Con el tiempo Libia, a causa de su dirección basada en
comités revolucionarios que negaban al Estado y, sobre todo, los caprichos y
fobias de su primer representante, acabó cayendo en la tan inesperada como en
el fondo inevitable crisis económica. A lo largo de los años ochenta, conforme
los ingresos del petróleo fueron perdiendo suelo, y no digamos ya en los
noventa, cuando a George Bush padre la jugada de la primera guerra del Golfo le
sale, en este punto, de cine, Libia comienza a verse condenada a ver colas
interminables en las tiendas de alimentos básicos y, en general, escasez. A
ello hay que unir que la reacción de los gestores del país a estos problemas,
derivados fundamentalmente de los embargos dictados desde Washington, fue tirar
de reservas, con lo que tardaron demasiado tiempo en generar consecuencias
económicas para el país.
La escasez siempre quiere decir lo mismo: desigualdad. Esto
siempre es problemático, como estamos experimentando ahora en España, por
ejemplo. Pero en el caso de Libia era peor aún, porque la Jamahiriya era un
proyecto nacido desde y contra la desigualdad de la monarquía; un proyecto que
había prometido una igualdad estricta que ahora no se cumplía. El islamismo
militante fue la primera fuerza que tomó en sus manos la bandera de luchar
contra este estado de cosas, especialmente en la Cirenaica. Para colmo, estos
problemas fueron casi contemporáneos del descrédito del ejército, que alcanzó
su punto más alto en el puesto más al sur de Libia, Maaten al-Sarra, donde el
aeropuerto militar montado por las tropas de Gadafi fue tomado y aniquilado por
fuerzas chadianas que apenas llevaban ametralladoras pesadas montadas en
camionetas (lo cual tampoco es muy de extrañar pues, tal vez, haya que recordar
aquí que la Jamahiriya nunca tuvo, propiamente hablando, un ministro de
Defensa, ni un alto Estado Mayor coordinado). Como tercer elemento, hay que
recordar que uno de los principales clientes de Libia era la Unión Soviética;
y, consecuentemente, el colapso de la misma en los primeros años noventa le fue
enormemente lesivo.
No hay que descontarle importancia tampoco al factor
corrupción. Muamar el-Gadafi, que lo iba a cambiar todo y a petarlo con un
nuevo espíritu que no tendría nada que ver con lo existente hasta el momento,
no dejó de ser, sin embargo, un gobernante que reprodujo, en medio de toda su
revolución, el esquema tribal norteafricano, más que con precisión, con pasión.
Gadafi siempre gobernó rodeado de sus colegas de primera hora, así como de
incorporaciones de jóvenes como su sobrino Sayed Mohamed Gadaf-al-Dam. Permitió,
deleitado, la generación del conocido en su día como rabitat rifaq al-Gadafi,
esto es el Grupo de Compañeros de Gadafi, cuyo principal elemento fue durante
mucho tiempo Ibrahim Ibjad, pero que se llegó a estimar en no menos de 100
miembros que ocupaban puestos clave en la administración del país; una especie,
pues, de masonería tribo-personal. Durante los años noventa, estas elites
pasaron a controlar la distribución de subsidios y ayudas estatales.
No hay que olvidar, por supuesto, a los parientes directos
de Gadafi o miembros de su tribu, como el brigadier Ahmed Gadaf-al-Dam y el ya
citado Sayed, hermano suyo, y a quien Gadafi consideró durante mucho tiempo su
sucesor natural.
Todos estos problemas estaban ahí cuando Muamar el-Gadafi
decidió cometer el mayor error de su vida, que fue permitir los atentados
aéreos de Lockerbie y Níger. A pesar de que el punto más elevado de
confrontación entre Libia y Estados Unidos se produjo antes, con el bombardeo
de Trípoli y Bengasi (provocado por un atentado terrorista en una discoteca
alemana), con la perspectiva del tiempo es fácil darse cuenta de que estos dos
atentados, y muy especialmente el de Lockerbie, estaban llamados a ser la tumba
del líder libio. En la práctica, la crueldad y arbitrariedad de ambas acciones
sirvió para reforzar el eje reaganismo-thatcherismo, en un momento en el que
mostraba claros signos de agotamiento. En 1991, Estados Unidos y Gran Bretaña
acusan formalmente a dos oficiales libios de seguridad, Abdel Basset Alí
Mohamed al-Megrahi y Al-Amín Khalifa Fimah, por su implicación en el atentado.
Asimismo, Francia acusó a otros cuatro oficiales libios por el atentado de
Níger. Los tres países exigieron a Libia la entrega de todos los acusados. En
enero de 1992, Naciones Unidas aprueba su resolución 731, en la que exige a
Libia que cumpla con las demandas de estos tres países y extradite a los
acusados. Cuando Gadafi se negó, en abril de 1992, Naciones Unidas pasó a
prohibir todos los vuelos al país y un embargo total de armas (a lo que hay que
sumar la resolución 883, noviembre de 1993, afectando al embargo de bienes de
equipo).
En agosto de 1996, por su parte, Estados Unidos adoptó la
Iran an Libya Sanctions Act, ILSA, que suponía más constricciones para el
comercio con el país. No obstante todo eso, a finales de los noventa el
aislamiento de Libia comenzaba a resquebrajarse, sobre todo por la actitud de
algunos países africanos, que habían comenzado a volar al país y la
Organización de Estados Africanos, para entonces en frontal oposición con las
decisiones de Naciones Unidas. La OEA, además, actuó de intermediario en el
conflicto de Lockerbie, tratando de influir para que, como quería Gadafi, el
caso judicial fuese trasladado a un país neutral. En 1998, Estados Unidos y
Reino Unido aceptaron, de hecho, que el juicio se produjese en La Haya. Falto
ya de disculpas, en 1999 Gadafi entregó a los dos sospechosos a las autoridades
holandesas.
El juicio, en el 2001, declaró culpable a al-Meghari, pero
dejó libre a Fimah. Este resultado provocó algunos problemas en la coalición
antilibia, hasta entonces firme, lo cual se vino a combinar con las ofertas de
Gadafi de ofrecer compensaciones económicas a los familiares de los muertos en
los aviones, e incluso a los de Yvonne Fletcher. En buena parte por este cambio
de marea, Estados Unidos acabó aceptando el debilitamiento de las sanciones
multilaterales, aunque se seguía reservando la exigencia de un cumplimiento
total de sus demandas para levantar las propias (que eran las que más daño le
hacían a Libia).
Momento en el cual sobrevino el 11 de septiembre del 2001.
Muy interesante la serie de artículos sobre Libia. Lo que más me sorprendió cuando cayó Gadafi es que Libia en realidad siempre estuvo más cerca de "estado fallido" que de un estado moderno. Tenía la impresión que Gadafi había creado un Estado funcional y que incluso había creado la sensación de pertenencia a un país que la monarquía no pudo. Pero cuando observé que Gadafi cayó con bastante facilidad y que después lo que ha quedado es muy similar a la era pre-gadafi me di cuenta de cuán equivocado estaba. Vamos que Libia no es Argelia como Italia no es Francia. Ni la sociedad ni el ejército se le parecen lo más mínimo y tus artículos me están haciendo ver que efectivamente Gadafi no cambió la esencia de la sociedad. Me cegó la política exterior del régimen que le dio una visibilidad no acorde al país. Un poco como la Venezuela Chavista...
ResponderBorrarPor cierto. Me pareció inteligentísima la forma en que gestionaron las concesiones de petroleo. No sé a quién se le ocurrió pero era fantástica, aunque no parece que haya creado escuela.