jueves, diciembre 21, 2023

El caso Dreyfus (2): Comienza el juicio

El conde arruinado
Comienza el juicio
Otro traidor entre nosotros
Cualquier cosa menos un nuevo juicio
Zola
El principio del fin
Por la República


Paty de Clam, con seguridad, estaba buscando que Dreyfus, al percatarse de la lista de documentos que se le estaba dictando, se extrañase y se derrumbase. Pero el judío, sin embargo, aunque verdaderamente estaba mosqueado porque la petición era rara, rara, rara, siguió escribiendo. Con más nervios que un filete del Lidl, el juez terminó por interrumpir el dictado para conminar al militar y preguntarle por qué temblaba y se mostraba nervioso; cosa que Dreyfus no estaba haciendo. Finalmente, Dreyfus argumentó que tenía frío. El dictado siguió hasta que Paty de Clam dijo: “Fíjese en cómo escribe usted; esto es muy grave”.

Lo siguiente que hizo fue coger a Dreyfus de un brazo y anunciarle que estaba detenido y acusado de alta traición.

Dreyfus, lógicamente, se levantó y negó toda acusación. Paty de Clam, por toda respuesta, le señaló un revólver sobre la mesa. Dreyfus se negó a suicidarse, afirmando su inocencia. Sin embargo, fue esposado y llevado a la prisión, donde el alcaide recibió órdenes de no registrar su entrada.

Francia estaba salvada. Las pruebas, abrumadoras, venían a demostrar que nunca un judío debería formar parte del Estado Mayor. El gobierno del Ejército francés sólo debía admitir a los franceses de pura raza.

Obviamente, Paty de Clam recibió el encargo de realizar la instrucción del caso. El comandante era un militar íntegro y bastante inteligente; pero tenía el defecto de ser francés. Eso lo convertía en una persona para la cual el patriotismo lo era todo; y ese patriotismo exacerbado, esa constante defensa de la grandeur de los cojones, lo convertía en una persona demasiado proclive a ver espías por todas partes. Incluso llegó a sospechar de un pariente suyo tan sólo porque hablaba varios idiomas y viajaba mucho. En ese entorno, para él la misión que se le había encomendado no era instruir el caso contra Alfred Dreyfus, sino arrancarle una confesión. Se erigió en juez, fiscal y policía, todo en uno. Comenzó a visitar al recluso casi diariamente, siempre para intentar arrancarle una confesión definitiva. Su estrategia incluyó aparecer en plena noche para interrogarlo y presentarle fotografías del memorando y de cartas suyas, conminándole a decir cuál era cuál. Dreyfus, la verdad, nunca se equivocó.

Al preso, por lo demás, sólo se le mostró el memorando completo que era la única pieza de su acusación, a los catorce días de reclusión. En cuanto lo vio, aseguró no conocerlo de nada. La casa de Dreyfus fue registrada. Iban buscando, sobre todo, trozos de papel de la misma calidad que el memorando; pero no encontraron nada. Curiosamente, para los investigadores no encontrar nada no fue sino la confirmación de que iban en la dirección correcta (y, como veremos más adelante en esta historia, encontrar trozos muy parecidos en domicilios del entorno de Esterhazy no les hizo cambiar de idea).

Con el tiempo, la situación para Paty, Boisdeffre y, sobre todo, Mercier, comenzó a ser desabrida. No se había descubierto nada que se pudiese considerar una prueba en contra del acusado. Los dos peritajes no resultaban indubitadamente concluyentes. Se encargó un nuevo peritaje a Bertillon, aunque esta vez se le puso al corriente de la identidad de Dreuyfus. Bertillon, quien verdaderamente deseaba llegar a alguna conclusión positiva para los investigadores (de ser un centímetro más antijudío, habría ingresado en Izquierda Unida sin siquiera pagar cuota), imaginó una situación muy rocambolesca en la que Dreyfus habría calcado su propia escritura; es decir, vino a concluir que, puesto que Dreyfus habría imaginado que iba a compararse su letra de la del memorando, había modificado su letra en el último de los documentos. La teoría era que había introducido algunos vicios de escritura de su hermano Mateo y de su cuñada Alicia.

El ministro Mercier, cuando leyó este informe de Bertillon, concluyó que aquello era una mierda pinchada en un palo, y que presentarle eso a un juez iba a ser un escándalo incluso en una nación, como Francia, con tanta gente dispuesta a creérselo todo por la patria, la matria y la tiatria. Así que se encargaron tres peritajes más: Étienne Charavay, Eugène Pelletier; y Pierre Teyssonnières. Los dos últimos concluyeron que la escritura era de Dreyfus, aunque Teyssonnières dejó claro que había modificado dicha escritura a propósito. Charavay, sin embargo, declaró que la escritura no era del judío.

Para entonces, la Prensa ya se había enterado de lo fundamental de lo que estaba pasando. Comenzaron a publicarse crónicas muy duras hacia los alemanes, y especulando con la existencia de una conspiración en el Ejército francés. Schwartzkoppen, la verdad, temió que fuese Esterhazy el militar detenido del que todo el mundo hablaba; pero cuando supo que era Dreyfus se fue muy ufano a ver a su jefe, el embajador conde Georg Herbert Graf zu Münster von Derneburg, para decirle que no lo conocía de nada. Así tranquilizado, Münster se fue a por el ministro Hanotaux e, incluso, el presidente de la República, Jean Paul Pierre Casimir-Périer, para exigirles que publicasen en la Prensa una rectificación salvando el honor alemán. Así pues, el gobierno francés acabó declarando que, si Dreyfus había espiado, ¡no había sido para Alemania! Entonces, el memorando aparecido en la embajada teutona, ¿lo había dejado allí David el Gnomo? El general Mercier llegó a decir que, durante aquellas jornadas, Francia y Alemania estuvieron al canto de un duro de la guerra; pero Schwartzkoppen siempre sostuvo que el ministro francés se lo inventaba todo; que las conversaciones fueron siempre cordiales y sin amenaza de hostias de por medio.

Para entonces, y en un efecto que muy probablemente nadie en el Ejército ni en el gobierno francés esperaba, el caso se prolongaba y se iba convirtiendo en una cuestión nacional. En ello hizo mucho un personaje que para entonces ya era un tanto apolillado: Paul Adolphe Marie Prosper Granier de Cassagnac, un político decididamente bonapartista, que incluso siguió siéndolo tras la extinción de la dinastía, y que se recicló a editor de periódico a través de su medio L’Autorité. Desde ese periódico comenzó a interesarse por el caso Dreyfus, sobre todo desde que la familia del militar eligió a Edgar Demange para que le defendiera. Demange y Cassagnac eran amigos, por lo que el segundo tuvo acceso a información de primera mano sobre el caso y su avance. Cassagnac fue el primero que comenzó a hablar del caso Dreyfus en términos binarios: o era culpable Dreyfus de espiar para Alemania o, si era inocente, era culpable el Ejército francés por haber montado un escándalo de la nada para limpiar el Estado Mayor de un judío. Él fue, pues, el primero en avizorar que, en aquel asunto, alguien habría de caer. En realidad, quien caería sería media Francia.

Cuando Paty de Clam terminó sus diligencias, el caso pasó directamente al gobernador militar de la región de París, que hasta el momento no había sabido nada del mojo; lo cual, por cierto, era abiertamente ilegal. El gobernador nombró juez instructor al comandante Alexandre François Bexon (o Besson) D’Ormescheville, oficialmente auxiliado por el eterno Paty de Clam. El juez instructor le encargó a un agente del Servicio de Estadísticas del Ministerio de la Guerra, François Guenée, que realizase un informe sobre el modo de vida del acusado. El tal Guenée concluyó que Dreyfus era un putero y un ludópata; que no le faltaba detalle, vaya. Hay que decir que la Jefatura de Policía hizo un informe paralelo, bastante más acercado a la realidad, en el que concluía que los devaneos de Dreyfus con el sexo opuesto, que efectivamente habían sido muchos, eran, sin embargo, anteriores a su compromiso marital. Con posterioridad a su matrimonio, sólo le conocía una relación, bastante epidérmica, con una mujer distinta de la suya, a la que al parecer mandó a la mierda cuando se dio cuenta de que todo lo que quería era que el judío le pagase los caprichos.

Incapaces los instructores de adverar la culpabilidad del capitán mediante los peritajes, y conscientes de que la tentativa de llevárselo por delante a base de convencer a Francia de que era un pendón necesitado de dinero estaba probablemente condenada al fracaso, los instructores se dieron cuenta de que necesitaban testigos. ¿De qué? En realidad, de cualquier cosa. Comenzaron a llamar a funcionarios del Ministerio de la Guerra, personas que trababan habitualmente a Dreyfus. Convenientemente impulsados a ello, los compañeros del militar comenzaron a desenterrar equívocos episodios en los que se habría demostrado la afición del encausado por los secretos de Estado; por no hablar de los sospechosísimos viajes a Alsacia.

El Estado Mayor, sin embargo, permaneció impasible el francés. Decidió construir un dosier secreto con documentos comprometedores. El primero de ellos fue una carta que Schwartzkoppen le había escrito al teniente coronel Alessando Panizzardi, agregado militar de la embajada italiana en París. En dicha carta, le decía: “Ahí van doce planos de Niza, que ese canalla de D. me ha remitido para usted”. Para los investigadores del Estado Mayor, estaba clarinete que esa D tenía que ser Dreyfus. Pero la cosa es que no lo era; el remitente de aquellos planos era un cartógrafo del Ministerio francés de la Guerra que se apellidaba Dubois. La carta, además, era de 1893.

Los franceses también se hicieron con un telegrama cifrado de Panizzardi a su Estado Mayor en Roma, que decía: “Si capitán D. no ha tenido relaciones con ustedes, será conveniente desmentirlo, para evitar comentarios Prensa”. Cuando el texto apareció traducido, Paty de Clam había cambiado la D por Dreyfus.

La vista de la causa se fijó para el 19 de diciembre. Demange, el abogado defensor, maniobró a través de dos políticos: Joseph Reinach y Pierre Marie René Ernest Waldeck-Rousseau, tratando de que el presidente de la República, Casimir Perier, decretase las sesiones públicas; pero la negativa fue total, puesto que se iban a tratar temas de gran importancia para la seguridad del Estado.

Así las cosas, a la una de la tarde del 19 de diciembre de 1894, en la sala de causas de la prisión militar de París, siete jueces, presididos por el coronel Émilien Maurel, esperaban el comienzo de las sesiones. El fiscal era un comandante llamado Brisset.

Después de que los jueces decidiesen, negativamente, sobre la petición de Demange para que la vista fuese pública, se leyó el acta de acusación elaborada por D’Ormescheville. El documento era bastante ambiguo. Se acusaba al capitán Dreyfus de estar preocupado por los secretos militares, de entrar en dependencias que no eran las suyas, de hacer preguntas indiscretas y de descuidar los asuntos de su oficina. Si eso es delito de alta traición, en las calles de España no iban a quedar nada más que los menores de edad, y no todos. A lo largo del juicio, efectivamente, hasta 17 oficiales de Estado Mayor testificaron para airear sus opiniones personales sobre su compañero, y recordar pequeños incidentes que podrían apuntar en alguna dirección pero, la verdad, no probaban nada. Luego declararon varios generales, entre ellos Mercier y  Du Paty de Clam; todos lo acusaron de haber espiado para Alemania. Pero nadie presentó la más mínima prueba. O sea, el famoso "no tengo pruebas pero tampoco dudas" que se maneja en el subnormaleo actual.

Al fin y a la postre, pues, lo que quedaba era el famoso memorando. Un documento que, según tres peritos, era obra de Dreyfus; y según otros dos, no lo era. Bertillon compareció ante los jueces. Los acusadores eran bien conscientes del gran prestigio que tenía aquel investigador (aunque no como calígrafo). El científico se reafirmó en su teoría de que Dreyfus había calcado ladinamente su propia letra, modificándola deliberadamente para que pareciese otra. De hecho, Bertillon, venido a más, llegó a decir que, de la investigación que había realizado había logrado averiguar, no sabemos de qué manera, lo que había cobrado Dreyfus por aquel documento: 500.000 francos, una fortuna de la época.

1 comentario:

  1. Anónimo7:19 p.m.

    Me ha dolido el comentario sobre Izquierda hUndida, pero si son de lo más ecuánime y ponderado de la vida política española. Y nada antijudíos, que digamos.
    Jajajajajajajajaja

    La mierda de Gugel no me deja identifcarme

    Fdo.; Cide Hamete Benengueli

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