Meter pasta en un país atrasado que, además, no tiene
demasiadas ganas de superar las formas de dicho atraso, es plantar el germen de
un enfrentamiento. Libia no es una excepción. Conforme los pozos de petróleo
comenzaron a bombear crudo hacia el exterior y dinero hacia el interior, las
inversiones realizadas acabaron por permitir la creación de una joven clase
tecnocrática, de corte moderno, alejada de los pies forzados tribales que
gobernaban el país.
Dentro de esta clase, además, no faltaban las posiciones
políticas. Los libios más alejados de la tradicionalidad del país concebían
éste como un mero invento de las potencias occidentales y, de hecho, tras la
revolución acuñarán el término «falsa independencia» al referirse a la
monarquía sanusiya. En 1967, con la producción de la denominada guerra de los
seis días, estos sentimientos antioccidentales se exacerban en diversas
manifestaciones en Bengasi. Al gobierno, por ejemplo, le costó mucho conseguir
que los pozos de petróleo que habían sido cerrados en solidaridad con los
«hermanos árabes» volviesen a producir.
Hay que tener en cuenta, además, la rampante y evidente
corrupción propia de un gobierno rico y a la vez medio medieval. En fecha tan
temprana como julio de 1960, el rey Idris al-Sanusi había tenido ya que realizar
una declaración pública sobre la materia. De entre todos los corruptos cercanos
al poder del país, los mayores eran los comúnmente conocidos como el
Triunvirato (Sayid Abdalah Abid, Abdalah al-Shalhi y Ben Halim). Sin ir más
lejos, estos tres «empresarios» protagonizaron el escándalo más grande de toda
la época, vinculado a la construcción de una carretera desde Fazzan hasta la
costa mediterránea, que fue tan gordo que acabó provocando la apelación al rey
de que disolviese el parlamento local.
En el fondo de toda esta situación yacía el hecho de que el
rey Idris no había conseguido crear una clase política ni una elite gobernante.
Él mismo, de hecho, a partir más o menos de mediados de los sesenta, abandonó
por completo todo intento o ilusión de ser el rey de Libia, retirándose cada
vez más de los centros del poder y de la intriga, viejo y estresado. Cometió el
error en su día de convencerse de que podía ser el mandatario de algo más que
su Cirenaica natal, porque es un hecho que jamás lo consiguió propiamente. En
teoría, detrás de él se encontraba todo un grupo de tribus, personas e
intereses dispuestos a defenderle. Pero lo cierto es que cuando en septiembre
de 1969 un grupo de oficiales del ejército libio realiza un golpe de Estado,
nadie, en realidad, movió un dedo para ello.
Los jóvenes militares que dirigieron aquel golpe de Estado
sabían bien todo eso. Sabían bien que Libia había sido un Estado con capacidad
de llamarse tal cosa durante tan sólo seis años, los que van desde la reforma
antifederal hasta el propio golpe, así pues actuaban sobre una sociedad libia
que no le tenía especial cariño a ese concepto. Por eso, sus arengas se
centraron pronto en la inutilidad del Estado moderno, y permanecerían como una
seña de identidad clara en la operativa de Gadafi.
En contra de lo que esperaba todo el mundo, especialmente en
occidente, el golpe de Estado no fue realizado por militares de alta graduación
sino, un poco al estilo de que lo que años después ocurriría en Portugal, por
un grupo de mandos intermedios muy jóvenes. Sus primeras tomas de posición fueron confusas y no muy definidas. En realidad, sólo el nacionalismo árabe y
el antioccidentalismo se podían distinguir como netos elementos ideológicos.
El golpe se produjo sin derramamiento de sangre desde el
momento que las dos fuerzas de elite del rey, la Cydef y la Tridef, habían
decidido no intervenir. Pasó una semana de incertidumbre y no demasiada
información, hasta que fue revelado el nombre del principal elemento de los
golpistas, esto es Muamar el-Gadafi, quien fue identificado como presidente del
Consejo de Mando Revolucionario. Hasta enero de 1970, esto es cuatro meses, no
se conocieron los nombres del resto de los integrantes del Consejo
Revolucionario: mayor Abd as-Salam Jallud; major Bashid Hawadi; capitán Mukhtar
Abdalah Gerwy; capitán Abd al-Munim Tahir al-Huni; capitán Musrafá al-Kharubi;
capitán al-Khuwaylidi al-Hamidi; capitán Mohamed Nejm; capitán Alí Hawad Hamza;
capitán Abu Bakr Yunis Jabr; y capitán Omar Abdalah al-Muhaysi. Casi todos
ellos procedían de tribus menores, que no habían tocado pelo durante la etapa
monárquica.
Además de todos ellos, estaba Gadafi como líder y timonel de
la revolución, puesto que le fue indiscutible desde el primer momento. Joven
oficial del ejército libio procedente de la incipiente clase media que se venía
gestando en el país, Gadafi no tenía más pátina ideológica que el nacionalismo
árabe. Como bien demostrarían sus actos durante su mandato, muy especialmente
los primeros años, el que entonces era todavía primus inter pares de la revolución libia profesaba una admiración
sin límites hacia Nasser y su proyecto egipcio, así como las promesas que el
encendido discurso nasserista realizaba de devolver al mundo árabe el esplendor
que un día tuvo, y que han sobrevivido hasta las soflamas de Bin
Laden. De hecho, una de las primeras declaraciones de Gadafi fue afirmar:
«díganle al presidente Nasser que hemos hecho esta revolución para él».
La muerte de Nasser, apenas un año después de la revolución,
le abrió la posibilidad a Gadafi de convertirse en profesor en lugar de alumno.
Aceptó, en realidad sin que alguien se lo pidiera, tomar el testigo y
convertirse él en adalid de la revolución panárabe. Sin embargo, todo esto se desarrollaba
en unos términos equívocos y muy genéricos, de forma que no fue tras más de un
año de la propia revolución que ésa hizo público, por primera vez, un programa
de gobierno. Al contrario que la monarquía, abogaba, sobre todo, por la
retirada de bases y tropas extranjeras del país y por la unidad nacional; pero,
al igual que ésta, inmediatamente abogó por la supresión de los partidos
políticos.
Más allá, el nuevo régimen declaró al Consejo Revolucionario
como la mayor autoridad del país, con poder para nombrar el Consejo de
Ministros. En 1970, todos los ministerios, con la excepción del de petróleo (lo
cual lo dice todo sobre las habilidades revolucionarias) estaban copados por
miembros de dicho Consejo. El gobierno despidió a todos los oficiales del
ejército con rango superior al de mayor y al mismo tiempo incrementó
exponencialmente el tamaño de las fuerzas armadas; convirtiéndolas,
lógicamente, en la principal agencia de empleo del país.
Sin embargo, muy pronto Gadafi se dio cuenta de que no era
buen negocio hacer que el régimen libio fuese una dictadura militar. En
noviembre de 1972 se convocó un denominado Alto Consejo de la Orientación
Nacional, encaminado a coordinar y discutir políticas entre los eslabones superiores,
en el cual las tensiones surgieron rápidamente entre los militares y las
intenciones de Gadafi de colocar más civiles en la alta administración del
país. Finalmente, Libia comenzó a tener, de nuevo, ministros civiles en buena
parte de su gobierno, lo cual ayudó a construir una sima entre el ejecutivo y
el Consejo de la Revolución.
Tras todos aquellos meses de cierta indefinición, Gadafi
terminó por decidirse por la vía revolucionaria. En 1973, el 16 de abril (aniversario
de la muerte del Profeta), anunció en Zuwara lo que llamó la Revolución Popular.
Ante los problemas para coordinar a las elites, el líder del país había
decidido apoyarse en la masa, en la gente. Así, hizo público un programa simple
de cinco puntos que lo que hacía era intensificar el control popular sobre las
estructuras del país. El objetivo era remover cualesquiera obstáculos,
administrativos o políticos, pudiesen existir para la revolución popular. En aras
de este objetivo, impulsó una auténtica razzia
en los eslabones intermedios del país que se llevó por delante a los enemigos
de la revolución: cargos en la televisión estatal, en la radio, en las líneas
aéreas, en el consorcio petrolero, y los gobernadores de Bengasi, Darna y
Garyán. Todo el gobierno local de Tripoli fue amablemente invitado a dimitir,
pocas horas antes que el rector de la principal universidad del país.
La segunda ola revolucionaria consistió en la creación de
comités populares en las empresas y en todos los organismos públicos. En el
verano de aquel año de 1973, se habían formado ya 2.400. El Consejo de la Revolución,
sin embargo, reaccionó tratando de moderar este movimiento y, de hecho, cuando
los comités fueron regulados por una ley de octubre de aquel año, los sectores
más estratégicos habían sido excluidos de su ámbito; algo que enfureció a
Gadafi, que se negó a firmar el texto legal.
Gadafi hizo todo aquello por sentirse impaciente por
conseguir un mayor avance en Libia hacia la gestión política. Pero, en
realidad, haciendo aquello, ejerciendo de mala copia de Nasser, hizo todo lo
contrario, generando una dinámica que, por supuesto, en Occidente levantó olas
de partidarios (ese tipo de partidarios que recetan para otros lo que no
quieren para sí mismos), pero cuya principal consecuencia, que nos llega hasta
hoy, fue desestructurar el país. En efecto, Libia, de la noche a la mañana, se
quedó sin eso que se suele llamar «cuadros». Se quedó sin gente de gestiones
más bien oscuras que, sin embargo, son los que de verdad hacen funcionar la
compleja maquinaria de los países. Buscando conseguir más Libia, Gadafi provocó
que lo que hubiese fuese menos Estado.
No tiene nada que ver con el tema de Libia pero por aquí te hago saber mi grandisimo interés por que te pronuncies sobre la ultima gamberrada del follonero (Operación Palace). Esta muy relacionado con la historia y bueno el tema de debate es sobre lo fácil que los medios pueden engañar a la población y también el tema de que aquí en España se desclasifica poco. Todo eso supongo que te interesara. No me pronuncio mucho por aquí pero es que me causó tanto impacto el último Salvados que me interesa cualquier opinión sobre la polémica que se generó. De todas formas decirte que me he leído casi todos tus post y este es mi blog de historia de referencia. Ojala no te aburras nunca de esto =)
ResponderBorrarPD: Mas historia de Cuba en este blog!!!! (preferiblemente del 59 para adelante jeje)
La tesis, que yo personalmente doy por cierta, de que el golpe del 23-F fue de alguna manera permitido/impulsado por el CESID (hoy CNI) porque sabía que era un golpe de chichinabo y, fracasando, haría imposibles otros más enjundiosos que se preparaban; dicha tesis, digo, es bastante vieja y si no recuerdo mal incluso la insinúa Pilar Urbano en el mejor libro sobre la materia (Con la venia, yo indagué el 23-F).
BorrarAsí pues, primero, la tesis de fondo que defiende Évole ni es nueva, ni es sorprendente. Más allá, en mi opinión el periodismo tiene sus límites. Yo no veo problema en hacer espectáculo creando, digamos, un docudrama con guión de Jordi Évole que defienda la tesis de que bla, bla. Pero colocar ese mismo docudrama escondiendo su mentira de base y además poniendo como aval el prestigio del guionista como acérrimo periodista, no me parece ni televisión innovadora, ni siquiera un comportamiento profesional ético.
Carl Sagan escribió lo que sabía sobre la vida extraterrestre en "Cosmos". Cuando quiso teorizar más allá, sobre cosas que podrían estar pasando o podrían acabar pasando, escribió una NOVELA, "Signals". Si hubiese escrito en la primera cosas que puso en la segunda (por ejemplo, que los extraterrestres tratan de comunicarse con nosotros transmitiendo series de números primos) para luego escribir en el prólogo que nadie ha escuchado jamás señales así, así pues es una mentira que ha escrito para remover conciencias, le habrían corrido a gorrazos. Y con razón.
La comparación con Welles me parece de chiste. Orson Welles no estaba haciendo información, sino espectáculo. No intentó engañar a nadie porque, de hecho, un montón de norteamericanos que seguían la emisión desde el principio sabían que era teatro radiofónico y no se pusieron histéricos.
Creo, en suma, que Évole se ha equivocado; tanto, tanto, que le ha hecho un flaquísimo favor al esclarecimiento de las circunstancias del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981.
Soy de la misma opinión. Sabían que iba a ocurrir y lo dejaron pasar, como una vacuna. Lo mismo pienso para el 11-S. Sobre lo de Jordi Evole, no soy de la misma opinión pero supongo que es porque soy muy joven y algo nostálgico del Salvados de los orígenes (aunque el formato actual también me va mucho). No me parece que sea para tanto lo que hizo y mira que dejó señales de que iba a ir el documental. Por cierto, que yo fui de los que se lo tragaron (siempre con una dosis de escepticismo claro, nunca me creo nada a pies juntillas) y seguramente si lo empezaste a ver al momento te habrás dado cuenta de la pantomima que era. Gracias por contestar. Saludos.
BorrarSaludos a Anónimo y a Juan:
BorrarNo vi el programa, así que no puedo opinar al respecto.
Aunque sí estoy leyendo que más de uno, supuestamente bien informado, ha quedado como un panoli (por decirlo suavemente). Sobre lo de realizar falsos documentales, lo considero tan legítimo o bastardo como cualquier otro género o subgénero. Dependerá de quien lo vea y cómo lo metabolice. Ahora bien, hacer pasar un bulo por algo real, por mucho que luego se aclare, me parece cuanto menos dudoso. Pues alguien, sin la debida formación, puede tragárselo y hacer el ridículo. Hace unos años se hacía un programa similar, si no recuerdo mal, que no trascendió demasiado. Por ejemplo especulando con que Lorca había sobrevivido pero con la razón perdida. No tuvo mucha repercusión, pero algún alumno futuro podría suspender por escuchar a su papá.
Y en cuanto ala verdad sobre el 23-F, pues bueno, igualito que con el asesinato de Carrero Blanco. Lees treinta libros y te encuentras con treinta teorías diferentes, muchas totalmente incompatibles. Resultado, que ya no sabes que pensar.
Con respecto a Pilar Urbano, me encanta su hipótesis de que alguien engañó a Tejero entrevistándose con él disfrazado de Armada.
Si esto fuera real, mostraría que el problema de jugar a los espías de este modo es como en la canción ("hoy la guerra era real"), que las cosas se pueden salir de madre y mucho. Confío en que todo salga a la luz antes de que los aquí presentes la palmemos.
Un saludo.
Rafael.