Como ha habido una pausa vacacional, tal vez necesites que te diga que este post sigue a otros tres que encontrarás aquí, aquí y aquí.
Bueno, pues ya tenemos a Murad II colocado a la cabeza del Imperio turco. La mayoría de los historiadores está bastante de acuerdo en que el reinado muradí colocó en el trono a un tipo con cierta tendencia a la abulia y dispuesto a los arreglos pacíficos con todo vecino. Sin embargo, pronto el emperador Manuel se lo habría de poner jodido. El basileus bizantino, haciendo una interpretación bastante libre de los términos del testamento de Mehmed, reclamó la tutela permanente de los nietos de éste, a lo que Murad se negó con cajas destempladas. El emperador respondió tratando de emponzoñar el Imperio mediante la liberación del disidente Mustafá y del ex visir Djuneïd, además de venderles armas y esas cositas. Murad buscó la alianza con los genoveses, que ocupaban la llamada Nueva Focea, frente a Mitilene, y quienes lo ayudaron para capturar a Mustafá y colgarlo de un poste.
Bueno, pues ya tenemos a Murad II colocado a la cabeza del Imperio turco. La mayoría de los historiadores está bastante de acuerdo en que el reinado muradí colocó en el trono a un tipo con cierta tendencia a la abulia y dispuesto a los arreglos pacíficos con todo vecino. Sin embargo, pronto el emperador Manuel se lo habría de poner jodido. El basileus bizantino, haciendo una interpretación bastante libre de los términos del testamento de Mehmed, reclamó la tutela permanente de los nietos de éste, a lo que Murad se negó con cajas destempladas. El emperador respondió tratando de emponzoñar el Imperio mediante la liberación del disidente Mustafá y del ex visir Djuneïd, además de venderles armas y esas cositas. Murad buscó la alianza con los genoveses, que ocupaban la llamada Nueva Focea, frente a Mitilene, y quienes lo ayudaron para capturar a Mustafá y colgarlo de un poste.
Cuando ocurrió esto, Manuel intentó inmediatamente acercarse a Murad; el turco, sin embargo, podía ser pacífico, pero no era gilipollas; así pues, lo mandó a la mierda y puso cerco a Constantinopla. Los turcos empezaron por, que se dice ahora, perimetrar la ciudad, luego arrasaron todo lo que estaba dentro del perímetro y fuera de las murallas y, finalmente, atacaron la ciudad el 24 de agosto de 1422. Los bizantinos se batieron con tanta fuerza que el final de la Edad Media tuvo que esperar, dado que al caer el sol los turcos se retiraron. La imaginería cristiana, siempre muy dada a estas cosas, nos dice que esta retirada se produjo por una aparición divina entre los turcos que los puso en huida. La realidad parece ser algo más prosaica: los bizantinos habían untado a un hermano de Murad, Mustafá, radicado en Karamania, para que se rebelase contra su hermano; cosa que hizo mediante la ocupación de Nicea. Murad marchó contra él y al final lo hizo prisionero, pero obviamente tuvo que dejar el tema de Constantinopla para otro momento.
Una vez que se libró de su hermano
Mustafá, Murad decidió iniciar una política de pactos con todos
sus vecinos, con la única excepción de los venecianos,
presentes en Salónica. En este caso, se decidieron por la acción
militar; por tercera vez, trataron de hacerse con la población, cosa
que consiguieron, tras lo cual Salónica permaneció en el Imperio
durante un largo rato histórico.
Sin embargo, cada vez que una puerta se
cerraba, se abría una ventana. Casi inmediatamente después de la
toma de Salónica, Murad hubo de entrar en guerra con los magiares y polacos.
Los húngaros pasaron el Danubio y avanzaron muy rápidamente hasta
la Carniola y después entraron en Transilvania encabezados por un
noble de origen rumano, Juan de Huniad. El 18 de marzo de 1442,
Huniad derrotó a los turcos en Szent-Imré. Además de esta derrota,
en sí bastante humillante para los caldeos (tomemos por un momento
la costumbre de los viejos astures, leoneses, gallegos, vascones y
castellanos, que así apelaban a los seguidores de Alá), debe unirse
que en 1439, en el concilio de Florencia, el Papa Eugenio IV, que
buscaba la fusión entre las iglesias occidental y oriental, había
llamado a una nueva yihad, nosotros lo llamamos cruzada, cuyo
objetivo era liberar Constantinopla de la presión de los musulmanes
y, en general, mandar a los turcos a Asia.
Se formó un ejército más que
respetable, formado de húngaros, polacos, alemanes y valaquios,
todos al mando de Vladislav, rey entonces de Hungría y de Polonia.
El príncipe de Serbia, Jorge Brankovitch, sucesor de Esteban
Lazarevitch, se unió al proyecto cristiano, lo cual fue toda una
noticia porque los serbios se venían caracterizando por sus
preferencias a la hora de tomar partido por los turcos.
Tras cruzar el Danubio, cristianos e
islamitas se encontraron en Nich en noviembre de 1443. Ganaron los de
la cruz quienes, la verdad, y nunca mejor dicho, forraron a los turcos a
hostias y acto seguido avanzaron hacia Sofía, ciudad de la que se
apoderaron. Querían pasar a los Balcanes, pero era ya diciembre y
hubieran necesitado ser Aníbal para conseguirlo.
Una situación difícil para Murad,
dado que lo de Karamania no se había arreglado ni de coña y, por lo
tanto, seguía teniendo unos problemas del huevo en Asia. Por la
dicha razón, el emperador turco decidió hacer la paz en Europa. De
esta manera, Murad y Vladislav acabaron firmando un tratado que
garantizaba una paz de diez años. Tras conseguir esto, probablemente
harto del mando que nunca se había adaptado a su natural abúlico,
Murad dijo que se abría, que se retiraba (se fue a Magnesia) y dejó
el trono a su hijo Mehmed, que entonces tenía 14 añitos.
Pero aquello no duró mucho. Juliano
Cesarini, cardenal de la Iglesia católica y uno de los grandes
muñidores de la cruzada, apoyado por el emperador bizantino Juan
Paleólogo, estaba decidido a romper aquella paz. Consideraban ambos,
además, que ello no comportaba problema moral alguno, pues, por
definición, la palabra dada a un infiel no tiene valor alguno, así pues, mentirle a un moro mierda estaba incluso bien visto a los ojos de Dios. Con
esta peripatética teoría, que a la larga labraría la desgracia de
Constantinopla (desde el punto de vista cristiano, obviously),
se fueron a comerle la oreja al rey de Hungría y Polonia. Lo convencieron que,
por encima de la paz firmada y la palabra dada, estaban los
compromisos adquiridos con otras naciones cristianas.
Inglaterra, Francia, Borgoña, Milán,
Florencia, Venecia, Génova y el Papa habían prometido ayudar si se
atacaba a los turcos. Muy especialmente, genoveses y venecianos debían
responsabilizarse de tomar el Bósforo, de modo y forma que se
impidiese el regreso a Europa de las tropas turcas que luchaban en
Karamania, muy numerosas.
El 20 de septiembre de 1444, una armada
cristiana pasa el Danubio a la altura de Orsova, al mando de
Vladislav. Aquel ejército, sin embargo, era menos numeroso de lo que
sus promotores habían imaginado. Se formaba, sobre todo, por
húngaros al mando de Juan de Huniad, transilvanos comandandados por
Stefan Batori, de polacos, y luego un variado gazpacho de
combatientes cruzados reclutados por Cesarini en diversos países. Sin
embargo, Jorge Brankovitch, esta vez, se había quedado en casa; como
se quedó el príncipe albanés Jorge Kastriota, más conocido como
Skanderbeg. Eso sí, las tropas cristianas contaban con 4.000
caballeros valaquios al mando de su príncipe, conocido por todos
como Vlad Dracul, Vlad El Diablo.
Esta tropa abigarrada, formada por unos
20.000 efectivos todo lo más, cruzó Bulgaria casi sin oposición,
salvo en algunas plazas fuertes de los turcos. Los soldados
cristianos, como en otros momentos de la Historia, se dedicaron al
pillaje, el robo y la violación sistemáticos, sin entender entre
lugares musulmanes o cristianos. Los cruzados de Cesarini, muy en
particular, que en realidad eran una mara de delincuentes con la cruz
pintada en el pecho, incluso quemaron iglesias, pretextando que eran
cismáticas. Así las cosas, los búlgaros comenzaron a desarrollar
no muy buenas ideas acerca de aquella gente.
El 9 de noviembre Vladislav llega a
Varna y levanta campamento ahí, aprovechando que una de sus alas, la
izquierda, quedaba así cubierta por el lago Devno. En Silistria Vlad
Dracul consiguió conectar con el resto de aliados cristianos. Yo ya
sé que el nombre de Dracul ha quedado ligado al concepto de
crueldad, el amor a la sangre y todas esas movidas; pero, cuando
menos en mi opinión, si algo era Vlad, era un militar de los pies a
la cabeza que sabía perfectamente lo que hacía falta para perder o
ganar. Y, por eso mismo, cuando conectó con los generales
cristianos, les recomendó de corazón que se diesen la vuelta. Los
turcos, les dijo, son muchos más. Contáis con aliados de aquí o de
allá que os van a ayudar haciendo esto o aquello, pero nada de eso
pasará. Lo que pasará es que sois, somos, cuatro mataos, y nos van
a dar hasta en el cielo de la boca. El consejo de Dracul fue volver a
casa y volver en la siguiente primavera, con más gente.
Juan de Huniad, sin embargo, quería
avanzar. Y eso fue lo que se decidió.
Dracul, sin embargo, no andaba falto de
razón. En Varna debían estar las naves venecianas y genovesas que
iban a llevar a la coalición cristiana a Constantinopla. Pero no
estaban. No sólo no estaban, sino que ni siquiera habían sido
incapaces de detener el paso de los turcos. Murad, en efecto, había
aceptado la propuesta de sus visires de retomar el poder, había
cruzado el Estrecho y se presentó apenas unas horas después que
Vladislav en Vara con fuerzas que, como poco, doblaban a las
cristianas.
Pese a ello, la cosa al principio fue
bien para éstos. El empuje de Juan de Huniad logró penetrar en las
líneas turcas e incluso situar a las tropas cristianas muy cerca del
propio sultán, que corría riesgo de ser capturado. La avaricia de
Vladislav, sin embargo, cambió las cosas. El rey de Polonia se lanzó
contra las líneas enemigas, buscando capturar al mismísimo Murad.
Los jenízaros le plantaron batalla, y dos de ellos llegaron hasta su
caballo. Hicieron caer a su montura, apresaron al rey, lo decapitaron
y colocaron su cabeza sobre una pica (que fue paseada junto a otra
donde se había clavado el tratado de paz que Vladislav había jurado
poniendo la mano sobre la Biblia). Al ver las tropas cristianas a su
rey en tal estado, la victoria se trocó en derrota.
Fue aquella una batalla brutal en la
que ambas partes perdieron hombres a cascoporro. La cabeza de
Vladislav fue paseada en trofeo por Bursa, mientras que su cuerpo fue
enterrado en una pequeña capilla cerca de Varna. En 1856, unos
soldados polacos que luchaban en la guerra de Crimea del lado turco
contra Rusia, acabaron emplazados en Varna, donde construyeron un
pequeño monumento en memoria de su pasado rey. Sin embargo, dicho
monumento fue destruido por los habitantes locales, a quienes alguien
les contó que había enterrado un tesoro debajo.
La batalla de Varna fue el último
intento de los cristianos por detener el avance de los turcos en los
Balcanes y, sobre todo, de salvar a Bizancio. A partir de entonces,
Constantinopla estuvo condenada. Murad regresó a su magnésico
retiro, aunque hubo de romperlo de nuevo en 1445, cuando unos
jenízaros se alzaron contra el sultanato en Adrianópolis. Luego
atacó el Peloponeso y lo arrasó en condiciones; los gobernantes
griegos de la península se convirtieron en tributarios de los
turcos. El 17 de octubre de 1448, tropas húngaras, valaquias,
alemanas y bohemias plantaron batalla, al mando del siempre inquieto
Juan de Huniad, en la planicie de Kosovo. La batalla duró tres días
y se decantó del lado de los musulmanes. En 1450, Huniad, gobernador
de Hungría durante la minoridad del rey Ladislas, concluyó una
tregua de de tres años.
En 1450, asimismo, Mehmed, el hijo de
Murad, casó con la hija de Suleimán, emir de Zulkadr, de los
Suleimán turcomanos de toda la vida. El 2 de febrero de 1451, tras
sufrir un enfriamiento, murió Murad.
A la Edad Media le quedaban dos
telediarios.
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