Te recuerdo que antes de seguir leyendo te hemos recomendado que pases por una cabina de descompresión y te hemos contado el cabreo de Hindenburg que lo comenzó todo.
Un síntoma de que en el partido nacionalsocialista de 1934 había ambiciones muy a flor de piel, y que a menudo se olvida en algunos papelitos, es que aquélla de Venecia, que fue la primera salida al exterior de un Hitler en el poder, fue paralela a una serie de viajes, también fuera de Alemania, realizados por sus lugartenientes principales; viajes en los que algunos de ellos se hicieron tratar como si ellos fueran el Poder.
Un síntoma de que en el partido nacionalsocialista de 1934 había ambiciones muy a flor de piel, y que a menudo se olvida en algunos papelitos, es que aquélla de Venecia, que fue la primera salida al exterior de un Hitler en el poder, fue paralela a una serie de viajes, también fuera de Alemania, realizados por sus lugartenientes principales; viajes en los que algunos de ellos se hicieron tratar como si ellos fueran el Poder.
Göbels se hizo
invitar a una conferencia en Varsovia, por ejemplo. Pero fue, sobre
todo, Röhm quien destacó en este tema. Decidió visitar la moderna
Duvrovnik, teóricamente para descansar y tratar de recuperarse de
una antigua herida de guerra que se había reactivado. Sin embargo,
hasta la propia prensa nacionalsocialista alemana reconoció que
había sido recibido por el gobierno yugoslavo «como un soberano».
Tras unos días así, Röhm, con el pretexto de las fiestas de
Pascua, inició un viaje de placer que lo llevó a Atenas y a
Budapest, acompañado por un séquito de una veintena de personas del
que formaba parte, incluso, un alto aristócrata alemán: el príncipe
de Hesse.
El periplo del jefe
de las SA por Yugoslavia fue tan intenso desde el punto de vista de
la valoración política que cuando, acto seguido, sea Göring el que
viaje a Belgrado, se encontrará con un gobierno yugoslavo renuente a
montarle un recibimiento a todo plan, pretextando los esfuerzos ya
realizados con Röhm. Así pues, Hermann se tiene que contentar con
hacer en Yugoslavia una discreta escala técnica en el aeropuerto de
Ziemun, durante la cual realizó las violentas declaraciones
antiitalianas que esperaba poder haber soltado en grandes banquetes
oficiales. De estos polvos datan los lodos del odio africano de
Göring hacia Röhm que, como veremos, va a ser más que importante
en la historia de la NCL.
Es importante
destacar aquí, o recordárselo a quienes sepan sobre la Anchsluss,
que viajar a Yugoslavia no era, para Alemania, ninguna estupidez sin
importancia. Yugoslavia era el país que tenía, de alguna manera, la
llave, o por lo menos una llave, del poder italiano en la cuestión
austríaca. Una actitud decididamente proalemana por parte de
Belgrado era susceptible de romper las posibilidades de un frente
eslavo antialemán en la zona, apoyado por Francia y de alguna manera
patrocinado por Italia, que era la jugada con que soñaban los
diplomáticos de Londres para ponerse un tampón a Hitler por su
frontera oriental y forzarle, con ello, a entenderse con Inglaterra y Francia. Así pues, las relaciones entre Berlín y Belgrado
eran una cuestión de la máxima importancia y delicadeza; y, como
acabamos de ver, los segundos escalones del nazismo, aprovechando que
el jefe estaba fuera, se aprestaron, con una notable dosis de
temeridad, a jugar sus propias bazas en aquella partida.
En realidad, el
fenómeno es más profundo y delicado. Hitler era hombre de amores
muy apasionados (por muy poca gente) y de odios insondables (por
mucha gente). Con ese concepto que tenía de los hombres de la vieja Alemania como
una, ejem, casta; y puesto que durante mucho tiempo llevó dicho concepto hasta
el extremo, tenía serios problemas para relacionarse con porciones
de la sociedad germana con las que le hubiera venido bien haber tenido
cauces de diálogo abiertos. Odiaba especialmente a aquellas
porciones de la sociedad y del poder que estaban ocupadas por
familias o clases seculares, esto es la aristocracia alemana. Y esto
quiere decir: el Ejército y la diplomacia. Hitler, como ya hemos
dicho, y por imposición de Hindenburg, nombró a un no nazi, Von
Neurath, como ministro de Asuntos Exteriores; pero tal vez
precisamente por lo impuesto del nombramiento, practicó una
calculada y ancha distancia respecto del hard core del Ministerio, básicamente formado por personas de sonoros apellidos
cuyas familias llevaban incluso siglos dedicadas a la cosa. Sin
embargo, no tuvo huevos, o no pudo ponerlos sobre la mesa, para
entrar en el Ministerio y dejar los despachos más vacíos que el
estómago de Carpanta. Como consecuencia, la Alemania de 1934 tenía
un Ministerio de Asuntos Exteriores que apenas tenía instrucciones,
un canciller que iba a su bola... y unos ejecutivos del partido
gobernante que hacían exactamente lo mismo.
Los principales
interlocutores reales de Francia en aquella época, por ejemplo, eran
Von Papen y Hess. Von Neurath, apoyado en esto por Hjalmar Schacht e
incluso algún nazi como Alfred Rosemberg, era el interlocutor y
defensor de la anglofilia. El Ejército presionaba todo lo que podía
para reeditar la vieja alianza con Rusia. Göring era proeslavo; se
podría decir que polonófilo y serbiófilo...
En consecuencia, en
aquella época, para los representantes de intereses extranjeros, un
concepto tan sencillo como «hablar con Berlín» era mucho más
difícil de expresar de lo que parece. Los escalones de poder germanos bullían de
interlocutores con filias y fobias distintas y todos ellos con alguna
parcela de poder que por supuesto exageraban; por lo que resultaba
harto difícil dirimir si una conversación estaba siendo productiva,
o no.
En estas
circunstancias, nadie deberá extrañarse de que Von Neurath acabase
dirigiéndose a Hitler para decirle que el ámbito de su Ministerio
era un puto cachondeo, y que hiciese algo para ordenarlo.
Curiosamente, la misma demanda que recibía por parte del Ejército
al hablar de las SA.
Es en este ambiente
de Estado-cachondeo, en el que cada círculo nazi hace política por
su cuenta, en el que Von Papen, sin haber consultado al jefe de su
gobierno y aprovechando que está fuera del país, pronuncia el
discurso de Marburgo.
El discurso de
Papen en Marburgo no es fácil de encontrar; y es una pena porque hay
que reconocer que, incluso en una versión traducida, se aprecia muy
bien la elevada calidad propagandística de la pluma de Jung, que
escribió unas notas brillantes y ponderadas. El tema del discurso,
debemos recordar que pronunciado por el vicepresidente de un
gobierno nacionalsocialista, es la tolerancia. El retorno a un
régimen liberal, aunque sin perder las raíces conservadoras del
movimiento que ha ganado el poder en el país. Von Papen dice que el
régimen vigente en ese momento responde a «una necesidad
provisional», y que es necesario que en un Estado sano haya una
distinción estricta entre el Partido y el poder. Anuncia la llegada
de una nueva etapa, la de la Alemania renovada, en la cual la
libertad de pensamiento renacería garantizada por un Presidente
del Reich consolidado como árbitro entre los partidos.
También dice en su
discurso cosas como «no hay derecho a calificar de intelectualismo
la vía del espíritu» (alambicada defensa del catolicismo y la
religión); o que hay que estar en guardia respecto de «estos
revolucionarios jóvenes y demasiado violentos que tratan de
reaccionarios a aquellos conservadores que se dedican a lo que
consideran su deber». También criticó el hecho de que «cada
crítica se considere una traición» y que a los que las hacen «se
les estigmatice como enemigos del Estado».
En Berlín, un
innominado operador de teletipos de la Deutches Nachrichten Büro o
DNB, la agencia de prensa oficial, recibe el comunicado con el texto
del discurso de Papen y, asustado, se dirige a la mesa de su también
innominado redactor-jefe, quien, tras leer el texto, casi tiene un
infarto. Abrumado por el peso de tamaña toma de posición, decide
llamar a Göbels.
El ministro de
Propaganda, sin embargo, no duda ni un minuto: censura el discurso de
su superior. Si algo no le faltaba a Joseph, era agilidad y agudeza a
la hora de interpretar estos gestos. Nada más leer el discurso,
juntó piezas y vio claro por dónde iba la movida. Inmediatamente,
cursó una orden a todos los periódicos alemanes para que no
publicasen ni una línea del tema, así como una orden a las
estaciones de tren fronterizas para que interceptasen los ejemplares
del diario suizo Bale Nachrichten, que llevaba una larga
crónica del discurso, y que se solía vender en Alemania. La
prohibición abarcaba incluso al hecho de informar de que se había
producido el acto de Marburgo.
Quede para la
Historia el dato de que un solo periódico alemán informó aquel día
del acto de Marburgo. Fue La Gaceta de Francfort, un periódico
que, para cuando recibió la orden de Berlín, había impreso ya, y
distribuido, su primera edición, destinada a los abonados. Göbels
reaccionó cursando una orden urgente al servicio de Correos para que
no la repartiese.
Göbels entendió
inmediatamente que el movimiento de Von Papen sólo se podía haber
producido con una condición: que contase con el apoyo (el
testamento) de Hindenburg. Así pues, no quedaba otra que iniciar en
la prensa nacionalsocialista un contraataque inmediato. Sin embargo,
Göbels siempre tuvo su punto de cobardía, expresado en sus últimas
consecuencias en el gesto de llevarse a sus hijos por delante cuando
decidió suicidarse. No podía olvidar que Papen tenía en ese
momento el gobierno de Alemania, y que, por consiguiente, si actuaba él solo podía
encontrarse con ser una víctima del proceso antes incluso de que
Hitler acudiese en su ayuda (si es que acudía, claro). Consciente,
pues, de que necesitaba compañeros en su coalición, decidió
levantar el teléfono y trazar las cifras de un número que de seguro le provocaba
herpes labial marcar: el de Hermann Göring.
Göring era la
llave. Tenía el control sobre las fuerzas policiales prusianas, y
eso quiere decir que si había alguien capaz de encapsular a Von
Papen y al círculo 15M de Hindenburg, ése era él. Göbels no podía
hacer nada de eso. Pero, al mismo tiempo, tenía que ser cauto,
porque Göring, él lo sabía bien, no le habría hecho ascos a un
movimiento que tuviese como consecuencia la eliminación o
cauterización del ala izquierda del NSDAP, del jonsismo del
nacionalsocialismo, representado por el propio Göbels, el de muerte
al capitalismo, la casta de los aristócratas y bla.
Cuando
Göbels contacta con Göring, se encuentra con un dirigente nazi que
tiene claro que lo de Von Papen no tiene un pase, y que hay que hacer
algo. De hecho, casi inmediatamente la presión del poder
nacionalsocialista sobre los católicos se hace más estrecha, y los
enfrentamientos de las organizaciones hitlerianas con las católicas
comenzarán a ser la orden del día. Los obispos reunidos en Fulda,
entendiendo lo delicado de la situación, terminan su reunión sin
pactar ni publicar un comunicado final. En este gesto puede que
tuviera algo que ver el viejo canciller Brüning, quien al parecer
había tenido no malas relaciones con Göring cuando éste era
diputado de la oposición, y que pudo tener en aquellos días alguna
conversación con él (el hecho innegable, en este sentido, es que
Brünning dejó Alemania diez días antes de la NCL, en la que más que probablemente habría sido asesinado). En todo caso,
lo importante es que el gesto de los obispos demuestra que el
discurso de Papen ha tenido en ellos el efecto contrario al buscado,
porque los ha acojonado.
La
jugada ha salido mal. Si Von Papen quiere, verdaderamente, luchar por
el poder, no le va a bastar con insinuar que tiene el testamento de
Hindenburg. Pero si los nazis han sido capaces de conseguir que todo
un país desconozca un discurso, más fácil aún les será hacer
desaparecer un papel.
Por primera vez,
probablemente, Franz von Papen se acaricia preocupadamente la
garganta, pensando en Hitler.
El "ha menudo" se te ha colado
ResponderBorrarHitler tuvo expresiones no buenas hacia sus asesores,quienes le recomendaron vestir de civil en su primera visita al Duce.Se sintio incomodo y algo intimidado por la parafernalia Fascista.No fue una reunion grata,ni productiva para el Führer.
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