Recuerda que ya te hemos contado los principios (bastante religiosos) de los primeros estados de la Unión, así como su primera fase de expansión. A continuación, te hemos contado los muchos errores cometidos por Inglaterra, que soliviantaron a los coloniales. También hemos explicado el follón del té y otras movidas que colocaron a las colonias en modo guerra.
Evidentemente, hemos seguido con el relato de la guerra y, una vez terminada ésta, con los primeros casos de la nación confederal que, dado que fueron como el culo, terminaron en el diseño de una nueva Constitución. Luego hemos visto los tiempos de la presidencia de Washington, y después las de John Adams y Thomas Jefferson.
Luego ha llegado el momento de contaros la guerra de 1812 y su frágil solución. Luego nos hemos dado un paseo por los tiempos de Monroe, hasta que hemos entrado en la Jacksonian Democracy. Una vez allí, hemos analizado dicho mandato, y las complicadas relaciones de Jackson con su vicepresidente, para pasar a contaros la guerra del Second National Bank y el burbujón inmobiliario que provocó.
Luego hemos pasado, lógicamente, al pinchazo de la burbuja, imponente marrón que se tuvo que comer Martin van Buren quien, quizá por eso, debió dejar paso a Harrison, que se lo dejó a Tyler. Este tiempo se caracterizó por problemas con los británicos y el estallido de la cuestión de Texas. Luego llegó la presidencia de Polk y la lenta evolución hacia la guerra con México, y la guerra propiamente dicha, tras la cual rebrotó la esclavitud como gran problema nacional, por ejemplo en la compleja cuestión de California. Tras plantearse ese problema, los Estados Unidos comenzaron a globalizarse, poniendo las cosas cada vez más difíciles al Sur, y peor que se pusieron las cosas cuando el follón de la Kansas-Nebraska Act.
Los
activistas del American Party pronto fueron conocidos como los know
nothing,
debido a la instrucción que recibieron de declarar siempre que no
sabían nada cada vez que eran pillados en alguna tropelía o movida.
Hasta 1854 no les fue mal en los Estados del Norte, sobre todo en
Massachusetts; pero, entonces, la decisión de su convención
nacional en el sentido de apoyar la Kansas-Nebraska Act partió la
formación en dos (como le suele ocurrir a toda formación política
de nuevo cuño cuando pasa de la fase unicornial a la de tomar
posición sobre temas comprometidos). Buena parte de sus know
nothings
terminaron en el partido demócrata y en el republicano.
Como
ya hemos dicho, el Partido Republicano estaba naciendo más o menos
en ese tiempo. La gran idea que servía de argamasa ideológica para
sus miembros era su convicción constitucional de que el Congreso
tenía la soberanía de decidir la prohibición de la esclavitud en
los territorios de los Estados Unidos (los nuevos). Esa idea, la
verdad, les funcionó de coña. Absorbieron la práctica totalidad
del voto freesoiler
y
buena parte de los whigs más radicales, que negaban cualquier tipo
de aquiescencia con los esclavistas. A ello hay que añadir los
demócratas contrarios a la Kansas-Nebraska Act, los know
nothings
y, por supuesto, todo americano que fuese un abolicionista sin
fisuras. Incluso los republicanos acertaron siendo lo suficientemente
tibios en la cuestión de la inmigración, lo que les granjeó un
importante vivero de votos entre los residentes de origen alemán,
que se contaban por puñados.
Ahora
bien, digamos algo por una vez y para siempre en estas notas: los
republicanos americanos, esto es los abolicionistas, no eran personas
movidas por un sentimiento humanitario hacia los negros. En realidad
a ellos, Lincoln el primero, los negros se la sudaban. Ellos eran
freesoilers.
Lo que querían eran tierras para los blancos. Lo que pasa es que,
para conseguir eso, necesitaban que el modelo de explotación
esclavista no les diese por culo.
Cuando
llegaron las presidenciales de 1856, los demócratas se plantearon
presentar a Douglas. No obstante, hasta ellos se dieron cuenta de que
era una figura demasiado controvertida, así que nominaron al
pensilvano James Buchanan. Los republicanos presentaron al explorador
John C. Frémont quien, para su desgracia, resultó tener menos
glamour
electoral de lo esperado. El American Party, por su parte, presentó
al ex presidente Fillmore, que lo hizo como el culo.
Con
esas cosas que tiene el sistema electoral estadounidense, Buchanan
ganó por goleada (174 votos electorales) pero, en realidad, había
obtenido apenas el 45% de los votos. Y, lo que es más importante, en
las zonas abolicionistas del Norte había sido batido por goleada por
Frémont, quien, entre otras cosas, se llevó Nueva York de calle. De
hecho, a los republicanos tan sólo les faltó Pensilvania e
Illinois. O, como se dice ahora, una semana y un debate.
Buchanan
llegó a la Casa Blanca, probablemente, pensando en la pollada ésa
de los cien días y tal. Si fue así, pronto comprendería que es una
pollada, porque el cargo le estalló en las manos casi horas después
de haber tomado posesión (y, como veremos, le acabaría estallando de nuevo cuando estaba haciendo las maletas y robando los últimos ceniceros). La razón de ello fue la decisión del
Supremo en el caso Dred Scott versus Standford, en la que confirmó
la idea sureña de que el Congreso no tenía potestad para prohibir
la esclavitud en los territorios. Expongamos los hechos:
En
1834, Dred Scott, un esclavo, había sido trasladado junto con su amo
desde Missouri hasta el Estado de Illinois, donde no había
esclavitud, y luego de allí a Wisconsin, lugar donde permaneció
años antes de volver a Missouri. Este periplo movió a los grupos
antiesclavistas a poner una demanda en el Supremo solicitando su
libertad, argumentando que el mero hecho de haber residido en
territorios que el Compromiso de Missouri había declarado libres de
la eslavitud lo había hecho libre.
En
su decisión del 6 de marzo de 1857, como digo pocos días u horas
después de que Buchanan ocupase el edificio de dudoso gusto
arquitectónico en la avenida Pensilvania, el Supremo rechazó esta
teoría con el argumento de que Scott no era ciudadano de los Estados
Unidos, luego no lo era ni de Missouri ni de Estado alguno. Buchanan,
ante dicha decisión, solicitó de dos jueces del Supremo que le eran
especialmente cercanos que aprovechasen la situación para fijar
jurídicamente la cuestión de la esclavitud de una vez.
El
Tribunal votó seis contra dos contra Dred. Lo que realmente
enrabietó a los abolicionistas fue la motivación constitucional de
dicho voto, expresada por el Chief
Justice Roger
B. Taney. Lo que Taney dejó por escrito fue nada más y nada menos
que: el compromiso de Missouri, esto es la decisión que teóricamente
le garantizaba la libertad a Dred por encima del paralelo 36,30, era
inconstitucional.
El juez consideraba las cosas así basándose en la quinta enmienda
de la Constitución: No
person shall be deprived (…) of life, liberty or
property
without due process of law (las
negritas, obviamente, son mías). Y añadía (desde mi punto de
vista, con toda la razón): No
se puede encontrar en la Constitución una sola palabra que otorgue
al Congreso mayor poder sobre la propiedad de esclavos que sobre
cualquier otra propiedad.
Esta sentencia no sólo declaraba
inconstitucional el Compromiso de Missouri; en realidad, declaraba
inconstitucional al propio Partido Republicano. Por no mencionar la
soberanía de los Estados para decidir sobre la esclavitud, ejercida
por sus legislaturas, las cuales, constitucionalmente, se constituían
por autorización del Congreso (éste es el tipo de cositas que
distinguen un sistema federal de uno confederal).
El
debate sobre la esclavitud ganó momento en el verano de 1858, cuando
se celebraron elecciones al Senado en Illinois. El Partido
Republicano presentó a un prometedor político llamado Abraham
Lincoln, que tenía enfrente a the
little giant,
Stephen Douglas. Lincoln, dentro de su estrategia electoral, invitó
a Douglas a una serie de debates. Es lo que se llama los debates
Lincoln-Douglas, que venían fuertemente influidos por la decisión
del Supremo sobre Dred Scott, y alguna cosa más que pasó en los
meses anteriores.
En primer lugar, hay que recordar
que en 1857 se produjo una breve pero profunda recesión en el Norte,
lo que alimentó a los hombres del Sur a la hora de afirmar que ello
confirmaba la pertinencia del sistema esclavista. Sin embargo, la
depresión tuvo como consecuencia engrosar las filas del Partido
Republicano: en primer lugar, los hombres de negocios, espoleados por
las peticiones proteccionistas del partido; en segundo lugar, los
granjeros y posibles granjeros con expectativa de obtener tierras.
Otra cosa que pasó, en octubre
de 1857, fue la convención constitucional de Kansas, en Lecompton.
En la misma aparecieron los representantes esclavistas con una
constitución redactada para el Estado; constitución que se
guardaron de permitir a los habitantes votar. Como la opinión
pública se les echó a la chepa, ofrecieron una transacción basada
en prohibir la entrada de nuevos esclavos, pero permitiendo la
propiedad de los que ya estaban dentro del Estado. La mayoría de los
votantes antiesclavistas se quedaron en casa y no votaron, con lo que
la proposición fue aprobada.
Buchanan había presionado al
gobernador local, Robert J. Walker (que, no se olvide, había sido
nombrado por el propio Buchanan, no elegido) para que facilitase la
votación por sufragio universal de la Constitución de Lecompton.
Sin embargo, cuando se produjo la votación de la transacción, y
pensando en sus votantes demócratas sureños, la dio por buena, por
lo que presentó la citada Constitución en el Congreso para su
aprobación y la aceptación de Kansas.
El
gobernador Walker dimitió en protesta por esta decisión, y Douglas
anunció su oposición a que Kansas entrase en la Unión en esas
condiciones. Sin embargo, la aceptación de la constitución de
Lecompton pasó en el Senado. En el Congreso, sin embargo, los
demócratas seguidores de Douglas hicieron pinza con los
republicanos, y la repelieron. Así se quedó todo durante meses
hasta mayo de 1858, cuando el Congreso aprobó la denominada English
Bill, que otorgaba a Kansas estatus de Estado junto con cesiones de
tierras si sus votantes aceptaban la constitución de Lecompton,
amenazando con mantenerlo como territorio si no lo hacían. Ante esta
presión, los kansienses (o kansinos, tal vez) aprobaron la Constitución de Lecompton por 11.812 votos contra 1.926. En ese
limbo de tener statehood
pero no ser Estado libre permanecería Kansas hasta 1861.
Fue más o menos en éstas cuando
la convención estatal republicana de Illinois, reunida en la
(probable) patria de los Simpson Springfield, decidió nominar como
candidato a Abe Lincoln.
Durante los debates, Douglas,
quien personalmente admiraba a Lincoln, lo atacó de frente y por
derecho. Lo acusó de ser un sectario capaz de provocar con sus ideas
una “guerra de exterminio”. Lincoln respondió recordando que los
republicanos no ponían en solfa la esclavitud allí donde ya
existía, y también negó (cosa que es cierta) que promulgasen la
equidad social entre negros y blancos. Su idea era impedir mayores
extensiones de la esclavitud.
En el debate celebrado en
Freeport, Lincoln le planteó a Douglas una cuestión en la que está
la esencia del conflicto que llevó a los EEUU a la guerra civil.
Dejémosle hablar: “¿Puede el pueblo de un territorio de los
Estados Unidos, de forma legal y contra el deseo de cualquier otro
ciudadano de los Estados Unidos, prohibir la esclavitud en sus
términos antes de la formación de una constitución estatal?”
La contestación a esta pregunta
colocaba a Douglas, y por extensión a todos los que sostenían el
problema esclavista con palillos, ante una dicotomía imposible: si
respondía que el pueblo no tiene soberanía de tomar esa decisión,
negaba la soberanía popular. Pero si decía que sí, entonces se
cagaba y se meaba sobre la sentencia Dred Scott versus Standford.
Douglas
contestó que el pueblo de un territorio puede tomar esa decisión, y
a la sentencia que le den. La esclavitud, dijo, no podía existir ni
un solo día si la
legislatura estatal
no aprobaba las correspondientes leyes permitiendo la propiedad de
esclavos. Por lo tanto, tan
sólo por no protegerla,
el parlamento de un territorio estaba prohibiendo la esclavitud.
Aquella respuesta supuso un
problema para los demócratas. Douglas había respondido en
conciencia (tranquilos, esto los políticos ya no lo hacen; eran
otros tiempos), y haciéndolo se había extrañado a sus
correligionarios del Sur. Lincoln había planteado la pregunta
precisamente para eso. Aunque en el corto plazo no le sirvió de una
mierda, porque Douglas ganó las elecciones.
En 1859, la polémica esclavista
tomó otro cariz con la acción de John Brown en el arsenal federal
de Harper's Ferry, Virginia. Hablamos del 16 de octubre de 1859. A
Brown varios grupos abolicionistas lo habían financiado para que
tomase el arsenal y repartiese las armas entre los negros para
favorecer una revuelta. Con sus 18 blancos de compañía, Brown tomó
el arsenal, pero ningún negro le siguió. Lucharon dos días en el
interior del edificio, tras lo cual se rindieron a una tropa de
marines comandada por un coronel llamado Robert E. Lee.
La acción de Brown provocó una
violenta reacción en el Sur. Por todas partes se crearon grupos de
seguridad que apaleaban a todo aquél que consideran antiesclavista.
Con los libros “subversivos” se hicieron piras humeantes. En el
Norte Lincoln, Douglas y otros condenaban las acciones de Brown, pero
daba igual. Las cosas las puso peor el gobernador de Virginia, quien
contradijo su apellido (se llamaba Robert A. Wise) rechazando las
apelaciones de locura de la familia de Brown, y lo hizo ahorcar:
había creado a un mártir. Muchas personas que habían criticado sus
acciones pasaron a admirarle.
Así las cosas, amiguitos, ya
estamos maduritos para la secesión.
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