Recuerda que esta serie se compone de:
En el punto en que Flavio Constancio desaparece del mundo y de la Historia, bien podemos hacer balance de los tiempos cercanos, para percatarnos de que el mandato del emperador Honorio venía caracterizado por la inestabilidad en la cúpula del poder. En apenas unos años, de hecho, se habían sucedido a su derecha: Stilicho, Olimpio, Jovio, Atalo... más algunos personajes algo menores de los que no hemos tenido tiempo de hablar, como el eunuco Eusebio, traicionado y ejecutado por el general Alobico.
- Las envidias entre Valente y Graciano y el desastre de Adrianópolis.
- El camino hacia la primera paz con los godos.
- La llegada en masa, y desde diversos puntos, de inmigrantes al Imperio.
- La entrada en escena de Alarico y su extraño pacto con Flavio Stilicho.
- Los hechos que condujeron al saco de Roma propiamente dicho.
- La importante labor de rearme del Imperio llevada a cabo por Flavio Constancio.
En el punto en que Flavio Constancio desaparece del mundo y de la Historia, bien podemos hacer balance de los tiempos cercanos, para percatarnos de que el mandato del emperador Honorio venía caracterizado por la inestabilidad en la cúpula del poder. En apenas unos años, de hecho, se habían sucedido a su derecha: Stilicho, Olimpio, Jovio, Atalo... más algunos personajes algo menores de los que no hemos tenido tiempo de hablar, como el eunuco Eusebio, traicionado y ejecutado por el general Alobico.
En el
año 411, Constancio había conseguido apiolarse a este Alobico y,
además, como ya hemos visto comenzaba a ver los frutos de la
estrategia desarrollada contra sus enemigos. Sin embargo, en toda
dicha estrategia, que hemos descrito en líneas anteriores, nos hemos
dejado un enemigo por tocar: Heracliano, el jefe de las tropas
romanas en el norte de África.
Ya hemos
dicho que el norte de África era fundamental para Roma. Lo era desde
los tiempos de la lex frumentaria de los Gracos, pues todas
esas enormes cantidades de cereales que llenaban los silos de Roma
para que los ciudadanos las pudiesen comprar a precio de amigo, o
venían de Sicilia, o venían de África. La situación geográfica
de esta colonia, unida al fracaso de Alarico a la hora de invadirla,
le permitía a los africanos observar todo el follón de los años
anteriores un poco au dessus de la melée.
Honorio
no tenía más que buenas palabras para Heracliano: en su peor
momento, en los meses anteriores al saco de Roma, el general africano
le había garantizado el flujo de pasta, sin el cual nada de lo que
luego pasó, probablemente, habría sido posible. Por eso, en el 412,
el emperador decidió recompensarlo designándolo cónsul del año
siguiente. Heracliano, en todo caso, era un hombre que, al parecer,
estaba ideológicamente cercano a Olimpio. No se fiaba de Constancio
y, por ello, en la primavera del 413, mientras Constancio estaba en
la Galia llevándose a Jovino por delante, pasó a Italia con un
ejército. Sin embargo, uno de los hombres de Constancio le plantó
batalla y le ganó; y, con posterioridad, Flavio pagó a dos espías
para que se cargasen a Heracliano mientras regresaba a la actual
Túnez.
Todo
esto lo contamos para dejar claro que Flavio Constancio no había
dejado tras de sí a nadie; y también para contar que, abrumado como estaba por los follones en la Galia, aunque se cargó a Heracliano no consiguió ni de lejos cerrar la herida africana y, por lo tanto, consolidó una situación en la que el poder en esa zona tenía, y seguiría teniendo, un peso enorme en la geopolítica romana. El dejar el campo de enemigos pulido y yermo, en todo caso, fue oro molido para una Roma
que se caía a trozos, pero se convirtió en un problema cuando el propio Flavio murió,
en el 421, pues abocó al Imperio a una situación de inestabilidad e
indefinición que tardaría años en resolverse.
El
emperador Honorio sobrevivió a Constancio apenas dos años; murió
el día de la Virgen de la Paloma del 423, suponemos que sin haberse
probado nunca un mantón de la China. En esos dos años que tardó en morirse, todo el
juego de poder se centró en conseguir que aquel tipo le hiciese a
uno caso. En la pole position se encontraba, sin lugar a dudas,
Gala Placidia, la de los ovarios multitarea. No olvidemos que, cuando
su entonces marido, Flavio, había sido elevado a la condición
augusta, ella también lo había sido porque era su mujer. Así pues,
ahora era la única persona de la, por así decirlo, familia real, además de su propio hermano; y tenía un interés objetivo en
imponerse, pues tenía un joven hijo de su marido: Valentiniano.
Gala
conocía bien el hecho de que en la Historia del Imperio había no
pocos ejemplos de hijos naturales de emperadores que nunca habían
vestido la púrpura; porque en la monarquía romana tardía, además
de ser de sangre imperial, había que ser alguien de quien se pensase
que iba a poder mandar. Esta característica fue legada a los godos y
visigodos, que establecieron monarquías medio hereditarias, medio
electivas entre la alta nobleza. Las crónicas de la época nos dicen
que ambos hermanos se consolaron mutuamente por su soledad, y que no
se cortaban en darse besos de tornillo delante de la gente. Sin
embargo, nos cuenta Olimpiodoro, una serie de acompañantes de
Placidia (una tal Espadusa -o Padusia, la churri de un general
llamado Félix-; Elpidia, la criada de Gala; Leoncio, también de
la grey de palacio; otro militar llamado Castino) acabaron por
malquistarlos, hasta el punto de partir Rávena en honoriófilos y
placidiófilos, que se hostiaban en las calles. Parece ser que a
Placidia, a causa de su matrimonio con Ataúlfo, la defendían los
godos. Algo debió pasar bastante fuerte que no sabemos muy bien,
aunque sabemos que tras ese algo Honorio se impuso, y desterró a su
hermana y a los hijos de ésta a Constantinopla.
La
versión de los hechos que yo tiendo a creer es que Placidia tenía
un fuerte poder militar. Contaba con los godos residentes en Rávena,
que no eran pocos; y también con las simpatías de Bonifacio, quien
había sustituido a Heracliano al frente de las tropas africanas. Sin
embargo, otros poderes, de los que sabemos poco, contraatacaron
comiéndole la oreja al emperador y malquistándolo contra ella.
Honorio reaccionó, y cuando lo hizo, probablemente (esto es pura
tesis), Bonifacio, que había aprendido de la experiencia de
Heracliano, tal vez pensó que mejor se quedaba en casa, momento en
el cual el poder de Gala Placidia disminuyó dramáticamente, y hubo
de reconocer su derrota.
El
exilio de Gala Placidia y de su hijo Valentiniano provocó que,
cuando Honorio falleció, con 39 años de edad, de forma
relativamente inesperada, la sucesión estuviese totalmente abierta,
sin candidato claro. Después de unos meses de banderías y capillas,
pareció llegar al poder el jefe Notario de Palacio, llamado Juan. El
20 de noviembre de aquel 423, los romanos no estuvieron en
condiciones de recordar la muerte del general Franco básicamente
porque todavía no había muerto, ni nacido; pero, también, porque
fue la fecha elegida para vestir de púrpura a este Juan, medio
colega profesional de Mariano Rajoy (uno, notario; el otro,
registrador de la propiedad). En realidad, el activo que estaba en
las espaldas de Juan era Castino, quien tenía el rabillo del ojo
fijo en Bonifacio; Bonifacio, sin embargo, no se movió de África. El poder
militar romano del momento se completaba con un tercer general,
Aecio, un tipo que, por dos veces, había sido enviado como rehén de
garantía a los godos y a los hunos, lo cual tiene su importancia.
Para
poder considerarse consolidado, Juan sabía que necesitaba la
aquiescencia del emperador constantinopolitano, Teodosio II. Con tal
motivo le envió una embajada de muy buen rollo. Pero la sonriente
Locomía ravenesa fue recibida en Constantinopla como si fuesen
pordioseros. Teodosio no sólo no les hizo ni puto caso sino que los
mandó exiliados al Mar Negro, zona de la que regresaron malamente.
Probablemente,
fue Bonifacio. El general africano dominaba tropas lo suficientemente
potentes como para preocupar incluso al Imperio oriental. Su
calculada distancia respecto de Juan hacía pensar que no lo apoyaría
si había problemas; y, por lo tanto, muy bien pudo Constantinopla
pensar que, si aceptaba el purpurado de Juan, se acabase encontrando
con problemas que no deseaba en Siria, lugar muy fácil de atacar desde Egipto y el norte de África. Sea por ésta o por otra
razón, lo cierto es que Teodosio decidió enviar a sus marines a
Rávena, para defender la correcta sucesión dinástica, esto es, la
candidatura de su primo Valentiniano. El chavalote, acompañado de su
pastelera madre, se llegó hasta Tesalónica, donde fue proclamado
emperador de Occidente por Helión, alto comisionado de Teodosio; era
el 23 de octubre del 424.
El
ejército de Teodosio estaba al mando de tres generales: Ardaburio y
su hijo, que a pesar de no tener moto se llamaba Aspar; más un
tercer militar con un nombre de evidentes resonancias a dolencias
vaginales: Candidiano. Avanzaron por el Adriático hasta Aquileia,
pero ahí las cosas se torcieron. Se produjo un vendaval que separó
a Ardaburio. Los romanos fieles a Rávena lo encontraron, apresaron y
llevaron a Rávena, donde Juan intentó usarlo como moneda de cambio.
Pero Ardaburio debía de ser un verdadero tocahuevos, porque lo
cierto es que rápidamente consiguió plantar la disensión entre los
partidarios de Juan, tal vez contándoles historias sobre las enormes
fuerzas bizantinas y lo que les iba a pasar cuando tomaran la
capital. Para cuando Aspar llegó a Rávena y atacó, lo propios
oficiales de Juan lo traicionaron y se lo entregaron. Fue enviado a
Aquileia, a la presencia de Gala y su hijo Valentiniano.
Ya sin
enemigos, Helión acompañó a Valentiniano hasta Roma, donde, el 23
de octubre del 425, fue proclamado emperador de Occidente con el
nombre de Valentiniano III.
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