De esta serie se han publicado ya un primer, segundo, tercer y cuarto capítulos.
Los problemas logísticos, no obstante, no eran suficientes como para desalentar a alguien como Rommel. A pesar de que avanzar hacia Tobruk le había supuesto un gran esfuerzo y unas pérdidas no desdeñables, el Zorro del Desierto planificó con rapidez una operación militar sobre Egipto, consciente de que controlar la tierra de los faraones era tener la manija del epicentro del Oriente Medio. El jefe militar alemán tenía todavía el plan de llegar hasta el canal de Suez, y consideraba el proyecto factible. Además, pensaba, había que tener en cuenta que el avance alemán en el Cáucaso suponía que las tropas inglesas, por así decirlo, tuviesen que mirar hacia Palestina. Más aun, hay que tener en cuenta las señas que los alemanes tenían de que el ejército británico tenía sus fisuras. Hace algunos párrafos he escrito que la decisión de Londres de desembarcar tropas indias en Basora para sofocar el golpe de Estado iraquí fue una decisión arriesgada. La razón de ese riesgo era las pocas garantías que los británicos podían tener de la fidelidad de los indios; y los hechos confirmaron esta impresión. Muchos de los prisioneros indios tomados por los alemanes fueron rápidamente separados del resto, dado que se mostraron inmediatamente dispuestos a alistarse en el Africa Korps para luchar contra el inglés. Por lo demás, las gentes en Egipto hacían frecuentes demostraciones en las calles esperando a los alemanes.
Pero las cosas no funcionaron como esperaba Rommel. Por
mucho que los responsables de la logística afirmasen, todavía en septiembre,
que una ofensiva hacia Egipto podía ser suficientemente abastecida, los
cálculos eran tan erróneos como las promesas que Göring haría muy pronto a
Hitler sobre la provisión de las tropas atrapadas en el pocket de Stalingrado. El 18 de noviembre, sin que los alemanes
hubiesen podido lanzar su ataque, los ingleses lanzan la denominada Operación
Crusader. El 8 de diciembre, la presión británica obliga a Rommel a abandonar
Tobruk y la línea de frente de Sollum. En enero de 1942, el Africa Korps había
vuelto a la casilla de salida, en el golfo de Sidra.
En ese mes de enero de 1942, las conversaciones por lo
bajini de los generales que acudían a las reuniones de Estado Mayor con Hitler
ya eran bastante claras a la hora de admitir que las cosas no iban como cabría
esperar. Aunque es cosa bastante sabida, bueno es recordar aquí que la operación
Barbarroja, la invasión de la URSS, fue diseñada con excesivas dotes de
optimismo por los estrategas alemanes. Empezó el 22 de junio de 1941 en el
convencimiento de que dos, todo lo más cuatro meses después, estaría terminada,
porque los alemanes simplemente no creían en la capacidad bélica soviética.
Consecuentemente, el retroceso de suministros en otros frentes se apreciaba
como un simple retraso en los planes cuando, en realidad, acabaría por
cambiarlos radicalmente y para siempre en no pocos casos.
De hecho, la denominada Directiva 32, emitida por el alto
mando alemán el 11 de junio de 1941, un par de semanas antes de empezar el lío
soviético, asumía que, para algún momento del otoño de ese mismo año, los
aviones que ahora se detraían del frente africano ya estarían prestando de
nuevo servicio allí, una vez que las tropas soviéticas hubiesen sido vencidas.
La directiva, en un error de apreciación alucinante, establecía que la URSS
podría tomarse con 60 divisiones y una flota de la Luftwaffe, con lo que se
podía continuar con toda normalidad la guerra contra Gran Bretaña en Oriente
Medio. En noviembre, cuando sabemos ya que los británicos contraatacaron con
éxito, la directiva asumía que las tropas germanoitalianas estarían llegando al
canal de Suez (lo cual nos lleva a pensar que, muy probablemente, los planes de Rommel estaban inocentemente basados en este documento). Paralelamente, se formarían unidades motorizadas en Bulgaria y
el Cáucaso, que penetrarían por Turquía y Siria, y el valle del Éufrates hasta
llegar a Basora. La directiva contaba con la colaboración activa, durante todos
estos movimientos, del nacionalismo árabe. Aunque Turquía, en un delicado
equilibrio neutraloide, se negaba a facilitar visas para que los participantes
en el golpe de al-Galiani cruzasen su país, un pequeño grupo de árabes
consiguió llegar al cabo Sounion, cerca de Atenas, donde fueron entrenados por
una unidad especial del ejército alemán.
Turquía, lo hemos dicho, estaba en el centro del problema.
Era la estación de paso de muchos movimientos relacionados con Oriente Medio y
con el extremo suroeste de la URSS. Turcos y alemanes habían firmado, en julio
de 1941, un tratado de amistad; pero cualquier diplomático podrá explicaros que
eso de los tratados de amistad es como si Juan y Manuela. De hecho, los
británicos también tenían el suyo, firmado aprisa en 1939, cuando se alcanzó el
pacto nazi-soviético. Teniendo en cuenta que los británicos eran los vecinos del piso de abajo de los turcos, éstos tampoco se podían andar con muchas milongas.
Quien más fuerte jugó con Turquía fue Hitler. Su oferta a
Ankara fue entregarles el control del Cáucaso entero, excitando así las
veleidades expansionistas turcas, lógicas en un país formado de las cenizas de
un imperio, y de las que algunas gentes, como los armenios, saben algo. A cambio, Alemania se podría mover por ese patio a su antojo y, de hecho, lo gestionaría como le pareciese.
Hitler incluso llegó a ofrecerle a los turcos el control sobre las poblaciones
musulmanas de la URSS (de origen racial turco en no pocos casos), pero aun así
no consiguió llevarles al Lado Oscuro; y los modos y sistemas por medio de los cuales consiguieron tal cosa los británicos aparecen como uno de los temas más apasionantes, a la par que ignotos, de la Historia de esta guerra.
Sea como sea los turcos, sabiamente, prefirieron esperar a ver si verdaderamente Alemania triunfaba en el frente del Este, aunque eso supusiera enfrentar el obvio riesgo de que, una vez victorioso, Berlín no les quisiera hacer ofrecimiento alguno. Esta paciencia precautoria acabaría por serles muy beneficiosa, y se parece mucho al tipo de paciencia precautoria desplegada por Franco en España.
Sea como sea los turcos, sabiamente, prefirieron esperar a ver si verdaderamente Alemania triunfaba en el frente del Este, aunque eso supusiera enfrentar el obvio riesgo de que, una vez victorioso, Berlín no les quisiera hacer ofrecimiento alguno. Esta paciencia precautoria acabaría por serles muy beneficiosa, y se parece mucho al tipo de paciencia precautoria desplegada por Franco en España.
En marzo de 1941, la inteligencia alemana puso en marcha una
pequeña unidad destinada a consolidar colaboradores y corresponsales en
Palestina que pudiesen organizar sabotajes a todos los establecimientos
importantes, como factorías, refinerías, o plantas eléctricas. El plan fue
definitivamente aprobado por Ribentropp el 9 de abril. Estambul se convirtió
muy pronto en la central de operaciones de estos militares, aunque también hubo
bases en Tánger y el Marruecos español.
A finales de octubre de 1941, Hitler todavía creía en una
rápida victoria en la Unión Soviética. Por ello, ordenó al X Cuerpo Aéreo que
se olvidase de ese teatro y reanudase las labores de escolta a los transportes
desde Sicilia hacia el norte de África, así como la toma de la isla de Malta.
El comandante en jefe de las tropas del sur, mariscal de campo Albert
Kesserling, recibió como refuerzo el II Cuerpo Aéreo, que fue trasladado desde
el frente soviético. En esa época, en entrevista con el ministro italiano de
Exteriores, Gian Galeazzo Ciano, Hitler aparecía como totalmente convencido de
que iba a ser posible el ataque a Siria, Irán, Iraq y Palestina desde el
Cáucaso.
Pero las cosas comenzaron a marchar mal.
Diría que las 60 divisiones y la flota aérea de las que se hablaban en la Directiva número 32 eran las fuerzas de ocupación en la URSS una vez que ésta hubiera sido derrotada, no la fuerza destinada a conquistarla.
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