Tras resolver el conflicto de la Valtelina, Richelieu hubo de enfrentarse a una fuerte conspiración interior y exterior, que terminó resolviendo con el ejemplarizante castigo del marqués de Chalais. A continuación, hemos pasado a contarte el que tal vez es el hecho más importante del mandato de Richelieu, esto es el sitio de La Rochelle. Luego la cosa se pondrá de nuevo mal en Italia, y se producirá el desagradable, pero ejemplarizante, affaire Montmorency-Bouteville. Luego las cosas se emputecen de nuevo en Italia, pero Superqueso Richelieu se las arregla para enderezarlas. Luego nos ha llegado el momento de contarte una gran bronca palaciega que acabó por clavar el último clavo en el ataúd de María de Medicis.
A pesar de esta
victoria estratégica sin paliativos, los proyectos de acabar con
Richelieu nunca decayeron. En 1636, cuando Luis XIII y Richelieu
sometieron a asedio la muy pícara población de Corbie, en el marco
de la Guerra de los Treinta Años y de las hostilidades contra los
españoles, el ínclito Gastón de Orléans y el conde de Soissons
trazaron un plan para asesinar al cardenal en Amiens. Sin embargo, el conspirado de sangre real se defecó a última hora (cosa que le pasaba a menudo), el atentado no tuvo
lugar, y Soissons tuvo que huir a Sedán.
En 1641 todavía se
pensaba en lo mismo. El momento, además, era bastante propicio pues
Richelieu, quien al fin y al cabo contaba con una Hacienda epiléptica
para financiar sus gastos de guerra, había montoreado a los
franceses, subiéndoles un montón de impuestos. El eterno conde de
Soissons entró en contacto con los españoles, que ponen a su
disposición varios miles de soldados, con los que marcha contra las
tropas realistas. El 6 de julio, en la batalla de la Marfée, dichas
tropas fueron derrotadas, con un montón de muertos entre los que se
encontró el propio conde.
Pero nada como lo
que conoceremos como el affaire Cinq-Mars, que se convierte en el acto crepuscular de la vida de Richelieu.
El 27 de marzo de
1638, cuando todavía contaba 17 años, Henri d'Effiat, marqués de
Cinq-Mars, había sido nombrado Gran Maestro del Guardarropa del Rey.
No era la primera vez que Effiat recibía un gaje de la Corte. Algún
tiempo antes, y como recompensa por los trabajos de su padre, Antoine
d'Effiat, superintendente de las Finanzas, el propio Richelieu le
había entregado el mando de una compañía de guardias.
Los nombramientos a
favor de Henri distribuyeron por todo París la idea de que el rey
estaba elevando a un nuevo valido. De hecho, poco tiempo después fue
promovido al puesto de Grand Écuyer de France, algo así como primer
jinete del país, amén de recibir del propio rey el condado de
Dammartin.
Todo esto fue
instigado por Richelieu, y por su inveterado machismo. Como les suele
ocurrir a menudo a los hombres que adquieren votos de castidad por
puro cálculo estratégico, y tal es el caso de Richelieu que desde
luego tenía más alma de general que de obispo o cardenal, con el
tiempo la abstinencia más o menos total, pero desde luego forzada,
acabó por generar en Armando una suerte de misoginia focalizada en
la Corte. Dicho de otra forma, Richelieu odiaba a las mujeres que
brujuleaban en torno al rey y la reina, y a las reinas mismas cuando
no eran sumisas. Por lo demás, el cardenal sabía bien que su
materia prima y el origen de todo su poder, esto es el rey Luis XIII,
era una persona indolente, extremadamente tímida e introvertida.
Hasta aquel momento (el rey tenía entonces 36 años), esta
combinación de factores había llevado a Luis a alejarse de las
mujeres, aunque es probable que por alguna de las damas principales
de la Corte desarrollase algo parecido al amor; pero eso, pensaba el
primer ministro, podía cambiar si algún día alguna de ellas daba
con la tecla. La tecla, es evidente, todavía no la había encontrado
nadie, y mucho menos Ana de Austria, la reina. La noticia, el 5 de
septiembre de 1638, del nacimiento del Delfín de Francia, sorprendió
absolutamente a todo el mundo, pues todo París sabía que hacía
años que el rey no tocaba a la reina.
Este fue el punto
en el que entró a jugar Cinq-Mars. Sin cortarse un pelo, Richelieu
pretendió, a través de la promoción de aquel efebo adolescente,
que su monarca tuviese una amistad masculina con la que gestionar sus
melancolías. Riesgo de escándalo había poco, pues Luis XIII creía
sinceramente en la castidad; por muy amigos que fuesen el monarca y
su maestro de guardarropa, jamás habría entradas por el garaje.
Luis XIII, podemos
especular, se enamoró, de alguna manera, de aquel muchacho cuya
adolescencia todavía le dotaba de cierto aspecto andrógino; y su
primer ministro fue la Trotaconventos de aquella movida. Una relación
entre un jovenzuelo y un rey que podría ser su padre, y que muy
pronto adoptaría la forma habitual de las relaciones homo y
heterosexuales en las que, por la razón que sea, existe una evidente
y objetiva disparidad de estatus entre los amantes: discusiones,
grandes broncas, reconciliaciones estilo Meg Ryan y, sobre todo, un
Henri d'Effiat que, convencido de que tenía a Francia a sus pies (y
la tenía) se vuelve crecientemente caprichoso y pollas.
Richelieu intenta
demostrar al jovenzano que es creación suya y que, por lo tanto,
debe aliarse con él. Pero Henri vuela muy, muy alto. Tiene o cree
tener al rey en la palma de su mano, y considera que no necesita al
cardenal para nada; Richelieu ha creado y alimentado a la Bestia. Así
las cosas, sólo es cuestión de tiempo que este adolescente voluble
pero con mucho poder acabe siendo tentado por las siempre presentes
fuerzas de la oposición palaciega.
A Henri se le
acerca Gastón de Orléans. El eterno conspirador contra Richelieu
tiene una sangre demasiado azul como para que la represión por
pasadas conspiraciones contra el primer ministro o el rey le puedan
alcanzar. Por esas estúpidas incongruencias que tienen las Cortes
posrenacentistas del XVII en Europa, gracias a que es intocable el
eterno aspirante a sustituir al rey (que ahora ya sólo puede hacerlo
a través de un golpe de Estado, puesto que el rey ha tenido un hijo)
sigue en los pasillos del Louvre, dando por culo. De años atrás,
como hemos visto, el partido de la oposición viene tratando de
aprovechar los esfuerzos bélicos que Francia debe realizar en su
frontera suroeste a causa del enfrentamiento con los españoles.
Tres grandes
conspiradores: Cinq-Mars, Gastón de Orléans y el duque de Bouillon,
se ponen de acuerdo. El segundo de ellos se acantonaría con sus
tropas en Sedán, mientras que Bouillon, con control sobre la armada
de Italia, esto es las tropas francesas situadas allí, pondría
estos recursos también a disposición de los rebeldes. Se animaría
una rebelión en masa de los protestantes de Cévennes y, ojo que
esto es alta traición, Cinq-Mars, que no se olvide es casi un
adolescente, firma con los españoles un acuerdo secreto, negociado a
través de un tal Fontrailles, por el cual la Corte de Madrid pondría
a disposición de los conspirados casi 20.000 soldados y caballeros,
además de armamento y dinero a cambio de la plaza de Sedán.
Richelieu, según este plan, sería asesinado cuando se desplazase al
asedio de Perpiñán.
Un elemento que
tuvieron en cuenta los conspiradores para su movida es que Richelieu
no pasaba precisamente por su mejor momento personal. Para entonces,
el cardenal se desplaza por Francia en una litera que porta en su
interior a un pingajo humano. Sus dolencias de siempre siguen ahí,
pero además se le ha abierto una úlcera en el brazo derecho. Los
médicos sangran al cardenal con la misma naturalidad con que un
botellonero deglute calimocho, lo cual lo tiene si cabe más débil
de lo que ya estaba. Sin embargo, el cardenal está siempre
sobreprotegido. Ni en Lyon, ni en Narbona, donde lo intentan,
consiguen los conspiradores acabar con é; ni siquiera
consiguen acercarse.
Por lo demás,
Richelieu, en esta ocasión como en otras, si no lo sabe todo, sabe
muchas cosas. Y se las cuenta al rey. Al otoñal Luis XIII, las
noticias le pillan en ese momento del proceso de enamoramiento en el
que empiezas a estar hasta los huevos de que tu novio sea un porculo
constante.
El 9 de junio de
1638, Richelieu llega a Arles. Unos días antes, en Narbona, 27 de
mayo, ha dictado su testamento; por eso sabemos que, probablemente,
sus dolencias han adquirido una calidad que le hacen comprender que
la cosa está mal. El 11 de junio, envía un emisario al secretario
de Estado Des Noyers, que estaba en Narbona. Allí también está el
rey. Cuando Monsieur de Chavigny, que así se llama el emisario de la
total confianza del cardenal, llega a la ciudad con su recado
aparentemente cotidiano, solicita ver personalmente al rey, que en
este momento está con Cinq-Mars.
Luis XIII, en
efecto, abandona la estancia en la que está con su efebo para pasar
a una sala contigua. Y, cuando sale de ésta, ha firmado ya la orden
de arresto de Effiat y de todos sus cómplices. Es más que evidente
cuál era el documento que Chavigny llevaba consigo: el texto del
acuerdo secreto muñido entre el maestro del guardarropa del rey y el
rey de España; un documento que demostraba una alta traición.
El joven Henri
d'Effiat fue encarcelado en Montpellier. El único de los
conspiradores que no probó celda fue Gastón, que se fue a la naja.
El 12 de septiembre
de 1642, en una sesión celebrada a las siete de la mañana, un
tribunal condenó por unanimidad a muerte a Cinq-Mars. Ese mismo día,
a eso de las doce, en la place des Terreaux, se le separó la cabeza
del resto del cuerpo.
Tres días antes,
había caído Perpignan, lo que venía a significar que España era
expulsada del Rosellón. Victoria total, pues. Sin embargo, los
protagonistas de esta Historia estaban a punto de perder la última,
lógica, pelea, contra la muerte. María de Medicis había muerto en
Colonia. Al rey Luis le quedaban siete meses de vida. A su primer
ministro, cardenal Richelieu, apenas tres.
Para cuando los
enésimos conspiradores contra Richelieu pierden la cabeza, éste ya
es un zombie que apenas puede moverse. Morirá el 4 de diciembre de
aquel mismo año.
Pues quizás el cardenal podría haber sido más prudente. En el Decamerón, por ejemplo, también se cuenta que en el Vaticano estos efebos (y las amantes del Papa y los cardenales) tenían un poder asombroso. Es muy posible que fuera la misoginia lo que le hiciera perder cuidado.
ResponderBorrarCoincido con el comentario anterior.Pero creo que la misoginia es la tonalidad,el modo en que se traicionan los designios del Cardenal,lo que le hiciera volverse descuidado podria ser eso que le suele ocurrir a los poderosos e intrigantes ,a muchos digitadores de la Historia:La Soberbia de Poder.
ResponderBorrarLo de "entradas por el garage" fue una hilarante sutileza.Felicitaciones.