Que Iosif Stalin jodió la vida de mucha gente es algo que no creo que haya que discutir mucho, salvo con sus partidarios evidentes (pocos) y emboscados (bastantes más de lo que sería deseable). El concepto de "joder" es aquí bastante amplio y abarca muchas realidades, desde la discontinuación de la vida laboral y personal durante algunos años, con pena accesoria de acojone vitalicio, hasta la muerte de hambre, de pena, de tifus o de debilidad en cualquier rincón de Siberia, o fusilado en algún oscuro patio ignoto. Todo esto lo hizo Stalin por conservar su poder personal, que es lo único que le importó realmente en la vida. Y, claro, si todo lo que le importó en la vida fue el poder, parece lógico concluir que la familia, la verdad, le importase bastante poco. Y, efectivamente, fue así. En el fondo, las primeras víctimas de Stalin fueron sus propios familiares. Aquí vamos a repasar someramente sus destinos.
Lo primero que hay que decir es que un síntoma muy claro de la escasa proclividad por la vida familiar de Stalin era su austeridad personal. Stalin no parecía disfrutar demasiado de los placeres habituales de la vida, lo cual es una vía lógica hacia el hecho de que no te apetezca disfrutar con tu familia. En los inicios de su poder, cuando Vladimir Lenin todavía estaba vivo, Stalin vivía en un pequeño apartamento que le había sido otorgado por órdenes del propio Lenin. Tiempo después, fue trasladado a unas antiguas habitaciones de sirvientes en el Kremlin, donde, mayoritariamente, todo el equipamiento provenía de los tiempos en los que los habitantes eran los criados.Stalin, sin embargo, nunca se preocupó mucho por tener una buena casa porque nunca la utilizaba. La abandonaba muy pronto y regresaba a ella muy tarde, y eso cuando lo hacía. A principios de los años 20 comenzó a desarrollar el gusto que ya tendría toda la vida por la dacha, el chalé le llamaríamos nosotros; no porque fuese una residencia más lujosa, sino porque estaba más apartada y se podía concentrar mejor. Comenzó, pues, a pasar cada vez más tiempo en la dacha que tenía asignada, en Zabolovo, y con los años elegiría otra en Kuntsevo. Al contrario que con sus apartamentos, los chalés de Stalin sí que estaban siendo remodelados constantemente. Pero no era por caprichos de residente. Al final de su vida, de hecho, Stalin hizo construir una pequeña casita de madera adjunta a la gran dacha, y se fue a vivir allí.
Las posesiones de Stalin eran muy pocas. Poco tiempo después de la guerra, por ejemplo, habría de descubrir que el jefe de su gabinete, Alexander Poskrebyshev, le había estado guardando los salarios que percibía como secretario general del PCUS, porque no gastaba en nada (ya gastaba el Estado por él). El inventario de sus posesiones que se hizo a su muerte era muy corto y, como único objeto destacable, incluía un piano, que para colmo era del Estado y lo tenía prestado. Todas las pinturas que había tenido en sus residencias, por ejemplo, eran meras fotocopias. Stalin nunca sintió la necesidad de hacer que ningún artista soviético le hiciese a él una obra en concreto, porque entendía el arte como una medida de educación del pueblo soviético y, claro, consideraba que él ya estaba educado, so to speak. Su armario tenía menos fondo que una piscina de bebés: además de su sempiterno uniforme militar, con el que siempre se exhibía, tenía a su muerte dos chaquetas, un par de botas y una piel de oveja de las que solían llevar los pastores. Stalin era de ese tipo de comunistas que pensaba que un comunista tiene que ser austero; aunque, claro, todo era farfolla, pues la verdad es que vivía rodeado de docenas de sirvientes que no hacían otra cosa que colmar cualquiera de sus deseos.
En 1938, ya comenzadas las purgas y el terror estalinista, Stalin escogió un apartamento en uno de los mejores edificios del Kremlin. Ocupó una planta entera del mismo, y la de arriba también hubo de ser habilitada, en este caso para sus sirvientes. Aun así, siguió usando casi siempre la dacha de Kuntsevo. Se le adjudicó otra más, pero como estaba lejos de Moscú apenas la visitó. El año que cumplió setenta, Lavrentii Beria, quien para entonces estaba ya casi convencido de que Stalin quería acabar con él (que yo creo que quería) hasta el punto de que el día que murió tuvo en público un estallido de alegría; Beria, decía, adecentó una nueva dacha, más lujosa, cercana a Moscú, en medio de un bosque de pinos precioso. Llevó a rastras a su camarada primer secretario general allí para que la viera. Stalin se paseó por las estancias, sin siquiera quitarse el abrigo, salió, le dijo a Beria que aquél lugar era "una trampa de ratones", y jamás volvió a pisarla.
Iosif Stalin tenía un vicio: el tabaco. Fumaba compulsivamente, para desesperación de sus médicos, que parecían ser los únicos conscientes de que los poderes casi ilimitados del camarada primer secretario general no alcanzaban ni a la EPOC ni al crecimiento tumoral celular. Apenas un año antes de que muriese, consiguieron convencerlo de que dejase de fumar, cosa que hizo y, parece ser, estaba muy orgulloso de haber conseguido. Pero el alcohol casi ni lo probaba. Líder de una nación que flota sobre un mar de vodka regurgitado tras la última melopea, Stalin apenas tomaba algo de vino de su tierra georgiana con las comidas.
Stalin se aficionó al cine muy pronto y, al igual que otros líderes políticos como Francisco Franco o Winston Churchill, gustaba de ver películas que le proyectaban a él solo en su dacha, un par de veces por semana. Teniendo en cuenta sus largas jornadas de trabajo, lo usual es que las viese de madrugada. Nadezda Sergeyevna Aliluyeva, su segunda mujer, le metió también el gusanillo del teatro, que comenzó a frecuentar en vida de ella y siguió haciendo después; muy especialmente, el teatro de teatros, esto es, el Bolshoi. Tenía un palco para él solo, y normalmente no dejaba que nadie le acompañase. Se sentaba en una esquina de la última fila, de forma que, habitualmente, los asistentes al Bolshoi no tenían manera de saber si el camarada se encontraba con ellos; entre otras cosas, porque entraba siempre con la representación ya comenzada.
La vida privada de Stalin, que como digo era muy escasa porque pasaba la mayor parte del tiempo trabajando, se desarrollaba con un grupo bastante limitado de personas. Además de su mujer, Nadezda, veintidós años más joven que él, estaban, fundamentalmente, las parejas de altos hombres de Estado que gobernaban más o menos con él. Así pues, estaba su fiel ministro de Exteriores, Viacheslav Molotov, y su mujer Polina Semenovna Zemchuzina; estaba el pleonásmico Andrei Andreyevitch Andreyev, y su mujer Dora Moiseyevna Kazan; Maria Markovna Kaganovitch y su marido Lazar; y, finalmente Nikolai Ivanovitch Bujarin y su segunda esposa, Esfir Isayevna Gurvitch. Estas eran las personas con las que Stalin acostumbraba en sus raros momentos de ocio, mucho más que sus propios hijos o nietos.
Stalin había tenido un hijo en su primer matrimonio con Yekaterina Semionova Svanizde, muerta en 1907 cuatro años después del casorio, llamado Yakov. Con Nadezda, Stalin tuvo dos hijos: Vasili y Svetlana. Yakov también se fue a vivir con la familia cuando ésta, al trasladarse la capitalidad de Petrogrado a Moscú, se fue a vivir al apartamento del Kremlin. El hijo mayor apenas tenía siete años menos que su madrastra.
A los hijos de Stalin los criaron chaperonas, además de por sus abuelos maternos, Olga y Serguei Aliluyev, que acompañaban a su hija; y los dos hermanos de ésta, Fedor y Pavel, que solían dejarse caer por Zabolovo; por no mencionar la parentela de la primera mujer, que también se acoplaba. Así las cosas, Stalin nunca tuvo una relación estrecha con sus hijos, a los que apenas veía.
Yakov, el hijo mayor, tenía unas relaciones tormentosas con su padre. Stalin consideraba que su hijo era un nenaza y, además, despreció más que odió a sus dos mujeres: Zolia Gunina y Julia Isakovna Melzer. Como consecuencia, nunca le hizo demasiado caso a los dos hijos tenidos en estos matrimonios. Según Svetlana Aliluyeva, la hija de Stalin, Yakov intentó suicidarse, pero la bala que se disparó no lo mató. Cuando Stalin volvió a ver a su hijo tras el incidente, todo lo que le dijo fue: "¡Ja! ¡Fallaste!"
Yakov estudió en el Instituto de Ingeniería Ferroviaria de Moscú, y después trabajó en una estación eléctrica que llevaba el nombre de su padre. Tras eso, anunció que se quería enrolar en el Ejército. Yakov Dzugasvili fue, efectivamente, transferido a la academia del Ejército Rojo. Allí se redactaron informes bastante favorables de él, indicando que podía tener incluso el grado de capitán y comandar unidades.
Yakov Dzugasvili estuvo, pues, en los frentes de la segunda guerra mundial desde el principio. A pesar de su valiente comportamiento, su unidad terminó cercada y él fue hecho prisionero. Este hecho hizo que Stalin se preocupase ante la posibilidad de que su hijo pudiese aceptar ser usado como propaganda por los alemanes. Dolores Ibárruri, Pasionaria, cuenta en sus memorias que se formó un comando especial para rescatarlo de su prisión; pero, claro, las memorias de Ibárruri tienen una credibilidad más que dudosa.
Yakov, de hecho, nunca colaboró con los alemanes. Pero, conforme éstos lo fueron llevando de un campo a otro, fue perdiendo la moral y las esperanzas y, finalmente, el 14 de abril de 1943, se tiró a una barrera de alambre de espino, al parecer plenamente consciente de que eso provocaría la reacción de sus guardianes, que lo llenaron de balas. Svetlana Aliluyeva contó que su padre le habría confesado un vez que los alemanes llegaron a ofrecerle un canje por su hijo, y que él se había negado porque "la guerra es la guerra". La historia no se puede comprobar, pero cuadra bastante con el personaje, y con la opinión que tenía de su hijo.
Yakov tuvo poca ayuda de su padre, como no fuese para ingresar en el Ejército. Vasili, sin embargo, fue otro caso; a Vasili, aunque fuese indirectamente, no le faltaron medios para ascender por ser el hijo de quien era. Tras la muerte de su madre (a la que ya llegaremos), Stalin, quien para entonces parece que había renunciado a hacer un hombre de verdad de su hijo, lo dejó prácticamente en manos de Vlasik, el jefe de su seguridad. Vasili, pues, fue, literalmente, cuidado y educado por el guardia civil de la puerta. Eso lo convirtió en un tipo insoportable: caprichoso, sin escrúpulos, siempre con la admonición de que soy el hijo del camarada Stalin en los putos labios.
La carrera militar de Vasili Iosifovitch Stalin es de las más meteóricas que se conocen. Era capitán cuando empezó la segunda guerra mundial y en 1947 era nada menos que teniente general. Y eso siendo un puto mierda, aunque hay quien dice que era bravo en la trinchera. Coronel con veinte años (1942), cuatro años después es mayor general de la Fuerza Aérea y, un año después, teniente general. Ni Franco, vaya.
Todos los testimonios disponibles nos dicen que Vasili era un piloto de aviación tirando a modestillo (un avión enemigo derribado en 27 misiones); pero, aun así, lo nombraron jefe de la Inspección Aérea. En enero de 1943 era comandante del regimiento 32; un año después, comandante del regimiento 3; en febrero de 1945, comandante de la 286 división de combate. En 1946 es jefe de cuerpo de ejército y, finalmente, jefe adjunto y, después, jefe de toda la Fuerza Aérea. Recibió dos órdenes de la Bandera Roja, una Orden de Alexander Nevsky, la Orden de Suvorov de segunda clase y otras muchas chapas. Esto a pesar de que diversos mandos militares llegaron a dejar por escrito informes en los que le veían incapaz para el mando. Todo, claro, lo hizo el apellido.
Este muchacho, totalmente echado a perder por un vida de puta pena, se casó cuatro veces. Bueno, en realidad se casó cinco porque su verdadero matrimonio fue con la botella. Borracho las veinticuatro horas del día, instalado en la depresión y, al fin y al cabo, acostumbrado a hacer lo que le salía de los cojones sin ser molestado, Vasili Iosifovitch Stalin se convirtió en esa típica persona sin amigos y casi sin conocidos, que provocaba que todos los subordinados que alguna vez tenían alguna relación con él se metieran el Prozac hasta por las orejas.
Siendo comandante de la Fuerza Aérea del distrito militar de Moscú, su comportamiento se hizo tan ilógico e insoportable que tuvo que ser finalmente cesado de sus responsabilidades. Como todos los putoniños caprichosos, de ésos que petan los restaurantes de España, recibir la primera hostia en todo el jeto y con toda la mano abierta lo desarmó por completo y lo empujó a una espiral de mierda. Cada vez fue a peor, cada vez era más caprichoso, cada vez abusaba más de las pequeñas o grandes parcelas de poder que le iban quedando. Sólo habían pasado 36 días de la muerte de su paspas cuando el Ejército lo expulsó; incluso se le prohibió vestir uniforme militar.
No sólo eso. Vasili fue arrestado y sometido a algún tipo de investigación de todas las mierdas que había cometido. Tuvo hasta suerte: sólo le cayeron ocho años, es de suponer que porque todavía había gente que respetaba a su padre. Lo enviaron a la prisión de Lefortovo, que de aquella debía ser un sitio como para aplastarse los huevos con un pisapapeles. De allí lo rescató Alexander Shelepin, un veterano policía secreta del que deberemos hablar largo y tendido si algún día os cuento la (sorprendentemente) interesante vida de Konstantin Chernenko. Shelepin, siempre siguiendo órdenes de su jefe el Gordo Cabrón (Kruschev) lo llevó a presencia del camarada primer secretario general, delante del cual, siempre según Shelepin, Vasili rompió a llorar y pidió ser perdonado por sus muchas flatulencias morales. Khruschev, probablemente por considerar que aquel tipo no era sino una víctima más de Stalin, decidió liberarlo.
De regreso a casa, Vasili le dijo a su hija, Nadezda, que estaba pensando en colocarse en un empleo muy modesto (responsable de una piscina). Si su voluntad de enderezar su vida era sincera, nunca lo sabremos a ciencia cierta. Poco tiempo después, se cogió un moco de la leche, se subió a su coche y se arreó una hostia del cuarenta y dos. Khruschev, harto del problema, lo envió a Kazan. Allí, apartado en un apartamento minúsculo con su última mujer, Vasili Iosifovitch Stalin la roscó el 19 de marzo de 1962. En su lápida se colocó el apellido Dzugasvili; no sabemos si por criterio de alguien o por su propio deseo, el caso es que no descansó debajo del apellido Stalin.
Tras unos comienzos tirando a normales, en los que Stalin mostró incluso algunas señas de cariño hacia su hija Svetlana, ambos quedaron separados por la guerra. Como en muchas familias, los problemas comenzaron con la adolescencia de ella. Svetlana, como otras muchas niñas con el pavo, acabó buscándose un noviete que a su padre no le gustaba: Alexander Yakolevitch Kapler. Pero, claro, el padre no era cualquier padre, sino Stalin: Kapler fue arrestado. Le cayeron cinco años y, luego, otros cinco. El motivo: tener una hermana en París que Beria decía que se había reunido con periodistas estadounidenses.
Con este precedente, Svetlana desarrolló esa típica capacidad femenina de vengarse de quienes no le dejan escoger a su novio procediendo a elegir unas parejas de mierda cuando se hizo mayor. Se casó dos veces y se divorció las dos con violencia de por medio; pero fue su tercer matrimonio el más provocador, porque escogió a un extranjero. Cuando este marido murió en 1966, ella decidió llevar su cadáver a India para enterrarlo y, una vez allí, decidió no regresar a la URSS (todavía era una de las poquísimas personas en la URSS que podía tomar esa decisión por sí misma). Como no se aclimató, en 1984 regresó a la URSS; pero ahora era la URSS el lugar que no comprendía, así pues volvió a saltar el Muro.
El más que probable problema de todos estos niños, sobre todo de Vasili y Svetlana, fue crecer sin madre. Porque su madre, efectivamente, murió muy joven; y no fue la fatalidad lo que la mató. Aparentemente, en la noche del 8 de noviembre de 1932, Nadezda Aliluyeva se quitó la vida.
Parece ser que aquella noche había una pequeña celebración en la dacha de Stalin y que, en medio de la misma, la pareja discutió. Durante estos enfrentamientos, también al parecer porque los testigos directos eran gente incapaz de reconocer que Stalin pudiera tener flatulencias, Stalin tenía la costumbre de hacer comentarios jocosos y de muy mal gusto sobre su mujer, fajándole la autoestima. Aquella noche, Stalin debió de hacer uno de esos comentarios, no mucho peor que cualquier otra noche; pero algo dentro de Nadezda dijo que ya estaba bien. Se fue a su habitación y se disparó.
En fin, la cosa es que el cadáver no se descubrió hasta la mañana siguiente, cuando la mucama de Nadezda, Karolina Vasilievna Til, entró en la habitación. Raro, raro, raro. La dacha era grande, pero... ¿tanto como para no oír un tiro? Al parecer, dejó una nota de suicidio. Pero esa nota desapareció en la vorágine de la extrema transparencia comunista.
Stalin no se volvió a casar, aunque hubo gentes en el Partido que intentaron que lo hiciese, la verdad, no sé para qué. Sus últimos años los pasó en compañía de su asistenta de confianza, Valentina Vasilievna Istomina. Algunos testimonios indican que, con la vejez, el secretario general desarrolló cierta nostalgia hacia la figura de su segunda mujer; después de años en los que apenas tenía fotos suyas, comenzó a colocarlas aquí y allá. Quizás se sentía culpable de haber condenado a su mujer a vivir sus últimos años presa de la depresión. O quizá no, la verdad, porque lo cierto es que, cuando ella se mató, Stalin reaccionó más quejándose de la traición que le hacía su mujer muriéndose, que con pena.
Lo cierto es que Stalin nunca pareció sentir piedad o cariño hacia personas incluso cercanas. Era amigo casi desde la infancia de Alexander Semenovitch Svanizde, hermano de su primera mujer; pero, sin embargo, cuando fue detenido por ser enemigo del pueblo, no hizo nada por él. Cuando Lavrentii Beria, tras consultárselo, arrestó a Bronislava Solomonovna, la mujer de Poskrebyshev, su principal asistente, Stalin no sólo tampoco hizo nada por ella (Bronislava estuvo tres años en prisión, tras lo cual fue fusilada), sino que actuó como si su asistente tuviese que ser el mismo después del incidente. Si Poskrebyshev creyó o no a Stalin cuando le dijo que no podía hacer nada porque todo dependía de la policía política, nunca lo sabremos; aunque parece claro que un tipo que trabajaba codo con codo con él todos los días tenía que saber que a Stalin no le costaría más de medio minuto liberar a su mujer.
Sin embargo, Alexander Poskrebyshev siguió, día tras día, estando a disposición de su jefe las veinticuatro horas, tratándolo con religioso respeto, cumpliendo todos y cada uno de sus deseos y de sus órdenes. Al fin y a la postre, Stalin había conseguido lo que quería: que nadie le discutiese nada, que nadie le afease nada, que nadie lo reputase de equivocado. Ni asistente, ni esposa, ni hijos ni, por supuesto, esos nietos a los que apenas vio.
Eso sí: era la luminaria del progresismo mundial. La Luz del Proletariado, el Timonel. Si es que hay que joderse.
En "La corte del zar rojo" Simon Sebag Montefiore da bastantes detalles de la vida familiar de Stalin. Por lo que cuenta la Aliluyeva debía de sufrir algún tipo de bipolaridad en la que alternaba depresiones con estados de euforia (En los que llegaba a ponerse bastante agresiva) y que para tratarla, los médicos del Kremlin le recetaron píldoras de cafeína lo que es que ayudara.
ResponderBorrarAdemás menciona un cierto arrepentimiento en la vejez de Stalin por la relación con sus hijos y el caso de una (posible) amante de la que no recuerdo el nombra de la que Stalin se deshizo haciendo que la detuviesen.
La sensación que queda es que era una persona con grandes dificultades para expresarse en lo personal y a la que le era más fácil mandarte el Gulag que decir que le molestaba algo que hacías.
Sí, hay otros síntomas de que Stalin, en la vejez, se acordó mucho del pasado. Por ejemplo, instruyó a Poskebryshev para que le regalase parte de su salario (que no usaba) a tres viejos compañeros del seminario en Georgia. Pero tampoco hay que exagerar.
BorrarNadezda Aliluyeva sí es probable que tuviese algún problema mental, pero lo que es difícil es que el trato que le dio Stalin no lo empeorase. La despreciaba en las reuniones con su círculo íntimo y, sobre todo, estaban en total desacuerdo en torno a la educación de los hijos.
Está claro que el entorno de Aliluyeva no ayudaba. Además parece que se sentía algo acomplejada por Polina, la mujer de Molotov (Que también acabó en el gulag) y vivía en un entorno de adictos al trabajo donde no había opciones para las relaciones (Aquello de "La vida privada ha muerto" que decían en Doctor Zhivago)
BorrarDe lo que no me fío mucho es de las memorias de Svetlana. Todos los personajes importantes en la corte de Stalin mintieron luego como bellacos para ocultar su implicación en lo que sucedía (Los que vivieron los suficiente como para dejar testimonio, claro)
BorrarSi, era un punto filipino. Además, yo creo que se quedó muy pillada con lo que vio y escuchó en las horas posteriores a la muerte de su padre.
BorrarSuelo desconfiar de quienes se presentan como austeros, porque, primero, suele ser una declaración calculada para presentarse falsamente como humilde (la verdad es que la mayoría de tales declaraciones suelen ser pura hocresía), y, segundo, la gente no suele entender que los austeros son bastantes veces personajes cuya pasión es dominar a los demás, como demuestras respecto a Joselito. Prefiero con mucho a alguien que no sea austero, siempre que no sea corrupto, imbécil o malvado, a uno de estos santurrones...
ResponderBorrarStalin era austero. Como lo era Hitler. Y Franco. Aunque, eso sí, Stalin era fumador.
BorrarEra austero según en que. Solía organizar unas juergas tremendas en el kremlin con sus compinches en las que hacía que se bebieran hasta el agua de los floreros aunque el solo bebía de su botella de vodka personal. Luego se supo que la botella de marras solo tenía agua. El muy hijoputa montaba esos saraos para soltarles la lengua (y humillarles si se daba la ocasión)
BorrarAparte tenía un cine privado en el que se proyectaban habitualmente películas occidentales prohibidas en su país (Parece que era fan de John Ford)
En parte eso, y en parte la obsesión por la seguridad. Stalin vivía obsesionado con su seguridad personal (las flores de los alféizares de sus ventanas se podaban cuidadosamente para que una persona no pudiera esconderse detrás de la mata). Además, vivía obsesionado por la idea de ser traicionado por sus más cercanos (Beria se dedicó, durante las purgas, a "destapar" a algún miembro de su equipo de cuando en cuando, alimentándole la paranoia).
BorrarAsí pues, Stalin quería tener cerca de él a Molotov, a Kaganovich y al resto de la patulea, porque quería, al mismo tiempo, vigilarlos y que le protegiesen.
Un dato importante es que aquéllos que verdaderamente conducían sus purgas (Beria, Yazhov, Vishinsky) no eran íntimos suyos.
No solo no era íntimos, sino que le caían bastante mal.
BorrarContaban una historia de que en un momento Svetlana se enamoriscó de Sergo Beria, pero Beria Senior cortó el tema inmediatamente por miedo a lo que le pudiera suceder a su hijo (Por lo visto era un marido y padre muy cariñoso, el sadismo lo ejercía solo fuera de casa)
Esas cosas las hacía para joder a su padre. Después de que él la hubiera jodido a ella, claro.
BorrarYakov apareció en la portada de la revista alemana Signal, con la entradilla "El hijo de Stalin". La idea no solo era hacer publicidad de que tenían al hijo de Stalin en el talego, sino recordar a la gente que Stalin condenaba por traidores a todos los prisioneros de guerra (ya que, al rendirse, minaban el esfuerzo de guerra del Estado soviético) y que, más allá, los familiares de los prisioneros de guerra eran tan traidores como ellos. Stalin se negó a reconocer a su hijo. Le negó varias veces, incluso en presencia de Svetlana, como ella misma recordó luego. No me sorprendería que los alemanes le dieran con ese palo a Yakov hasta romperlo.
ResponderBorrarEborense