Recuerda que ya te hemos contado.
El principio de todo y las primeras tribulaciones de Delambre.
Las primeras tribulaciones de Méchain en el tramo sur del meridiano, hostión incluido.
La recuperación (parcial) de Méchain y la impaciencia de los gobernantes franceses por un proyecto que duraba ya demasiado.
Un síntoma bien claro de la situación en la que se encontraba aquella Francia de la Revolución es que, cuando menos en primera instancia, el consejo municipal de París rechazó la petición de Delambre en el sentido de continuar su periplo triangulador. El gobierno de la ciudad, dominado para entonces por los sans coulottes, contemplaba la Academia como una institución elitista de señoritos, la casta, y por eso se apremió a dejarla con el culo al aire. En una segunda instancia, la petición de Delambre, avalada por las personas adecuadas, pasó la votación; lo cual demuestra la solidez de las ideas que apenas unos días antes habían provocado la votación contraria.
El principio de todo y las primeras tribulaciones de Delambre.
Las primeras tribulaciones de Méchain en el tramo sur del meridiano, hostión incluido.
La recuperación (parcial) de Méchain y la impaciencia de los gobernantes franceses por un proyecto que duraba ya demasiado.
Un síntoma bien claro de la situación en la que se encontraba aquella Francia de la Revolución es que, cuando menos en primera instancia, el consejo municipal de París rechazó la petición de Delambre en el sentido de continuar su periplo triangulador. El gobierno de la ciudad, dominado para entonces por los sans coulottes, contemplaba la Academia como una institución elitista de señoritos, la casta, y por eso se apremió a dejarla con el culo al aire. En una segunda instancia, la petición de Delambre, avalada por las personas adecuadas, pasó la votación; lo cual demuestra la solidez de las ideas que apenas unos días antes habían provocado la votación contraria.
Delambre, una vez fuera de la ciudad, y, eso sí, parando en cada
pueblo para mostrar sus papeles y dejar clara su misión, había
decidido, esta vez, pasar de la estrategia consistente en irradiar su
trabajo desde París, sino comenzarlo por el principio, es decir,
Dunquerque. Para cuando llegó al lugar, las cercanas tierras planas
de Flandes estaban en guerra, y los enemigos de Francia avanzaban.
Así pues, Delambre trató de darse prisa para hacer sus mediciones a
pelo puta, antes de que la ciudad pudiese eventualmente caer en otras
manos. Pudo avanzar deprisa, según sus propios escritos, gracias a
uno de los sacerdotes de la iglesia local, apellidado García; de
donde podemos colegir con cierta facilidad que era descendiente de
españoles, aunque probablemente muy lejano, teniendo en cuenta que
era una familia que aseguraba llevar tres siglos en Dunquerque.
Una vez superada la etapa dunquerquiana, avanzó Delambre hacia el
sur en dirección a la región más erótica de Europa: la Picardía.
Avanzó muy deprisa, aprovechando las mejores condiciones para la
triangulación del verano, y a mediados de julio había completado
diez triángulos. Ese mes, Lefrançais abandonó el equipo para ir a
París porque su mujer (hija de Lalande) estaba a punto de parir. De
hecho, el 27 de julio dio a luz a una niña, a la que llamaron
Urania (es fácil deducir que, de alumbrar a la churumbela a día de hoy, la habría llamado Supercuerda, o Materiaoscura), aunque el bautizo quedó pendiente hasta que Delambre pudiese
apadrinarla. Lo cierto es que Lefrançais nunca regresó a la misión.
El 8 de agosto de 1793, antes de que hubiera podido hacerlo, la
Academia fue abolida, y se quedó trabajando con su suegro.
Delambre supo de la abolición de la Academia por una carta de
Lavoisier que le llegó cuando estaba en la torre de la catedral de
Amiens tomando medidas. En todo caso, su corresponsal parisino le
informaba de que los académicos habían podido salvar el proyecto de
reforma métrica. La mala noticia es que el flujo del dinero se había
acabado, y que también se había decidido, en parte a causa de las
excesivas dilaciones del proyecto, implantar una especie de metro
provisional.
Una
ley de 1 de agosto de 1793, en este sentido, codificó el sistema
métrico como lo conocemos hoy en día, y otorgaba un periodo
transitorio de un año para que la gente se adaptase. Era evidente
que para cuando el nuevo metro fuese obligatorio, la expedición del
meridiano no habría podido terminar sus triangulaciones y mucho
menos completar sus cálculos. Por eso se establecía un valor
provisional.
Antes de que comenzase la expedición del meridiano, Borda había
hecho algunos cálculos estimativos en los que había previsto un
valor para el metro, expresado en medidas tradicionales hasta
entonces en Francia. La intención del marino era, sin embargo,
mantener estos cálculos, basados en lo que ya se sabía sobre las
dimensiones de la Tierra, en secreto. Pero había muchos actores que
querían conocerlos. Los más interesados en ello eran los
funcionarios del Tesoro, que necesitaban conocer cuál sería el peso
de las piezas de moneda. Ya el 1 de enero de 1793, el Comité de
Finanzas solicitó de la Comisión de Pesos y Medidas una estimación
adecuada de la futura longitud del metro. El trabajo lo abordaron
Borda, Lagrange y Laplace. Para ello, asumieron que la longitud de un
grado a una latitud 45 norte era la media de todo el cuarto
meridiano. Tomaron esa medida de la expedición conocida como Cassini
III (1740). A partir de ahí, teniendo en cuenta que un cuarto de
meridiano ocupa 90 grados, multiplicaron dicha longitud por 90 y
dividieron por diez millones (espero no haberme equivocado en la descripción...)
Los tres científicos, sin embargo, también guardaron este
resultado, y sólo fue ante la amenaza de disolución de la Academia
que lo dieron a la luz.
A pesar de esta adopción del metro, como hemos dicho siempre se tomó
por provisional y, por lo tanto, la labor de las triangulaciones no
se detuvo. En octubre de 1793, Delambre había logrado ya llegar lo
suficientemente al sur como para conectar las mediciones que había
hecho desde Dunquerque con las que había realizado anteriormente en
los alrededores de París.
Avanzando
por el sur de la capital se encontró con un problema difícil. La
torre de la iglesia de Cour-Dieu, que había servido de nodo a
Cassini, se encontraba ahora rodeada de árboles y no podía ser
usada como nodo. A falta de otros elementos que pudieran ser usados,
Delambre decidió que lo que había que hacer era construir un puesto
ad hoc
sobre una colina llamada Châtillon. La construcción de la torre
tomó un mes y, lo que es más importante, concitó mucha curiosidad.
Los lugareños de los alrededores estaban convencidos de que eran
obras de algún complejo o máquina, que sería usada con intenciones
contrarrevolucionarias. Así las cosas, lograron llamar a una tropa
de unos seiscientos soldados para que fuesen allí. Afortunadamente
para Delambre, en aquel ambiente más bien ilógico y bastante
revolucionariamente pollas, las gentes de la zona decidieron cambiar
de enemigo y, en el mes de diciembre, votaron por unanimidad que
fuese demolido un monolito que se había construido muy cerca en
recuerdo de la expedición de Cassini, por considerarlo un “signo
odioso del despotismo extinto”.
El día de Nochevieja, Delambre y su adjunto Bellet lograron,
finalmente, subir a la torre de Châtillon. Con el tiempo, sin
embargo, acabaría quedando claro que las mediciones desde ese lugar
no iban a ser de gran calidad. El fuerte frío, el viento y el
delicado equilibrio en el que se veían obligados a colocar los
aparatos de medición la provocaron.
Lo peor, sin embargo, llegó el 4 de enero de 1794. En ese día,
Delambre recibió una carta de la Comisión de Pesos y Medidas en la
que se le notificaba que, por orden del Comité de Salud Pública,
había sido apartado del proyecto de medición del meridiano, junto
con algunos otros científicos. La carta le instaba a empaquetar sus
instrumentos de medición y todas sus notas y mantenerlos a
disposición del sustituto que acudiría para tomar el control de la
misión “en el caso que fuese reanudada”.
Ahora
Delambre tenía dos preocupaciones: una, que le habían prohibido
hacer las mediciones. La otra, que las tenía que hacer si no quería
que todo el trabajo desde la torre de Châtillon quedase inutilizado;
cosa que ocurriría si la torre era definitivamente derribada por el
viento sin que hubiesen terminado las mediciones. Delambre
consideraba, y tenía toda la razón, que la única forma de que la
misión pudiese ser continuada por un tercero con garantías es que
él terminase su trabajo en algún punto de observación fijo y no
artificialmente construido. Pensaba en alguna de las torres de
iglesia a lo largo del Loira. Otrosí, lo que el científico tenía
en ese momento era un montón de notas crudas que necesitaban ser
ordenadas, expurgadas y calculadas; un trabajo de por lo menos tres
meses. Así las cosas, escribió a París solicitando cuando menos
este tiempo para poder completar su parte de la misión.
La carta de Delambre fue recibida en París por un antiguo compañero
de la Academia que, además, estaba llamado a ser su sustituto: el
ingeniero Gaspard Prony. Prony, que recordemos pertenecía a esa
profesión que los científicos puros suelen mirar con cierta
superioridad, se portaría con Delambre como un auténtico
científico: no sólo le asistió, sin sustituirle, en las mediciones
de la torre de Châtillon, sino que luego siguió ayudándole en las
mediciones en el Loira.
En año y medio de trabajo, Delambre había completado más o menos
la mitad de su trabajo, recorriendo más de 3.000 kilómetros
efectivos por carreteras deplorables; distancia que se explica
porque, recordemos, cuando se triangula no se avanza en recto, sino
en zig zag. Pero el 22 de enero, recibió la comunicación del Comité
de Salud Pública, que llevaba fecha de 23 de diciembre de 1793,
comunicándole su cese.
Fue la forma que encontró eso que conocemos como régimen del Terror de irrumpir en el proyecto del meridiano.
Fue la forma que encontró eso que conocemos como régimen del Terror de irrumpir en el proyecto del meridiano.
La verdad es que el péndulo tenía un montón de problemas.
ResponderBorrarEn primer lugar, como bien dices, estaba el de trasladar el problema a la de medir otra magnitud: el tiempo. Y no era un problema pequeño. Ya entonces se sabía que el día (punto de partida para obtener el segundo) no era único. Existe el tiempo solar y el tiempo sidéreo, que difieren entre sí en aproximadamente 4 minutos y que para colmo el día solar no siempre dura lo mismo. Y ahora trabajamos con el tiempo solar medio.
Pero hay más problemas. El "motor" del péndulo es la gravedad, que como has indicado, se sabía no era igual en todas partes, pero es que además hay otros "motores" que influyen para pararlo: el rozamiento. No por casualidad a todos los relojes de péndulo había que darles cuerda y no es evidente que se pudiese conseguir una fuente de energía que lo compensase perfectamente. El reloj de mi abuela atrasaba o adelantaba en función de que fuera verano o invierno y de su propio albedrío y ganas de jorobar.
Afortunadamente desconocían algunas cosas más porque Einstein no había tenido a bien nacer aún. Si no, habrían sabido que tanto la longitud como el tiempo dependen de la velocidad y la gravedad y que el concepto de simultaneidad de sucesos se iba a ir a hacer gárgaras en poco más de un siglo. De haberlo sabido habrían abandonado el proyecto y hoy seguramente no tendríamos metro o se habría cogido una medida cualquiera sin referenciarlo a una Naturaleza tan caprichosa.
En general creo que la idea de unificar las medidas era lógico y un gran avance del que me congratulo de disfrutar, pero yo creo que era innecesario ligarlo a nada real. Con buscar un tamaño fijo de consenso era suficiente (eso que aprendíamos de la barra de platino iridiado). Y sabiendo que hay veces que no es aplicable. Como ya se ha indicado, los ángulos, la milla náutica o las horas son más útiles como están y a los astrónomos les resulta más útil el año-luz o el parsec sin derivar para nada del metro (ni la una de la otra, por cierto).