El género humano, además, ha guardado una dinámica de freno y marcha atrás respecto del mar. Si bien en determinadas épocas logró notables avances en la navegación, como ocurrió en los tiempos clásicos, luego, durante muchos siglos y hasta bien entrado el Renacimiento, pasó por una época en la que pareció desinteresarse por el asunto. De las muchas hazañas que el hombre consiguió durante la Edad Media, pocas las consiguió en el mar.
El mar, además, tenía dos características importantes. En primer lugar, de vez en vez, en las playas habitadas por el hombre, o dentro de sus redes de pesca, aparecían seres vivos inimaginables. Y, en segundo lugar, de vez en cuando había marineros que trataban de hacer viajes, o tal vez se perdían después de una tormenta, para no regresar nunca. Ambas características son las principales responsables de que, desde el principio de su tiempo, el hombre haya creado mitos que hablan de seres marinos fantásticos. De los cuales, quizá, el más famoso, puesto que al contrario que otros muchos ha sido aprovechado por el hombre moderno, es la sirena.
Lo primero que conviene que sepamos de las sirenas es que, tal y como conocemos hoy el mito, se trata de una creencia relativamente moderna: medieval, para más señas. Antes, el hombre no creía en las sirenas como creemos nosotros. Sí, ya sé que la Odisea nos cuenta esa historia de la que todos los niños pre-LOGSE tuvimos que examinarnos, según la cual Ulises hizo tapar los oídos de sus marineros y él mismo atarse al mástil de su barco mientras las sirenas cantaban sus diabólicos cantos que impulsaban a los marineros a tirarse al agua y ahogarse. Pero aquellas sirenas no eran como las nuestras, porque eran medio mujeres, medio aves. El mito de la mujer que es medio pez es, como digo, posterior. Y se puede rastrear en idiomas como el inglés, que tiene dos palabras para designar la misma teórica realidad: siren para definir a la sirena clásica, y mermaid para designar lo que nosotros entendemos por una sirena.
La sirena medieval es el mito que verdaderamente se hace universal. Los escoceses la llaman dama del lago, los alemanes meerfrau, los bretones morgreg, los catalanes dona d'aigua. Como siempre, la recepción de los mitos en la literatura dio alas a lo mismos. Hans Christian Andersen escribió su cuento La Sirenita, que acabó generando un símbolo nacional que hoy recibe a los barcos a la entrada del puerto de Copenhague. La segunda sirena más famosa en Europa, que tiene unas sonoridades a lideresa de adolescentes, es Fata Morgana, que fuera hija del rey de Is, una ciudad bretona mítica que se habría hundido bajo las aguas, forzando la mutación de la princesa.
La creencia en las sirenas tenía una ventaja sustancial sobre otras leyendas urbanas de las que nuestra existencia es pródiga, tanto en los tiempos antiguos como en los modernos. Normalmente, una leyenda urbana se alimenta de las muchas personas que dicen haber visto personalmente las maravillas contenidas en el relato de que se trate; pero, en este caso, es que, además, dichos avistamientos eran, de alguna manera, verdad. Muchas, muchísimas crónicas de la Europa entre los siglos XIV y XVIII hablan de marineros que han pescado sirenas, o sirenas que han ido a vararse y a morir a cualquier playa. Y ambos hechos son más que probablemente ciertos cada vez que son relatados. Lo único que no es cierto, claro es, es que las presuntas sirenas lo sean.
Los estudiosos de los mitos se han ocupado de tratar de explicar el mito de las sirenas de una forma distinta a como lo hacen los mistabobos, es decir admitiendo que existen.
La teoría más plausible es que el mito de la sirena provenga del manatí, un mamífero marino que suele nadar por la costa oriental del continente americano. El manatí es grande, de piel clara y, como he dicho, mamífero. Las hembras del manatí, ojo al dato, sólo tienen dos mamas, las cuales, en caso de que sobresalgan un poco, pueden darle al animal, de lejos, cierto aspecto de mujer (bastante fea y fondona, cierto; pero tampoco todas las tías son Angelina Jolie).
Además, hay que tener en cuenta las que la manatíes, cuando tienen crías, nadan con ellas agarradas entre sus aletas, junto a las mamas, en un gesto protector y maternal. Debo añadir, además, que una cosa que es relativamente moderna, y que en la Edad Media y el Renacimiento no se daba por lo tanto con tanta claridad, es la consideración erótica de los pechos de la mujer. Cuando uno observa los bajorrelieves obscenos que hay en algunas iglesias europeas, observará que el gesto obsceno de la mujer suele ser mostrar la vulva, no tanto las tetas. Los pechos de la mujer han tenido, como digo, hasta hace relativamente poco tiempo, un significado nutricio ligado a la maternidad (igual que las caderas anchas significaban ancho canal de parto; el erotismo de hace siglos era consecuencia de la valoración que se hacía de la mujer que podía tener muchos hijos). Por lo tanto, el gesto del manatí hembra de sujetar a su cría para amamantarla pudo ser visto por muchos marineros como signo de una voluntad maternal que entonces se vedaba a los animales, por lo que bien se pudo llegar a la conclusión de que tenían que ser medio humanos.
Otro candidato es el dugongo del Índico, pariente cercano del manatí. La candidatura del manatí, teniendo en cuenta que se trata de un mamífero que difícilmente pudieron ver los marineros europeos hasta que comenzaron a navegar profundo hacia el Oeste, explicaría la relativa modernidad del mito. Cabe añadir, por último, que los manatíes han sido adorados de siempre por los indios amazónicos.
A todo ello colaboró, como no, el negocio. Por medio mundo circularon, durante aquellos siglos, unos presuntos bebés-sirena, normalmente fabricados por chinos, que en realidad eran un puzzle formado por la cabeza disecada de un mono pequeño (por ejemplo, un lémur) cosido a un cuerpo de pez al que asimismo se cosían dos patas de ave.
Algunos naturalistas y antropólogos consideran que el origen de la confusión, además de en lo antedicho, es el hecho de que manatíes, dugongos y focas no son peces, por lo cual tenían cabezas distintas a las del resto de las criaturas del mar.
La sirena, en este caso sireno, más famosa de Europa, si vemos las cosas con punto de vista histórico, es, sin duda, Nicolás el Pez, de quien se ha terminado por creer que fue probablemente un buceador siciliano por apnea de especial habilidad bajo el agua, cuya existencia acabó por hacerse mítica. Se dice que vivió justo en el interín entre el siglo XV y XVI y su fama es tan enorme que Cervantes hace al Quijote explicar, entre las habilidades necesarias de todo hidalgo, la de saber nadar «como dicen que nadaba el peje Nicolás». No obstante, siglos antes, en el XII, hay ya crónicas de un gran buceador llamado Nicolás Pesce, que tendría la capacidad de predecir las galernas y que fue llevado a la corte del rey de Sicilia, donde moriría de nostalgia por el mar. Se dice también de aquel buceador, que en ocasiones se presupone mítico y en otras solamente un hombre de características extraordinarias, que conocía la vieja técnica de los buceadores romanos y por ello usaba aceite para descender, llenando con él su boca. Al parecer, estos buceadores soltaban el aceite, una vez dentro del agua, poco a poco, quizá para poder ver mejor en el agua salada.
En España, hay un mito relativamente tardío (nada menos que el siglo XVII) pero muy fuerte, tan fuerte como para ser recogido por el padre Feijóo en su Teatro Crítico Universal: el hombre-pez de Liérganes.
Según el padre Jerónimo Feijóo, el 22 de junio de 1673, un vecino de Liérganes, en Santander, llamado Francisco de la Vega, que residía en Bilbao, se fue a bañar a la ría con otros amigos. Le vieron echarse al agua, pero no regresar, por lo que todo el mundo asumió que se había ahogado.
Pasaron seis años. En 1679, unos pescadores en Cádiz reportan haber visto nadando con gran pericia una figura de persona racional la cual, tras algunos intentos, logran capturar. La captura resulta ser Francisco, el cual se identifica como tal y es llevado de vuelta a su pueblo natal, donde vive nueve años, al parecer haciendo bastantes extravagancias, para terminar desapareciendo de nuevo.
En el campo de los mitos marinos españoles no puedo obviar la tentación de referirme también al mito de los Mariños gallegos, los cuales provendrían de los amores furtivos entre una moza gallega que frecuentaba la playa, y un tritón, medio hombre medio pez, que salió de las aguas un día y se la encontró y a partir de entonces repitió las visitas con la intención clara de matarla a polvos, cosa a la que ella parece ser no se negó. De las preñeces sucesivas de aquella buena aldeana serían fruto estos seres racionales, pero en el fondo medio peces. Este mito, probablemente, tiene su origen en la justa fama que siempre han tenido los gallegos de conocerse todos los mares.
Ciertamente, el marinero gallego es un personaje que merecería un libro. Me acuerdo ahora de una escena que viví siendo un niño, cuando acompañé a mi padre, entonces agente de seguros, a de las villas pesqueras de la costa gallega, donde había quedado con un patrón de pesca para alguno de sus negocios. En la conversación que ambos tuvieron delante de mí, no sé cómo, surgió la cuestión de si el marinero sabía nadar, a la que el hombre, fríamente, contestó que no. Como mi padre se extrañase mucho y le dijese que no comprendía cómo alguien que pasaba la vida en la mar no supiera nadar, él apuró su taza de vino, le miró y contestó: «¿E o piloto do avión? ¿Sabe voar, o?»
Feijoo, en el tomo sexto del Teatro Crítico Universal, mencionaba también otros casos, aunque más lejanos y menos documentados.
ResponderBorrarEn cualquier caso, se resiste a utilizar el término "sirena" en el sentido que le da la tradición popular medieval y moderna; como erudito humanista que es, formado rigurosamente en los clásicos grecolatinos de la antigüedad, se atiene a la idea que aquellos tenían de la sirena:
"Es constante, que los Pintores unanimemente representan a las Sirenas mujeres de medio arriba, y peces de medio abajo; mas este es uno de los muchos errores, que cometen los Profesores de este Arte, por ignorancia de la historia, y la fábula. Los Poetas, y Escritores antiguos, por lo menos los de mejor nota, describen las Sirenas, no medio mujeres, y medio peces, sino medio mujeres, y medio aves."
Tu padre tenía que haberle contestado al marinero que los pilotos de avión llevan paracaídas para emergencias; y que, si bien se puede aprender a nadar sin mucha dificultad, aprender a volar como los pájaros está un poco más allá del terreno de lo posible. En cualquier caso, el hecho de que los marineros no supieran nadar era algo bastante común en otros tiempos, de ahí que tuvieran la costumbre de llever el pelo largo para facilitar rescates. De ahí la expresión "salvado por los pelos".
Buena idea eso de alternar cuestiones políticas peliagudas y controvertidas con temas eruditos más sosegados.
Saludos.
Bueno, bueno... Viendo las votaciones, parece ser que concitan más entusiasmo tus entradas sobre temas controvertidos. No me había fijado hasta ahora.
ResponderBorrarA nadie le ha "flipado" el tema de las sirenas. ¡El público prefiere los platos fuertes!
Pero que conste que a mí sí me gustan los temas relajados.
Oye JdJ, no sé si lo has comentado en otro lugar, pero si no es así, ¿podríamos conocer tu opinión sobre el proyecto que se trae el gobierno entre manos con los moriscos?
ResponderBorrarEs que no sé gran cosa de él, Pedro. Hasta donde yo sé, creo que es una especie de declaración de desagravio, lo cual la hace distinta de otras medidas, como las tomadas en Estados Unidos con los negros y con los indios, que buscaban también indemnizarles por los daños.
ResponderBorrarSi es una declaración de desagravio no me parece mal, por cuanto es de ley reparar las injusticias o las situaciones reputadas como tales. Eso sí, toda declaración de desagravio genera el problema de si has desagraviado a todos los que deberías, puesto que una invasión y toma de poder también puede considerarse como un acto ilegal, en cuyo caso tendríamos que pedir perdón por todo lo que hicimos (e hicimos muchas buenas cosas) entre 1492 y el siglo XIX.
Como corolario de todo lo dicho anteriormente, creo que es un caso más en los que el Parlamento se abroga competencias que, a mi modo de ver, nadie le ha dado ni nadie espera de él. Los juicios históricos no se dirimen en el parlamento, mucho menos se dirimen mediante votos de los partidos políticos.
Dicho de otra forma: la mayoría de los diputados, digamos, socialistas, vascos y catalanes, podrá estar de acuerdo en que Felipe II era un asesino sanguinario. Pero eso no quita ni un ápice de legitimidad a las opiniones, que las hay, de quienes ven en este rey un ejemplo a seguir. Como dijo una vez Valdano, está muy bien que el taxista tenga una opinión sobre cuál debe ser la alineación del Real Madrid; pero, al final, tú eres el entrenador y haces lo que tienes que hacer. En cuestiones de juicios históricos, el parlamento es un poco como el taxista.
Claro, yo no lo veo mal en realidad (además, se repite por activa y por pasiva que no habrá compensación económica alguna, que sólo será eso, un desagravio), sólo que es un berenjenal entrar a valorar tal o cual hecho de la Historia desde una comisión parlamentaria, siendo la Historia algo tan abierto a interpretaciones...
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