Releo las notas ya escritas en tomas pasadas de esta serie, querido
lector, y, la verdad, no estoy nada seguro de estar transmitiéndote con eficiencia
la importancia que jugó en la Anschluss la persona de Guido Schmidt. En
cuestiones de relaciones exteriores, y muy especialmente en cuestiones de
relaciones con Berlín, el canciller Kurt von Schuschnigg fue, siempre, un reo
de Schmidt, que primero fue quien sabía, después fue quien además tenía los contactos,
para acabar siendo quien, en realidad, sabía lo que estaba pasando.
Resulta difícil, o por lo menos a mí me resulta difícil, poder decir
cuál es el momento en el que Guido Schmidt dejó de creer en la posibilidad de
una Austria independiente y comenzó a trabajar para su integración en el III
Reich. Pero lo que está claro, siempre para mí, es que hubo dos etapas. Hubo un
momento en el que Guido Schmidt pensó que podía conseguir que Austria no fue se
absorbida por Alemania, aunque sabía muy bien que eso pasaba por hacer algunas
de las cosas que Berlín esperaba de Viena. Y la principal de ellas era
Checoslovaquia.
Desde marzo de 1936, remilitarización de la Renania, parecía estar
claro que las potencias europeas no estaban dispuestas a hacer de todo, de todo,
para impedirle a Adolf Hitler sus acciones. A partir de ese momento, y es por
eso que en julio se firmó el acuerdo con los austríacos, en Europa Central se
vio con claridad que el canciller alemán acabaría atacando. La cuestión es si
atacaría a Austria, o a Checoslovaquia. Y los políticos austríacos en el poder,
muy especialmente Schmidt, llegaron a la conclusión de que la mejor forma de
evitar el peligro de ser invadidos sería invadir ellos.
Desde 1936, Austria fue discretamente sondeada sobre su proclividad a
participar en una invasión de Checoslovaquia. Para entonces, Berlín estaba ya
presionando fuertemente al regente Horthy para que Hungría se uniese a esa
acción. Con todo, era Austria, le explicaba Schmidt a su jefe, la que tenía
mayor interés en participar en una acción así, por una simple acción de
supervivencia, pues así garantizaría que el foco de las ambiciones
nacionalsocialistas se dirigiese hacia otro lugar. Italia, le había dicho
Göring a Schmidt durante sus frecuentes entrevistas, había dado su consentimiento
tácito a la operación.
Un elemento de la ecuación, de no menor importancia, era el
distanciamiento entre Roma y Belgrado, que operaba en contra de los intereses
de Francia en la zona. París, en efecto, hubiera querido tejer una red de
alianzas (como la que tenía con Polonia) en la zona para así enviar a Hitler el
mensaje de que era peligroso jugar en el avispero centroeuropeo. Sin embargo,
para ello necesitaba un acercamiento de Yugoslavia hacia Mussolini, basado en
intereses comunes en el área danubiana, que supondría un enfriamiento de las
relaciones entre Belgrado y Berlín. Sin embargo, el consejo de ministros
yugoslavo decidió jugar a la equidistancia entre ambos polos fascistas,
taponando con ello las posibilidades de realizar una alianza estrecha con
Francia. Tanto Yugoslavia como, al fin y a la postre, Rumania, acabarían negándose
a la conclusión de pactos de asistencia mutua con Francia.
Para Alemania, como es bien sabido, Praga era la llave que, una vez
poseída, le abriría las puertas de los cereales húngaros, el petróleo rumano y,
al fin y a la postre, la posibilidad de jugar el gran juego contra Inglaterra
en el Oriente Próximo. Mussolini, por su parte, aceptaba tácitamente, como
hemos dicho, los planes de su cada vez más aliado, pero seguía sosteniendo sus
propios intereses en la zona, lo cual pasaba por seguir afirmando, cuando menos
formalmente, su defensa de la independencia austríaca. Mussolini, que tenía una
enorme facilidad para concebir en su cabeza extrañas alianzas casi imposibles,
soñaba, muy especialmente tras la caída de Titulesco, con acercarse a Rumanía
hasta conseguir construir una entente de este país con Hungría, que se
convertiría, en su obvio beneficio, en una especie de corresponsal suyo en la
zona. Si conseguía eso, ya podía viajar a París y a Londres a pedir, porque
sería colmado. Máxime teniendo en cuenta que, como ya hemos insinuado, Francia,
en otro momento una potencia que había dado y quitado en la zona, se había
quedado en la misma sin más aliado que Checoslovaquia.
[Inciso: a esto es a lo que estaba jugando Mussolini en realidad; y
ésta era la mano que le vigilaban Londres y París. El envío a España del
general Roatta, el CTV y todas esas cosas, a luchar con Franco, no era en modo
alguno el principal elemento de la ecuación. Este factor es uno más de los que
suelen olvidar los que se piensan que la implicación de potencias europeas a
favor de la República estaba requetechupada.]
Los problemas de Francia en la zona eran tales, tal era su
aislamiento, que no le quedaba otra que buscar un acercamiento con Italia [no
obstante que sedicentes historiadores y opinadores contemporáneos sostengan,
con dos de pipas, que podía haberse implicado a favor del bando republicano en
la guerra civil; esto es, luchar contra Mussolini al mismo tiempo que buscaba
su alianza]. Al gobierno galo le parecía factible calentarle la oreja a
Mussolini (hombre de orejas habitualmente tibias) con la posibilidad de ser el
muñidor de una entente de naciones de lo que hoy conocemos como Europa del Este
contra el imperialismo alemán.
En el otoño de 1936, mientras el gobierno republicano las pasaba
canutas y Madrid pendía de un hilo y [dato importante, que no se cita mucho] en
Francia se producía un rosario de huelgas de la hueva, Berlín entendió que era
el momento de proponerle al canciller Von Schuschnigg que participase en un
plan para merendarse Checoslovaquia. Les fueron ofrecidas las regiones
meridionales de Bohemia como caramelo. Alemania se quedaría con el resto de
Bohemia, Moravia y una parte de Eslovaquia, más concretamente la región de
Zips. Hungría recuperaría Eslovaquia, con la única excepción de la región
mentada. Polonia, por su parte, se quedaría con la Rusia subcarpática, la Alta
Silesia, y Teschen, una región petada de gentes de origen polaco que había sido
atribuida a Checoslovaquia en los tratados de paz de posguerra.
Tropas motorizadas austríacas realizarían la invasión propiamente
dicha desde el sur hacia Praga, mientras que los alemanes entrarían por
Silesia, mientras que los húngaros entrarían por los valles del Waag. El
ministro de Exteriores húngaro, Kalman de Kanya, se oponía como gato panza
arriba al plan, convencido de que alguien iría en auxilio de Checoslovaquia.
Tras el encuentro de Horthy con Hitler en Berchtesgarden, en el que se habló
largo y tendido de la partición de Checoslovaquia, De Kanya dimitió por dos
veces.
En el curso de la conferencia de los signatarios de los protocolos de
Roma, celebrada en noviembre de 1936, se volvió a hablar de la partición de
Checoslovaquia. Allí Von Schuschnigg se mostró contrario a la participación austríaca,
por las mismas razones por las que De Kanya se oponía. Contrariamente a la
opinión de Guido Schmidt, el canciller pensaba que llevar a cabo aquella
operación, lejos de blindar a Austria contra una agresión, la colocaría la siguiente
en la lista; pues Hitler, dominando Bohemia, tendría toda Europa Central a sus
pies.
Como uno era canciller y el otro no, finalmente prevaleció la opinión
de Von Schuschnigg. Con ello, Austria labró su perdición (y hay que reconocer
que en esto acertó Schmidt, bien informado por Göring), pues todo lo que
consiguió violentando el proyecto de una invasión coordinada de Checoslovaquia
fue que los planes diseñados para la misma fuesen, finalmente, aplicados en su
territorio.
Sin embargo, hay que decir que, con este gesto, es muy probable que
Austria le diese a los aliados la victoria en la segunda guerra mundial. Sí,
como suena. Porque el gesto de Von Schuschnigg obligó a Alemania a retrasar su
expansión hacia el Este, hacerla más pausada, más política. Tuvo que invertir
más tiempo en ello, y eso quiere decir que otorgó un tiempo precioso para el
rearme de Inglaterra.
Porque Inglaterra no estaba en condiciones de entrar en una guerra
entonces. Por mucho que los analistas de salón, desde el balcón del siglo XXI,
sigan preguntándose, mientras se dan golpes de pecho, cómo es que no ayudó al
bando republicano español en la guerra civil.
"Alemania se quedaría con el resto de Bohemia, Moldavia y una parte de Eslovaquia..."
ResponderBorrarSupongo que quieres decir "Moravia! ¿no? Un saludo.
Eborense, strategos
PD: Tus excursos sobre la Guerra Civil me están encantando.