A lo largo de una serie de posts, voy a
contarte lo que sé de la Noche de los Cuchillos Largos o, si lo
prefieres, de esa especie de golpe de Estado dentro del Estado que
realizó Adolf Hitler, y del que la consecuencia más conocida, pero
no necesariamente la más importante, fue la muerte de Ernst Röhm y
el desmantelamiento de sus Sturmabteilung o, como mejor se las conoce, SA. Que no son sociedades anónimas, sino secciones de asalto.
Este relato, como todos los relatos
históricos de una mínima calidad (y éste, sin grandes ambiciones,
pretende ser aseado), supone que debes de sumergirte a una
profundidad a la que no vives. Que tienes que bucear en el tiempo y
situarte en un punto del océano de los hechos que le han ocurrido al
hombre, o que el hombre ha provocado que ocurriesen, que está a una
profundidad distinta que aquél en el que tú has nacido y vives.
Dentro de décadas, otros tendrán que hacer el mismo ejercicio de
descompresión que has de hacer tú hoy para poder entenderte a ti y
a tu tiempo: el día de hoy. Con seguridad, el día de hoy, dentro de
cien años, estará caracterizado por una serie de lugares comunes,
en los que además, como hoy, los historiadores serán los primeros
en caer, que tenderán a simplificar la enorme complejidad del día
presente. Pues bien: exactamente lo mismo le ocurre a la Alemania
nacionalsocialista, y te ocurre a ti que lees esto en el año 2015.
Antes de salir de las profundidades del presente, tienes que descomprimirte.
Tienes que descomprimirte, primero que
todo, de la idea, que como te digo es fruto de cómo se ven las cosas
hoy en día, de que Adolf Hitler y su partido nazi experimentaron una
travesía en el desierto de muchos años, con golpe de Estado fallido
incluido; pero que, una vez que en 1933 ganaron las elecciones, se
convirtieron en dueños y señores del país, y ya no se volvieron a
preocupar de ser desalojados del poder hasta que los echaron sus
enemigos bélicos. No hay nada de eso. Adolf Hitler ganó las
elecciones de 1933 con márgenes muy estrechos; las ganó, además,
en un momento en que su partido, como tal, comenzaba a flojear en el
apoyo popular. Y las ganó, esto es muy importante entenderlo, con
socios.
Hitler
no llegó al poder, en expresión que la sentencia del asesinato de
los marqueses de Urquijo hizo famosa, solo o en compañía de otros.
Lo hizo, claramente, en compañía de otros. Y esos otros, además,
en algún caso, entiéndelo, tenían más predicamento ante
el pueblo alemán que él. En
1933, por lo tanto, Hitler era el Führer,
el jefe incontestado, de sus propios correligionarios; pero no de
Alemania. Si no entiendes esto, no entenderás la Noche de los
Cuchillos Largos.
La Alemania sobre
la que actuó Hitler llegando al poder era un país harto. No tanto harto
de la crisis económica, que se comenzaba a remontar; sino de la
inestabilidad. Era un país joven, que como tal existía desde hacía
bastante menos de un siglo; un país cuyo nacimiento se había, en
buena medida, explicado por la figura del rey, el káiser. Sin
embargo, tras acabar la Gran Guerra, el país había dicho adiós a
esa figura señera, culpándola en buena medida de todos los males;
pero, en la etapa siguiente, había pasado a sufrir una durísima
inestabilidad, de izquierdas, de derechas, con situaciones
prerrevolucionarias, tendencias centrífugas, exaltación de la
depresión posderrota, manías persecutorias; todo ello acrisolado en
un desencanto bastante elevado respecto de la República de Weimar.
En un
proceso de reconocimiento del pasado sin reconocerlo, esto es un
proceso de dificilísima relación con la institución monárquica,
el pueblo alemán, o por lo menos la mayoría de él, decidió salvar
a una figura: la del mariscal Paul Ludwig Hans Anton von Beneckendorff und von Hindenburg, presidente de la
nación. Héroe de la guerra, hombre ya provecto relacionado con los
viejos tiempos de la Alemania prusiana, Hindenburg representa el
vínculo con el pasado sin el cual los alemanes, sobre todo los
prusianos y entre ellos los propietarios rurales o junkers,
no sabrían vivir. Y mucho menos habrían votado a Hitler.
Hindenburg
es el hombre que abrocha a los alemanes con su pasado admirado, y
Franz von Papen, que en los albores de la NCL es vicecanciller
alemán, es quien abrocha a Hindenburg con Hitler. Antiguo oficial de
caballería, convertido, en la vejez del mariscal, en la principal
voz de la derecha conservadora alemana, Von Papen cultiva de siempre
su diferencia con el alemán paleto que nunca ha salido de lugares
donde se coma chucrut. Casado con una mujer emparentada con un
diplomático francés, es un tipo viajado y muy chic,
que dice haberse curado viajando de algunas cosas, y por eso va de
que él, en realidad, no es un derechista fanatizado; aunque, en
realidad, es más derechona que don Pelayo.
Aunque Von Papen va
de pijopera con pañuelito al cuello, en plan socio de club exclusivo
tipo inglés, es persona de armas tomar. Durante la guerra ha sido
agregado militar en la embajada alemana en Estados Unidos, puesto
desde el cual ha organizado o alentado diversas acciones terroristas
allí, incluso cuando el país aun era neutral. Es el conocimiento de
la correspondencia secreta de Von Papen lo que mueve a Washington a
romper con el Reich. Es, pues, en buena parte, el responsable de la
entrada de EEUU en la guerra, que es como decir de la derrota de
Alemania. Y también lo es de haber apuntado, con armas y bagages, a
la derecha conservadora ultranacionalista alemana, a la lista
nacionalsocialista. Él ha traído a Hitler; y lo sabe.
Von Papen, experto
en hablar el lenguaje de los viejos militares, hombre versado en la
excitación de los sentimientos nacionalistas, y con un indudable
corte aristocrático, enamora, literalmente, a Von Hindenburg desde
el día en que el coronel Oskar von Beneckendorff und von Hindenburg, hijo del anciano Papa
alemán, se lo presenta.
Apenas volveremos a
ver a Oskar Hindenburg en estas notas y, sin embargo, tiene, a su
manera, tanta importancia como muchos a los que citaremos muchas
veces. El coronel que tenía el derecho a portar el apellido de mayor
valor en Alemania en aquellos tiempos había consolidado en la
propiedad de Neudeck, en la Prusia Oriental, todo un grupo de
adláteres, la mayor parte de ellos arribistas y la otra
terratenientes prusianos. La mayoría de ellos están arruinados por
la guerra y sus consecuencias, a pesar de sentirse miembros de la
casta original que hizo grande a Prusia. Cuentan con Oskar para que
convenza a su padre de que debe salvarlos; de que debe reconstruir un
orden antiguo en Alemania.
Este
movimiento, que no es otra cosa que la típica, tópica y sempiterna
búsqueda de la subvención (pues eso busca este pequeño lobby:
que el Estado les riegue con pasta para poder seguir viviendo como
hasta entonces) es el padre de una idea sin la cual el nazismo
difícilmente habría alcanzado el poder: el peligro cernido sobre Alemania por el este; la necesidad de consolidar una zona de
seguridad en la parte oriental del país. El vestíbulo de la
Lebensraun, como de la Anschluss.
El
mismísimo Hindenburg, que entonces tiene 85 años, cree en este
rollo. Su propia familia hubo en su día de vender una parte muy
significativa de Neudeck, dejando la heredad familiar en la mitad de
la mitad. Estos obsequiosos junkers
que amenizan las tertulias de su hijo Oskar las compran, y se las
regalan.
Desde mediados de
1931, el pensamiento de la seguridad de Alemania por su frontera
oriental obsesiona al viejo mariscal, a quien su hijo come la oreja
inmisericordemente en dicha dirección; y es la razón de que acabe
por concluir que Hitler es su hombre. Yo ya sé que los libros de
texto y tal dicen eso de que a Hitler lo encumbró la crisis
económica y la humillación de Versalles; es verdad, aunque en proporción
bastante parva. Lo que encumbró a Hitler no fue lo, sino quién: fue Hindenburg. Y
Hindenburg lo encumbró porque estaba obsesionado con la visión de
hordas de zombies eslavos bajando por la colina a matar alemanes, entre otras cosas porque pensaba, como pensaba Hitler, y también pensará o dirá que piensa el general Franco, que había una conspiración mundial para acabar con Alemania, puesto que Alemania era un estudiante demasiado listo. Lo único que hizo Hitler fue perfeccionar esa teoría.
Pero Hindenburg no llegará a Hitler por sí solo.
Pero Hindenburg no llegará a Hitler por sí solo.
La
camarilla de Oskar von Hindenburg se alimenta, fundamentalmente, de
dos miembros. Uno es Von Papen, quien ha conseguido rápidamente
vencer las resistencias de los prusianos hacia su catolicismo. El
otro es Kurt Ferdinand Friederich Hermann von Schleicher, quien
entonces dirige la oficina política del Ministerio de la Guerra
alemán, en la Bedlerstrasse. Son estos dos elementos
los que convencen al Presidente para que labre la caída del
canciller Heinrich Brüning, sustituido precisamente por Von Papen.
Sin embargo, el viejo mariscal acaba por preferir a Von Schleicher,
verdaderamente más cercano a su perfil, lo cual es algo que Papen no
soportará. Él quiere ser visir; sabe que el viejo mariscal es
viejo, y eso supone una importante silla que se va a quedar vacía.
Necesita contrapesar a Schleicher; y es buscando este contrapeso que
piensa en Hitler.
Von Papen y Hitler
se encuentran por primera vez en el domicilio de un oficial retirado
que se gana la vida representando en Alemania vinos de Champagne,
llamado Joachim von Ribentropp. El político católico le promete a
Hitler convencer a Hindenburg de que el austríaco merece la pena, si
él acepta apoyarle. Hitler acepta; en parte por ambición, y en
parte por odio: Von Schleicher ha osado prohibir la exhibición
pública de camisas pardas.
Tu proceso de
descompresión, querido lector, debe empezar por asumir que cuando
Hitler llegue al poder, lo hará debiendo favores: muchos, y muy
importantes, favores, fundamentalmente a Von Papen. Pero, además, no
llegará siendo la principal figura de Alemania. La principal figura
de Alemania, la que da y quita, no es él; es Von Hindenburg.
Otro elemento
importante de descompresión: para poder entender la NCL es básico
que te quites de la cabeza esas escenas de las pelis en las que los
militares alemanes se saludan unos a otros brazo en alto. Es más:
debes de asumir que todo aquél que utiliza una expresión muy común:
«Ejército nazi», está cometiendo un error muy gordo, debido a la
ausencia de descompresión.
Meses
después de la llegada de Hitler al poder, en la cúpula del Ejército
alemán apenas ha habido, si es que ha habido alguna, purgas de
miembros considerados como no puramente arios; esto ya nos debería dar la pista de que la nazificación del estamento militar es mucho más difícil de lo que admiten los guiones de Hollywood; de hecho, en realidad Hitler nunca confió en sus generales, y siempre pensó (en buena parte, no se equivocaba) que todos aquellos tipos con interminables apellidos, tan repletos de von und von und von que sus nombres parecían un after hours de música trance, en el fondo despreciaban a aquel tipo de Linz que había progresado con un apellidito inventado.
El Ejército alemán, por imperativo de Versalles, tiene sólo 100.000 miembros, y todos ellos son veteranos; por mucho que esto no sea del todo cierto, porque ya antes de Hitler las tropas alemanas están realizando proyectos secretos de rearme. Por ejemplo, el primer submarino será construido, en la semiclandestinidad, por orden precisamente de Von Schleicher, no de Hitler.
El Ejército alemán, por imperativo de Versalles, tiene sólo 100.000 miembros, y todos ellos son veteranos; por mucho que esto no sea del todo cierto, porque ya antes de Hitler las tropas alemanas están realizando proyectos secretos de rearme. Por ejemplo, el primer submarino será construido, en la semiclandestinidad, por orden precisamente de Von Schleicher, no de Hitler.
En
puridad, un elemento importante de la descompresión necesaria,
lector, es entender que, más que sostener Hitler al Ejército, en el momento de llegar el austríaco al poder, han sido las Fuerzas Armadas, durante mucho tiempo, las que le han sostenido a él. Es
más: en buena parte, El Ejército ha «inventado» las SA. Tan pronto como 1923, es la Séptima División
de la Reichswehr, la de Munich, bajo el mando del general Franz
Ritter von Epp, la que financia las SA. Era el general el que mandaba
la infantería de aquella división, mientras que el entonces capitán
Ernst Röhm era apenas un miembro del Estado Mayor. El jefe superior
de la división, el general Otto von Lossow, a pesar de ser radicalmente
nacionalista, no gustaba de financiar elementos que estuviesen contra
el Estado, por lo que terminó por cortar el grifo del dinero. Las vinculaciones entre las SA y la Reichswehr son tan estrechas que las
secciones de asalto de las primeras tenían exactamente los mismos
límites territoriales que la organización de la segunda. Por lo
demás, un Ejército que, por imperativo del armisticio, no podía
superar un determinado tamaño, no podía dar la espalda a una fuerza
que andaba por el millón y medio de miembros.
Sin
embargo, cuando Hitler llegó a la Cancillería, la posición del
Ejército respecto de las SA cambió radicalmente. En primer lugar,
porque la llegada al poder de los nacionalsocialistas viene a suponer
el levantamiento progresivo de las limitaciones a los medios de las
Fuerzas Armadas; entre otras cosas, se abre seriamente la posibilidad de poder imponer el servicio militar
obligatorio. En este punto, paradójicamente, Hitler trabajó contra
sí mismo, puesto que reforzando las posibilidades del Ejército conseguía que la dependencia de éste respecto de las milicias nacionalsocialistas se disolviese.
El
segundo gran factor son los problemas que la existencia de las SA
plantea al Ejército alemán a la hora de conseguir un clima de
confianza con los vencedores de la Gran Guerra. En el marco de la
Sociedad de Naciones primero, y después de las conversaciones
bilaterales francoalemanas que se desarrollaron entre diciembre de
1933 y abril de 1934, cada vez que París quería estirar la cuerda y
hacer parecer que la rompía, sacaba el tema de las SA. Es
importante, lector, que retengas el dato de que el 17 de abril de
1934, apenas seis semanas antes de la matanza,
los contactos francoalemanes, monitorizados por Londres, terminan en fracaso con
la Nota Barthou, en la que el ministro de Exteriores galo Louis
Barthou escribe que «el Gobierno francés rechaza de plano el rearme
alemán». A partir de ese día, en el Ejército alemán habrá
muchos mandos que creerán firmemente que son las SA las que impiden un
entendimiento con París (porque forma parte de tu ejercicio de descompresión entender que no todo el mundo en la Alemania de Hitler quería la guerra).
La
tercera y gran razón para el cambio de ideas de las Fuerzas Armadas
es la consecuencia que tiene la llegada al poder del NSDAP en
términos de soberbia por parte de las SA. El obergruppenführer
de estas secciones de asalto en Berlín tenía a su cargo 250.000
personas, lo cual es dos veces y media más que los que tenía su par
en la Reichswehr. Es normal que se sintiese más poderoso, y más importante. Con la llegada de Hitler al poder, las SA se dan
cuenta de su fuerza, y comienzan a coquetear con la idea de, en lugar
de ser ellas absorbidas por el Ejército, se acabe haciendo la
operación contraria. Cuando menos, los mandos de las secciones se
hacen fuertes en la reivindicación de ser admitidos en el Ejército
con el mismo grado que alcanzaron en las secciones de asalto.
Paulatinamente,
pues, el Ejército empieza a desarrollar la idea de que una cosa es
aceptar a Hitler, y otra es aceptar a las SA.
Hay
que tener en cuenta, además, que al frente del Ministerio de Defensa
del gobierno de Hitler no está una persona de su confianza; en
realidad, Hitler, cuando nombra al general Werner von Blomberg, ni
siquiera lo conoce. Forma parte de tu ejercicio de descompresión
entender que, si es estúpido hablar, en 1934, de «Ejército nazi»,
lo es casi en la misma proporción hablar de «gobierno nazi». Esto
es así porque el viejo Hindenburg (y este detalle debería bastarte
para entender que Hitler no
tenía el poder absoluto) se ha negado a que los dos ministerios
fundamentales del gobierno: Asuntos Exteriores y Guerra, estén
ocupados por nacionalsocialistas. Así las cosas, Hitler escoge para
el primero al embajador en Roma, el barón Konstantin von Neurath; y,
para el segundo, al comandante de la división radicada en Könisberg,
Von Blomberg. El ministro de la Guerra no es un aristócrata al uso, y es probable que por eso lo eligiese el de Linz; además, se demuestra un hombre con mucha mano
izquierda, que, si bien acepta que el uniforme militar incluya la
cruz gamada, se niega al ingreso en las Fuerzas Armadas de
instructores nacionalsocialistas.
¿Qué
piensa Hitler, en el momento de llegar a la Cancillería, de las SA?
Con casi total seguridad, ni tiene una mala opinión de ellas, ni las
considera inútiles, una vez que el poder se ha conquistado. De
hecho, una de sus primeras declaraciones tras llegar a la Cancillería
será, precisamente, afirmar que la labor de las SA no ha terminado.
En enero de 1934, para más inri, decide que Röhm, jefe de Estado Mayor de
las secciones de asalto, se siente en el Consejo de Ministros. Este
favoritismo convierte a todo aquél que esté apuntado a las SA en una especie de
privilegiado, al que, por ejemplo, en el caso de que sea llamado para
algún servicio, su empresario deberá pagarle las horas que ha
faltado como si las hubiese trabajado. Por lo demás, cuando ese hombre, solo o
sobre todo en comandita, se pasa un poco de la raya, rara vez tiene
problemas con la Policía, entre otras cosas porque en muchos lugares
de Alemania, el jefe de Policía lo es también de la sección de
asalto local.
Convertidas
en una fuerza impresionante de dos millones y medio de hombres,
muchos de ellos desempleados o gentes totalmente desinteresadas de la
política que todo lo que quieren es el poder de aporta la camisa
parda, las SA no cesan de ocupar edificios hermosos en las mejores
zonas de las ciudades de Alemania para crear sus cuarteles generales.
Todo se les permite, y se compra para ellos los mejores equipamientos.
Röhm
y Hitler, es cosa sabida, habían entrado en el NSDAP más o menos al
mismo tiempo. El capitán Röhm fue la primera persona que apreció
la habilidad dialéctica de Hitler y lo animó a convertirse en un
líder político, como también fue el hombre que facilitó su
desmovilización. En 1919, se había apuntado a uno de esos cuerpos
francos paramilitares o Freikorps
que surgieron, normalmente al mando de antiguos militares retirados,
y que hicieron de los comunistas su principal objetivo. Formó parte
de las fuerzas que, al mano de Von Epp, lucharon para implantar en
Munich el gobierno derechista de Gustav von Kahr (su vinculación con Röhm irá más allá, pues Von Kahr será una de las víctimas de la NCL). El éxito de la iniciativa
le devolvió al capitán Röhm un puesto en el Estado Mayor de la
fuerza bávara. Este nombramiento es oro molido para Hitler pues,
desde allí, su amigo Ernst desviará todos los fondos que pueda en
favor de los nacionalsocialistas y de sus primeras fuerzas, entonces
al mando de Emil Maurice. Es Röhm quien convencerá a importantes
jefes de cuerpos francos para que los disuelvan y los integren en la
fuerza nazi; él llena las venas del nacionalsocialismo de plaquetas.
Por supuesto, también atrae a los más echados para delante: Manfred
Freiherr von Killinger, el asesino de Matthias Erzberger; o Edmund
Heines, el de Walther Rathenau.
El
putsch nacionalsocialista
de 1923 supone su expulsión del Ejército, además de la prisión y más tarde el exilio, que le llevará a prestar servicio al Ejército boliviano.
Pero el 30 de enero de 1933, tras la victoria, estará al lado de
Hitler en el momento en que éste traspase la Puerta de Brandenburgo.
Bajo el paraguas del poder hitleriano, las SA se convertirán en un
cuerpo muy poderoso. Para empezar, la cúpula de las secciones de
asalto se peta de aristócratas. En la misma se escuchan y se leen
los títulos del barón de Falkenhausen, del conde Spreti, del
príncipe de Waldeck. Los diez obergruppenführer
manejan recursos ingentes. Ya hemos dicho que Karl Ernst, que es el de
Berlín, comanda un cuarto de millón de hombres sin apenas tener 35
años. No mucho tiempo atrás era camarero, y ahora manda sobre el
cuarto hijo del káiser, el príncipe Augusto Guillermo de Prusia.
Para
entonces, el nazismo ya tiene otra fuerza propia, las SS. Las SS son
distintas, sin embargo. Las SA se vanaglorian de aceptar a
cualquiera; para entrar en las SS, hay que ser invitado. Es una
fuerza muy inferior. Hitler quiere que sea la décima parte que las
fuerzas de las SA, pero en 1934 está muy lejos de alcanzar ese
umbral: apenas tiene 10.000 miembros.
El
primer jefe de las SS fue Julius Schreck, aunque es normal que se no
se lo cite porque nunca fue Reichsführer. Ese
cargo fue creado por Joseph Berchtold, aunque muy pronto fue puesto
bajo las órdenes de Heinrich Himmler, que ya dirigía la policía
secreta o Gestapo.
La
otra gran cosa que necesito que hagas para descomprimirte de la
imagen que la Historia, digamos, mediática, ha dejado en muchas
cabezas, y tal vez en la tuya, es la del NSDAP como un movimiento
monolítico. A ver: yo no estoy diciendo que el nazismo alemán se
plantease alguna vez tener un jefe distinto de Adolf Hitler; lo que
estoy diciendo es que, por debajo de ese mando superior, el nazismo
albergaba ambiciones e ideologías distintas que, incluso, en
ocasiones se llevaban mal, o muy mal.
Hitler,
de hecho, no era ningún tonto, y en aquellos años prebélicos
siempre estuvo al cabo de la calle de que los suyos le pudieran mover
la silla. Probablemente, la primera persona de quien lo temió fue de
Gregor Strasser, un farmacéutico bávaro que había sido teniente de
infantería en la guerra y que tenía un porte bastante
impresionante. Hitler nunca lo apreció porque lo temía, y eso a
pesar del enorme servicio rendido por Strasser al NSDAP, ya que es
gracias a él que en nazismo prendió en la Alemania del norte.
Siendo el jefe del NSDAP en el Reichstag, Strasser tenía contactos
que a Hitler le faltaban; por no mencionar el hecho de que en la
Alemania del norte tenía, no pocas veces, más predicamento que el
propio Hitler, que era visto allí como un típico bávaro. Sin
embargo, también porta el baldón de que su hermano Otto haya
abandonado el nacionalsocialismo. Además, su idea, anterior a las
elecciones de 1933, de que Hitler debería participar en un gobierno
conservador sin exigir la Cancillería, terminará por separar a
ambos camaradas.
La
caída en desgracia de Strasser tiene su importancia, porque es la
que abre las puertas de la Propaganda del partido a Josef Göbbels.
La
popularidad inicial de Göbbels entre los nazis queda adverada por
estos versos que solían cantar entonces los camisas pardas:
Mein lieber Gott, mach mich blind
dass ich Göbbels arisch find
Algo
así como: «Dios Todopoderoso, déjame ciego, para que así pueda
creer que Göbbels es ario».
Originario
de Westfalia, tiene cierta fama de hombre de izquierdas. Y cultiva
esa imagen. No para de decir, y de gritar, que «el enemigo es la
reacción» y que hay que hacerle «la guerra al capitalismo».
Göbbels no controla tropas, ni policía secreta, ni nada. Y tiene un
montón de enemigos dentro del Partido. Muy especialmente, Hermann
Göring.
Con su
entrada en el NSDAP, Göring ha aportado al movimiento el prestigio
de un soldado con nombre y con fortuna personal. En 1931 es
presidente del Reichstag y, después, además de ser ministro del
Aire, tomará, en competencia con Von Papen, un título de gran
importancia para él: Presidente del Consejo de Prusia.
Porque
Göring es, o quiere pensar que es, uno más de los hombres de poder
prusianos que son la esencia de Alemania. Se identifica con esos
propietarios que han convencido a Hindenburg de que hace falta
garantizar la seguridad del país por su frontera oriental, y que ven
en las tradiciones prusianas el alma de Alemania; en oposición a
Hitler, a quien sus raíces bávaras y su afición por la ariosofía
tienden a situar la grandeza de Alemania en tiempos legendarios que
se pierden en la noche de los siglos. Göring, al revés que Göbels,
sí que tiene en Prusia una fuerza armada propia.
En
Berlín, los dos gatos, Göring y Göbbels, se distribuyen poderes.
Todo lo que tiene que ver con Prusia le pertenece al primero;
Göbbels, por su parte, se ha hecho con la jefatura de la
organización política del Partido en Brandenburgo, y como tal
maneja una impresionante red burocrática con mucho poder efectivo.
Ambos
elementos del Partido ambicionan la voluntad de Hitler. No ambicionan
sustituirlo, porque son lo suficientemente inteligentes para saber
que eso es prácticamente imposible. Pero ambicionan llevar al Führer
a su terreno y, una vez allí, conspirar para capitidisminuir y, en
el mejor de los casos, fusilar, a su contrario. Göring quiere acabar
con Göbbels, y Göbbels con Göring. Y, en un primer momento,
ninguno de ellos cuenta con fuerza suficiente para intentarlo. Pero,
claro, si uno de los dos lograse atraer hacia así a dos millones y
medio de alemanes distribuidos por todo el país, extraordinariamente
bien armados, acostumbrados a obedecer, y dispuestos a seguir adonde
sea a su jefe de Estado Mayor y sus diez comandantes, la cosa
cambiaría.
Esta
posibilidad, siquiera teórica (aunque, ya lo escribiré, en mi
opinión no tiene nada de teórica), es la que labrará la desgracia
de las SA, y de su supremo jefe.
En
fin, si en este punto piensas que la Alemania nazi no era, en 1934,
ese bloque monolítico, sin grietas, y al que toda Alemania, Ejército
incluido, obedecía a la voz de ya, te has descomprimido.
Aunque no tenga tan importancia para nuestra historia, también conviene contar que en aquella Alemania hay más fuerzas que tienden a contrapesar al nacionalsocialismo y al propio Hitler. Están, por ejemplo, los monárquicos. El Kronprinz sueña con llegar a ser Káiser de Alemania desde la caída de la República de Weimar, y sabe que cuenta con un apoyo importante, que es el Stahlhelm, los Cascos de Acero, fuerzas formadas por viejos veteranos del Ejército que se muestran muy poco proclives a asumir que un mísero soldado de primera sea Canciller. El hermano del heredero, ya lo hemos dicho, es diputado nazi y standartenführer. Él mismo declarará, en 1932, que votaría a Hitler contra Hindenburg. Pero esos contactos con el NSDAP son meramente tácticos; cosa que, por otra parte, Hitler sabe bien.
El Stahlhelm está al mando de Theodor Duesterberg y Franz Seldte. El primero de ellos siempre expresó poca simpatía por los camisas pardas, por lo que con la llegada de Hitler al poder deberá esconderse un poco. El segundo, sin embargo, siempre defendió un entendimiento con los nacionalsocialistas. Nombrado ministro de Trabajo, acabará colocando el Casco de Acero bajo el paraguas de Hitler, reconvertido en la Asociación Nacionalsocialista de Antiguos Combatientes.
El Stahlhelm está al mando de Theodor Duesterberg y Franz Seldte. El primero de ellos siempre expresó poca simpatía por los camisas pardas, por lo que con la llegada de Hitler al poder deberá esconderse un poco. El segundo, sin embargo, siempre defendió un entendimiento con los nacionalsocialistas. Nombrado ministro de Trabajo, acabará colocando el Casco de Acero bajo el paraguas de Hitler, reconvertido en la Asociación Nacionalsocialista de Antiguos Combatientes.
Nos
veremos pronto.
¨Alemania atrasa el reloj¨ es un libro que compendia las cronicas de Edgar Ansel Mowrer,corresponsal del Chicago Daily News en Berlin y describe pormenorizadamente el proceso politico aleman hasta fines de 1932.Puede resultar interesante,justamente,para eso que ud llama DESCOMPRIMIR.
ResponderBorrarOjala pronto sea mañana. Este es de las series suyas que más ansío por leer.
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