lunes, noviembre 17, 2025

Ceaucescu (19): Gheorghiu-Dej se queda solo





Rumania, ese chollo
A la sombra de los soviéticos en flor
Quiero rendirme
El largo camino hacia el armisticio
Conspirando a toda velocidad
El golpe
Elecciones libres; o no
En contra de mi propio gobierno
Elecciones libres (como en la URSS)
El último obstáculo, el rey
Con la Iglesia hemos topado
El calvario uniate
Securitate
Yo quiero ser un colectivizador como mi papá
Stefan Foris
Patrascanu y Pauker
La caída en desgracia de Lucretiu Patrascanu
La sombra del titoísmo
Gheorghiu-Dej se queda solo
Ana Pauker, salvada por un ictus
La apoteosis del primer comunista de Rumania
Hungría
Donde dije digo…
El mejor amigo del primo de Zumosol
Pilesti
Pío, pío, que yo no he sido
Trabajador forzado por la gracia de Lenin
Los comienzos de la diferenciación
Pues yo me voy a La Mutua (china)
Hasta nunca Gheorghe
El nuevo mando
Yo no fui
Yo no soy ellos
Enemigo de sus amigos
Grandeza y miseria
De mal en peor
Esos putos húngaros
El puteo húngaro
El maldito libro transilvano
El sudoku moldavo
La fumada de Artiom Lazarev
Viva Besarabia libre (y rumana)
Primeras disidencias
Goma
Los protestantes protestan
Al líder obrero no lo quieren los obreros
Brasov
No toques a Tokes
Arde Timisoara
El derrumbador de iglesias y monasterios
Qué mal va esto
Epílogo: el comunista que quiso sorber y soplar a la vez

 


El 4 de marzo de 1950 se anunció oficialmente que Patrascanu iba a ser juzgado junto con un grupo de yugoslavos, acusado de participar en una conspiración titoísta; sin embargo, el juicio se pospuso, al parecer por orden de Lavrentii Beria. Algo, pues, no cuadrada en Moscú, probablemente el calendario.

Había, por lo demás, otra más que posible razón. Los juicios de Rajk en Hungría y el denominado juicio Kostov en Bulgaria se habían visto seguidos de sendas, y profundas, purgas en los comunismos locales húngaro y búlgaro. Beria quería que en Rumania ocurriese lo mismo; sin embargo, la Securitate sólo había logrado juntar un grupo muy pequeño de “conspiradores”, apenas los directos colaboradores de Patrascanu. Beria quería que en Rumania ocurriese lo mismo que había ocurrido en los otros dos países; quería, pues, que el juicio de Patrascanu se viera seguido de una limpieza a fondo en los bajos del comunismo rumano.

El caso rumano, sin embargo, fallaba en lo básico: la policía y los servicios secretos habían sido incapaces de arrancar una confesión profunda por parte de Patrascanu. Por otra parte, también es posible que el propio juicio generase resistencias dentro del Partido, sobre todo por parte de Ana Pauker y de Teohari Georgescu. El segundo era ministro del Interior, pero también era un protegido de Pauker, así pues, le era fiel. Ambos, muy probablemente, se colocaron en defensa de Patrascanu, quizás porque avizoraron que, si no ponían un azud en algún punto del río, iba a acabar pasando lo que finalmente pasó, puesto que en 1952 serían acusados de ser, ambos, unos desviacionistas derechistas.

Gheorghe Pintile declaró, ante la comisión que en 1967 tomó para sí la labor de rehabilitar a Patrascanu y a Foris, que el antiguo ministro de Justicia se resistió, obstinadamente, a dar los datos falsos que sus interrogadores le insinuaban. Tanto fue así que, siempre según Pintile, hicieron falta largas y desagradables sesiones de interrogatorio para que la policía pudiera simplemente tejer en una sola conspiración los hilos que unían a los diferentes objetivos de su investigación. Durante unos dos o tres meses del largo periodo de interrogatorio sobre Patrascanu, sobre todo al principio, las sesiones eran dirigidas y coordinadas por los tres asesores soviéticos que Pintile decía recordar, aunque como ya os he dicho sólo aportó información, y no muy completa, de dos de ellos.

Lo que parece claro es que Gheorghiu-Dej no tuvo nada que ver en el retraso del juicio de Patrascanu. Esto quiere decir que, aunque en su momento pudo haber hagiógrafos que, en tiempos de Ceaucescu, y tratando de salvar los muebles del líder anterior, defendieron la idea de que aquel retraso se produjo porque Dej estaba protegiendo a su amigo, eso no tiene ninguna base. No hay ni un solo indicio que pueda llevar a dudar de que todo lo que hizo Gheorghiu-Dej durante el affaire Patrascanu fuese obedecer a Moscú y, más concretamente, al ticket en el que Stalin había delegado el tema, es decir, Beria-Vyshinsky.

Gheorghiu-Dej, de hecho, estaba en un momento de su carrera en el que perdía el culo por convencer a Moscú de sus profundas fidelidades estalinistas. Su gran ocasión llegó en noviembre de 1949, cuando Bucarest se convirtió en la sede de la reunión de la Kominform. En esa reunión, Gheorghiu-Dej tomó la palabra para soltar sapos y culebras contra el titoísmo, acusando a Rajk, Kostov y Patrascanu de ser agentes angloestadounidenses. Si hemos de creer a Khruschev, el discurso de Gheorghiu-Dej fue escrito en Moscú por Pavel Yudin, Milhail Suslov y Georgi Malenkov. Lo cierto es que el discurso tiene una clara impronta soviética: las pruebas de la conspiración antiestatal y anticomunista realizada por Patrascanu y sus relativos serían aportadas después de que el Partido hubiese llevado a cabo el juicio sobre ellos. Así pues, ésta era la esencia de la justicia soviética: primero la sentencia, después las pruebas. Sin embargo, esta prueba, que obviamente tenía que ser, en todo o en parte, la confesión de Patrascanu, seguía sin llegar, porque el tío se negaba a firmar los papeles que le ponían delante.

La necesidad de esta confesión inició una segunda fase de la investigación sobre Patrascanu. Esta vez, el encargado fue el coronel Misu Dulgheru, que era el jefe del Directorio de Invenciones, perdón, de Investigaciones Penales. Dugheru fue ampliamente aleccionado por dos asesores soviéticos, uno de ellos el inevitable Sakharovsky. Sin embargo, el exministro siguió sin decir esta boca es mía. Para entonces, los asesores soviéticos estaban crecientemente cabreados, y Gheorghiu-Dej se sentía correspondientemente presionado. Para buscar un cambio de cosas, cesó a Georgescu como responsable de Interior, y lo sustituyó por su adjunto, Alexandru Draghici (26 de mayo de 1952). Georgescu fue cesado tras haber sido objeto de un rosario de acusaciones ante el Comité Central; entre ellas que, en cuatro años, no había sido capaz de arrancar una confesión de Patrascanu.

Como el tema no avanzaba, se creó un nuevo equipo de interrogadores a las órdenes del coronel Ioan Soltutiu. Para que realizara mejor su labor, Soltitiu fue enviado de Erasmus a Praga, para que estuviese presente en las sesiones del denominado caso Slansky, a ver si aprendía. Los interrogadores comenzaron a recetarle palizas frecuentes a Koffler, Calmanovici y Berman; pero aun así no consiguieron que confesasen lo que ellos querían. Los interrogatorios eran dirigidos por Sakharovsky y un segundo asesor específico de la policía, llamado Tiganov; y eran seguidos muy de cerca por Gheorghiu-Dej. Sakharovsky acabó tan hasta los huevos de la falta de resultados de los interrogatorios que en noviembre de aquel año 1952 hizo arrestar al coronel Dulgheru bajo la acusación básica de ser un inútil.

El juicio contra Patrascanu y sus relativos comenzó en abril de 1952. Durante el tiempo que todavía hubo de esperar, la presión sicológica y física contra los detenidos fue intensificada. Bajo tan intensa presión, los interrogados comenzaron a contar mentiras e historias rocambolescas.  Estas mentiras y chorradas fueron las que sirvieron de base para el juicio, que le costó la vida a Patrascanu y a Koffler.

Lo más importante del juicio de abril de 1952 es que supuso la confirmación de la total y perruna fidelidad estalinista de Gheorghiu-Dej. El secretario general del Partido de los Trabajadores de Rumania había conseguido demostrar que era el hombre que Moscú necesitaba para gestionar el comunismo rumano. Y eso lo colocaba en situación perfecta para poder enfrentarse a las dos personas que todavía estaban en condiciones de disputarle el poder: Ana Pauker y Vasile Luca.

Gheorghiu-Dej sabía que no podía ordenar simplemente su arresto y juicio. Tanto Pauker como Luca eran caza mayor comunista. No carecían de apoyos y, en el caso de que se sintiesen amenazados, tenían cierta capacidad de apelar a Moscú. Los dos, pues, eran extremadamente peligrosos, y era por esa razón que el secretario general necesitaba tener una buena base doctrinal para acusarlos y labrar su desgracia.

En 1952, hacía ya meses que el titoísmo había dejado de estar de moda como herejía número uno del comunismo rumano. Había sido reemplazado por el sionismo. No fue un cambio inocente, puesto que era muy difícil demostrar connivencias de Pauker con los yugoslavos; pero si se lograba demostrar la existencia de una conspiración comandada por los hebreos, ya la cosa cambiaba.

En mayo de 1951, durante la celebración del XXX aniversario del Partido, Gheorghiu-Dej todavía celebró las figuras de Ana Pauker y Vasile Luca como los dos activistas comunistas más veteranos del país. A cambio, ellos dejaron muy claro que Gheorghiu-Dej era el líder indiscutido del país y del Partido.

Cuatro meses después, el secretario general viajó a Moscú, acompañado por los miembros del Politburo Iosif Chisinevski y Miron Constantinescu. El objetivo de aquel viaje no fue otro que conseguir el nihil obstat de Stalin a la purga de Ana Pauker, Vasile Luca y Teohari Georgescu. Como ya os he dicho, Gheorghiu-Dej tenía varios reproches que hacer a estos comunistas pero, sin duda, el principal de ellos era que no estuviesen haciendo hilo con las acusaciones contra Patrascanu. Y, como también os he dicho, Stalin estaba en una fase abiertamente antijudía, que claramente Gheorghiu-Dej supo explotar.

Pauker, por otra parte, tenía otros puntos débiles. En 1948, el Partido Comunista Rumano, copiando en esto a su padrecito soviético, había iniciado un proceso de purga y limpia de su militancia, con el objetivo de expulsar de su seno a logreros, ladrones y demás chusma. La investigación lanzada entonces duró hasta mayo de 1950 y había supuesto la expulsión de 192.000 militantes que fueron considerados enemigos del comunismo. Se da la circunstancia de que la mayoría de estos expulsados eran viejos miembros de la Guardia de Hierro que habían entrado en el Partido en 1945 merced al pacto negociado por Teohari Georgescu, actuando en nombre de Ana Pauker. A los soviéticos nunca les había gustado esa jugada y, de hecho, como os he contado Andrei Vyshinsky ya había sugerido en enero de 1946 que Pauker fuese removida de la cúpula del Partido por este tema.

El asunto, sin embargo, quedó hibernado. Pero no muerto. Gheorghiu-Dej lo conocía bien, porque de hecho conocía muy bien los reparos del fiscal soviético hacia todo aquello. Así las cosas, el 23 de junio de 1950 Gheorghiu-Dej firmó un artículo en el boletín de la Kominform en el que criticaba abiertamente aquel reclutamiento masivo de ex fascistas. En septiembre de aquel mismo año, escribió un segundo artículo sobre el tema que, esta vez, fue publicado nada menos que por el Pravda en Moscú.

El 24 de noviembre de aquel año de 1951, Rudolf Slansky, secretario del Partido Comunista Checoslovaco, fue objeto de una acusación por colaboración sionista. De alguna manera, todas las personas medianamente informadas en Bucarest entendieron que, si en Rumania iba a haber un movimiento parecido, la detenida sería Pauker. El caso Slansky, por otra parte, también era una clara fuente de preocupación para Gheorghiu-Dej, pues Moscú estaba demostrando que para Stalin el secretario general del Partido en un país satélite estaba muy lejos de ser intocable. Esto le llevó a tratar de acelerar la limpieza de adversarios.

El 29 de febrero y 1 de marzo de 1952 se celebró sesión plenaria del Comité Central del Partido. Gheorghiu-Dej lo utilizó para lanzar furibundos ataques contra Vasile Luca, conocedor de que todo el mundo entendería que, aunque no les citase, Pauker y Georgescu estaban en el plan. Constantinescu, Chisinevski y Alexandru Moghioros fueron los encargados de preparar los cargos contra los nuevos “desviacionistas”, siempre bajo la atenta mirada de los asesores de Moscú: el inevitable Sakharovsky, pero también Mark Borisovitch Mitin.

Luca, en el fondo, era bastante vulnerable. Era ministro de Finanzas del gobierno rumano y, en su condición de tal, era el responsable de la política fiscal. Los comunistas, que en aquel momento de posguerra se enfrentaban a una situación económica comprometida, hicieron lo único que saben hacer, que es incrementar los impuestos. En la práctica, esto supuso que perpetraron una segunda requisa del patrimonio de los ciudadanos (la primera fue la reforma de la moneda en 1947). Como quiera que la gente, en el fondo, no vive de ideas, y mucho menos de ideas que son chorradas, el personal se encabronó bastante. Y aquello fue oro molido para Gheorghiu-Dej, que le encalomó a Luca toda la culpa, lo cual es acojonante, porque él era quien había ordenado todas las medidas y, de hecho, éstas habían sido estudiadas y aprobadas por el Poitburo. Luca se vio tan presionado que comenzó a enfermar, empeorando de su asma, adquiriendo una faringitis crónica y problemas de hígado (que, bueno, ya se sabe que los comunistas suelen ser bastante proclives a los problemas de hígado).

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