Para explicar adecuadamente la génesis
de la guerra de la Triple Alianza, sin embargo, estamos yendo
demasiado deprisa. Antes de entrar en la época de Solano, debemos
entender cómo se desarrolló la política del Paraguay en medio de
dos colosos y medio. Porque el Cono Sur de la primera mitad del XIX
se caracteriza por la presencia de dos grandes bloques, que son el
Brasil, fuertemente imperialista y que, además, en el caso del
Paraguay considera a este país como una extensión natural del Mato
Grosso y una competencia para las producciones del Río Grande; y la
Confederación Argentina, el otro gran coloso del área que, sin
embargo, está viviendo un problemático nacimiento, con una guerra
civil, en ocasiones larvada, en ocasiones declarada, entre el
centralismo bonaerense y el federalismo de provincias. Todos los
demás actores del área, y muy especialmente Paraguay e Uruguay, o
bien deberán definirse en esta pelea de gallos, o bien serán
directamente afectados por ella.
El medio coloso que queda por
inventariar es Inglaterra. La potencia europea y mundial se
encuentra, como es bien sabido, durante todo el siglo XIX embarcada
en una carrera colonial con otras potencias, intentando obtener
cuantos más territorios de influencia económica y política, mejor.
La guerra colonial se despliega de distintas formas en distintos
escenarios. En África, será una guerra por la posesión de los
terrenos, ya que se considera que los gobernantes locales, apelados
de salvajes y tal, no son gobernantes legítimos. Esto, lógicamente,
no pasa en el Cono Sur, donde lo que hay son unidades políticas
definidas, con instituciones y tal, además de la unidad religiosa
dejada por los españoles y la caterva de derechos diplomáticos que
genera el hecho de haberse producido movimientos de independencia
formal. En el Cono Sur, por lo tanto, la colonización ya no podrá
ser militar, sino que tendrá que ser económica. Lo que busca
Inglaterra en el área son países que se conviertan en mercados de
venta de materias primas para ella y, también de endeudamiento
adquirido con sus bancos. Para ello, influirá en la política
interna todo lo que pueda, sobre todo en Buenos Aires.
Empezando por Brasil, de todos es
sabido que las dos grandes potencias imperialistas del Renacimiento:
España y Portugal, se repartieron sus ámbitos de influencia en
América por medio del tratado de Tordesillas. Tordesillas siempre
escoció a los lusos, que querían llegar más lejos, y es por eso
que en fecha tan cercana a dicho acuerdo como 1531 ya enviaron a
Martín Alonso de Souza a explorar el río Paraná; una expedición
cuyo objetivo final, que era hacerse con los territorios bañados por
ese río, quedó frustrado por la fundación de Buenos Aires por
Pedro de Mendoza y, más tarde, la segunda fundación (1580) por Juan
de Garay. En medio de este proceso, los españoles amplían su ámbito
de poder hasta Asunción. Todavía en 1648, Brasil intenta expandirse
conquistando territorios guaraníes, siendo rechazados por éstos. En
1680 fundan la colonia de Sacramento, con acceso a la cuenca del
Plata; pero ese mismo año una fuerza constituida por el gobernador
de Buenos Aires José Garro y, de nuevo, indios guaraníes, los echa
de allí. Sacramento, sin embargo, regresó a manos portuguesas
merced a la letra pequeña del tratado de Utrech. En 1750, con España
de retirada en el orbe mundial, los portugueses consiguen,
finalmente, doblarle algo el brazo al tratado de Tordesillas,
consolidando posesiones más allá de sus límites. De nuevo los
españoles echan a los lusos de Sacramento, pero éstos la recuperan
en el tratado de París (1763).
España trató de reaccionar a este
expansionismo portugués creando el Virreinato del Río de la Plata,
esto es una unidad territorial y política fuerte que fuese capaz de
presentar batalla (en no pocas ocasiones, literalmente) a la
creciente influencia brasileña. Sin embargo, eso no acalla a los
portugueses. A principios del XIX, durante las guerras napoleónicas,
Juan VI de Portugal se refugia en Brasil y, una vez allí, aduciendo
su matrimonio con la infanta Carlota Joaquina, hermana de Fernando
VII de España, y el hecho de que éste, en ese momento, está
prisionero de los franceses, reclama para sí los derechos sobre las
posesiones españolas en el Plata. Estas pretensiones, sin embargo,
fueron atropelladas por el camión de la Historia en mayo de 1810,
cuando se producen en Buenos Aires los hechos de mayo que acaban con
la deposición del virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros y la formación
de la primera Junta de gobierno. Los hombres de mayo estaban
claramente en contra de la dominación portuguesa, pero al mismo
tiempo tenían una visión centralista, esto es de poder porteño
sobre el resto de las provincias argentinas, que no era la visión
que tenían éstas. Por esta razón, la revolución de 1810 puso la
semilla del dificilísimo, y violento, proceso de consolidación de
la República Argentina; aunque, para lo que nos importa aquí,
sirvió para ponerle sordina a las pretensiones portuguesas sobre el
Plata.
Portugal, a través de Brasil, comienza
entonces su política, que no abandonará prácticamente durante todo
el siglo, de trabajar para la desunión de las provincias argentinas,
con el objetivo de debilitar al único oponente serio que tenía para
su expansión hacia el sur. A Paraguay, de hecho, le propone la
creación de un ducado adherido al imperio brasileño; propuesta que
el doctor Francia rechaza con bastante lógica. Pero, sobre todo, en
aquellos primeros años del siglo lo que hace Brasil es explotar la
división entre el unitarismo y el federalismo argentinos.
Aprovechando los enfrentamientos entre los porteños y José Gervasio
Artigas y todos quienes con él defendían la autonomía de la Banda
Oriental como integrante de las provincias de La Plata, Brasil se
coloca del lado de los unitarios y, en 1812, les arranca un acuerdo
que le permite intervenir militarmente en el territorio del actual
Uruguay, que inmediatamente ocupa con tropas al mando del general
Carlos Federico Lecor. Artigas inicia entonces una guerra imposible
(enfrentado, al mismo tiempo, a España, Buenos Aires y Brasil) que
dura hasta 1820, cuando se ve obligado a buscar asilo en Paraguay.
Una vez vencidos los que podríamos
denominar uruguayos, Brasil, el 31 de julio de 1821, se anexa la
Banda Oriental, con el nombre de Provincia Cisplatina. Brasil, o sea
Portugal, finalmente, había llegado al Plata, como siempre había
pretendido desde que se vio obligado a firmar en Tordesillas que no
lo haría.
Hacia 1825, Tomás Manuel de Anchorena,
uno de los 32 diputados que firmó el acta de independencia
argentina, junto con un grupo de estancieros o terratenientes,
intenta la recuperación de la Banda Oriental. Todos éstos, con el
apoyo de Rosas esto es del poder en Buenos Aires, financian la
llamada expedición de los 33 orientales, al frente de la cual se
sitúan Juan Antonio de Lavalleja y Manuel Oribe. Encontrando
bastante adhesión al otro lado del río, Lavalleja se apresura a
proclamar un gobierno provisional y solicitar de Buenos Aires la
incorporación en la comunidad argentina. El 25 de agosto de 1825,
los orientales declaran su independencia del Brasil y su unión con
los argentinos.
Brasil, sin embargo, no abandona su
proyecto de poseer una provincia cisplatina. Entra en guerra con
Argentina, una guerra que termina en Ituzaingó con la derrota
militar brasileña. Sin embargo, los argentinos no están para muchas
peleas más, pues para entonces ya tienen enormes problemas internos
entre unitarios y federales, e Inglaterra media para que se produzca
una solución diplomática. Manuel García viaja de Buenos Aires a
Río de Janeiro con este objetivo (es la Misión García de la que ya
hemos hablado), y concierta un tratado que reconoce la incorporación
de la Banda Oriental al imperio del Brasil; el mismo tratado en el
que, como ya hemos visto, reconoce la independencia de Paraguay. Y,
como también hemos visto ya, el escándalo que se monta en Buenos
Aires cuando se conocen los términos humillantes del pacto provoca la caída de Rivadavia.
El 4 de enero de 1831, Buenos Aires,
Santa Fe y Entre Ríos firman su pacto federal por el que se
establece la Confederación Argentina, bajo el mando de Juan Manuel
de Rosas. Rosas, que es un evidente obstáculo para el expansionismo
brasileño, es una figura incómoda de la que Río tratará de
deshacerse. En 1840, Juan Lavalle invade la provincia de Buenos Aires
bajo bandera extranjera, en una tentativa que acabó en derrota en
Quebracho Herrado. Asimismo, la denominada Liga del Norte, alimentada
por el general José María Paz, Gregorio Aráoz de Lamadrid y otros,
le hace la guerra a Rosas desde las provincias.
Esta debilidad interna de los
argentinos fue aprovechada por los brasileños para intentar
desestabilizar la situación en el Uruguay, utilizando para ello al
caudillo local Fructuoso Rivera. El presidente legal de la provincia,
Manuel Oribe, fue desalojado por la fuerza. Oribe inicia el sitio de
Montevideo, que resiste gracias, sobre todo, a que hasta allí se
desplaza el general Paz.
En 1850, todos estos movimientos
orquestales en los que Brasil mueve los hilos con una inestimable
ayuda de las potencias europeas (Lavalle, sin ir más lejos, llega a
Buenos Aires en barcos franceses) cuajan en la formación de una
alianza antirrosista, que incluye, entre otros elementos, al líder entrerriano Justo José de Urquiza quien, entre los compromisos de esa alianza con los brasileños, se aviene a reconocer la independencia del
Paraguay. El 17 de julio de 1853, Santiago Derqui, enviado argentino
en Asunción, reconoce formalmente dicha independencia, sancionada el
7 de junio de 1856 por el propio Congreso argentino.
Antes, sin embargo, los movimientos de
Brasil, en comunicación con Urquiza, producen la batalla de Caseros
en 1852, la derrota de Rosas y, como dato simbólico, el hecho de que
las tropas brasileñas pudiesen desfilar por Buenos Aires,
triunfantes, el mismo día del aniversario de la batalla de
Ituzaingó. La victoria de Caseros habría de tener consecuencias muy
importantes para el Paraguay y el tema que estamos tratando en estas
notas pues, al situar en el entorno argentino a un triunfante,
Urquiza, aliado con los brasileños, cambió el sentido del
sempiterno (y natural) enfrentamiento entre las dos potencias,
uniéndolas en objetivos comunes como, por ejemplo, destrozar el
Paraguay. Sin embargo, para cuando Carlos López, el mandatario
paraguayo, se dio cuenta de ello, ya era tarde para modificar su
política de alianzas.
La alianza de Urquiza con los brasileños en Caseros, de hecho, cambia la Historia, o al menos así lo veo yo. Como he dicho, el Cono Sur se conforma, hasta ese momento, como un área geopolítica en la que, una vez retirada España como metrópoli, nos encontramos con dos grandes actores continentales, de fuerza similar, pugnando por la hegemonía: Brasil, y Argentina. Algo así como la dicotomía Francia-Alemania en la que vivió Europa durante bastante tiempo. Brasil, sin embargo, supo jugar sus cartas con gran habilidad, especulando con las dificultades internas de los argentinos, y acabaría logrando que ambas naciones, lejos de ser enemigos irreconciliables, acabasen por ser aliadas. En este cambio, las dos pequeñas piezas que se situaban entre ambos, esto es Uruguay y Paraguay, no tenían sino que sufrir las consecuencias. Y el gran error del Paraguay fue no darse cuenta de esto, no considerar como posible una alianza argentinobrasileña, hasta que fue demasiado tarde.
Hay una novela, Nostromo de Joseph Conrad, que habla de un país imaginario llamado Sulaco (en realidad, una manera de hablar de la independencia de Panamá respecto a Colombia) y hace hincapié en la influencia inglesa en los conflictos sudamericanos. Es interesante que venga del mismo autor de la colosal El corazón de las tinieblas, crítica al colonialismo africano.
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