En coherencia con lo que acabo de escribir, en realidad el
golpe de Pinochet empezó semanas, si no meses, atrás. La derecha había
presionado en el Congreso para lograr sacar adelante la Ley 17.798 de Control
de Armas, a la que Allende no se supo oponer. Ordenó una actitud
contemporizadora durante la fase parlamentaria que no le sirvió de nada y,
cuando finalmente fue aprobada, en un gesto como poco inelegante, decidió
vetarla. Sin embargo, ni eso le sirvió, pues el veto llegó al Congreso fuera de
plazo y tan plagado de errores formales y legales que no pudo ser admitido a
trámite. La anécdota quizás ilustra el intensísimo debate que se produjo en el
Palacio de la Moneda; y la más que probable tesis de que Allende se resistió
hasta el último minuto a dar su veto a torcer. No se olvide, a este respecto,
que el médico de Valparaíso vivía básicamente convencido de que su actitud respecto
de los militares le había granjeado su apoyo; lo que lo convertía en un moderno
Casares Quiroga, convencido de que no habría golpe.
Esta ley daba amplias potestades a los militares para
reprimir la posesión de armas por particulares, potestades que éstos utilizaron
en toda su amplitud. Es por eso que en Chile hay muertos del golpe de Estado antes
del golpe de Estado.
El 4 de agosto, un trabajador de la Industria Lanera
Austral, Manuel González Bustamante, de 27 años, cae muerto por una ráfaga de
ametralladora en el curso de un allanamiento practicado por fuerzas militares
en aplicación de la ley de control. La peor noticia para la izquierda es que la
operación fue coordinada por el general Manuel Torres Ruiz quien, apenas unas
semanas antes, era hostigado en las calles de Santiago por los ultraderechistas
a causa de su comprensión hacia el gobierno de la Unidad Popular. El día 5,
mientras González fallecía en el hospital, moría en el Hospital Regional de Temuco
Robinson Gutiérrez, obrero ferroviario, que había sido hallado malherido dos
días antes. Gutiérrez formaba parte de una guardia obrera que vigilaba el
puente recién reconstruido, pues había sido volado días antes por elementos
ultraderechistas que apoyaban el paro de camioneros.
La ultraderecha tuvo en esos días la humorada de distribuir
por las calles de Santiago un folleto que advertía de la inminente producción
de un «golpe de Estado comunista con la ayuda de las Fuerzas Armadas».
El 25 de julio, en un clima casi de guerra civil, los
camioneros van de nuevo a la huelga. El 17 de junio ha renunciado el general
del Aire César Ruiz Danyau, ministro de Transportes, ante la imposibilidad de
llegar a un acuerdo. El gobierno reacciona a la movilización nombrando algo así
como comisionado para la huelga al subsecretario del departamento, Jaime
Faivovich, que comienza por requisar los camiones de los huelguistas. Sólo en
la granja de Hugo Gálvez, un ex ministro de Alessandri, aparecen 760 vehículos
escondidos.
El 9 de agosto, Allende forma lo que llamó «gabinete de
seguridad nacional» y Ruiz Danyau vuelve a Transportes. Otra prueba de que el
presidente no ve de qué manera están evolucionando los militares. El ministro
limpia su ministerio de civiles y pone trabas a las requisas de camiones, así
como a la ocupación estatal de las distribuidoras de combustible. Lejos del
plan del gobierno, que incluía escoltar a los camioneros para protegerlos de
los frecuentes atentados, el ministro se reúne con los líderes gremiales en su
propia casa. Los camioneros reclaman: sobre todo, el cese de Faivovich. El 18
de agosto, el general dimite de nuevo.
Salvador Allende y el general César Ruiz se tuteaban.
El 18 de agosto hay un conato de golpe militar, pero los
generales detienen los movimientos de los aviones que se dirigen de Santiago a
Concepción: no quieren dar el golpe hasta que el general Prats esté
completamente apartado, para no dar la oportunidad a militar alguno de elegir
el bando contrario.
El 21 de agosto, una multitudinaria manifestación de
mujeres, esposas de militares de diversas graduaciones con inclusión de las más
altas, se agolpa frente a la casa del general Prats, exigiéndole que dimita. Un
solo militar se presentará después a pedirle perdón al general por la actitud
de su esposa; gesto que no le impedirá, semanas después, ser ministro de
Pinochet.
El 22 de agosto, patotas ultraizquierdistas y
ultraderechistas combaten en la calle, tapizada con pasquines exigiéndole a
Allende que renuncie o que se pegue un tiro.
El 23 de agosto, desde muchos puntos de vista, cae Allende:
el general Carlos Prats dimite. Eñ 28 de agosto, dimite el gobierno en pleno.
El 4 de septiembre, el centro de Santiago es testigo de una
imponente manifestación allendista. Es el tercer aniversario del triunfo de la
Unidad Popular. Esa misma noche, el
ejército allana más de una decena de fábricas, en busca de armas. El día 5, a
duras penas consigue Allende convencer al almirante Raúl Montero que permanezca
como comandante en jefe de la Marina; el estamento militar le presiona para que
renuncie y deje su lugar al almirante José Toribio Merino.
El 6 de septiembre, el general Pinochet hace pública una
nota en la que advierte a la población que no realice provocaciones al ejército
«ya que tales actos podrían tener graves consecuencias en virtud de las órdenes
dadas a la tropa».
El 7 de septiembre (¡el 7 de septiembre!) Allende informa a
sus colaboradores más cercanos de que el ejército está contra él (el ejército
que, en ese momento, hace diez meses que ha ordenado deponerlo). Los líderes de
izquierdas todavía creen en la existencia de un golpe, apoyado por el Ejército
de Tierra, para imponer a Eduardo Frei en la presidencia, pero sin acabar con
el régimen democrático. Según ellos, Marina y Aire son los sostenes del golpe
fascista y antidemocrático.
El 8 de septiembre (¡el 8 de septiembre!), esto es tres años
y cuatro días después de haber ganado las elecciones a la presidencia, Allende
plantea a su equipo la posibilidad de convocar un plebiscito sobre la
transición al socialismo. Esta iniciativa, de haberse llevado a cabo, habría
abierto un boquete en la Historia (el comunismo ha llegado al poder a través de
la guerra o el golpismo; nunca ha sido impuesto por un referendo), pero es de
suponer que hasta Allende, nada más ver la composición del Congreso, nada más
ver los resultados de las elecciones de marzo, las mejores de toda su vida, se
daría cuenta de que tal consulta la perdería. A mayor abundamiento, ese mismo
día Eduardo Frei hace unas declaraciones en la prensa internacional en las que
afirma que Chile está en peligro de guerra civil, porque «quienes controlan el
poder están decididos a pasar por encima de cualquier consideración para
imponer sus ideas, aunque la mayoría del país las rechace». Frase muy, muy
importante, medida. Obsérvese que en ella no figura la expresión gobierno, ni
Unidad Popular, ni siquiera presidente Allende. Enigmáticamente, Frei se
refiere a los que controlan el poder,
en plural.
El 9 de septiembre, la DC propone la renuncia de Allende,
simultánea a la de todos los parlamentarios, y convocatoria de elecciones. El
movimiento se interpreta como una intentona de la democracia cristiana más
izquierdista, buscando evitar la pura reivindicación de su derecha (que Allende
se vaya) y proponiendo, de alguna manera, el plebiscito del presidente, pero de
una forma más ordenada y legal. Ciertamente, si esas elecciones se hubiesen
celebrado, todo el mundo las habría considerado un plebiscito al allendismo.
La policía gubernamental informa al presidente de que el
golpe de Estado será el lunes. Allende se reúne en su casa de la calle Tomás
Moro (premonitorio) con Carlos Altamirano, el portavoz de la izquierda
irredenta. Se ha escrito que la discusión acabó con unos berridos que harían
imposible escuchar a los tres tenores que estuviesen cantando en la habitación
de al lado. Tengo por mí que Allende, sin tener personalmente deseos de transar
con los militares, estaba dispuesto a tragarse ese sapo. En la sostenella y no enmendalla del gobierno,
Allende se lleva más de una torta que debería impactar en el metafórico rostro
de Carlos Altamirano, el Luis Araquistain de la tragedia chilena.
El día 10, desde el Palacio de la Moneda, se filtra la idea
plebiscitaria de Allende. La Democracia Cristiana anuncia una
macromanifestación ese fin de semana para reclamar aumentos de salarios del
100%, para equilibrar el coste de la vida, desbocado. Una manifestación de
mujeres, frente al Ministerio de Defensa, corea: «Fuerzas Armadas al poder, te
lo pide la mujer…»
Ya es demasiado tarde. El resto está contado en otro sitio.
Gracias. No nos conocemos y, probablemente discrepemos en muchas cosas, pero, después de leer la serie sobre el marxista naïf no puedo menos que felicitarte. Por el análisis y por la forma de contarlo. Nunca se me había ocurrido pensar en la ingenuidad como una de las causas del golpe de Pinochet, si bien siempre me había asombrado que Allende le ascendiera conociendo la trayectoria de éste.
ResponderBorrarHace años (muchos, me temo que soy algo mayor) vi un documental sobre el Chile de la UP y el golpe de septiembre que, si bien era bastante parcial, creo recordar que aportaba muchos gráficos y filmaciones originales. Uno de sus aportes eran unas palabras de Kissinger que se me quedaron grabadas en la memoria: "¿Cómo vamos a tolerar que por la inconsciencia de todo un pueblo, Chile se convierta en marxista?". No recuerdo su nombre y durante mucho tiempo he intentado localizarlo sin éxito. No, no es "La batalla de Chile" de Patricio Guzmán. ¿Te suena haberlo visto?
Gracias otra vez
Si es el mismo que yo pienso, es un documental cubano que alguna vez ha pasado la televisión española. Lamentablemente, no puedo darte más datos.
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