Una vez, hace algún tiempo, estaba conversando con una amiga y compartiendo con ella mi pesimista visión de la Historia de España, lo cual equivale a decir nuestro presente. En un determinado momento, ella me vino a decir que no terminaba de entender, si yo le decía que España no había sido siempre una nación enferma de las dolencias que yo denunciaba, en qué momento exactamente había enfermado. Es una pregunta profunda y dificultosa de abordar. Pero precisamente por eso acabas dándole vueltas, y te salen algunas ideas. Por ahí va este post de hoy.
España comenzó a fracasar como proyecto estratégico en el momento en que no fue capaz de comprender la profundidad y permanencia del hecho de la Reforma. Hasta aquel momento, el mundo había girado de una determinada manera, en España y también fuera de ella. En Francia, los cátaros fueron exterminados hasta el último humano. Lo mismo le ocurrió a los albigenses, y a otros creyentes heréticos de los que poco o nada sabemos, precisamente porque les ha sido difícil, cuando no imposible, dejar trazas en el futuro. La mitad medieval existente en las personas de Isabel y Fernando (sobre todo de ella) se aprecia con claridad en el gesto de pretender que los pueblos pueden expulsarse de los territorios.
Ni Carlos I ni Felipe II entendieron nunca que, igual que el Barça es más que un club, la reforma luterana era algo más que una discusión teológica. Lutero no va, en realidad, de que no hay que destacar la figura de la Virgen y hay que defender la libre interpretación de la Biblia, y bla. Lutero va de conciencias emergentes en una Europa todavía no totalmente estructurada, que reclaman su lugar al sol (y que, además, pronto encontrarán en una de las tres potencias de referencia en el continente a un decidido aliado). Es relativamente fácil doblegar la voluntad de alguien que quiere creer que la Virgen María era zurda; pero doblegar la voluntad de alguien que se siente suabo, o zelandés, bávaro o catalán, es imposible. Imposible. El último estadista medieval (de momento) de la Historia, Iosif Stalin, creyó que enviando a pueblos enteros a la esquina más remota del patio siberiano lo lograría; y todo lo que consiguió es que, a día de hoy, 60 años después de su muerte, los nietos de esos desplazados pongan bombas.
Pisar ese jardín sólo te puede llevar a consumir cantidades industriales de tiempo y cantidades industriales de dinero. Que es, exactamente, lo que le pasó a los Austrias españoles, que primero agotaron la Hacienda, luego agotaron la creatividad y el empuje de la nación que gobernaban y, finalmente, cuando ya lo habían jodido todo, se agotaron ellos mismos como dinastía. Pero lo que no hicieron fue eliminar las trazas de libertad que la Edad Media le había legado a España. ¿La Edad Media y el Renacimiento, democráticos? Cierto que la afirmación merece una matización. Por democráticos, en realidad, hemos de entender todo, o casi todo, lo democráticas que podían ser unas sociedades que se organizaban por las reglas de aquéllas. Los españoles renacentistas no eran ni de lejos tan libres como lo podamos ser nosotros; pero eran libres a su manera. Muy especialmente, contaban con una institución, las Cortes, que no tenía nada de cosmética. Las Cortes de aquella España, cierto es, no podían aprobar la instauración de un seguro de desempleo; pero sí podían, y de hecho lo hicieron muchas veces, plantarle cara al rey, y negarle lo que les pedía. Canónica, en este terreno, es la reunión de un desesperado Felipe IV con los representantes aragoneses, a los que, como brillantemente cuenta Elliot en su libro sobre el conde-duque, acude para que le presten pasta con la que poder pagar sus guerras. Los catalanes le hacen, finalmente, volverse a Madrid de vacío.
Al juzgar hechos ocurridos hasta la llegada del siglo XIX, confundimos con mucha alegría la figura del rey con la figura del rey absoluto, sin darnos cuenta de que la simple necesidad de usar este adjetivo para designar el poder en determinados momentos históricos ya nos está dando la pista de que la expresión no se adapta plenamente a otras épocas.
Nuestra gran desgracia como españoles, que labra una de las dos grandes enfermedades que padecemos, es el agotamiento de la dinastía austriaca y la consecuente caída en los brazos del francés. Para entonces Francia, como nación, es un proyecto imperialista, centralista y, ésta vez sí, antiliberal, en el sentido de enemigo de la libertad de los ciudadanos. Y nos exporta su modelo. Felipe V, el agente de ese cambio, no convoca las Cortes ni una sola vez durante su largo reinado. Toda una declaración de intenciones. Unifica legislaciones, lo cual equivale a decir que unifica vasallajes, y diseña un proyecto de nación que no es España; es Francia. Acierta la derecha de este país cuando le argumenta a nuestros nacionalismos que España es la nación más antigua de Europa; pero calla, por interés propio, que durante mucho tiempo esa nación no fue la nación que ellos dicen que fue; en el simple y puro dato de que los nacionalismos periféricos españoles acabaron bajo el paraguas del carlismo, cuya ideología postulaba el regreso a esa nación antigua que hoy reivindican quienes repugnan de los movimientos centrífugos, está la prueba clara de que la tesis de la derecha es mercancía averiada. España debería ser un Estado federal, más que nada porque eso es lo que siempre ha sido.
España se convierte en Francia. Se convierte en un país con un poder fuertemente centralizado, lo cual quiere decir intensamente corrupto (nuestro siglo XVIII termina encontrándonos bajo la bota de un mastodóntico Bárcenas). Un poder inabarcable, sin fisuras, y absolutamente renuente a todo tipo de componenda. No pacta con nadie y a nadie escucha. Cuando Pedro el Cruel, que no era ningún maula que digamos, masculla la posibilidad de conseguir el apoyo inglés en su guerra civil contra Enrique de Trastámara, le ofrece a Londres poseer las tierras de Vizcaya; pero, como no puede ser de otra manera, lo consulta con aquéllos que van a ser, por así decirlo, regalados, y éstos, en un episodio que obviamente poco se quiere recordar hoy en eso que, decía Unamuno, sólo los tontos llaman Euskadi, le obligan a jurar solemnemente que ni él ni sus descendientes separarán jamás a Vizcaya de Castilla. Esto ocurre un porrón de siglos antes de que otro rey español, pero ya pasado por el filtro cafetero de la forma francesa de hacer las cosas, entregue la nación, muy ufano, al invasor extranjero, a cambio de una finca en Fontainebleau y una cuadra de caballos. Pedro el Cruel tenía súbditos; Carlos IV tenía vasallos. Merci beaucoup, Francia de los cojones.
La consecuencia fundamental del afrancesamiento de España es que la nación aprende la norma básica que rige en París (también en sus periodos revolucionarios): el poder es para Uno. Y al Otro, si necesario, se lo apiola uno por las calles (como bien saben Gaspard de Coligny y los de Palacagüina). Nosotros veníamos de un tiempo en el que habíamos construido un sistema imperfecto (todos lo son), pero con elementos indudablemente propendentes al equilibrio de poderes. Pero el modelo francés, los largos años de Felipe V sin convocar Cortes ni Cristo que lo fundó, nos llevan por otro derrotero.
Las celebérrimas dos Españas nacen de la convicción que tienen los dos bandos distintos que rodean la cama de Fernando VII moribundo, en el sentido que aquél que gane anulará al otro, o por lo menos lo intentará. Para cuando enferma el Rey Felón, ese sentimiento ya está en nuestro ADN social, ya es parte de nosotros; llamamos españoles a los Borbones, que son franceses, y en el gesto adoptamos muchas más cosas que la consideración de una familia. Las fuerzas que están detrás de Don Carlos quieren reinar para reinstaurar la Institución y meter a España en la caverna; pero las fuerzas liberales, que en muchos libros hacen el papel de buenos angélicos, bambis de la libertad, no les van a la zaga a la hora de ser maniobreros, falaces, mentirosos, golpistas y crueles (porque los generales cristinos no habrían aguantado un Nuremberg sin acabar notando la soga en el gaznate).
A lo largo del convulso siglo XIX, los españoles vamos aprendiendo la idea de que la única forma de defender una idea es hacer que la contraria desaparezca de la faz de la Tierra. Como muy acertadamente decía Fernando Fernán Gómez, el deporte nacional español es el desprecio. Acusaba Machado al viejo espíritu castellano, del que, decía, desprecia cuanto ignora. Pero olvidó que la modernidad que sustituyó a ese espíritu castellano dejó de despreciar lo que ignoraba para pasar a despreciar a quien pensaba otra cosa, al discrepante; al Otro. Unamuno se refería a los bandos contendientes en la II República y la guerra civil que le siguió, hablando de los hunos y los hotros. Ambos, Fernán y Unamuno, hablan de lo mismo; hablan de la voluntad de exterminio del de enfrente; exterminio civil en tiempo de paz, exterminio físico en tiempo de guerra. El sustantivo no cambia porque muden los tiempos.
La imposición de un modo de hacer las cosas que no servía para dar cabida a todas las energías que albergábamos nos llevó a un sistema, que persiste a día de hoy, de hecho yo diría que está más vivo que nunca, por el cual todas esas energías aceptan participar en una pelea de machos alfa, en la que el ganador lo gana todo y el perdedor lo pierde todo. Es un sistema caduco, falso, aberrante, que en buena parte quienes nos colocaron han superado (que tiene huevos), pero que nosotros hemos abrazado con la febril pasión del enfermo, porque estamos enfermos de ello. Estamos enfermos de sectarismo, de troleo; de desprecio. Si una canción nos gusta por encima de todas, es aquella de Abba que se llamaba The winner takes it all. Y es por eso que creemos en la democracia orgánica.
¿Eso no era una cosa de Franco? Pues no. La democracia orgánica, además de la forma que encontró un dictador (bueno, dos; también cuenta don Miguel) para no ser demócrata; además de la forma canónica de gestionar el poder de los Estados fascistas, además de todo eso, digo, es la forma de entender la democracia que tenemos nosotros, los españoles, a causa de lo mucho que nos mola este sistema de expolio que nace del desprecio al contrario. Cuando tenemos el poder, y en absoluta coherencia con los presupuestos de nuestro pensamiento, queremos ejercerlo. Hasta el final. Sin fisuras. Y, como consecuencia, no entendemos la democracia.
No podemos entender la democracia porque la democracia, antes que cualquier otra cosa, desde Solón hasta ayer por la tarde, es el respeto a las minorías. En democracia, las minorías respiran. En democracia orgánica (y no digamos en democracia popular, o sea el fistro comunista) hacen lo que las cucarachas del anuncio: mueren, y desaparecen. El enfermizo modo español de entender el poder nos lleva, no a respetar a las minorías, sino a exaltar las mayorías. Por eso, por ejemplo, un acto de puro matonismo como son los escraches nos parece, o le parece a tanta gente, la máxima expresión de la democracia: lo comete una mayoría (de indignados).
Recordemos: the winner takes it all. Como el ganador se lo ha de llevar todo, cuando se da una situación en la que el Otro se lleva algo, hay que inventar un sistema para que no se lo lleve; ese sistema es la democracia orgánica española, que nació en la guerra civil, en el bando republicano, cuando se decidió que todo, desde los gobiernos hasta los jurados populares, debería estar formado por una prorrata de los distintos poderes políticos y sindicales presentes.
Todo, en España, lo gobiernan representaciones vicarias de la parlamentaria. La radiotelevisión pública, que debiera ser en buena teoría un crisol de libertad, tiene un consejo de administración cuyos consejeros reproducen con precisión de cirujano la relación de fuerzas que los españoles han votado. Cuando llegan las elecciones, a nadie se le ocurre ni por asomo que sean los propios periodistas los que juzguen qué es lo más importante que ha ocurrido en la jornada electoral; ésta se relata respetando una estricta división por tiempos que reproduce fielmente la relación de fuerzas de la democracia orgánica; sólo que hemos cambiado la Familia, el Municipio y el Sindicato por: el que Gobierna, la Oposición, los Nacionalistas y el Resto (más el Sindicato, que sigue ahí).
La representación orgánica gobierna las comisiones ministeriales, la judicatura, los consejos audiovisuales, las comisiones de fiestas. Todo. El caso de los jueces es un buen ejemplo. Un día, los hunos ganan las elecciones, pero descubren que la mayor parte de los jueces son de los hotros. En un sistema democrático, esta diferencia se hubiera respetado. Pero no fue así. Lo que se hizo fue instaurar un sistema de representación orgánica partidaria, con mayoría, obviamente, de los hunos. The winner takes it all...
Somos una sociedad enferma porque no sólo vivimos en estas condiciones de baja calidad democrática, sino que nos encanta. Cada vez que perdemos el poder, no nos aplicamos a mejorar las cosas, sino, simple y llanamente, a recuperarlo. No nos preocupa que un conflicto sobre la construcción de un bulevar (repetimos: ¡un conflicto sobre la construcción de un bulevar!) tenga que terminar a hostias, por la poca receptividad del hostiado, y las muchas ganas de hostiar de los hostiadores. Creamos un movimiento espontáneo, fresco y genial que quería cambiar la forma de hacer política y sobre todo el sistema electoral, un movimiento inclusivo hacia el cual, en sus primeras horas, sentía simpatía España entera; pero unos pocos meses después lo habíamos convertido en una movida para tratar de invadir el Congreso. O todo, o nada. Más de lo mismo.
Ésta es nuestra primera enfermedad. De la segunda enfermamos mucho antes de que llegaran los franceses. Enfermamos el martes por la tarde, en los tiempos escurialenses del rey Prudente probablemente, en que empezamos a abarcar más de lo que podíamos. Porque las sociedades desesperadas son la atmósfera que mejor respiran los poderosos. Lo mejor que le puede pasar a un millonario es que su nación esté en la quinta pregunta. Con la emisión masiva de juros, o sea de Deuda Pública, Felipe II consolidó, mucho más que el feudalismo, la existencia en España de una clase ociosa. Los condes medievales podían ser unos cabrones, pero vivían en un mundo de cartas pueblas y behetrías y, además, hacían cosas por aquéllos que eran sus vasallos; fundamentalmente, defenderlos. El poderoso que nace en el Renacimiento ya no defiende a nadie, salvo a sí mismo, y engorda gracias a la desgracia de su nación, de sus gentes.
Aquella España en fase de desconchado alumbró la picaresca, que es la forma de protesta del pueblo llano hacia una situación que no le gusta y de la que se siente pagano. Por el camino, el español medio (o sea, el español básicamente pobre) desarrolla el relativismo moral. Una premisa: las acciones malas pueden llegar a ser justificables; basta con que su intención sea buena.
Éste es el tipo de hilo argumental que se puede observar en España desde hace 600 años. Lo defendía ya la Inquisición; porque los padres inquisidores, contra lo que mucha gente cree, abominaban del espectáculo de humanos atados a un poste y ardiendo. Lo consideraban un espectáculo repugnante y, de hecho, dedicaban muy a menudo epítetos no precisamente cariñosos a los morbosos que se trasladaban, terminados los autos de fe, a las periferias urbanas donde la justicia secular verificaba la tortura. Los inquisidores, pues, reputaban inhumano quemar judíos... pero, al tiempo, lo justificaban por el bien superior de la catolicidad de España. ¿Qué diferencia hay entre esta actitud y la del activista del 15-M que justifica las violencias de las manifestaciones con lo mal que está la cosa, lo hijaputa que es la Merkel y los bancos, lo mucho que se está puteando al humilde español? El mecanismo, insisto, es el mismo: la bondad del objetivo, o del motivo, justifica la fealdad de la acción.
El relativismo moral es esa filosofía que convierte un acto moralmente reprobable, el acto de robarle vino a un ciego, en un acto positivo, digno de encomio. Convierte una estafa, como la que comete Rodrigo Díaz de Vivar contra unos judíos, en un acto de justicia. Nosotros, los españoles, nos decimos que estamos en contra de la corrupción. Pero nos mentimos porque, en realidad, lo que hacemos es fomentarla, alimentarla, abonarla, acunarla. Los corruptos no son sino personas que hacen lo que hacen por motivos que a nosotros nos parecen criticables. Sin embargo, cuando alguien nos dice que los motivos por los que nosotros hacemos las cosas que hacemos le parecen criticables, lo despreciamos fernangomezmente. Eso de la doble moral, del doble rasero, de la paja en ojo ajeno y viga en el propio, es lo que hacen los relativistas morales. Es lo que hacemos nosotros. Nuestra gran disculpa: no es lo mismo. No es lo mismo que Bárcenas robe 80 millones de euros que yo le pida al fontanero precio sin IVA. Pero sí es lo mismo. En cuanto entre nosotros y el hecho retiramos la lente del relativismo moral, es lo mismo. Pero en toda España, y desde hace seis siglos, no creo que hayan nacido ni diez españoles que de verdad lo piensen, mucho menos que lo practiquen. Nosotros, los demás, todos nos regimos por este esquema relativista.
España, pues, se perdió, porque ser como es hoy es perderse un poco, en parte por sí misma, porque no supo desportillarse distribuyendo racionalmente las cargas; y en otra parte, por culpa de otros, que desde nuestra vecindad nos han hecho muy flaco favor queriéndonos (que, vaya, es una licencia poética; porque nunca nos han querido, la verdad). El resultado es esta sociedad nuestra que se dice austera pero es hedonista, que se dice demócrata pero es convincentemente sectaria, que se cree sincera pero se miente, cada día, como poco tres o cuatro veces ya antes de haber tomado el desayuno.
Una sociedad enferma que, para colmo, cada vez que se saca el termómetro y ve que le ha subido la fiebre, hace una fiesta.
No se puede decir más claro.
ResponderBorrarDa lástima ver cómo gente con carrera desprecian, como dices, que los catalanes hablen catalán, como si el simple hecho de hablar otro idioma fuera un acto de maldad. Que no te contesten en español pudiendo, pues ya es otra cosa, pero como si quieres hablar chino en tu pueblo. También, que no sean capaces de ver los fallos que comete su partido favorito e incluso les inventen supuestas hazañas irreales, que ya es el colmo.
ResponderBorrarY sí, claro, ya lo dicen muchos: nuestras elites son un reflejo de esa sociedad que quiere creer que para ellos las reglas han de torcerse para que sólo les den beneficios y no tener que dar algo por los demás. Encima, lo justifican.
"España debería ser un Estado federal, más que nada porque eso es lo que siempre ha sido."
ResponderBorrar¿Y qué nos diferencia exactamente de un Estado federal, aparte de que en lugar de un presidente de la República tenemos un rey constitucional? Ya no estamos en el siglo XVIII, ni en el XIX, ni en el franquismo, afortunadamente. Copio un par de enlaces:
"Hoy en día, España está considerada como uno de los países europeos más descentralizados, ya que todos sus diferentes territorios administran de forma local sus sistemas sanitarios y educativos, así como algunos aspectos del presupuesto público; algunos de ellos, como el País Vasco y Navarra, además administran su financiación pública sin casi contar (a excepción del cupo) con la supervisión del gobierno central español. En el caso de Cataluña, Canarias, Navarra y el País Vasco, están equipados con sus propios cuerpos policiales, totalmente operativos y completamente autónomos que reemplazan las funciones de la Policía Nacional en estos territorios, salvo en Navarra y Canarias, todavía en proceso de traspaso."
http://es.wikipedia.org/wiki/Espa%C3%B1a#Estado_de_las_autonom.C3.ADas
"España es el tercer país más descentralizado de la OCDE
Publicado el 22-10-2009 , por Expansión.com
Suiza, Alemania, España y Bélgica son, por este orden, los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en los que la Administración central tiene un peso relativo más bajo en el gasto público, en todos ellos por debajo del 25%."
http://www.expansion.com/2009/10/22/funcion-publica/1256202969.html?a=8c4d7487670d7fd85da61231e014346b&t=1391134698&a=8c4d7487670d7fd85da61231e014346b&t=1391134696&a=b0c995d4ff3a56551da63bb617c06ec8&t=1382561342
Pedro, te llamo la atención sobre la imagen que se invoca en este artículo: un rey (léase poder central) que cada vez que quiere hacer algo, se dirige a las Cortes (los poderes territoriales) para pedirles (ésa es la palabra) un servicio de millones.
BorrarEn mi opinión, no hay que confundir federalismo con descentralización. El federalismo, tal es como lo define, en España, Pi i Margall, es un sistema que parte del supuesto filosófico de que hay una libre adhesión de los territorios a un proyecto común. El federalismo es una nación bottom-up, no una nación top-down. Y esto quiere decir, fundamentalmente, que son esos territorios (sean las municipalidades, las regiones o los territorios históricos, eso depende) los que recaudan los impuestos.
En un sistema descentralizado, se cede la gestión. Pero quienes gestionan no dejan de ser una especie de corresponsales del poder central, porque es el poder central el que los alimenta; y lo hace además, en esto tienen razón los catalanes, mediante esquemas un poco oscuros, si no mucho, de subvención cruzada (de soltera solidaridad territorial).
España podrá ser uno de los países más descentralizados de la OCDE, no lo pongo en duda. Pero no es un país federal (con las excepciones forales), porque el Estado central retiene la potestad recaudadora y normativa (ojo con lo de normativa, que es muy importante) del sistema tributario. Y los impuestos, claro, son la mano que mece la cuna.
No deja de asombrarme, que haya personas que para resaltar las grandezas de sus regiones, tengan que menospreciar las grandezas de las otras.
ResponderBorrarCreo, que en ese sentido eran más modernos en el medievo, y me explico. Las personas nacían en un lugar, y a lo largo de su vida se iban desplazando las veces necesarias para sobrevivir o mejorar sus existencias, aunque fuera al nuevo mundo cuando se supo de él.
Basta con seguir las líneas ascendentes de los reyes para comprobar que si el padre era de León, por ejemplo, la madre procedía de Navarra, dos abuelos eran León, uno de Portugal y otro navarro, por no contar las veces que compartían carga genética.(Repito que es un ejemplo)
Si pudiéramos conocer en profundidad nuestros árboles genealógicos nos daríamos cuenta de que nuestros antepasados procedían de lugares que ni imaginamos. ¿No sería absurdo entonces sentir recelo de las demás regiones?
"Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!"
ResponderBorrar"Soy Figueras. STOP. Estoy en París. STOP. Llegué bien. STOP. saludos"
Ah, casi lo olvido:
ResponderBorrar"los nacionalismos periféricos españoles acabaron bajo el paraguas del carlismo"
Esta frase es un poco chirriante, en la medida en que da a entender que los "nacionalismos periféricos españoles" son anteriores al carlismo, cuando lo cierto es que son posteriores.
Supongo que se trata de un lapsus.
Más que lapsu, licencia poética
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ResponderBorrarLlámenme relativista moral, pero a mi robarle el vino al ciego cabrón, también me parece positivo. Y estamparlo contra un poste de piedra en una plaza de Escalona, justicia poética.
ResponderBorrarSaludos:
ResponderBorrarSólo unos matices.
Sobre lo de Isabel de que los pueblos se pueden expulsar de los territorios, si va por los judíos me temo que quedó claro que se podía.
Lo de Stalin último estadista medieval (entiendo que por las deportaciones) pues a mí me suena un tal Milosevic. Vale sí, no trasladaba sinoq ue masacraba pueblos enteros, como Sadam (árabes de las marismas), Pol Pot, Mao y algún otro.
Lo de consumir grandes cantidades en luchas religiosas, estoy de acuerdo, que se lo digan a la muy protestante Suecia y su rey peleón Gustavo Adolfo. De verdad se le había perdido algo tan al sur.
Y respecto a llamar democráticas a las cortes de origen medieval. Bueno, no creo que los tres brazos se eligieran por sufragio universal.
Por decir algo.
Y si comenzamos a comparar, tampoco veo la sociedad española tan enferma, aunque ciertamente necesite una buena puesta a punto.
Pongamos un ejemplo. Cuando un gran corrupto de la época, el ínclito Antonio Pérez tuvo que salir a escape, se llegó a su tierra natal, Aragón, donde sus fueros le garantizaban la inmunidad. Fue el no querer entregarlo lo que generó una intervención armada. Lo fácil hubiese sido aplicar una política nacional, pero no era el caso. Resultado lo citado. Y el sujeto tras escapar incitaría a los ingleses a saquear Cádiz. Con una política más coherente, en la que primara el interés de la monarquía en conjunto y no unas leyes medievales tal vez nos habríamos ahorrado ver llorar al reloj de Barrillé.
Rafael.
No sé quién llama democráticas a las cortes medievales. Si soy yo, es un error. Cuando menos yo, desde luego consciente de que la democracia no alcanza a nada que se pueda ver en Europa desde el Imperio hasta el siglo XIX, hablo de niveles de libertad. Y que en España muchos que no eran el rey eran más libres con Felipe II que con Felipe V me parece, cuando menos a mí, planteable.
BorrarPermíteme apuntar un cierto riesgo en esta ilustrada tertulia. Confundir lo federal con lo confederal. Al final volveremos a la base de todo. ¿En quién reside la soberanía? En los ciudadanos del conjunto de los territorios de la Federación o en el de los ciudadanos de cada Estado que forman del conjunto del territorio?. Estados Unidos, país federal donde los haya y cuya Revolución fue la primera, resolvió con sangre ese debate en su guerra civil. Azules contra grises. Federales contra Confederados. Creo que es conocida la historia más allá del debate sobre la abolición de la esclavitud. Es bueno tener los conceptos claros. Estados Unidos se rige por un Constitución federal con un Tribunal Supremo con capacidad de hacer que se cumpla la ley federal en cualquier lugar del territorio. En el Antiguo Régimen los monarcas eran propietarios de tierras y vasallos, y la soberanía residía en los soberanos. Las Cortes de León, creo, corrígeme, que son las primeras en los reinos peninsulares son el reflejo de la lucha de poder entre el soberano y los otros estamentos sociales, no sobre la soberanía del territorio. Se extraían impuestos y hombres para la guerra. Eso evolucionó con el Absolutismo y cambió con la caída del Antiguo Régimen. Desde las Cortes de Cádiz, con los altibajos, retrocesos y avances de la trágica historia de España, la soberanía reside en el conjunto del pueblo, de la ciudadanía española. Algunos, nacionalistas por su puesto, nos quieren dar gato por liebre, asegurando que la soberanía es de los territorios (también dicen que lo territorios pagan impuestos al poder central) en un juego sofista que utiliza el régimen autonómico nacido de una Constitución para llevar a la opinión pública que el llamado "derecho a decidir" pertenece a cada Comunidad Autónoma o, al menos, a la de ellos. Por supuesto, dado que no están dispuestos a ir a la insurrección, pactarían un régimen confederal, es decir si se les concede la soberanía, para ejercitarla cuando lo considerasen conveniente. No dejemos a nuestros hijos ese legado preñado de muerte.
ResponderBorrarSaludos Juan y gracias por tu atención:
ResponderBorrarY continuando con el tema.
No dudo lo que dices. Un absolutismo implantado por el nieto de quien afirmare que "L'êtat c'est moi", pues no es otra cosa que lo que su nombre indica.
Aunque algo bueno habrá que decir de los Borbones y del XVIII español. Partiendo de una postración brutal se crearon unas estructuras auténticamente nacionales que fueron capaces de funcionar con unos niveles no despreciables de eficacia. La Ilustración entró y dio como resultado limpieza de calles, alcantarillado, vacunas en América, el esfuerzo por conocer a un país en su conjunto, piensa en Cabanilles, en Jorge Juan.
Aunque hoy los nacionalistas se hagan gallardas mentales con Almansa y la pérdida de los dichosos fueros, en realidad en su momento la gente no estaba todo el día lloriqueando por ellos, especialmente cuando se recuperó de ellos lo adecuado. No hay Terceras Germanía en el XVIII.
Y ya puestos, fíjate que afirmas, y es totalmente cierto, que los descendientes de los chechenos están hoy en día poniendo bombas ¿Porque Stalin los deportó? (los tártaros de Crimea, ingushes o alemanes del Volga no y recibieron igual trato). En cambio los vascos siempre han tenido y siguen teniendo trato de favor (lo recuerda tu artículo) y, a pesar de ello, un maqueto (y malnacido que en mala hora vino al mundo) como Caride Simón puso un coche bomba en Barcelona a la gente que estaba comprando. Vamos que seguramente las bombas chechenas estallarían igualmente hoy.
El problema de fondo que le veo a tu argumentación es que, a la vista de las experiencias pasadas, no encuentro la solución a nuestros problemas en el federalismo. ¿Darles todavía más poder a tantos caciques locales en taifas totalmente autogestionarias? Pues me temo que esto ya sería como en Sicilia donde mafiosos como los Salvo se encargaban de la recaudación de impuestos dentro del sistema de autonomía local. ¿Resultado? en los hospitales los enfermos se contagiaban de hepatitis, faltaban camas, los palacios bombardeados de la Guerra aún no habían recostruído en los 80 (a saber si hoy sí) pero Italia era la primera consumidora de cemente mundial.
¿Seriamos capaces de dejar de lado tanto cainismo, provincialismo patético y cateto, pendencias de siglos pasados, atavismos ancestrales de ayer por la tarde y centrarnos en crear una sociedad que funciones? Que nos importe antes que los alumnos sepan derivadas o analizar un texto o entender lo que leen a que se sepan la vida y milagros del santón local, que de verdad dominen dos o tres lenguas, en lugar de farfullar con la vernácula local en una especie de papiamento, en que sea rentable tener las universidades horneando generaciones de frustrados, tener políticos que no nos avergüencen. Vamos cositas de ese tipo.
Claro que mientras tengamos el chichi de Belén Esteban.
Me temo que esa es nuestra verdadera enfermedad.
Rafael.
Sólo una matización, lo que le robaba Lázaro al ciego eran uvas:
ResponderBorrar"-Lázaro: engañado me has. Juraré yo a Dios que has tú comido las uvas de tres en tres.
-No comí- dije yo -;mas, ¿por qué sospecháis eso?... Respondió el sagacísimo ciego:
-¿Sabes en qué veo que las comiste tres a tres?. En que comía yo dos a dos y tú callabas."
Suscribo todo. El centralismo francés no le sentó bien al proyecto español. El hijoputismo de querer eliminar al contrario, tampoco. Pero yo creo que el perder el tren del protestantismo, de la revolución industrial, del liberalismo, y de la democracia misma en definitiva es una consecuencia de una ideosincrasia que proviene de lo siguiente.
Hay un poso cultural en la mentalidad española durante muchos siglos que asocia la expulsión mora (que son varios siglos de estar expulsando) y judia; y la elección de la fé y la nación verdaderas a la riqueza proveniente del descubrimiento de América. Esa religión única, raza única, nación única se asocian al posterior éxito inicial de España y quedan en la memoria colectiva. Y de ahí la pasión por eliminar al discrepante.
Pero ese afán exterminador que apreciamos en la alta política yo también lo conozco a nivel de la calle. Si no eres de mi partido, de mi equipo y de mi religión, eres el enemigo.
Ese comportamiento cainita es el que nos desangra y envilece. Este proceso de experimentar y conocer españa en carne propia me ha llevado a renunciar internamente a ella. Y no soy catalán ni vasco. Soy extremeño.
Sé que no puedo renunciar a la nacionalidad española hasta que otro país no me ofrezca otra. Pero igual que renuncié a ser católico, renuncio a ser español. Y trabajo para poder algún día, tener la nacionalidad de un pais civilizado
Un saludo.
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BorrarSaludos Lifevest.
ResponderBorrarSólo una "rematización".
Lázaro le roba al Ciego constantemente, tanto alimentos como monedas. El episodio del racimo es uno de los tres pasajes más conocidos y recordados. Pero ahí hay otros ejemplos:
"Después que cerraba el candado y se descuidaba, pensando que yo estaba entendiendo en otras cosas, por un poco de costura, que muchas veces de un lado del fardel descosía y tornaba a coser, sangraba el avariento fardel, sacando no por tasa pan, mas buenos pedazos, torreznos y longaniza".
"Todo lo que podía sisar y hurtar traía en medias blancas, y cuando le mandaban rezar y le daban blancas, como él carecía de vista, no había el que se la daba amagado con ella, cuando yo ya la tenía lanzada en la boca y la media aparejada".
Por supuesto que le roba vino. Archisabido es como finaliza, con el jarro estrallado sobre la boca del niño:
"Usaba poner cabe sí un jarrillo de vino, cuando comíamos e yo muy presto le asía y daba un par de besos callados y tornábale a su lugar".
"En tanto que el ciego sacaba de la bolsa el dinero, saqué la longaniza y muy presto metí el sobredicho nabo en el asador".
Y ya metidos en harina, excompatriota mío, bueno, no entiendo lo de esos trenes que perdimos.
¿Perder el protestantismo? con nuestro cainismo tal vez hubiésemos tenido muchos Colignís volando por ventanas, o nos habríamos implicado aún mas en la Guerra de los Treinta Años.
La fase de la industrialización ya la hemos superado. Tarde pero tuvimos unos Altos Hornos de Sagunto.
Si las Cortes de Cádiz, la Pepa, Riego, Chapalangarra, Torrijos, la defensa de Alicante en 1823 hasta noviembre, la victoria en la Primera Guerra Carlista, no te suponen nada con respecto al liberalismo.
Y ¿de verdad no te sientes en una democracia? Que a ratos sea pestilente no quita lo otro. A mí al menos no me ha pasado que haya tenido que callarme a la fuerza, aunque algún listillo lo haya intentado.
En fin. Buena suerte con tu búsqueda. Imagino que ese conocer España en carne propia ha sido terrible. Aunque sinceramente, se me escapa qué ha podido ser. A ratos este paisanaje no está tan mal. Y si echamos un vistazo comparativo en las últimas décadas (un país entero y buena parte de un continente babeando por un señor de bigotillo que lanzaba grititos brazo en alto, otro bigotudo aficionado a jugar a los trenes hacia Siberia). Pero, de verdad, que lamento tu situación. Por cierto, nunca he puesto los pies en tu tierra, pero sólo por los reportajes de fauna mediterránea autóctona ya me caen bien tus expaisanos.
Un saludo.
Rafael.