martes, septiembre 02, 2014
Imprescindible
Qué: La financiación de la guerra civil española.
Quién: José Ángel Sánchez Asiaín.
Con quién: Editorial Crítica.
Cuánto: 1.328 páginas.
He pasado una parte no desdeñable de estas vacaciones de verano leyendo este libro. No me arrepiento ni del más mísero minuto de todo ese tiempo.
José Ángel Sánchez Asiaín es banquero de mérito. En su momento tuvo su mérito para él ascender hasta la cúpula de un banco, el de Bilbao, donde sólo llegaban hombres y nombres de sonoros apellidos neguríticos; la aristocracia vasca del dinero. Sánchez Asiaín participa en la etapa más apasionante de la reciente historia de la banca en España. La etapa en la que los bancos son dirigidos por una generación muy variopinta, de edades también muy diferentes, que es una mezcla hecha con los nombres de siempre (los Argüelles, los Garnica, los Aguirre de Banesto; o los Botín en el Santander) junto con hombres hechos a sí mismos (como Alfonso Escámez, quien, en historia bien conocida, empezara de botones en el Banco Central; y los ejecutivos Pedro Toledo, en el Vizcaya, o Alejandro Albert y luego Claudio Boada, en el Hispano-Americano. Y, por supuesto, el propio Asiaín).
José Ángel Sánchez Asiaín fue el hombre que dio el primer paso para construir una banca española con tamaño. Suya fue la idea, y la decisión, de hacer una OPA sobre el Banesto, para tratar de construir un banco de dimensiones sistémicas. Falló. La operación no terminaba de gustar a los gobernantes españoles (los mismos que luego quisieron, y obtuvieron, que el Bilbao se fusionase con el Vizcaya) y, además, apareció la estrella de Mario Conde, un chico de Tuy, abogado del Estado, que decían listo, y que se merendó la OPA, luego se merendó el Banesto, y luego siguió merendándose cosas hasta que se lo merendaron a él. Finalmente, y haciendo un símil atlético, Sánchez Asiaín acabó haciendo de liebre del verdadero corredor de fondo de aquella carrera, Emilio Botín Sáenz de Sautuola y García de los Ríos.
Dicen los que saben de estas cosas que la mayor parte de los banqueros son gentes que se interesan por poca cosa que no sean sus balances. De Pedro Toledo se dice que era un workólico, cosa que también se rumorea del actual primer banquero de España. A Escámez lo que más le gustaba en la vida era navegar; pero se pasaba la vida en el banco. Sánchez Asiaín no ha salido de esa pata. A este provecto banquero vasco, además de un evidente expertise en cosas financieras, le interesaba un montón la Historia; y es por eso que, por ejemplo, impulsó un proyecto para realizar, y guardar, horas de entrevistas grabadas con trabajadores y ex trabajadores del Bilbao que habían vivido la guerra civil sobre la marcha del banco en aquel tiempo.
Hace ya bastantes años, José Ángel Sáchez Asiaín comenzó a interesarse por los aspectos económicos de la guerra civil y, muy particularmente, sobre la guerra monetaria librada entre los dos bandos, y que Franco ganó de calle provocando en el lado republicano una inflación de la hueva (el proceso ya lo hemos contado aquí). La continuación de sus investigaciones lo expuso al hecho de que los puntos de vistas relacionados con la economía y las finanzas en la guerra civil: la marcha de la banca, de los presupuestos públicos, de los equilibrios macroeconómicos, del crédito exterior, de los bienes incautados, o del famoso oro de Moscú (véase aquí, aquí y aquí); todos estos aspectos, digo, habían sido muy poco tratados en la densa historiografía del conflicto; excepción hecha, añado yo, de algunos intentos parciales, como los de Viñas (el mejor Viñas, se entiende), o Martínez Aceña. Y es verdad que de la guerra civil hay un huevo de gente que sabe un huevo de cosas sobre las tensiones políticas, o los hechos militares, o las relaciones exteriores; pero se saben relativamente pocas cosas, de forma organizada quiero decir, sobre el devenir de los hechos económicos y la influencia del mismo en la suerte del conflicto.
De alguna manera, lo que los historiadores no han conseguido, lo ha conseguido un banquero metido a historiador. Entre otras cosas, porque ser banquero le ha favorecido a la hora de tener acceso a fuentes directas (el caso más claro son los archivos del Banco de España) que o no están muy a disposición del personal, o son difíciles de decodificar para quien no sepa desentrañar los muchos y variados misterios que esconde el balance de una entidad financiera, o la producción de unas cuentas públicas.
Con más de mil páginas, inclusión hecha de sabrosísimos apéndices, la obra de Sánchez Asiaín no se puede considerar definitiva (él mismo reconoce, en muchos puntos de su trabajo, que hará falta que otros, después de él, caven más hondo), pero sí seminal, y total, en el sentido de totalizadora del problema. El autor, que como digo empezó en esto fijándose en una esquinita del tema, trata con esta obra de trazar un mapa completo, bien que apenas esbozado algunas veces, de todos los hechos económicos de la guerra civil, y de su influencia en la misma. Es, por lo tanto, una obra imprescindible para toda aquella persona a la que le interesen los hechos económicos de la guerra civil y su impacto sobre la misma.
Si algo hay que reprocharle a la obra, tal y como yo lo veo, es la obsesión por la frialdad ecuánime que creo detectar en la misma. Consciente de estar circulando por un terreno de la descripción histórica en la que la vehemencia, los argumentos intestinales (hechos con las tripas) y, en general, el histerismo, están al cabo de la calle; consciente de eso, digo, y consciente, tal vez, de que su condición básica de banquero tal vez le dota de un elemento criticable by default, Sánchez Asiaín huye en su libro de casi cualquier elemento valorativo o interpretativo que pueda granjearle ésta u otra acusación. El resultado es un texto excesivamente condescendiente con la República y también blando con el franquismo. La equidistancia, por lo tanto, evita la penetración del texto.
Me explico. En el caso de la República, la limitación del análisis de Asiaín (autolimitación, me parece a mí) proviene del hecho de que, como una buena parte de la obra está basada en hechos como la regulación y uso del sistema financiero y las políticas económicas públicas (monetaria, presupuestaria), el autor hace como si estuviese analizando la labor de un gobierno plenamente imbuido de los poderes y potestades de un poder ejecutivo estructurado. Esto, cuando nos referimos a la República; cuando nos referimos a un bando que primero no pudo evitar armar a los ciudadanos, después tuvo que soportar gobiernos, tribunales, etc., impuestos por supuestas representatividades bastante discutibles (como la de los sindicatos, a los que no votó nadie en el 36); cuando hablamos, pues, de un gobierno que cedió parcelas importantísimas del poder económico, de la capacidad de planificación o regulación de la economía que por definición le corresponden a un poder ejecutivo, a terceras fuerzas que hicieron de su capa un sayo, implantaron revoluciones, emitieron moneda o la abolieron... Cuando, digo, se está escribiendo sobre una experiencia de poder caóticamente descentralizado como el que se produjo en el bando republicano en la guerra civil, utilizar herramientas como el presupuesto público o el Banco de España está un poco fuera de lugar. La historia económica de la guerra civil, en el bando perdedor, es también la historia del caos, de la no-economía; y el autor, como economista, hay momentos en que parece como no querer aceptar esto y entrar por esos derroteros, como digo probablemente para mantener la asepsia que se ha impuesto en sus análisis.
El libro es también blando con el franquismo porque, aunque lo intenta, tal vez se queda un poco corto a la hora de describir una cosa que a muchas personas les vendría bien recordar en el momento presente: nunca, en la Historia moderna de España, hemos tenido una ideología más intervencionista que el franquismo. En puridad, el intervencionismo económico ha sido siempre una propensión de los políticos españoles (otro analista histórico de la economía española como Juan Velarde lo retrotrae nada menos que a la Ley Azucarera de principios del siglo XX, lo que viene siendo más o menos la pérdida de las colonias).
Sánchez Asiaín trata de no decir en ningún momento lo que, a mi modo de ver, se concluye de sus análisis: el principio general de que una de las diferencias entre bandos en la guerra civil es que uno se tomó en serio la economía y el otro, no. El ejemplo más claro, lógicamente, es el Banco de España; que era en el momento del conflicto, no se olvide, una empresa privada. Nunca sabremos qué habría hecho el bando franquista de haber estado las reservas de oro en sus manos; es bastante probable que, siquiera parcialmente, las hubiese usado, también, para comprar armas. Pero lo que es importante de entender en mi opinión, y para ello este libro es un instrumento imprescindible, es que el tema del oro, del uso que se hizo de él y, sobre todo, el «cómo» de ese uso, tuvo como consecuencia colateral, en el bando republicano, la laminación completa de la misión principal del banco emisor, que era, y sigue siendo, domeñar la masa monetaria y, secundariamente, ocuparse de calentar o enfriar la economía. Nosotros, en nuestro tiempo presente en el que, se diga lo que se diga, buena parte de las mejoras de la riqueza que podamos conseguir se las debemos a la acción de un banco central europeo, estamos en buena disposición para entender qué es lo que puede pasar cuando en una economía alguien le arranca el timón a ese timonel, y se dedica a llevar a la institución por otros derroteros muy distintos. Esto fue lo que pasó en el bando republicano, el cual, con la disculpa protocolaria de las necesidades cambiarias, convirtió al Banco de España en una institución que negó su esencia al permitir que las reservas de oro desapareciesen de sus manos; y, después, se convirtió en un prestamista teórico que inflaba las todavía más teóricas capacidades de gasto del Estado republicano. Franco no pudo hacer nada de esto porque «su» Banco de España no tenía un puto duro y, consiguientemente, no pudo gastarlo. Pero las medidas adoptadas en este Banco de España, sobre todo para estabilizar la masa monetaria en aquellas zonas republicanas que ocupaba el ejército nacional, y que son puntillosamente descritas por el autor en el libro, demuestran que el approach fue, desde Burgos, bastante más profesional.
Incluye el libro informaciones muy precisas que son de gran valor, entre las que yo destacaría dos: una, el nivel de deterioro presupuestario alcanzado en ambos bandos, que fue de gran importancia a la hora de condicionar la evolución de la posguerra; valoración ésta que incluye el interesantísimo capítulo del endeudamiento exterior adquirido por ambos bandos, y no sólo a través del famoso oro de Moscú. El segundo elemento, muy perfeccionado desde los primeros trabajos de Asiaín, es las evoluciones diferentes en materia monetaria e inflacionaria o, lo que es lo mismo, el nivel de deterioro alcanzado en el bando republicano por los equilibrios económicos básicos (inflación, déficit y endeudamiento). Como digo, el autor no aventura ni media tesis propia, no sea que lo vayan a tildar de facha supongo, pero la conclusión que cuando menos yo caso de las cifras que publica Asiaín en su libro es que, por el flanco macroeconómico, tras la pérdida del norte a mediados de 1937 era ya epistemológicamente imposible que la República ganase la guerra.
Pasa de puntillas Asiaín por el último gran elemento de su análisis, que es el dinero del exilio. Esto que escribo no es un reproche. Bajar los pies en este tema tiene como consecuencia meterse en un merdé entre izquierdas del que no puede salir nada bueno; máxime cuando se trata de un analista frío que necesita datos para saber. Porque en el asunto del dinero del exilio, que es un tema que se compone de varios elementos (de dónde provenía, su legitimidad o ilegitimidad, quién lo controló, quién lo gastó, cómo lo gastó) es un tema en el que, deliberadamente, sus protagonistas se han movido con ausencia prácticamente total de cifras e informaciones concretas (excepción hecha de los famosérrimos papeles de Negrín sobre el gasto del oro; pero es que el oro no es parte de este problema, porque estaba gastado antes del final de la guerra). Más concretamente, hay dos grandes elementos de información que nunca han aparecido, a saber:
1) Cuánto dinero sacó de España y llegó a controlar Juan Negrín.
2) Cuánto dinero equivalente formaba el subconjunto de 1) formado por los bienes cargados en el yate Vita.
Se pongan decúbito supino o debúbito prono (uséase acostao, explicaba un personaje de sainete, creo que de los hermanos Álvarez Quintero) los historiadores, historiadoides y teóricos varios de las soluciones finales intelectuales, que han intentado zanjar este asunto en las últimas décadas, sin estos dos datos es imposible, por esencia, cerrar la cuestión. Uno puede decir, por ejemplo, que la gestión de Negrín huele a honradez, porque todo lo que se sabe de los gastos de su SERE es que lo invirtió a aliviar las muchas penas de los exiliados (esto, claro, neto de las acusaciones de republicanos, anarquistas y largocaballeristas de que siempre tendía a ayudar a los socialistas de izquierdas y a los comunistas). Pero esa afirmación siempre tendrá enormes componentes de wishful thinking, porque al fin y a la postre desconocemos el monto global de recursos con que contó, por lo que no sabemos, a ciencia cierta, qué porcentaje del mismo suponen esos gastos que más o menos conocemos. Si nos vamos a la otra orilla del río, como es bien sabido y el libro de Asiaín nos recuerda again, la JARE, o sea el montajito que se montó don Indalecio con la pasta que le cayó del cielo en el puerto de Tampico y que él se apropió con la complicidad de su amigo Lázaro Cárdenas, jamás, ni siquiera cuando fue absorbida por el Estado mexicano, presentó un estado de cuentas en el que figurase el valor de salida del activo de su balance, esto es, para que nos entendamos, el pastón de partida.
Los protagonistas de esta historia son un pequeño número de personas: Juan Negrín; su vicario en la Tierra Francisco Méndez Aspe; el doctor Marcelino Pascua; Indalecio Prieto; y, finalmente, Amaro del Rosal, quien coordinó en el Ministerio de Economía muchas de las incautaciones. Todos ellos, con la honrosa excepción de Del Rosal, quien sí contó bastantes cosas aunque no las más relevantes para lo que nos ocupa, quiso morirse habiendo aclarado este tema. Ni el tánden Negrín/Aspe contaron todo lo que podrían haber contado sobre el monto de lo sacado de España (si alguien podía saber ese dato, eran ellos); ni Pascua sintió nunca la necesidad de contar puntillosamente las circunstancias y resultados de sus importantísimas embajadas; ni Prieto, como ya he dicho, se sintió nunca en la necesidad de levantarle las faldas a la JARE. Así pues, los mimbres de la cesta son escasos, y es por ello que creo yo que el autor ha preferido no entrar en grandes honduras en esta parte de su trabajo.
Faltan muy poquitas cosas en este libro. Que yo haya anotado, dos: la pequeña historia de los intentos republicanos por montar un sistema coherente de exportación de cítricos, conscientes de que en éstos tenían una importante fuente de divisas; y la creación del Consorcio de Compensación de Seguros. Más allá, está todo; todo lo que tiene que ver con la operativa económica en la guerra civil española.
El autor, ya lo he dicho, adopta una postura afectadamente distanciada, casi valleinclanesca. Lo cual es de agradecer: un libro sobre la guerra civil que te anima a pensar, en lugar de, como ocurre más a menudo, instarte a pensar tal o cual cosa.
Cabe felicitar al autor de esta obra. Pero cabe más, en mi opinión, felicitar a todo aquél que tome la decisión de leerla. Es lo que pasa con los buenos libros.
PS: Una apreciación técnica: a pesar de ser un libro sobre economía, que por lo tanto tiene tablas y esas cosas, se lee muy bien en formato electrónico (cuando menos, en Kindle). Anotación importante, porque el ahorro en este formato es relevante.
¡¡¡¡Mierda Juan!!!!
ResponderBorrarEmpezamos el mes obligándome a comprar un libro, ¡qué malo eres!.
Bienvenido
P.D.. Me ha encantado la pullita/puyita a Viñas. Un autor que me gustaba mucho hace años, y que últimamente me parece que ha derivado de manera extraña
Quiero, quiero, quiero, quiero, quiero, quiero...
ResponderBorrarEborense, estrategos