lunes, septiembre 15, 2025

GCEconomics (2): Peseta grande, ande o no ande





Una política cuestionable
Peseta grande, ande o no ande
Secos de crédito
Conspiradores
Las cábalas de Mussolini
March
Portugal
Los sueños imposibles del doctor Negrín
Dos modelos enfrentados
Dos bandos, dos modelos
La polémica interminable sobre la eficiencia del gasto bélico
Rosario de ventas
De lo necesario, y de lo legal
¿Y si Putin tiene una colección de monedas de puta madre?
La guerra del dinero
Echa el freno, Madaleno
Un mundo sin bancos
“Escuchado en la radio”
El sindiós catalán
Eliodoro de la Torre, el más vasco entre los vascos
Las repúblicas taifas
El general inflación
Bombardeando pasta
Los operadores económicos desconectados
El tema impositivo (y la recapitulación)

 


Un lector tirando a socialdemócrata de hoy en día, tal vez, se preguntará: pero, ¿por qué la II República tenía, si es que no yerra este imbécil y efectivamente la tenía, esa obsesión por el presupuesto equilibrado? La pregunta tiene dos respuestas. La primera es que aquellos tiempos no son éstos. Hace casi un siglo todavía se reconocía en las obras de gobierno la necesidad de la racionalidad gestora. Todavía se creía que no existía gran diferencia entre un Estado y una tienda de ultramarinos y que, consecuentemente, debían gestionarse de maneras parecidas. La segunda respuesta es que la república quería el ajuste presupuestario porque la Dictadura no lo había practicado; y ya te he dicho antes que la política económica republicana era, en buena medida, simple consigna reactiva hacia lo que otros, el enemigo, habían hecho.

Con todo, como ya os he dicho, el peor de los errores en política económica de la república fue la obsesión con la cotización de la peseta. La Gran Depresión estaba deprimiendo las exportaciones españolas, como las de casi cualquier país, porque el que estaba colapsando era el comercio mundial. No era el mejor momento para encarecer artificialmente la Marca España.

De nuevo, estamos ante un simple y puro pie forzado: hacer lo contrario de lo que había hecho la Dictadura. La peseta llevaba cayendo desde 1927, cosa que también preocupó a los gestores de Primo de Rivera. Sin embargo John Maynard Keynes, que estuvo en Madrid en 1930, se sorprendió mucho de esta obsesión por tener una peseta revalorizada; consideraba, con razón, que, en medio de la depresión mundial, en un momento en que ser competitivo era un must, una moneda en caída era un maná. Berenguer, el gestor en los minutos de descuento de la Dictadura, intentó, sin embargo, revalorizar la moneda; y los políticos republicanos, al llegar al poder, se aprestaron a intentar conseguir lo que, en su visión, la Dictadura no había querido hacer, empobreciendo España según su visión de primero de la ESO. La decisión de colocar a España ajena al patrón oro (que parece que se pensó en cambiar) puso las cosas peores, al presentar dudas sobre el nivel de respaldo de la moneda. Esta situación provocó, por cierto, que los políticos republicanos le hiciesen, sin saberlo, un favor a Franco, puesto que, en sus intentos por tener gestos claros de respaldo a la moneda, depositaron fuera de España, en el Banco de Francia, una cierta cantidad de oro del Banco de España que, al fin y a la postre, sería el único que los nacionales pudieron recuperar. Pero esto hemos de verlo en detalle más adelante.

El problema, obvio, en una situación de moneda débil, era que España sangraba oro; y la conexión que hacían los políticos republicanos entre solvencia-país y reservas de oro queda clara en la enorme cantidad que llegaron a acumular. Para acumularla, empero, necesitaban corregir la tendencia del metal precioso a salir del país vía déficit comercial. El resultado fue una política proteccionista y, sobre todo, de contingentaciones.

El resultado de esto fue una dramática reducción de la tasa de apertura de la economía española (es decir, el peso que la suma de importaciones y exportaciones tiene sobre el PIB total), en una medida que no se había visto anterior, ni se ha visto posteriormente. España se secó de los mercados internacionales y, al carecer en muchos casos de producciones alternativas interiores, el resultado fue escasez y malestar. El gráfico proviene de la magnífica obra de la Fundación BBVA Estadísticas Históricas de España.

 

Asimismo, aquí os dejo dos gráficos con la evolución de las exportaciones en pesetas nominales; así como la relación de cambio peseta-libra, en ambos casos para el periodo 1900-1935.

 



A estos hechos hay que añadir que la república decidió no admitir el patrón oro, supongo que por ser consciente de que una decisión en otro sentido podría volver a producir la sangría de metal. Sin embargo, fue una decisión muy poco meditada. En el entorno de una crisis mundial como la del 29 y siguientes, el objetivo fundamental y crucial para cualquier país desarrollado, y no desarrollado, era generar suficiente confianza en el entorno internacional. Los países que eran deficitarios exteriores, es decir, que importaban más de lo que exportaban, solucionaban ese problema mostrando eso que se llama déficit (de la balanza por cuenta) corriente equilibrado, gracias a la entrada de capitales vía inversión. La inversión, sin embargo, al hacerse extraordinariamente conservadora en tiempos tan problemáticos, se dirigió con preferencia hacia países adscritos al patrón oro, por la seguridad que ofrecían sus monedas en la relación de cambio. Como consecuencia, aquellos países que, como España, no ofrecían esa condición, quedaron desplazados. Si unimos a esto el hecho de que los capitales que andan por el mundo buscando un lugar donde establecerse normalmente están pensando en la creación de valor, y tienden a pensar que un país donde las organizaciones obreras la están liando parda los días pares y los impares también no es muy amigo de dicha creación de valor ni parece que le importe mucho, pues ya tenemos el panorama completo. Hay historiadores económicos más o menos de la cuerda republicana que te explicarán en sus artículos o tuits que el fracaso de la inversión extranjera en la repu fue consecuencia de la grave crisis del 29. En mi modesta opinión, eso es como intentar explicar un apagón nacional contando que alguien metió un imperdible por un agujerito.

La república, de hecho, estuvo tan preocupada por el problema monetario que creó el llamado Centro Oficial de Contratación de Moneda, un instituto que estaba encomendado de encontrar financiación exterior que permitiese mantener la relación de cambio artificialmente elevada en la que los economistas republicanos habían decidido creer. Se trataba, además, de conseguir la reimplantación del patrón oro; pero la república nunca se consideró en el punto procesal oportuno para ello.

La república, además, sacrificó en el altar de una peseta fuerte el objetivo de conseguir una correcta circulación de la sangre por las venas de la economía; es decir: sacrificó el crédito. Para mantener el cambio exterior, apoyó diversas reglamentaciones interiores de los agentes económicos, animada por el concepto básico que define a todo economista no liberal, y es la convicción de que quien decide el futuro de las personas, y de consuno de una economía, no son esas mismas personas, sino quienes les gobiernan. Se forzó, vía Banco de España, una política monetaria restrictiva. Si no se quería una masa monetaria que creciese ni que tuviese alta dinámica y movilidad, obviamente el principal instrumento era frenar el crédito. Dado que la inflación es un fenómeno fundamentalmente monetario, esto creó un entorno deflacionista.

La deflación es algo que pone muy contentos a los políticos, periodistas, empresarios, sindicalistas, gonzalomirós, ramoncitosespinares y demás mediopensionistas suficientemente subnormales. Es la caraba: los alquileres ya no suben, ¡problema solucionado! En realidad, la deflación es peor que la inflación, puesto que la inflación, siempre y cuando sea proporcional, es una consecuencia natural de la creación de valor; mientras que la deflación es algo anormal; es una fiebre alta que provoca toneladas de incertidumbre, la fundamental de todas, que nadie se atreve a producir un bien si tiene serias dudas sobre el precio al que podrá venderlo. Dado que los historiadores de hoy en día saben mucho de cuántas vueltas daban los hilitos de una sandalia romana, pero en materia económica suelen tener los conocimientos que tenía Yolanda Díaz en segundo de la ESO, yo creo que está por ver todavía que alguien analice a fondo hasta qué punto la deflación no trabajó en la opinión pública española a favor del 18 de julio.

La banca en la república era un sector en evolución. Lo que entonces se denominaba banca moderna, es decir la contemporánea, era básicamente la que había comenzado a desarrollarse tras una nueva ley de ordenación bancaria de 1921, redactada e impulsada por el catalán Françesc Cambó. En aquel año tocaba renovar el privilegio de la emisión de billetes del Banco de España, y Cambó aprovechó el tema para realizar una renovación a fondo del marco legal bancario.

El gran avance de la ley de 1921 era que por primera vez otorgó al Estado, y en su representación a la Administración, la vigilancia del sector bancario, argumentada por la necesidad de proteger el bien mayor de los depósitos de los particulares. Se creó una Comisaría de Ordenación de la Banca Privada en el Ministerio de Hacienda, al frente de la cual estaba un comisario regio (nombrado por el rey, pues; representaba al Estado más que al gobierno) y asistido por un consejo denominado, denominación que ha sobrevivido a los tiempos, Consejo Superior Bancario.

En este marco, el Banco de España dejó de ser lo que había sido hasta entonces, una especie de primus inter pares, para iniciar el camino hacia lo que es hoy, es decir su autoridad de supervisión y cogestor de la política monetaria en el marco del Banco Central Horropeo. Con el tiempo, el Consejo Superior Bancario fue dotado de la potestad de fijar tipos y comisiones mínimos, además de tener una importante potestad sancionadora.

Indalecio Prieto, cuando fue nombrado ministro de Hacienda, decidió profundizar en la legislación de Cambó en un sentido muy propio, o sea, muy del PSOE: incrementando el poder político sobre las instituciones que la norma había creado. Lo hizo, además, para presionar al  propio Banco de España porque se estaba negando a su proyecto de sacar parte del oro español en dirección a Francia, como veremos más adelante en estas notas. La obsesión de Prieto, por lo tanto, fue aumentar el control gubernamental del Banco de España; el gobierno colocó tres nuevos consejeros nombrados por él, como representantes de los “intereses generales” (y lo mismo es cierto que representaron a los intereses generales; yo, cuando menos, no tengo noticia de que se fuesen de putas; y tampoco hay noticias de que las marisquerías de la zona Alcalá-Cibeles viviesen entonces una era dorada).

En su presentación de la ley de 26 de noviembre de 1931 que aquí os estoy comentando, Prieto declamó en el parlamento que en modo alguno se pretendía el nombramiento de consejeros gubernamentales para someter al Banco de España a los intereses del gobierno. Pero, fijaros qué cosa tan rara, en general, en el sector financiero español, no le creyó nadie. En todo caso, la principal consecuencia práctica para el Banco de España con la nueva ley era que quedaba básicamente liberado de realizar la política monetaria, mientras dicha política se intensificaba con medidas como la fijación oficial del tipo de descuento, la intervención de los cambios e incluso la apertura de la posibilidad de disponer de las reservas de oro. ¿Por parte de quién? Del “interés general”, por supuesto.

Fue por este giro en pro de una política monetaria estricta, que, en puridad, no existía antes; y por el gesto de ponerla en manos de los campeones del “como sea, que no tengo ni puta idea”, es decir, los políticos, por lo que la república pudo aplicar una política sostenidamente deflacionista que actuaba sobre un país que necesitaba justo lo contrario: más seguridad jurídica, más expansión de los recursos, más oportunidades, más laxitud normativa, más atractivo para el capital exterior. Obviamente, esto no hizo más que crear caída del bienestar, lo cual no hacía más que provocar que el flanco obrerista, político y sindical, reclamase el equilibramiento de ese deterioro en favor de los más desfavorecidos. Y, una vez conseguida dicha corrección, si es que se conseguía, vuelta la burra al trigo.

La ley de 1921 de Cambó, por otra parte, había cumplido uno de sus principales objetivos. Al formar el Consejo Superior Bancario y sacar el bate de dar hostias (que, normalmente, suele conocerse como regulación sancionadora), Cambó quería sacar de la banca española a los tuercebotas y los trileros, para tener un sector del crédito a la europea, adecuadamente gestionado. Sin embargo, consiguiendo esto, también provocó cierta concentración del sector bancario, con lo que consiguió generar una figura que despertaba muchísimos recelos en la república de izquierdas y aun en la de derechas: el súper banquero. Esto movió a todos los ministros de Hacienda de la repu, sin excepciones, a ser notablemente intervencionistas y controladores de los bancos. ¿Esto puso a los banqueros en el disparadero hasta el punto de desear un golpe de Estado? Sinceramente, me cuesta creerlo. Pero que, una vez producido el merdé, no hicieron nada o casi nada por ayudar a la república, eso sí que lo tengo bastante claro. El programa electoral del Frente Popular en las elecciones del 36 propugnaba una adecuada coordinación entre Estado y banca, pero no la nacionalización de ésta. Pero, claro, también hemos de entender que el programa del Frente Popular estaba muy desacoplado de lo que muchos de sus integrantes defendían en sus mitines y era, de hecho, un texto deliberadamente moderado que buscaba no acojonar a nadie. El sentimiento existente en la banca no creo que fuese la expectativa de que si el FP ganaba, impulsaría una “coordinación”.

En las vísperas del golpe de Estado, en España había bancos oficiales y cajas de ahorro, que no estaban sometidos a la vigilancia de la Comisaría. Los bancos privados que se habían sometido voluntariamente a la autoridad del Consejo Superior Bancario estaban presentes en el mismo a través de varias asociaciones. Y luego estaba la banca extranjera, no inscrita en el CSB, y sólo parcialmente sometida a él. El CSB tenía aquel año 115 bancos inscritos.

Los cuatro grandes bancos del sistema eran: el Hispano Americano (que es la H del actual BSCH, Banco Santander Central Hispano); el Banco Español de Crédito, más conocido como Banesto (hoy también en el BSCH); el Banco de Bilbao, y el Banco de Vizcaya (que son la segunda B y la V del Banco Bilbao Vizcaya Argentaria, BBVA). Estos cuatro tenían el 50% del momio, y luego estaba el Banco de España, que los inspeccionaba por delegación del CSB, y gestionaba la Tesorería del Estado. Este sistema era resultado de una fuerte concentración bancaria que se había producido en la década anterior, ya que era, como os he dicho, uno de los objetivos de la Ley Cambó.

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