Recuerda que ya te hemos contado.
El principio de todo y las primeras tribulaciones de Delambre.
Las primeras tribulaciones de Méchain en el tramo sur del meridiano, hostión incluido.
La recuperación (parcial) de Méchain y la impaciencia de los gobernantes franceses por un proyecto que duraba ya demasiado.
El retorno al trabajo de Delambre y el día que descubrió que lo habían despedido.
Las tribulaciones de Méchain en una Cataluña en guerra, y el momento en que se dio cuenta de que la había cagado.
El descarrilamiento del proyecto del meridiano, que no fue tal.
Poco tiempo después del nombramiento de Calon, el siempre proactivo Prieur de la Coté-d'Or impulsó la aprobación por parte de la Convención Nacional de la ley de 18 Germinal III, esto es 7 de abril de 1795. Esta ley fijó la evolución del sistema métrico tal y como lo conocemos hoy en día, fijando el sistema de nombres y prefijos que conformaba dicho sistema.
El principio de todo y las primeras tribulaciones de Delambre.
Las primeras tribulaciones de Méchain en el tramo sur del meridiano, hostión incluido.
La recuperación (parcial) de Méchain y la impaciencia de los gobernantes franceses por un proyecto que duraba ya demasiado.
El retorno al trabajo de Delambre y el día que descubrió que lo habían despedido.
Las tribulaciones de Méchain en una Cataluña en guerra, y el momento en que se dio cuenta de que la había cagado.
El descarrilamiento del proyecto del meridiano, que no fue tal.
Poco tiempo después del nombramiento de Calon, el siempre proactivo Prieur de la Coté-d'Or impulsó la aprobación por parte de la Convención Nacional de la ley de 18 Germinal III, esto es 7 de abril de 1795. Esta ley fijó la evolución del sistema métrico tal y como lo conocemos hoy en día, fijando el sistema de nombres y prefijos que conformaba dicho sistema.
La ley de 18 Germinal III también supuso algunos pasos atrás en los
ardores iniciales. Por ejemplo, abandonó la división del día en
diez horas. Además, se reconocía que la transición de sistemas
habría de ser más prolongada de lo inicialmente calculado. Para
monitorizar el proceso se creó una Agencia Temporal de Pesos y
Medidas, bajo la dirección de Legendre. Se decidió asimismo que el
metro sería introducido primero en París, con un plazo de
transición de tres meses. El resto del país seguiría más tarde.
La nueva ley, por último, tal y como había querido Calon, lanzaba
de nuevo la misión del meridiano; de hecho, se urgía a Méchain y
Delambre para que reiniciasen sus trabajos lo antes posible.
Jean Baptiste Delambre abandonó París el 28 de junio de 1795, tras
año y medio de interrupción en su labor. Pasaron la primera noche en d'Assy, y
dos días después llegaban a Orléans, en las riberas del Loira,
justo donde el astrónomo se había visto obligado a detener sus
trabajos. Montaron su base de operaciones en la catedralicia ciudad
de Bourges. Sin embargo, al llegar a esta ciudad, Delambre hubo de
enfrentarse con el grave problema de haberse quedado sin dinero. En
ese momento, la Francia revolucionaria vivía un tremendo episodio de
inflación, y el crecimiento exponencial de los precios se había
comido, literalmente, los recursos de la expedición. El papel moneda
emitido por la Revolución, los assignants o títulos de
deuda, había perdido casi todo su valor a causa de la política
monetaria expansiva de los moderados que habían seguido al Terror.
Como consecuencia, el presupuesto de Delambre para toda la expedición
estaba consumido en apenas unas semanas, y tuvo que esperar cosa de
un mes hasta que Calon fue capaz de allegarle nuevos recursos. Al
menos, eso sí, les habían dado rango militar a los dos astrónomos
(capitanes, para más señas); eso les daba derecho a ser
alimentados.
Por si fuera poco todo esto, en la región de Sologne, que era la que
ahora le tocaba triangular, Delambre se las vio y se las deseó para
encontrar edificios altos desde los que poder hacer sus lecturas.
Durante los tiempos más radicalizados de la Revolución, los sans
coulottes locales se habían dedicado a derribarlos, puesto que,
en su furor egalitario, consideraban que esos edificios altos eran un
signo de soberbia, por elevarse por encima de los tejados de sus
casas. A pesar de estos obstáculos generados por actuaciones que demuestran que la capacidad humana de pensar y hacer polladas es insondable, antes de empezar diciembre el astrónomo había conseguido
triangular la zona, y estaba dispuesto a salir hacia Dunquerque.
¿Y Méchain? Pues su vida tampoco había sido del todo tranquila.
Habíamos dejado al otro astrónomo del proyecto meridiano en un
barco camino de Génova, con sus círculos de Borda medio
escarallados a causa de un rayo. No fue ésta, sin embargo, la única
mala noticia del viaje. En llegando a Génova, un barco inglés
interceptó la nave y la obligó a desviarse hacia Livorno, donde
Méchain y su gente fueron puestos en cuarentena y sus círculos, intervenidos. Hubo de pasar,
pues, diez días en el Lazareto de Livorno, sabiendo que no se podía
poner en contacto con nadie que conociera en Francia; la carta, que
debería cruzar un país en guerra, vendría obligada a ser más
hábil que McGyver para haber podido cumplir su misión. Pensando,
pensando, Méchain se dio cuenta de que sólo tenía a tiro a un
conocido, que no amigo. Y le escribió. Le escribió una carta a
Giuseppe Slop de Cadenburg, director del observatorio astronómico de
la universidad de Pisa.
Méchain y Slop no se conocían. El francés sabía que el italiano
había sido corresponsal de Lalande y que, como él, era un
apasionado de los cometas; pero ahí terminaba toda su relación,
porque jamás se habían visto ni escrito. Aun así, acuciado por la
necesidad, Méchain le envió una carta en la que le rogó hiciese
valer su influencia para que le devolviesen sus círculos. Slop
cumplió su parte enviando a un asistente suyo a Livorno, que negoció
todo para Méchain; y el francés, tal y como había prometido, pagó
el favor dejándose caer por Pisa, donde llegó en el solsticio de
verano de 1794, y se quedó tres semanas. Esta estancia en casa de
Slop tiene su importancia porque en ella Méchain le confesaría a su
colega las dudas que le corroían sobre sus mediciones barcelonesas.
El 11 de julio, Méchain y su gente partieron para Génova, que
seguía siendo su objetivo. Llegaron a la ciudad apenas tres días
antes de que lo hiciese un tal Napoleón Bonaparte, que llegó allí
con la misión de allegar a los genoveses para el bando francés.
Méchain esperaba con impaciencia los correos en el puerto y devoraba
las noticias que llegaban (como la caída de Robespierre, que se supo
en Génova diez días después de que le separasen la cabeza); pero
ninguna noticia llegó sobre el asunto que interesaba al astrónomo.
Finalmente, en la segunda mitad de agosto llegaron noticias de su
mujer. Le informaba de que la misión del meridiano había sido
desconvocada al menos hasta la primavera siguiente. Por esos días
recibió también una copia de la ley de 1 de agosto de 1793, por la
cual se establecía el sistema métrico y un metro provisional
equivalente a 443,44 lignes. Asimismo, le informaban de que
Delambre había sido purgado de la Comisión de Pesos y Medidas, sin
haber sido sustituido. Para Méchain, pues, era casi obligado llegar
a la conclusión de que la misión del meridiano se había ido al
carajo para siempre.
Aquella noticia, en todo caso, fue una liberación para el meticuloso
astrónomo. Repentinamente, su error en Barcelona, ese error que en
realidad no sabía ni dónde ni cuándo había cometido, ya no
importaba. Eso sí, meticuloso y curioso como era, Méchain se impuso
la tarea, ahora personal, de calcular en qué medida las diferentes
mediciones hechas en Cataluña afectaban a la longitud del metro
provisional.
Estaba en ésas tan desabridas y alegres cuando, la semana siguiente,
llegaron noticias más frescas que le informaban de la reapertura de
la misión del meridiano. Ni siquiera la noticia de que se le había
nombrado jefe de cartografía naval, con un sueldo de 6.000 libras
anuales del cual su esposa ya había cobrado dos meses, sirvieron
para animarle. Dos meses después, llegó carta del general Calon
reclamándolo lo antes posible en París.
En octubre, el embajador francés en Génova, un devoto jacobino, fue
llamado a París para responder por esas aficiones repentinamente tan
políticamente incorrectas; y su sustituto, un tal Villard, llegó a
la ciudad italiana con dinero y pasaportes suficientes como para
hacer posible el viaje del equipo astronómico a París.
Juan Bautista se quería morir.
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