Papá, no quiero ser campesino
Un esclavo, un amigo, un servidor
“¡Es precioso, precioso!”
Jefe militar
La caída de Zhu De
Sólo las mujeres son capaces de amar en el odio
El ensayo pre maoísta de Jiangxi
Japón trae el Estado comunista chino
Ese cabronazo de Chou En Lai
Huida de Ruijin
Los verdaderos motivos de la Larga Marcha
Tucheng y Maotai (dos batallas de las que casi nadie te hablará)
Las mentiras del puente Dadu
La huida mentirosa
El Joven Mariscal
El peor enemigo del mundo
Entente comunista-nacionalista
El general Tres Zetas
Los peores momentos son, en el fondo, los mejores
Peng De Huai, ese cabrón
Xiang Ying, un problema menos
Que ataque tu puta madre, camarada
Tres muertos de mierda
Wang Ming
Poderoso y rico
Guerra civil
El amigo americano
La victoria de los topos
En el poder
Desperately seeking Stalin
De Viet Nam a Corea
El laberinto coreano
La guerra de la sopa de agujas de pino
Quiero La Bomba
A mamar marxismo, Gao Gang
El marxismo es así de duro
A mí la muerte me importa un cojón
La Campaña de los Cien Ñordos
El Gran Salto De Los Huevos
38 millones
La caída de Peng
¿Por qué no llevas la momia de Stalin, si tanto te gusta?
La argucia de Liu Shao Chi
Ni Khruschev, ni Mao
El fracaso internacional
El momento de Lin Biao
La revolución anticultural
El final de Liu Shao, y de Guang Mei
Consolidando un nuevo poder
Enemigos para siempre means you’ll always be my foe
La hora de la debilidad
El líder mundial olvidado
El año que negociamos peligrosamente
O lo paras, o lo paro
A modo de epílogo
A partir de aquel mes de noviembre de 1928, cuando Shanghai confirmó a Mao como jefe supremo del ejército rojo Zhu-Mao, el dirigente comenzó a pensar de salir de aquella sierra de bandoleros. Buscaba ganar poder, ahora que tenía un ejército; y, además, sabía que la zona estaba a punto de ser atacada. Para entonces, Chang Kai Shek había logrado prevalecer sobre el gobierno de Pekín y era el señor de casi toda China, con capital en Nanjing. Ahora, tropas nacionalistas avanzaban hacia el territorio donde estaba Mao. Así que los comunistas salieron de allí a la naja, el 14 de enero de 1929. Eran unos 3.000 hombres, bajo el mando militar de Zhu De.
En ese mismo momento, en Moscú, el letón Janis Berzins (Jan Karlovitch Berzin, nacido Peteris Kuzis), jefe de la GRU soviética; Pavel Alexandrovitch Mif, nacido Milhail Alexandrovitch Fortus, que era el agente de Berzin en China; y el propio Stalin, estaban discutiendo la forma de hacer que la URSS pudiese ayudar a la pequeña tropa de Mao.
No era para menos. Moscú consideraba que aquella tropa era la fuerza comunista más prometedora de China; pero era consciente de que estaba seriamente perseguida por las tropas de Chang Kai Shek. De hecho, en una de las emboscadas que sufrieron, los nacionalistas capturaron a la esposa de Zhu De, a la que ejecutaron en Changsa, decapitándola y luego colgando su cabeza de una pica. En ese momento, cuando el general no estaba precisamente feliz, fue cuando Mao decidió atacarlo. De esta forma, consiguió acabar con su mando militar, y concentrar todo el poder en su persona; aunque no informó a Shanghai, consciente de que los comunistas siempre son amigos de ciertos equilibrios de poder en los tramos intermedios (que son los que garantizan el poder absoluto en los superiores).
En marzo, la ofensiva de Chiang se debilitó cuando el líder nacionalista comenzó a tener discrepancias en su bando, que amenazaban con algo muy parecido a una guerra civil. La necesidad de recuperar las tropas que perseguían a los comunistas para otros menesteres le permitió a Mao avanzar hacia Fujian, en el sudeste de China, y capturar la ciudad de Tingzhou. Se trataba de una ciudad comercial, en las riveras de un río navegable; así que allí Mao se puso las botas haciendo lo mejor que sabe hacer un comunista, es decir vivir del fruto del sudor de la frente de otros. Los signos de mejora se hicieron evidentes; entre otras cosas, por primera vez Mao pudo proveer a sus soldados con un uniforme; que, vaya, eran los uniformes nacionalistas de toda la vida, sólo que con una estrellita roja en la gorra. Mao hizo ejecutar al máximo mando militar de la ciudad y pasear su cadáver por las calles.
En Tingzhou se estableció Mao en la posición que más le gustaba: la de reyezuelo, sin demasiada intención de moverse mientras las muchas riquezas de la ciudad diesen como para llenarle la panza. Sin embargo, en mayo se encontró con la sorpresa de la llegada de un tipo desde Shanghai. Se llamaba Liu Ang Gong, y venía con órdenes del mando comunista de establecerse como número 3 del ejército Zhu-Mao. Ang Gong era un dirigente con formación militar en Moscú, y cuando llegó no se podía creer el ejercicio de concentración de poder que había hecho Mao y, sobre todo, la cruel forma de maltratar a Zhu De.
La llegada de aquel comisario político obligó a Mao a salir a campo abierto, por así decirlo. El 1 de junio de 1929, escribió a Shanghai informando de una supuesta decisión asamblearia de su ejército en el sentido de suspender temporalmente el mando de Zhu. Incluyó aquella información como punto décimo de un largo informe de catorce puntos, esperando que no tuviese gran impacto.
Sin embargo, el problema estaba más bien sobre el terreno. Galvanizado por el apoyo de Ang Gong, y conocedor de que los soldados no querían a Mao, Zhu De decidió oponérsele. El 22 de junio, los mandos y comisarios del ejército tuvieron una asamblea en la que decidieron cesar a Mao como jefe político y reinstalar a Zhu como jefe militar supremo. Los soldados que le eran más fieles habían sido desarmados antes incluso de comenzar la reunión.
Tocado pero no hundido, Mao Tse Tung decidió centrarse en aprovechar las tropas que todavía controlaba porque le eran fieles para tomar el control de Fujian, consciente como era de que era la tierra más rica que los comunistas habían conseguido controlar hasta el momento. Mao, su mujer y unos pocos fieles se fueron a Jiaoyang, donde Mao tenía un dirigente local que le era afín y al que había pedido que convocase una especie de congreso que le concitase apoyo popular. Su plan era usar la reunión para colocar a sus fieles del ejército en los puestos clave de gobierno.
El 10 de julio, 50 delegados estaban dispuestos a comenzar el congreso, pero Mao los tuvo una semana con que si la puta y la Ramoneta. Cuando finalmente comenzó, dijo que estaba enfermo y, al fin y a la postre, se lo cargó. La razón: los nacionalistas estaban de camino. Mao, de todas maneras, procedió a los nombramientos que había decidido, y los envió a Shanghai con la vitola de nombramientos votados en un congreso que, en realidad, nunca se había celebrado. Los comunistas locales, una vez que se supieron desplazados del poder, se volvieron contra Mao, que desarrolló contra ellos una purga violenta.
Una vez controlado el comunismo de Fujian, Mao era consciente de que debía terminar lo que había empezado cuando había trabajado contra Zhu De. Automáticamente, se puso a buscar gente en el entorno del general que fuese maleable y capaz de trabajar para él de forma encubierta. Y encontró, efectivamente, a un hombre que había sido todo un nota durante su primera juventud, y que tenía esa característica que le gustaba tanto a Mao: se la sudaba Juana que su hermana. Se llamaba Lin Biao, y estaba llamado a tener una larga carrera, con trágico final, en el maoísmo.
Lin era un militar capacitado, como buen alumno de la academia de Whampoa, que los soviéticos habían formado para los nacionalistas. Al mismo tiempo, sin embargo, era un autodidacto; para nada el resultado de la factoría soviética de epsilones leninistas. Y, por sobre todas las cosas, odiaba secretamente a Zhu De. Mao y Lin se entendieron a la primera; hasta que dejaron de entenderse, claro.
A finales de julio, los nacionalistas atacaron a los comunistas. Zhu, como jefe supremo militar, diseñó el plan de ataque, que incluía un reagrupamiento de todas las tropas el 2 de agosto. Sin embargo, llegado dicho día, la unidad que comandaba Lin Biao no apareció. Para entonces, entre las tropas de Lin y las que Mao había conseguido controlar en Fujian, entre ambos alcanzaban aproximadamente la mitad de los efectivos comunistas. Las gentes de Zhu, y los propios comunistas locales, apelaron a Shanghai para que resolviese el tema.
Éste es el punto en el que, en realidad, la carrera de Mao Tse Tung comenzó a enderezarse y a definirse. Mao siempre tuvo una ventaja en la vida: él era un estafador, un timador casi profesional; y había caído en la ideología perfecta para esa forma de ser. Los comunistas aman la jerarquía y el mando; pero aman, por sobre todas las cosas, la eficiencia revolucionaria. Si alguien es capaz de garantizarles la sumisión de un colectivo de personas, en realidad que eso lo consiga regalando caramelos de menta o reventando los testículos de gente aleatoriamente elegida, eso se les da una higa. En toda la vida de Mao, sobre todo antes de llegar a la cumbre del poder, se había de encontrar en situaciones en las que, objetivamente, la suya era la posición identificada por la injusticia; por el no tener la razón; en otras palabras, situaciones en las que lo lógico es que él hubiera sido la parte perdedora. Sin embargo, la Historia de Mao demuestra, mejor que ninguna otra, hasta qué punto, en el marco de un esquema de decisión comunista, eso de tener o no tener la razón no pesa nada.
En el momento en que de Fujian llegaron las quejas sobre Mao, el liderazgo en Shanghai estaba en manos de otro tipo tan mentiroso y timador como el propio Mao, es decir Chou En Lai, aunque formalmente hablando el camarada primer secretario general era Hsiang Chung Fa, un tipo que el hecho de que su nombre no te suene de nada ya te debería dar pistas sobre lo mucho que mandaba. Chung Fa, de hecho, era secretario general sólo porque era un verdadero proletario (era un trabajador de los puertos); era, pues, la figurita de Lladró de los comunistas chinos. En realidad, el Partido lo llevaban los enviados de Moscú que, por lo general, ni siquiera eran chinos (en realidad, ni siquiera eran asiáticos). Allí mandaba un alemán llamado Gerhart Eisler, que más tarde dirigiría la KGB en Estados Unidos; y un polaco apellidado Rylsky.
Chou, por su parte, había tomado contacto con el comunismo en su juventud y en Japón (1917). Era un hombre frío y calculador, incluso en su vida privada, lo que tuvo como consecuencia que se convirtiese, rápidamente, en un gran organizador, que es lo que fue toda su vida. Moscú se fijó muy pronto en él, y le encargó la formación del Ejército Rojo. Estuvo en la URSS hasta 1924, que fue enviado de nuevo a China, donde se convirtió en el jefe del Departamento Político de la academia de Whampoa. Su misión era colocar en los rangos del ejército nacionalista a un pequeño ejército de topos comunistas; labor que hizo a las mil maravillas y que, como veremos, fue crucial a la hora de garantizar la victoria de Mao sobre la formación política que estaba teóricamente llamada a dominar China. Su bautismo de fuego fue la organización del motín de Nanchang cuando Chiang rompió con los comunistas (agosto de 1927).
Desde principios de 1928, Chou estaba en Shanghai, llevando el día a día del Partido. Se desempeñó de maravilla como operador clandestino. En el verano de aquel año fue a Moscú, y fue recibido por Stalin antes del VI Congreso del PCC. Eso lo convirtió en la figura fundamental de aquella reunión. Se le encargó la formación de la policía secreta china comunista. Chou era un hombre completamente fiel a Moscú; algo que, junto con sus habilidades organizativas muy por encima de las de Mao, habría de construir entre ambos titanes del comunismo chino una larga y extraña relación de amor-odio, que cristalizó en la crudelísima muerte de Chou, devorado por dolores insoportables tan sólo porque Mao no lo quería ver curado. Eso a pesar de que no hay signos en sus muchos años de carrera política de que jamás intentase Chou ser número uno.
La alta valoración que tenían los comunistas soviéticos de Chou En Lai cristalizó en el hecho de que fuese designado para resolver la polémica de Fujian. Bueno, resolver: Moscú le instruyó claramente en el sentido de que debía apoyar a Mao, cosa que hizo en una carta el 21 de agosto. Chou, por lo tanto, otorgó el nihil obstat a la decisión de cesar a Zhu de su mando militar.
El gesto de apoyar a Mao requiere su explicación. En primer lugar, los soviéticos habían heredado del régimen zarista la llamada Línea Férrea Oriental de Manchuria, que recorría dicha región desde Siberia hasta Vladivostok. Aquello era una concesión que habían impuesto los zares en China; pero la cosa es que los soviéticos no habían mostrado ningún deseo de devolver lo que había embargado el sucio imperio capitalista zarista; en consecuencia, en 1929, los chinos ocuparon la zona.
La respuesta de los soviéticos fue crear un Ejército del Extremo Oriente, comandado por el mariscal Blyukher, quien sería primero juez de las purgas de Stalin y finalmente víctima de las mismas, y que había sido asesor de Chiang Kai Shek. Con este ejército, en noviembre de 1929 los soviéticos entraron hasta 150 kilómetros en terreno manchú.
En el marco de esta operación, para Moscú era fundamental que los comunistas creasen algún tipo de problema militar en algún otro punto del país. El 9 de octubre, el Politburó del PCUS decidió que las regiones donde estaba Mao (y citaron a Mao, no a Zhu; el de Hunan había conseguido transmitir la idea, tan sólo parcialmente real, de que controlaba todas las tropas) era la ideal para crear dicha diversión.
Como segunda razón, Stalin estaba preocupado por el pequeño, pero matón, grupo de supporters de Leon Trotsky (recién exiliado) que había en China. Su objetivo fundamental fue el profesor Cheng Tu Hsiu, el primer jefe de los comunistas chinos, quien no sólo mostraba veleidades trotskistas sino que había decidido colocarse en contra de los soviéticos en lo de Manchuria. Stalin, conocedor de que la política china de la época no era una política de partidos, sino de señores de la guerra que adoptaban ideologías por conveniencia, tenía miedo de que Mao, antiguo padawan del profesor Chen, decidiese ponerse de su lado. Así que decidió darle mermelada.
Zhu De reaccionó a la carta de Chou con total disciplina. Se la envió a Mao, reconoció su mando, y le rogó que se presentase en la reunión de las tropas. Mao, sin embargo, todavía esperó varias semanas. El 28 de noviembre, en todo caso, escribió una carta a Shanghai haciendo lo que sabía que tenía que hacer: condenar sin paliativos al profesor Cheng.
Mao, sin embargo, no purgó a Zhu De. Chou En Lai le había dejado claro en su carta que quería imagen de unidad; no quería una purga ni una venganza. Así las cosas, el nombre de Ejército Zhu-Mao se mantuvo, y el general adquirió una especie de categoría de jarrón chino (nunca mejor dicho). De hecho, en los años por venir, que fueron medio siglo, Mao nunca se atrevió con Zhu (al principio) y probablemente terminó por juzgar que si lo purgaba le iba a salir más caro el collar que el perro. El caso es que la “colaboración” entre Zhu y Mao se prolongó durante medio siglo hasta que los dos murieron en 1976, con apenas dos semanas de diferencia entre uno y el otro.
Me desconcierta un poco lo de usar la forma tradicional de los nombres para unos personajes si y la moderna para otros. Entiendo que usar Chu Teh y Lin Piao da pábulo al chiste pero me descoloca la mezcla.
ResponderBorrarPersonalmente, considero que con el pinyin los chinos la han liado más que otra cosa. Resulta muy difícil moverse en esos terrenos, así pues mi opción ha sido relajarme, escribir, y optar por la escritura tradicional allí donde lo tengo claro.
BorrarPor cierto, que Hsiang Chung Fa consiguió destacar en la historia del PCCh por motivos propios: Cuando lo trincaron los Kuomintang cantó la traviata y dijo todo lo que sabía de la organización (Lo fusilaron de todas formas, aunque Chiang, por lo visto había cursado una orden de perdón que no llegó a tiempo)
ResponderBorrarEs probablemente el secretario general que más embarazoso le resulta al partido (Lo cual no es poco mérito teniendo en cuenta el personal del que hablamos)