lunes, octubre 20, 2025

Ceaucescu (1) Rumania, ese chollo

 




Rumania, ese chollo
A la sombra de los soviéticos en flor
Quiero rendirme
El largo camino hacia el armisticio
Conspirando a toda velocidad
El golpe
Elecciones libres; o no
En contra de mi propio gobierno
Elecciones libres (como en la URSS)
El último obstáculo, el rey
Con la Iglesia hemos topado
El calvario uniate
Securitate
Yo quiero ser un colectivizador como mi papá
Stefan Foris
Patrascanu y Pauker
La caída en desgracia de Lucretiu Patrascanu
La sombra del titoísmo
Gheorghiu-Dej se queda solo
Ana Pauker, salvada por un ictus
La apoteosis del primer comunista de Rumania
Hungría
Donde dije digo…
El mejor amigo del primo de Zumosol
Pilesti
Pío, pío, que yo no he sido
Trabajador forzado por la gracia de Lenin
Los comienzos de la diferenciación
Pues yo me voy a La Mutua (china)
Hasta nunca Gheorghe
El nuevo mando
Yo no fui
Yo no soy ellos
Enemigo de sus amigos
Grandeza y miseria
De mal en peor
Esos putos húngaros
El puteo húngaro
El maldito libro transilvano
El sudoku moldavo
La fumada de Artiom Lazarev
Viva Besarabia libre (y rumana)
Primeras disidencias
Goma
Los protestantes protestan
Al líder obrero no lo quieren los obreros
Brasov
No toques a Tokes
Arde Timisoara
El derrumbador de iglesias y monasterios
Qué mal va esto
Epílogo: el comunista que quiso sorber y soplar a la vez

 

 

 

Participar en la primera guerra mundial fue un verdadero chollo para Rumania. Esta nación comenzó la guerra con siete millones y medio de habitantes, pero tras la misma tenía 17 millones. Toda esa ganancia territorial, admitida y en el fondo pensada por personas que no comprendían muy bien las sutilezas del jeroglífico que era, y es, el sureste de Europa, no hizo sino generar enemigos totales. Rumania ganó terreno que antes de ser suyo era del Imperio ruso, de Hungría y de Bulgaria; ninguna de estas tres naciones aceptaría dichas pérdidas de buen grado. Como veremos en estas notas, una constante de la Historia de Rumania en el siglo XX es el doble problema generado por haber asumido una fuerte minoría húngara en su seno (y los viejos gestores del Imperio Austrohúngaro podrían hablarle a fondo sobre las consecuencias de algo así); y el hecho de que Rusia había perdido la Besarabia; algo que los supuestos finalizadores del imperio zarista, es decir los bolcheviques soviéticos, tampoco aceptaron nunca.

La principal característica de la Nueva Rumania surgida de la Gran Guerra era que, en una jugada que los diseñadores de Versalles también realizaron en Checoslovaquia, aunque en menor escala, a base de solucionar un montón de problemas metiendo cosas en la Thermo Mix, habían creado un meconio en el cual el 29% de la población pertenecía a minorías raciales y étnicas. Es decir: crearon una Rumania que venía a ser como si en la España actual 14 millones de habitantes fuesen marroquíes, gitanos y miembros de otras minorías.

Rumania era, por lo demás, un país más atrasado que la media. En los años treinta, el 80% de su población vivía en aldeas, y su desarrollo industrial era apenas embrionario. Tampoco era un país muy avanzado en términos constitucionales. Era un Estado monárquico en el que el rey disponía de amplísimos poderes de jefe de Estado, entre ellos disolver el Parlamento cuando le pareciese y nombrar al gobierno que le petase. Al igual que en España en aquellos momentos, todo el sistema político era un fraude caciquil, en el que cada gobierno que conseguía imponerse nombraba una tupida red de prefectos policiales que garantizaban que los resultados de las elecciones, si se convocaban, fuesen los esperados. El país apenas tenía clase media, la mayor parte de la población tenía una formación bastante perfectible; y todo eso, además, fue salvajemente atropellado por la crisis del 29. Porque la crisis del 29, aunque comenzase siendo una crisis financiera, terminó siendo una grave crisis productiva que afectó muy de lleno a quienes vivían de vender materia prima barata a las economías más desarrolladas. Rumania se fue a la mierda con aquella crisis. Como suele ocurrir, la producción de una gran crisis económica y social animó a muchos ciudadanos a buscar culpables. En una sociedad tan penetrada por las minorías, era imposible que no fuesen éstas las designadas. Entre todas, la que se llevó la peor parte fue la minoría judía.

Rumania, por lo demás, conoció pronto el comunismo. Esto es lógico: lo tenía a dos o tres paradas de metro, nada más. A pesar de ello, sin embargo, el comunismo no fue, en los años previos a la segunda guerra mundial, ningún mensaje atractivo para el rumano medio (si es que existe tal cosa, ya que el rumano medio es la suma de rumanos muy distintos entre sí). En primer lugar, una sociedad mayoritariamente rural, y esto quiere decir bastante enraizada en el concepto de propiedad privada, no podía ver en el comunismo mucho atractivo. Pero luego estaba el hecho de que la URSS, como tal, sostenía algunas ideas que, por lógica, en Rumania no podían ser vistas con mucha pasión. La URSS, en efecto, tenía un discurso estructural en favor de los derechos de las minorías (discurso de la Komintern; internamente hablando, ya no lo tenía tan claro); y, sobre todo, sostenía una reivindicación constante de la condición soviética de la Besarabia. A base de reivindicar la marroquinidad de Ceuta y Melilla, es lógico que los soviéticos no fuesen muy populares entre los rumanos.

Entre eso y que los comunistas siempre han sido bastante tocahuevos, el gobierno rumano terminó por ilegalizar al Partido Comunista en 1924; una prohibición que duraría veinte años. Poca gente les echó de menos. En un país tan eminentemente agrícola, el protagonismo político lo tenía el Partido Agrario Nacional, que se creó en 1926 de la fusión entre el Partido de los Agricultores y el Partido Nacional de Transilvania. En las elecciones de 1926, los agrarios sacaron el 28% de los votos y en 1928 alcanzaron su máximo, con un 78% que ni la Ayuso.

La izquierda estaba representada por el Partido Socialdemócrata, que hacía lo que podía en un país que no tenía, propiamente hablando, clase trabajadora a la que sus mensajes pudieran parecer atractivos. Durante la primera guerra, para colmo, hizo valer la sempiterna capacidad que siempre tiene la izquierda de dividirse por negarse a compartir espacios políticos que son en realidad despojos; así, los socialdemócratas se escindieron en maximalistas y minimalistas; siendo los segundos los más propiamente socialdemócratas, mientras que los primeros eran partidarios de la dictadura del proletariado. Este bolchevismo rumano tenía tres líderes entonces: Alexandru Dobrogeanu-Gherea, Boris Stefanov, y Aleçu Constantinescu. Ya formaba parte de la formación un joven revolucionario llamado Marcel Pauker, cuyo apellido haría famosa a la mujer que se casó con él, Ana Rabinsohn, a la que la Historia conoce como Ana Pauker.

Maximalistas y minimalistas no tenían grandes diferencias ideológicas. Ambos interpretaban el materialismo histórico, la infraestructura y la superestructura, de la misma manera. Lo que los diferenciaba era, básicamente, su proclividad a usar la violencia política. La división los debilitó; y más que los debilitó una segunda escisión, cuando apareció una tendencia, llamada centrista, que se colocaba un poco en la mediana de maximalistas y minimalistas, aceptando la afiliación en la Komintern, pero siempre y cuando no afectase ni a la independencia de Rumania ni a su integridad territorial (es decir: con su posicionamiento, demostraban que no conocían a los soviéticos; su principal líder bien pudo llamarse Inesia Arrimadu).

La creación de la Komintern, en 1919, supuso de hecho un gran impulso para los socialdemócratas que estaban en favor de la revolución violenta. Al fin y al cabo, habían encontrado alguien que podría llegar a armarla y pagarla, y ya se sabe que un socialdemócrata se pirra por las soluciones en las que el esfuerzo lo pone otro. A pesar de que los maximalistas querían ir con Lenin hasta el infinito y más allá, en mayo de aquel 1919, en un congreso, los minimalistas lograron imponer su punto de vista y girar el partido hacia un programa socialista democrático no revolucionario. Las discusiones continuaron y, finalmente, en noviembre de 1920 una delegación de seis miembros del partido, tres maximalistas y tres minimalistas, viajó a Moscú para ver un poco la Komintern por dentro. El tema no salió bien. Los líderes soviéticos, sobre todo Bukharin y Zinoviev, criticaron al Partido Socialdemócrata Rumano por ser un partido nenaza que no quería hacer la revolución; y los minimalistas reaccionaron acusando a la Komintern de querer intervenir el partido y nombrar a sus dirigentes.

A la vuelta a Bucarest, en enero de 1921, el partido hubo de votar la propuesta de afiliarse o no la Komintern; propuesta que fue aprobada con el apoyo de maximalistas y centristas. Así las cosas, los minimalistas, que vaya usted a saber por qué no se fiaban de que Lenin fuese a jugar limpio, decidieron dejar el partido. Los ganadores convocaron un congreso en mayo de aquel año para discutir la afiliación a la Komintern. Esta convocatoria es la que, en los libros de Historia, se considera el primer congreso del Partido Comunista Rumano, y abrió sus sesiones el 8 de mayo de 1921.

El congreso votó la afiliación a la Komintern, y poco más. Poco después de haber votado, la policía se presentó por la zona, y tuvieron que salir todos echando hostias. Se reunieron en una especie de segunda parte, ya en octubre de 1922, en Ploiesti; allí el partido quedó renombrado Partido Comunista de Rumania, sección de la Internacional Comunista. Eligieron como secretario general a Georgiu Cristescu.

Los hechos pronto demostraron que los minimalistas se habían quejado de vicio, y que eso de que los soviéticos iban a hacer como que el PCR era suyo era una invención de los correveidiles de turno. Ya en el año 1922, con el Partido recién estrenado, Moscú exigió la expulsión de los centristas. El PCR, que había llegado a tener, con mucho esfuerzo (y algunas dosis de imaginación) unos 45.000 miembros, tenía 2.000 a finales de aquel año. Por otra parte, el Estado rumano y el soviético entraron en negociaciones diplomáticas para reconocerse el uno al otro; pero estas negociaciones quedaron rotas el 11 de abril de 1924, cuando Moscú dejó claro que no aceptaría otro estatus para la Besarabia que ser parte de la URSS. El gobierno rumano, como he apuntado, aprovechó esta ruptura para ilegalizar al PCR.  El Partido tuvo que celebrar congresos fuera de las fronteras del país.

A la pertenencia del PCR a la Komintern, por lo demás, se le empezaban a saltar las costuras. Como repetidamente habían señalado quienes ahora ya no eran de la partida, la URSS no quería compartir nada con los partidos comunistas internacionales integrados en la Komintern, sino simplemente mandar sobre ellos. Consecuentemente, en Moscú no se cortaron ni un pelo, lo cual quiere decir que no hicieron ningún intento por disimular que su objetivo político era quebrar la integridad territorial de la Rumania surgida de la primera guerra mundial. Esto, lógicamente, hacía que incluso dentro del Partido hubiese gente que pensara que los ruskis se estaban pasando tres pueblos. Georgiu Cristescu, que era rumano-rumano, estaba totalmente en contra de la medida; sin embargo, otros miembros del comunismo de origen húngaro, como Elek Köblös y Sandor Körösi-Krizsán, estaban encantados con las intenciones de Vladimiro el hijo de Elías.

Aquello amenazaba con nuevas escisiones. Escisiones que los rumanos del Partido no querían ni en pintura, pues eran conscientes de que, si dejaban a los húngaros volar por su cuenta, les podían hacer un buen zurcido. Así que Alexandru Dobrogeanu propuso un nuevo viaje a Moscú, para ver si lo resolvían. El resultado fue bastante predecible: la facción de Cristescu resultó, más que vencida, apaleada.

Ya sin oposición seria entre los comunistas rumanos, el quinto congreso de la Komintern, que tuvo lugar en el verano de 1924, llamó a la “separación política de los pueblos oprimidos de Polonia, Rumania, Checoslovaquia, Yugoslavia y Grecia”. Esto, en la práctica, significaba que la Komintern demandaba que Besarabia, Bukovina septentrional y Ucrania occidental se integrasen en la URSS, y que tanto Transilvania como Dobrogea (ambos territorios con fuertes minorías húngaras) fuesen Estados independientes. El siguiente golpe, dado en el tercer congreso del PCR, fue colocar al húngaro Köblös en la secretaría general.

El hecho de que los congresos del PCR aprobasen directivas aceptando la secesión de territorios de Rumania tal y como era en ese momento exacerbó los ánimos de los partidos legales del país. En diciembre, el Parlamento rumano declaró que la defensa del comunismo en el país era una ofensa. Hubo una auténtica oleada de detenciones y, de hecho, el Partido tuvo que reinventarse en sus cuadros. 

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