Sir John
Moore decidió que sus tropas se detuviesen en Lugo. Esto, él lo
sabía bien, suponía exponerse a ser alcanzado por las tropas
francesas y obligado a luchar. Perspectiva que al general no acababa
de gustarle aunque, como ya hemos dicho, era lo que muchos de sus
oficiales e incluso soldados deseaban, después de haberse visto
abocados a un trekking de semanas, aparentemente sin sentido,
por una meseta de los cojones. Eso sí, le dejó muy claro a su
estado mayor que, en el caso de vencer a los franceses, no se
quedaría para perseguirlos. I have had enough of Galicia,
contestó, por toda razón, sir John Moore; el mismo militar al que
la tradición adjudica un amor y una admiración casi sin sin límites
hacia la comunidad autónoma.
En
realidad, es más que probable que aquella frase tuviese más
componentes de los estrictamente descritos en la misma. Moore no sólo
estaba jodido por lo mal que lo había pasado en la meseta castellana
y las tierras gallegas; también esta decepcionado con sus propias
tropas, y no era para menos portándose como se portaron. Le confesó
a sus más cercanos que jamás, ni en sus peores sueños, habría
podido imaginar que una tropa británica se pudiese desempeñar con
la violencia, la indisciplina, el desprecio y, en general, el ánimo criminal con que
lo habían hecho sus hombres.
La
situación militar de Moore no era demasiado halagüeña. Con tropas
francesas avanzando por el norte, en Asturias, y por el sur, en las
riberas del Miño, corría un peligro más que evidente de
encontrarse atrapado. Sus asesores españoles le decían que eso no
era para tanto porque podrían encontrar macizos montañosos en los
que refugiarse; pero, por decirlo mal y pronto, Moore hacía mucho
tiempo que no creía en esos españoles con los que por lo visto se
llevaba tan bien y admiraba tanto. Para el escocés, eran lentejas:
él tenía 20.000 hombres en España, además desharrapados, mal
alimentados, e instalados en la sedición; y Napoleón tenía 300.000
bien equipados y disciplinados. Como puede verse, a la hora de sumar
las tropas españolas, el general miraba para otro lado.
Los
argentinos suelen decir: «soldado que huye, vale para otra guerra».
Un pensamiento muy parecido tenía Moore. La británica era la única
fuerza con que contaban los españoles para defenderse. La decisión
más racional, sin duda, era sacarla de la península, mejor antes
que después, para así poder usarla algún día en mejores
condiciones.
Sin
embargo, Moore le confesó en una carta a lord Castlereagh que, en
realidad, lo único que conseguía cohesionar mínimamente a sus
soldados, obedecer órdenes y, al fin y a la postre, parecer un
ejército, era la perspectiva de luchar. Fue por esta razón
fundamental por la que decidió parar y defender las colinas de Lugo:
como la única forma que se le ocurrió de volver a convertir en un
ejército a una patota de animales a los que ni siquiera un
fusilamiento público o una larga sesión de vergarazos había puesto
en razón.
Llegaron
a la ciudad el día 6 de enero, festividad de los Reyes Magos. A los
lucenses, sin embargo, lejos de llegarles ese día Melchor, Gaspar y
Baltasar, les llegó aquella tropa desordenada y dipsómana. Además,
la abundancia de recursos que los británicos habían esperado
encontrar no fue para tanto. Sin embargo, el relativo confort que
encontraron los soldados, unido al hecho de que la posición que
tenían parecía sólida, sirvió para atemperar mucho las cosas
respecto de lo que se había vivido pocas jornadas atrás. Además,
la brigada del entonces mayor general James Leith, perteneciente a la
división de David Baird y que se había retirado con más rapidez
que el resto de la armada, hasta el punto de que ya no había
participado en los hechos de Sahagún, se pudo unir en Lugo al resto
de la tropa, añadiendo 1.800 hombres. Sin embargo, las largas y
difíciles jornadas que acababan de ocurrir también habían dejado
su tributo. Por ejemplo, aproximadamente 1.000 caballeros cuya
montura había muerto en el camino fueron remitidos a La Coruña,
adonde se dirigieron a pie. Moore contaba con no más de 18.000
combatientes.
El día
7, el mariscal Soult avistó la posición británica, pero al parecer
la juzgó mal. Creyó que el centro de la misma se encontraba en un
punto diferente del real, así pues apostó una batería artillera
para batirla que, sin embargo, quedó a merced de las posiciones
artilleras británicas, que se encontraban además en una ventajosa
posición en altura. Sin embargo, inmediatamente después Soult
ordenó un ataque por su flanco izquierdo, que impactó con las
tropas de Leith, que se batieron en retirada. Hubo un momento de gran
confusión, durante el cual incluso Moore tuvo que huir, llevándose
consigo a la mujer de uno de sus coroneles, a la que encontró en
medio del campo de batalla y de los disparos, totalmente
desorientada como cualquier mastuerzo de más de 35 años en medio de una partida online de Call of Duty. Sin embargo, algo más tarde Leith personalmente
encabezó una carga tan exitosa que dejó varios centenares de
cadáveres franceses sobre el terreno, y obligó a Soult a retirarse
para reorganizarse.
El
tiempo, sin embargo, jugaba a favor del francés. El día 8, cerca de
20.000 hombres reforzaron las fuerzas francesas desde el área de
Astorga, y Soult pudo colocar una temible línea de medio centenar de
artefactos artilleros preparados para la batalla. Además, los
ingleses recibieron noticias de que el mariscal francés, tal y como
Moore había temido, había ordenado a Ney un avance de tropas desde
el lugar que las fuentes inglesas suelen citar, pensando tal vez que
Galicia es Cataluña, como Val des Orres (Valdeorras), para realizar
una pinza sobre los ingleses.
Todo el
día 8, las tropas inglesas esperaron en un tenso silencio el ataque
francés. Pero dicho ataque no se produjo. Y, al llegar las nueve de
la noche, Moore dio la orden de la retirada. La decisión más
racional en su posición. Ahora, Soult le superaba en tropas, él corría
el peligro de verse embolsado y, para colmo, tampoco estaba nada
claro qué valor podría tener para él una eventual victoria. Lo
mejor que podía hacer era largarse, tratando de que el francés no
se diese cuenta.
Aquella
salida fue, como casi todas, desastrosa. La opción de los mandos fue
no contarle a los soldados que estaban huyendo una vez más. Por lo
demás, la marcha nocturna provocó que muchas de las unidades
tomasen rutas erróneas por las montañas lucences, con lo que, con
la llegada del amanecer, tuvieron que empezar a reorganizarse. A la
una de la mañana, el regimiento que iba en la vanguardia alcanzó,
citamos de las memorias de uno de sus oficiales, a dirty
miserable-looking village called Guitoriez (sic), en medio de una
tormenta invernal de grandes proporciones. Dos centenares de caballos
fueron alojados en los establos de la posada del pueblo, pero sus
jinetes tuvieron que hacinarse en los pasillos y la cocina de la
misma, ya que todas las habitaciones, sin excepción, fueron ocupadas
por sir David Baird y sus oficiales. El capitán Gordon contó en sus
memorias que encontró un lugar, empaquetado junto con varias decenas
de otros soldados, junto a un fuego; pero que, repentinamente,
apareció la cocinera de sir David y pretendió echarlos de allí
para poder calentar el té del general. La mandaron al equivalente
británico de ser violado al modo griego.
Inmediatamente,
comenzó la gran gala inglesa de Guitiriz. En sus recorridos por el
pueblo, los soldados encontraron vino, pescado salado y ron, que
tomaron para sí con sus acostumbradas buenas maneras. La combinación
de ron y pescado salado en estómagos que llevaban días sin comer
fue tremenda para muchos soldados. Uno de ellos, por lo visto, se
alzó sobre un tonel en la calle, se proclamó el general Moore, y
gritó que lo que tenía que hacer la tropa era dar la vuelta y
luchar.
En este
ambiente tan marcial la tropa, poco a poco, se fue acercando a la
costa coruñesa, alcanzando Betanzos el día 10.
A pesar
de la decisión de Moore de dirigirse hacia La Coruña, todavía
había unos 3.500 hombres camino de Vigo desde Astorga. Se trataba de
los integrantes de la brigada ligera, que habían sido enviados por
este camino para guarnecer el flanco sur del avance inglés. Aquel
avance se desarrollaba en mayores condiciones de orden, en parte por
ser la tropa menor y más fácil de controlar; en parte por la
determinación del coronel Robert Craufurd, Black Bob como lo
conocían, quien es tenido por no pocos estudiosos del tema como uno
de los militares más dotados de los británicos que lucharon en
España; y que acabaría muriendo en nuestro país, en Ciudad
Rodrigo. Craufurd era un obseso de la disciplina al viejo estilo
inglés, pese a ser escocés, y durante aquella marcha fue capaz de
flagelar soldados tan sólo por haber pretendido no pasar un río
vadeándolo sino por un puente. Según le decía a sus oficiales, el
coronel detestaba el uso del látigo, pero consideraba que era
necesario para mantener la disciplina de la tropa. De hecho, uno de
los soldados de aquella marcha que escribió sobre la experiencia, un
fusilero llamado Harris, dejó bien clara su impresión de que había
sido la disciplina mantenida por Craufurd la que había conseguido
que la tropa, finalmente, acabase por ver la hermosa bahía de Vigo
(aunque, todo hay que decirlo, sin puente de Rande).
Las
tropas que llegaron a Betanzos también lograban avizorar el mar
desde las colinas más elevadas. Pero no se quedaron allí mucho
tiempo. El día 11, siguiendo el curso del río Mero, que va a morir
en la ría de O Burgo, llegaban al puente que cruza esta última. Con
una marcialidad parcialmente recuperada, las tropas entraron en lo
que hoy es casi La Coruña, entonces sus inmediaciones, atravesando
las aldeas de Pedralonga y Eirís.
Es
importante entender, aunque cualquier puede sospecharlo, que La
Coruña que vivitaron las tropas de Moore no es la ciudad que es hoy.
La Coruña decimonónica estaba básicamente limitada por el monte de
Santa Margarita al oeste; una línea diagonal que uniría la propia
Santa Margarita, el barrio de Santa Lucía (como se llamaban entonces
las casas de pescadores que estaban a la rivera del puerto) y la
Palloza, que todavía tiene ese nombre, hacia el sur. Mientras que
Puerta Real, la ciudad vieja y el castillo de San Antón, Orillamar y
la península de Hércules completaban el mapa.
La tropa
que llegaba estaba notablemente diezmada (había batallones que
habían perdido incluso un centenar de hombres) y en un estado tan
deplorable que, para enfado de sir John, algunos de sus oficiales no
escondieron su posición favorable a la negociación de un armisticio
con Soult.
Una vez
que las tropas hubieron cruzado el puente, el general Edward Paget se
quedó en la zona con la misión de mantener a los franceses a raya
en la orilla oriental del Mero, mientras en el puerto coruñés se
realizaban los trabajos para apañar el embarque de las tropas. En el
corto plazo, la primera labor era volar el puente de O Burgo. La
verdad, en este tema los británicos no habían sido ningunos linces
pues, con la única excepción del puente de Castro Gonzalo, no
habían sido capaces de volar ninguno más; la última tentativa, en
Betanzos, había terminado con el puente tan sólo levemente
magullado. Por esta razón, esta vez los ingenieros forraron la base
de los arcos del puente con pólvora suficiente como para volar un
puente cuatro veces más grande. La explosión fue tan brutal que se
escuchó en el puerto coruñés. Los militares que se encontraban más
cerca del puente, y que esperando una explosión normal se creían
sobradamente a salvo, salieron huyendo del lugar, según un testigo,
«como pavos, sin respetar rango alguno y tirándose a cualquier
agujero que pudiese proveer con una mínima protección». En todo
caso, un hombre murió y otros cuatro fueron severamente heridos. Eso
sí, el puente se había ido a freír gárgaras, utilidad que los
ingleses comprobarían esa misma noche cuando, al otro lado del río,
apareciesen las primeras patrullas francesas.
El día
12, los franceses colocaron su primera artillería, y comenzó un
combate a distancia entre franceses e ingleses, con el Mero de por
medio, que duró dos días. Sin embargo, el día 13 los franceses
encontraron, intacto, un puente en la aldea de Cela (Ponte Cela), y
lo cruzaron. Moore ordenó a Paget que sacase a las tropas de reserva
de O Burgo antes de que los franceses pudiesen aislarlas. La
situación no era nada buena. Los soldados de Paget, viendo mástiles
en el puerto desde O Burgo, habían pensado que los barcos estaban
allí para llevárselos. Pero al llegar a Santa Lucía fueron
informados de que aquellos barcos eran mercantes y barcos-hospital,
porque los que los tenían que sacar de allí todavía no habían
doblado el cabo de Fisterra.
No
llegarían a tiempo de evitarles la batalla. Los ingleses tendrían
que luchar contra los franceses con el culo contra el mar.
Si bien no altera la cuestion de fondo,en puridad de argentinismos,nos decimos:¨Soldado que huye,sirve para otra batalla¨.
ResponderBorrarSalud!
Además de las dotes de líder de Craufurd, que las tenía y muchas, también contaba a su favor que su brigada estaba compuesta por tropas de élite, que suelen ser mejor disciplinadas que otras fuerzas.
ResponderBorrarEborense, strategos