Salvador Allende no cayó del cielo. Ni subió de los
infiernos. Salvador Allende es el resultado de una evolución que en Chile se
venía produciendo ya de tiempo atrás, y que no pocas veces se había terminado
por plantear como un enfrentamiento frontal, y mutualmente exclusivo, entre una
oligarquía terrateniente e industrial y lo que en aquel país se conoce como los rotos; que no deben confundirse con
los rojos españoles, pero se les parecen mucho. El siglo XX y, sobre todo, su
segunda mitad, hicieron prácticamente inevitable la eclosión de la conciencia
política de la clase obrera y campesina chilena, con elementos muy
significativamente locales, sorprendentes para un observador externo.
Sorprende, por ejemplo, que durante el periodo de mandato de Salvador Allende
el Partido Socialista, al que él pertenecía, mostrase un radicalismo
revolucionario casi absoluto, de forma que debía ser el Partido Comunista el
que refrenase sus tendencias. Como también sorprende encontrarse con
movimientos como el MAPU, de un leninismo casi de libro pero de inspiración
cristiana.
No por casualidad, por lo tanto, la campaña electoral de
1964 en Chile estuvo presidida por un eslogan que se parecía casi a la letra
con otro que se había manejado en unos comicios ya lejanos en España. Si en las
elecciones de febrero de 1936 la CEDA y José María Gil-Robles reclamaron el
voto para poder parar el marxismo, en las de 1964 la Democracia Cristiana de Eduardo Frei, el
partido político más establecido de Chile, salió a la calle con la intención de
plantear a la sociedad chilena una alternativa clara: o democracia cristiana, o
marxismo. El lema concreto de la DC, que entonces llevaba seis años en
oposición frente al gobierno de derecha pura y dura de Alessandri (Partido
Nacional) fue «revolución en libertad»; buscando, claramente, al electorado a
su izquierda natural.
En 1964, con ese eslogan, aprovechando además la relativa
miopía del propio Allende, quien no se apeó de su radicalismo, la Democracia
Cristiana, más que ganar, barrió, en un resultado parecido al del PSOE en 1982,
que hacía presagiar un largo periodo de gobierno del centro.
El gobierno Frei de 1964, incubadora sin quererlo del
allendismo, no supo administrar correctamente las muchas, demasiadas, ilusiones
que concitó. Pues aquella victoria se produjo en un ambiente social en el que
los chilenos esperaban de la Democracia Cristiana solución para todo: para la
economía rota, para la miseria de obreros y campesinos, para el colonialismo
industrial extranjero, para el analfabetismo.
La oferta democratacristiana, sin embargo, resultó ser un
fiasco. Lejos de domar la inflación (a la que algunos economistas llaman, con
razón, «el impuesto de los pobres»), ésta se desbocó, y el endeudamiento
externo de Chile trepó por las nubes; subía el paro, y la reforma agraria,
abordada inicialmente con valentía, acabó embarrancando. En esa situación, la
DC, que en realidad era un pastiche de tendencias muy diversas, comenzó a
sufrir fugas por ambos lados, a derecha e izquierda, donde tanto el PN como las
formaciones marxistas jugaban sus cartas, dificultando en lo posible el éxito
del Gobierno. Sin ir más lejos, muchas iniciativas gubernamentales se
estrellaban en el muro del Senado que, oh casualidad, tenía un presidente
llamado Salvador Allende Gossens.
La agitación social, además, obligó a aquel gobierno de
centro a usar la fuerza, de forma
exagerada. En 1966, una huelga de los mineros de El Salvador provocó seis
muertos. En una manifestación en Santiago contra la limitación del derecho de
huelga hubo siete muertos. Y, sobre todo, por su repercusión, cabe citar los
siete muertos producidos en Puerto Montt, cuando la policía disparó sobre una
masa de okupas.
En un ambiente de crecientes deserciones desde la democracia
cristiana hacia la Unidad Popular de izquierdas, en 1968, Jacques Chonchol, el
hombre designado para realizar la reforma agraria a través del INDAP, dimitió
de su cargo. Esta desafección, provocada por serias discrepancias con Frei,
provocó la salida de la DC del llamado Movimiento de Acción Popular Unitaria
(MAPU), de raíz cristiana pero que con los meses radicalizaría cada vez más sus
posiciones. Chonchol sería ministro de Allende.
La Unidad Popular, por lo tanto, llegó al poder contra Frei;
pero de alguna manera, también, se alimentó de él. En primer lugar, porque la
integración en la misma, más o menos formal, de los disidentes de la izquierda
cristiana, dotó a las izquierdas de una vitola que necesitaban para captar
determinados viveros de votos. Y, segundo, porque el gobierno Frei, con su
reforma agraria truncada (que, en todo caso, reasentó a 30.000 familias de
colonos), con su política de chilenización de empresas estratégicas (comprando
acciones, que no nacionalizando), abrió las vías que, posteriormente,
explotaría la UP desde una óptica marxista.
El 4 de septiembre de 1970 se celebraron elecciones
presidenciales, a las que Frei no podía presentarse, pues hacía menos de seis
años que había ocupado esa primera magistratura. Por lo tanto, descontado Frei,
los candidatos en aquellas elecciones fueron, fundamentalmente, tres:
Jorge Alessandri era el candidato del derechista Partido
Nacional. Ya había sido presidente, pero más de seis años atrás; además, tenía
el inconmensurable aval de ser hijo de Arturo Alessandri Palma, conocido como El león de Tapaca, uno de los políticos
más arrechos de la Historia de Chile.
El Partido Nacional lo era del orden, de las clases altas y de los grandes
industriales y banqueros, además de muchos chilenos de centro-derecha que,
sobre estar fuertemente decepcionados con la democracia cristiana, temían a la
izquierda, así pues no eran nada proclives a la abstención; por supuesto, no le
hacía ascos a los ciudadanos de simpatías simple y llanamente fascistas.
Sin embargo, Alessandri tenía un punto débil: sus 74 años de
edad que, dicen, le jugaron una mala pasada, pues es convicción de muchos
chilenos que acabó por perder las elecciones cuando se dejó grabar por los
camarógrafos leyendo un comunicado que comenzaba: «No me temblará la
mano…»; y que leyó mientras sus manos,
agarrando el papel, interpretaban el parkinsoniano baile de San Vito. De todas formas,
Alessandri cometió otro gravísimo error en aquella campaña, y fue actuar como
si la Unidad Popular fuese una formación ultraminoritaria sin ninguna
posibilidad de ganar.
El segundo en discordia era Radomiro Tomic, de la Democracia
Cristiana. El Rubalcaba de nuestra historia, pues, recogiendo la presunta herencia de un presidente a la vez saliente y bastante odiado. Centró su campaña electoral
en atacar a Alessandri, consciente de que era quien, sobre el papel, tenía más
posibilidades de ganar. A Allende lo dejó en paz, entre otras cosas porque su
planteamiento estratégico, basado en vender la idea de una profundización en
las medidas reformistas que Frei no había completado, en realidad lo acercaba a
la oferta socialista. Sin embargo, Tomic no acudía con un programa
exactamente propio, pues el partido le había impuesto la estrategia de no
alianzas de la DC, contra su deseo de tentar algún tipo de embroque con la
izquierda.
Y, last but not least
como los hechos acabarían por demostrar, se encontraba la Unidad Popular.
Formación que se lo pensó mucho antes de designar a Allende como candidato. Era
la cuarta vez que el médico de Valparaíso quería intentar el asalto de la Casa
de la Moneda, y no eran pocos en las propias formaciones de izquierda que lo
consideraban un juguete roto de la política chilena. En la asamblea para formar
la Unidad Popular, el Partido Socialista presentó a Allende como candidato; los
comunistas, al poeta Pablo Neruda; el Partido Radical, a Alberto Baltra; el
MAPU, a Jacques Chonchol; y el Movimiento de Acción Independiente, a Rafael
Tarud.
Neruda se descartó rápidamente a base de exhibir una
retórica revolucionaria con la que nadie, jamás, ha ganado unas elecciones
democráticas (hasta el Frente Popular español del 36 se presentó en las urnas con un programa tan tibiamente de izquierdas, que Largo Caballero tenía que decirle a los suyos en sus mitines que no se preocuparan, que la revolución llegaría en todo caso). Tras él fueron cayendo los que tenían escasos apoyos, hasta
quedar la movida entre Allende y Chonchol. Las negociaciones entre ambas
facciones de la UP no fueron fáciles pero, cuando la ruptura se acercó,
Chonchol consideró de mayor valor la unidad en las urnas, y se retiró.
Allende, por supuesto, prometió durante la campaña la
profundización de la revolución freiana, aunque con mensajes tendentes a
mitigar el miedo al marxismo como, por ejemplo, su promesa de respetar a la
pequeña y mediana empresa. Sin embargo, ya durante aquella campaña electoral,
cuando todo aún no había comenzado, se apreció uno de los errores que con el
tiempo se harían más patentes en la actuación de Allende: su incapacidad de
sacudirse a los muy radicales o, más bien, su deseo de no hacerlo.
Las alianzas políticas son casas con dos puertas: la
entrada, y la salida. Cuando la alianza es con un partido suficientemente
moderado, uno puede controlar las dos puertas. Entra cuando quiere y sale
también cuando quiere. Pero lo que caracteriza aliarse con un radical es que
uno sólo controla la puerta de entrada. El momento en que pueda tomar la puerta
de salida es algo que decide el aliado.
Allende tuvo, para aquella campaña electoral, el decidido
apoyo del Partido Comunista Chileno; formación, ya lo hemos dicho, en realidad
más moderada que el propio Partido Socialista en aquel momento. También recibió
el apoyo de la CUT, Central Única de Trabajadores, primer sindicato del país.
Pero también fue apoyado, sistemática y públicamente, por el MIR, el Movimiento
de Izquierda Revolucionaria, la CNT de esta historia (si es que hemos de ir a
un paralelismo con nuestra II República). El MIR estaba dispuesto a ayudar a
Allende siempre y cuando no se desviase de «la construcción del socialismo»; y
realizó ese apoyo sin abandonar ni un milímetro sus postulados de extremo
radicalismo marxista-leninista y violento, cuando menos, pues, terroristoide.
El MIR acabaría por
convertirse en el gran auditor del gobierno Allende en la calle; el pollo
cabrón que, cada vez que te relajas, se inclina sobre tu oído y susurra: delendum est capitalismus. No por
casualidad, el MIR sería también lo último que le quedaría Allende, cuando los
militares comenzasen a bombardear la Casa de la Moneda.
Allende ganó el 4 de septiembre. Obtuvo 1.070.334 votos, por
1.031.159 de Alessandri y 821.801 de Tomic. Pero aquí tenemos otro paralelismo
con la II República española (especialmente con sus actos finales) y, consecuentemente, una
reflexión. La victoria de Allende en 1970 se asemeja mucho a la del Frente
Popular en el 36, que fue, dicho sea sin poner en duda las cifras de los
historiadores, por un puñado de votos. En el caso de Chile, incluso, el puñado
era más pequeño aún. Si alguien que propugna un cambio radical consigue menos
de la mitad de los votos emitidos, ¿adquiere con eso fuerza moral y política
para llevar a cabo su programa? Supongo que cada uno tiene una respuesta para
esta pregunta; pero es obvio que ni en Chile ni en ninguna parte se puede decir
que todo el mundo piense lo mismo.
A mi entender, ante victoria tan magra, se hubiera impuesto,
inteligentemente, cierta matización programática por parte del ganador, sobre
todo si esperaba que fuerzas políticas que estaban a 40.000 votos de él o que
incluso, unidas, lo superaban, se olvidasen de que sus propios postulados eran
contrarios, en ocasiones radicalmente contrarios, a los suyos. Lo contrario
equivaldría a ponerles muy fácil echarse al monte. Sin embargo, Allende no
podía hacer eso, por la razón de sus propias convicciones, pues era un marxista
de libro, y, sobre todo, las alianzas que le habían llevado a conseguir
aquellos votos.
El resultado de las elecciones de 1970, y la reacción de
Allende ante su propia victoria, dibujaron la primera gran contradicción del
proceso chileno: la construcción del socialismo en minoría. «Avanzar por el
camino de la democracia», diría Allende en su segundo discurso parlamentario al
pleno del Congreso (21 de mayo de 1972), «exige superar el sistema capitalista,
consubstancial a la desigualdad económica». Esta frase, en mi opinión, revela
la simpleza con que Allende veía el mundo. Pues sólo una persona que se mueva
lentamente por la existencia, manejando apenas dos o tres ideas muy básicas o
creyendo que, como decía Summers, tó er
mundo é güeno, puede pensar que se puede impulsar un cambio sistémico en
minoría, y pretender que la mayoría lo acepte.
Ganar las elecciones, en todo caso, sólo era el primer paso. La Constitución chilena, en mi opinión excesivamente preocupada por el garantismo democrático hasta generar en potencia situaciones sin salida, exigía un segundo paso, que era ser designado presidente. Y ese paso, pronto se reveló, no iba a ser nada fácil.
Los resultados fueron:
ResponderBorrarAllende: 36,3%, Alessandri: 34,9%, Tomic: 27,8%
Si no recuerdo mal el voto en Chile era obligatorio.
Qué cosas... si eres de izquierdas y ganas por poco, te tienes que moderar porque la mayoría no está contigo. Si eres de derechas, el pueblo ha hablado...
ResponderBorrarQué cosas... escribes que alguien, de izquierdas, debería moderar sus pretensiones si gana con una exigua minoría, y alguien va y dice que lo que tú has escrito es que otro ignoto alguien, de derechas, puede hacer lo que quiere aunque gane por una exigua minoría.
ResponderBorrarEntonces estarás de acuerdo en que Rajoy debería moderar sus políticas puesto que la victoria electoral es con un 30,98% de apoyo electoral, menos que el de Allende atendiendo a las cifras que da Numeros en su comentario anterior.
ResponderBorrarPues sí, claro que estoy de acuerdo. Aun teniendo mayoría absoluta, en mi opinión un político español (y lo digo así, en general, porque será muy difícil que un político español supere los porcentajes de Rajoy en las últimas elecciones) debe ser consciente de que sólo le apoya el 30% del electorado.
ResponderBorrarCon ser eso cierto, hay dos diferencias fundamentales:
Una, Allende, además de tener un apoyo minoritario en la sociedad, lo tenía en el Congreso. En cualquier país democrático, eso quiere decir que el presidente debe transar su política (sin ir más lejos, Jebbediah Barlett, el presidente de los Estados Unidos de la serie The West Wing, interpretado por Martin Sheen, se pasa los episodios negociando con el Congreso, porque él es demócrata pero la Cámara tiene mayoría republicana). Este es un problema que no tiene Rajoy, porque el sistema español no tiene elecciones contrapeadas (el presidente elegido en el año n, el Congreso en el n+x).
Dos, Rajoy propone políticas de derechas, pero no cambios sistémicos. Una cosa es dictaminar que las niñas no puedan abortar sin consentimiento o que se pueda despedir, por ejemplo, con 10 días de indemnización; y otra proponer el cambio total del sistema económico, como proponía Allende, además, sin ocultarlo lo más mínimo.
Todo eso, sin entrar en el leve detalle de que, míralo en los números de ídem, la diferencia entre primero y segundo es de dos puntos. No parece que sean resultados homologables; y, si no lo son, siempre será en contra de Allende.
ResponderBorrarBueno, lo de que no son cambios sistémicos... creo que eliminar los convenios colectivos es equivalente a una reforma agraria. Es que lo que se plantea es nada menos que el desmantelamiento del estado del bienestar (aunque en España no lo hemos disfrutado en todas sus consecuencias), lo que yo creo que es un cambio sistémico.
ResponderBorrarOtra cosa, si a los dieciséis años se es una niña para necesitar el consentimiento paterno para abortar, también se es un niño para ser juzgado como tal en caso de cometer un delito. Si se es maduro para una cosa se será maduro para la otra.
Todo esto viene porque me da la sensación de que cuando se comentan acontecimientos históricos se "advierte" de que intentar ciertos cambios trae como consecuencia inevitable una reacción de la otra parte, y se explica como algo lógico y natural. Es una sensación de "aviso a navegantes". Pero que siempre cae del mismo lado, del lado de la izquierda.
Tú crees que eliminar los convenios colectivos es equivalente a una reforma agraria. Afirmación que se basa en dos hechos bastante discutibles: uno, que se vayan a eliminar los convenios colectivos; dos, que esa medida equivalga a una reforma agraria.
ResponderBorrarPor lo demás, eso del desmantelamiento del Estado del Bienestar queda bien en discusiones políticas pero, sinceramente, en un blog de Historia es una coña. El Estado del Bienestar ha estado desmantelado durante toda la Historia de la Humanidad hasta hace 70 años, más o menos; y cualquiera de los ciudadanos de los cerca de 10.000 años que vienen antes se daría con un canto en los dientes con tener la vigésima parte de lo que tienes tú, y tendrás dentro de veinte o treinta años, cuando, siempre según tú, el Estado del Bienestar esté "desmantelado".
Sobre lo que escribes en el segundo párrafo, es tu opinión. Yo me limito a invitarte a reflexionar sobre el hecho de por qué un padre es responsable civil subsidiario de los daños que causa su hijo o hija si tiene 16 años. Según tu regla de tres, debería ser el macaco o macaca el que arrostrase de por vida con las consecuencias de sus daños, quizá endeudándose de por vida.
Tus sensaciones, por último, son tuyas. Supongo que no por tenerlas tú pretenderás elevarlas a la condición de categoría, dogma o decreto.
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ResponderBorrarHay una diferencia bastante significativa entre el porcentaje de votos de Rajoy y los de Allende. En Chile el voto era obligatorio, de manera que estamos seguros que 62,7 (3 de cada 5) chilenos NO estaban en contra de él y sus propuestas.
ResponderBorrarEn España la abstención fue del 28.3%. Asumir que es 28% estaba en contra de él, me parece algo arriesgado. Entiendo que a lo que se refiere JdJ es que cuando se gobierna se tiene que tener más en cuenta los que se oponen a ti que los que te apoyan.
De manera que aún en el caso de que Rajoy hubiese triunfado el 51% de votos de todo el censo electoral, eso no le daría una patente de corso para hacer y deshacer a su antojo.
Eso tan elemental, fue lo que olvido el Frente Popular en el año 36 y Allende en el 73.
Perdón Allende en el 70.
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