Una política cuestionable
Peseta grande, ande o no ande
Secos de crédito
Conspiradores
Las cábalas de Mussolini
March
Portugal
Los sueños imposibles del doctor Negrín
Dos modelos enfrentados
Dos bandos, dos modelos
La polémica interminable sobre la eficiencia del gasto bélico
Rosario de ventas
De lo necesario, y de lo legal
¿Y si Putin tiene una colección de monedas de puta madre?
La guerra del dinero
Echa el freno, Madaleno
Un mundo sin bancos
“Escuchado en la radio”
El sindiós catalán
Eliodoro de la Torre, el más vasco entre los vascos
Las repúblicas taifas
El general inflación
Bombardeando pasta
Los operadores económicos desconectados
El tema impositivo (y la recapitulación)
Un lector tirando a socialdemócrata de hoy en día, tal vez, se preguntará: pero, ¿por qué la II República tenía, si es que no yerra este imbécil y efectivamente la tenía, esa obsesión por el presupuesto equilibrado? La pregunta tiene dos respuestas. La primera es que aquellos tiempos no son éstos. Hace casi un siglo todavía se reconocía en las obras de gobierno la necesidad de la racionalidad gestora. Todavía se creía que no existía gran diferencia entre un Estado y una tienda de ultramarinos y que, consecuentemente, debían gestionarse de maneras parecidas. La segunda respuesta es que la república quería el ajuste presupuestario porque la Dictadura no lo había practicado; y ya te he dicho antes que la política económica republicana era, en buena medida, simple consigna reactiva hacia lo que otros, el enemigo, habían hecho.
Con todo, como ya os he dicho, el peor de los errores en
política económica de la república fue la obsesión con la cotización de la
peseta. La Gran Depresión estaba deprimiendo las exportaciones españolas, como
las de casi cualquier país, porque el que estaba colapsando era el comercio
mundial. No era el mejor momento para encarecer artificialmente la Marca
España.
De nuevo, estamos ante un simple
y puro pie forzado: hacer lo contrario de lo que había hecho la Dictadura. La
peseta llevaba cayendo desde 1927, cosa que también preocupó a los gestores de
Primo de Rivera. Sin embargo John Maynard Keynes, que estuvo en Madrid en 1930,
se sorprendió mucho de esta obsesión por tener una peseta revalorizada;
consideraba, con razón, que, en medio de la depresión mundial, en un momento en
que ser competitivo era un must, una moneda en caída era un maná.
Berenguer, el gestor en los minutos de descuento de la Dictadura, intentó, sin embargo, revalorizar la moneda; y los políticos republicanos, al llegar al poder, se
aprestaron a intentar conseguir lo que, en su visión, la Dictadura no había
querido hacer, empobreciendo España según su visión de primero de la ESO. La decisión de colocar a España ajena al patrón oro (que parece
que se pensó en cambiar) puso las cosas peores, al presentar dudas sobre el
nivel de respaldo de la moneda. Esta situación provocó, por cierto, que los
políticos republicanos le hiciesen, sin saberlo, un favor a Franco, puesto que,
en sus intentos por tener gestos claros de respaldo a la moneda, depositaron
fuera de España, en el Banco de Francia, una cierta cantidad de oro del Banco
de España que, al fin y a la postre, sería el único que los nacionales pudieron
recuperar. Pero esto hemos de verlo en detalle más adelante.
El problema, obvio, en una
situación de moneda débil, era que España sangraba oro; y la conexión que
hacían los políticos republicanos entre solvencia-país y reservas de oro queda
clara en la enorme cantidad que llegaron a acumular. Para acumularla, empero,
necesitaban corregir la tendencia del metal precioso a salir del país vía
déficit comercial. El resultado fue una política proteccionista y, sobre todo,
de contingentaciones.
El resultado de esto fue una
dramática reducción de la tasa de apertura de la economía española (es decir,
el peso que la suma de importaciones y exportaciones tiene sobre el PIB total),
en una medida que no se había visto anterior, ni se ha visto posteriormente.
España se secó de los mercados internacionales y, al carecer en muchos casos de
producciones alternativas interiores, el resultado fue escasez y malestar. El
gráfico proviene de la magnífica obra de la Fundación BBVA Estadísticas
Históricas de España.
Asimismo, aquí os dejo dos
gráficos con la evolución de las exportaciones en pesetas nominales; así como
la relación de cambio peseta-libra, en ambos casos para el periodo 1900-1935.
A estos hechos hay que añadir que
la república decidió no admitir el patrón oro, supongo que por ser consciente
de que una decisión en otro sentido podría volver a producir la sangría de
metal. Sin embargo, fue una decisión muy poco meditada. En el entorno de una
crisis mundial como la del 29 y siguientes, el objetivo fundamental y crucial
para cualquier país desarrollado, y no desarrollado, era generar suficiente
confianza en el entorno internacional. Los países que eran deficitarios
exteriores, es decir, que importaban más de lo que exportaban, solucionaban ese
problema mostrando eso que se llama déficit (de la balanza por cuenta)
corriente equilibrado, gracias a la entrada de capitales vía inversión. La
inversión, sin embargo, al hacerse extraordinariamente conservadora en tiempos
tan problemáticos, se dirigió con preferencia hacia países adscritos al patrón
oro, por la seguridad que ofrecían sus monedas en la relación de cambio. Como
consecuencia, aquellos países que, como España, no ofrecían esa condición,
quedaron desplazados. Si unimos a esto el hecho de que los capitales que andan
por el mundo buscando un lugar donde establecerse normalmente están pensando en
la creación de valor, y tienden a pensar que un país donde las organizaciones
obreras la están liando parda los días pares y los impares también no es muy
amigo de dicha creación de valor ni parece que le importe mucho, pues ya
tenemos el panorama completo. Hay historiadores económicos más o menos de la
cuerda republicana que te explicarán en sus artículos o tuits que el fracaso de
la inversión extranjera en la repu fue consecuencia de la grave crisis del 29.
En mi modesta opinión, eso es como intentar explicar un apagón nacional
contando que alguien metió un imperdible por un agujerito.
La república, de hecho, estuvo
tan preocupada por el problema monetario que creó el llamado Centro Oficial de
Contratación de Moneda, un instituto que estaba encomendado de encontrar
financiación exterior que permitiese mantener la relación de cambio artificialmente
elevada en la que los economistas republicanos habían decidido creer. Se
trataba, además, de conseguir la reimplantación del patrón oro; pero la
república nunca se consideró en el punto procesal oportuno para ello.
La república, además, sacrificó
en el altar de una peseta fuerte el objetivo de conseguir una correcta
circulación de la sangre por las venas de la economía; es decir: sacrificó el
crédito. Para mantener el cambio exterior, apoyó diversas reglamentaciones
interiores de los agentes económicos, animada por el concepto básico que define
a todo economista no liberal, y es la convicción de que quien decide el futuro
de las personas, y de consuno de una economía, no son esas mismas personas,
sino quienes les gobiernan. Se forzó, vía Banco de España, una política
monetaria restrictiva. Si no se quería una masa monetaria que creciese ni que
tuviese alta dinámica y movilidad, obviamente el principal instrumento era
frenar el crédito. Dado que la inflación es un fenómeno fundamentalmente
monetario, esto creó un entorno deflacionista.
La deflación es algo que pone muy
contentos a los políticos, periodistas, empresarios, sindicalistas,
gonzalomirós, ramoncitosespinares y demás mediopensionistas suficientemente
subnormales. Es la caraba: los alquileres ya no suben, ¡problema solucionado!
En realidad, la deflación es peor que la inflación, puesto que la inflación,
siempre y cuando sea proporcional, es una consecuencia natural de la creación
de valor; mientras que la deflación es algo anormal; es una fiebre alta que
provoca toneladas de incertidumbre, la fundamental de todas, que nadie se
atreve a producir un bien si tiene serias dudas sobre el precio al que podrá
venderlo. Dado que los historiadores de hoy en día saben mucho de cuántas
vueltas daban los hilitos de una sandalia romana, pero en materia económica
suelen tener los conocimientos que tenía Yolanda Díaz en segundo de la ESO, yo
creo que está por ver todavía que alguien analice a fondo hasta qué punto la
deflación no trabajó en la opinión pública española a favor del 18 de julio.
La banca en la república era un
sector en evolución. Lo que entonces se denominaba banca moderna, es decir la
contemporánea, era básicamente la que había comenzado a desarrollarse tras una
nueva ley de ordenación bancaria de 1921, redactada e impulsada por el catalán
Françesc Cambó. En aquel año tocaba renovar el privilegio de la emisión de
billetes del Banco de España, y Cambó aprovechó el tema para realizar una
renovación a fondo del marco legal bancario.
El gran avance de la ley de 1921
era que por primera vez otorgó al Estado, y en su representación a la
Administración, la vigilancia del sector bancario, argumentada por la necesidad
de proteger el bien mayor de los depósitos de los particulares. Se creó una
Comisaría de Ordenación de la Banca Privada en el Ministerio de Hacienda, al
frente de la cual estaba un comisario regio (nombrado por el rey, pues;
representaba al Estado más que al gobierno) y asistido por un consejo
denominado, denominación que ha sobrevivido a los tiempos, Consejo Superior Bancario.
En este marco, el Banco de España
dejó de ser lo que había sido hasta entonces, una especie de primus inter
pares, para iniciar el camino hacia lo que es hoy, es decir su autoridad de
supervisión y cogestor de la política monetaria en el marco del Banco Central
Horropeo. Con el tiempo, el Consejo Superior Bancario fue dotado de la potestad
de fijar tipos y comisiones mínimos, además de tener una importante potestad
sancionadora.
Indalecio Prieto, cuando fue
nombrado ministro de Hacienda, decidió profundizar en la legislación de Cambó
en un sentido muy propio, o sea, muy del PSOE: incrementando el poder político
sobre las instituciones que la norma había creado. Lo hizo, además, para
presionar al propio Banco de España
porque se estaba negando a su proyecto de sacar parte del oro español en
dirección a Francia, como veremos más adelante en estas notas. La obsesión de
Prieto, por lo tanto, fue aumentar el control gubernamental del Banco de
España; el gobierno colocó tres nuevos consejeros nombrados por él, como
representantes de los “intereses generales” (y lo mismo es cierto que
representaron a los intereses generales; yo, cuando menos, no tengo noticia de
que se fuesen de putas; y tampoco hay noticias de que las marisquerías de la
zona Alcalá-Cibeles viviesen entonces una era dorada).
En su presentación de la ley de
26 de noviembre de 1931 que aquí os estoy comentando, Prieto declamó en el
parlamento que en modo alguno se pretendía el nombramiento de consejeros
gubernamentales para someter al Banco de España a los intereses del gobierno.
Pero, fijaros qué cosa tan rara, en general, en el sector financiero español,
no le creyó nadie. En todo caso, la principal consecuencia práctica para el
Banco de España con la nueva ley era que quedaba básicamente liberado de
realizar la política monetaria, mientras dicha política se intensificaba con
medidas como la fijación oficial del tipo de descuento, la intervención de los
cambios e incluso la apertura de la posibilidad de disponer de las reservas de
oro. ¿Por parte de quién? Del “interés general”, por supuesto.
Fue por este giro en pro de una
política monetaria estricta, que, en puridad, no existía antes; y por el gesto
de ponerla en manos de los campeones del “como sea, que no tengo ni puta idea”,
es decir, los políticos, por lo que la república pudo aplicar una política
sostenidamente deflacionista que actuaba sobre un país que necesitaba justo lo
contrario: más seguridad jurídica, más expansión de los recursos, más
oportunidades, más laxitud normativa, más atractivo para el capital exterior.
Obviamente, esto no hizo más que crear caída del bienestar, lo cual no hacía
más que provocar que el flanco obrerista, político y sindical, reclamase el
equilibramiento de ese deterioro en favor de los más desfavorecidos. Y, una vez
conseguida dicha corrección, si es que se conseguía, vuelta la burra al trigo.
La ley de 1921 de Cambó, por otra
parte, había cumplido uno de sus principales objetivos. Al formar el Consejo
Superior Bancario y sacar el bate de dar hostias (que, normalmente, suele
conocerse como regulación sancionadora), Cambó quería sacar de la banca
española a los tuercebotas y los trileros, para tener un sector del crédito a
la europea, adecuadamente gestionado. Sin embargo, consiguiendo esto, también
provocó cierta concentración del sector bancario, con lo que consiguió
generar una figura que despertaba muchísimos recelos en la república de
izquierdas y aun en la de derechas: el súper banquero. Esto movió a todos los
ministros de Hacienda de la repu, sin excepciones, a ser notablemente
intervencionistas y controladores de los bancos. ¿Esto puso a los banqueros en el
disparadero hasta el punto de desear un golpe de Estado? Sinceramente, me
cuesta creerlo. Pero que, una vez producido el merdé, no hicieron nada o casi
nada por ayudar a la república, eso sí que lo tengo bastante claro. El programa
electoral del Frente Popular en las elecciones del 36 propugnaba una adecuada
coordinación entre Estado y banca, pero no la nacionalización de ésta. Pero,
claro, también hemos de entender que el programa del Frente Popular estaba muy
desacoplado de lo que muchos de sus integrantes defendían en sus mitines y era,
de hecho, un texto deliberadamente moderado que buscaba no acojonar a nadie. El
sentimiento existente en la banca no creo que fuese la expectativa de que si el
FP ganaba, impulsaría una “coordinación”.
En las vísperas del golpe de
Estado, en España había bancos oficiales y cajas de ahorro, que no estaban
sometidos a la vigilancia de la Comisaría. Los bancos privados que se habían
sometido voluntariamente a la autoridad del Consejo Superior Bancario estaban
presentes en el mismo a través de varias asociaciones. Y luego estaba la banca
extranjera, no inscrita en el CSB, y sólo parcialmente sometida a él. El CSB
tenía aquel año 115 bancos inscritos.
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