lo cual equivalía a decir que no podía abastecer a sus territorios continentales. Los nipones, sin embargo, obviaron ese problema (no creo que les costase mucho, pues los japoneses siempre han sido, ejem, muy de preocuparse por los japoneses, no sé si se me entiende...); así pues, se centraron en defender sus islas. Los americanos, sin embargo, les asestaron un golpe jodido en Iwo Jima, en marzo de 1945 y, en el mes siguiente, en la invasión de la primera isla japonesa en sí: Okinawa. Eso sí, la batalla de Okinawa dejó claro que los japoneses pelearían por cada canto rodado de su nación hasta la muerte.


El 26 de julio de 1945, los aliados se reunieron en Potsdam y le dieron un ultimátum a Japón, advirtiéndole que sólo tenía dos alternativas: la rendición o la destrucción. La respuesta de Japón, sin embargo, fue una no-respuesta, porque ni se molestó en contestar. En ese punto, Harry S.Truman, como diría Gore Vidal, sopesó sus alternativas y, probablemente muy influido por los enormes temores que le mostraba el conservador Churchill sobre la Unión Soviética, decidió darle una patada a Stalin en el culo del Japón, y sacar a pasear el Enola Gay. El 6 de agosto cayó la bomba sobre Hiroshima y el 9 sobre Nagasaki. El día 10, se inició un proceso intensísimo, uno de esos momentos históricos que merece la pena conocer y casi nadie conoce, y que da la casualidad de que ya hemos contado aquí. El corolario final que la conservación del trono imperial a cambio de todo lo demás (si es que quedaba algo, claro).

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