sábado, julio 21, 2007
Franco, 1; Falange, 0
Quienes no tienen el gusto o el deseo de explorar y conocer la Historia cometen muchos errores al juzgarla; y uno de los más comunes es la simplificación. La visión parcial o, por qué no decirlo, ignorante, suele adolecer siempre de simplismo, por medio del cual se tiende a convertir los hechos pasados en algo sustancialmente diferente de los presentes: creemos ver en nuestro tiempo contemporáneo algo que no se parece en nada a pasado, porque es mucho mejor. Esto ocurre, por ejemplo, con las tendencias políticas. Todos nosotros vivimos en un mundo donde las tendencias ideológicas son muchas, y tendemos a pensar que éste es un fenómeno relativamente moderno; pensamos en el mundo de hace siglos y lo vemos como un mundo donde poco menos que sólo había una forma de pensar.
viernes, julio 20, 2007
Qué vergüenza
Hace ahora entre treinta y cuarenta años, era todo un mérito poder decir, en la tertulia del bar, que se había logrado leer el último número de El Papus, Hermano Lobo y, sobre todo, La Codorniz, antes de su secuestro. El secuestro de una publicación, esto es su retirada de los quioscos para que no pueda ser leída por el público, es el no va más de la censura, el cadillac del déficit democrático. En democracia, sólo la injuria y la calumnia directas justifican el secuestro de una publicación. Y una acción de este tipo nunca es una buena noticia.
Hoy se ha secuestrado de los quioscos españoles una publicación, El Jueves, por publicar una imagen (una caricatura) sexualmente explícita de dos miembros de la familia real española. Todo ello es cierto: es una caricatura, y es sexualmente explícita. Pero lo importante no es eso. Lo importante es si es injuriosa. Y, la verdad, en un país que, para bien o para mal, permite que canales de televisión generalista difundan películas de sexo explícito; en un país donde concursantes televisivos son encerrados durante meses en una casa para, entre otras cosas, hacer de sus retozos bajo el edredón un espectáculo masivo retransmitido en directo; en un país donde los caricaturistas pintan a personas públicas y los convierten en cualquier cosa; en un país donde ocurre todo eso, considerar una grave injuria el dibujo de dos personas acoplándose, resulta difícil de sostener.
Conste una cosa: a mí, personalmente, esa portada me parece de muy mal gusto. Pero ése no es el tema. Tampoco me parecen de buen gusto tratamientos paródicos que veo por ahí. Ahora mismo estoy pensando en la caricatura que traza Family Guy (Padre de Familia) de Stephen Hawking en el episodio en el que el chucho Brian Griffin trata de acabar su carrera universitaria. Muy, muy mal gusto. Pero responder al mal gusto con la prohibición, lejos de castigarlo, sería, es, santificarlo.
Escribo estas líneas en este blog mío porque va de la Historia de España, y la Historia de España está preñada de secuestros de publicaciones y atropellos a la libre expresión de las ideas; pero es, o era, Historia. La primera cosa que hizo la monarquía cobardemente huida a Francia y regresada tras la guerra de la Independencia, esa monarquía que engañó a los liberales que la apoyaban afirmando su fidelidad con una senda constitucional en la que no creía, la primera cosa que hizo, digo, fue aprobar una ley de imprenta que mandaba a las catacumbas a todo aquel que no aplaudiese con las orejas al deseado Borbón. La Historia del siglo XIX español es un Guadiana de periodos de libertad de prensa entreverado con largos interludios absolutistas o absolutistoides en los que las imprentas, de nuevo, debían callar.
Cuando todo ese montaje forzado y absurdo se vino abajo llegó una República democrática que, sin embargo, tiene en su debe enormes déficit de libertad, precisamente por los periódicos que, a decenas, cerró y secuestró durante diversos periodos. Y qué decir de Franco, la Espada de Trento capaz de cerrarle la revista a todo el que se movía, de volar el edificio entero de un periódico y de manipular las películas de puro divertimento a mayor gloria de las esencias de la muy católica España. Pero todo eso pasó, hasta el día en que apareció en una portada una imagen sexualmente explícita. Gran pecado, por lo visto.
Yo no sé si es o no es cierto eso que al parecer dice ahora la familia real española de que nada de esto va con ellos, que ellos no han pedido el secuestro. Lo que sí sé es que, si fuesen listos, estarían ahora mismo llamando al juez Del Olmo para implorarle que dé marcha atrás. Muy republicano debe de ser el señor magistrado, porque, desde luego, si pretendía hacerle un favor a la institución monárquica, si pretendía protegerla, hoy había sido un día estupendo para que, en lugar de ir a trabajar, se hubiese comprado a una PSP y hubiese ocupado el tiempo intentando pasar de los 50.000 puntos en el Lumines. Porque más que un favor, lo que les ha hecho es una putada. Y ellos, por lo que se ve, se dejan hacer.
La cuenta es sencilla: compárese el número de personas que, en las próximas 72 horas, verán y juzgarán esta portada, y las que la hubieran visto y juzgado de no haber existido el secuestro.
Cráneos previlegiados.
Hoy se ha secuestrado de los quioscos españoles una publicación, El Jueves, por publicar una imagen (una caricatura) sexualmente explícita de dos miembros de la familia real española. Todo ello es cierto: es una caricatura, y es sexualmente explícita. Pero lo importante no es eso. Lo importante es si es injuriosa. Y, la verdad, en un país que, para bien o para mal, permite que canales de televisión generalista difundan películas de sexo explícito; en un país donde concursantes televisivos son encerrados durante meses en una casa para, entre otras cosas, hacer de sus retozos bajo el edredón un espectáculo masivo retransmitido en directo; en un país donde los caricaturistas pintan a personas públicas y los convierten en cualquier cosa; en un país donde ocurre todo eso, considerar una grave injuria el dibujo de dos personas acoplándose, resulta difícil de sostener.
Conste una cosa: a mí, personalmente, esa portada me parece de muy mal gusto. Pero ése no es el tema. Tampoco me parecen de buen gusto tratamientos paródicos que veo por ahí. Ahora mismo estoy pensando en la caricatura que traza Family Guy (Padre de Familia) de Stephen Hawking en el episodio en el que el chucho Brian Griffin trata de acabar su carrera universitaria. Muy, muy mal gusto. Pero responder al mal gusto con la prohibición, lejos de castigarlo, sería, es, santificarlo.
Escribo estas líneas en este blog mío porque va de la Historia de España, y la Historia de España está preñada de secuestros de publicaciones y atropellos a la libre expresión de las ideas; pero es, o era, Historia. La primera cosa que hizo la monarquía cobardemente huida a Francia y regresada tras la guerra de la Independencia, esa monarquía que engañó a los liberales que la apoyaban afirmando su fidelidad con una senda constitucional en la que no creía, la primera cosa que hizo, digo, fue aprobar una ley de imprenta que mandaba a las catacumbas a todo aquel que no aplaudiese con las orejas al deseado Borbón. La Historia del siglo XIX español es un Guadiana de periodos de libertad de prensa entreverado con largos interludios absolutistas o absolutistoides en los que las imprentas, de nuevo, debían callar.
Cuando todo ese montaje forzado y absurdo se vino abajo llegó una República democrática que, sin embargo, tiene en su debe enormes déficit de libertad, precisamente por los periódicos que, a decenas, cerró y secuestró durante diversos periodos. Y qué decir de Franco, la Espada de Trento capaz de cerrarle la revista a todo el que se movía, de volar el edificio entero de un periódico y de manipular las películas de puro divertimento a mayor gloria de las esencias de la muy católica España. Pero todo eso pasó, hasta el día en que apareció en una portada una imagen sexualmente explícita. Gran pecado, por lo visto.
Yo no sé si es o no es cierto eso que al parecer dice ahora la familia real española de que nada de esto va con ellos, que ellos no han pedido el secuestro. Lo que sí sé es que, si fuesen listos, estarían ahora mismo llamando al juez Del Olmo para implorarle que dé marcha atrás. Muy republicano debe de ser el señor magistrado, porque, desde luego, si pretendía hacerle un favor a la institución monárquica, si pretendía protegerla, hoy había sido un día estupendo para que, en lugar de ir a trabajar, se hubiese comprado a una PSP y hubiese ocupado el tiempo intentando pasar de los 50.000 puntos en el Lumines. Porque más que un favor, lo que les ha hecho es una putada. Y ellos, por lo que se ve, se dejan hacer.
La cuenta es sencilla: compárese el número de personas que, en las próximas 72 horas, verán y juzgarán esta portada, y las que la hubieran visto y juzgado de no haber existido el secuestro.
Cráneos previlegiados.
martes, julio 17, 2007
Olvidados de la memoria histórica
Hablamos mucho de memoria histórica. De hacer justicia con el pasado de muchas personas. Y, sin embargo, esta intención, no pocas veces, es notablemente parcial. Porque la Historia entierra a muchas personas, héroes y villanos, sin que ni siquiera quienes debieran ocuparse de que no sea así se preocupen por ello.
Hoy se multiplican los homejanes por parte de quienes se sienten herederos de la República (y lo escribo así porque, con los votos en la mano, la República fue fundamentalmente el PSOE y un montón de partidos que nadie sabe hoy a ciencia cierta qué herederos tienen; y, recíprocamente, a los antepasados de no pocos de los herederos de hoy no los votaba ni Dios). A los excombatientes, a los brigadistas internacionales. Está bien. Pero es poco. En una guerra, ya lo he escrito, hay muchas historias entrelazadas, la mayoría olvidadas.
Hoy quiero desempolvar cuatro: las de Arvid Harnack, Harro Schulze-Boysen, y sus respectivas mujeres. Al final del texto explicaré por qué.
Arvid Harnack nació en 1901, en el seno de una familia burguesa, formada sobre todo por profesores y funcionarios, muy religiosos. En 1918, acabada la guerra, milita durante algún tiempo en organizaciones ultranacionalistas (que son la semilla del nazismo), pero acaba haciéndose comunista. En 1927, consigue una beca de la Fundación Rockefeller para viajar a Estados Unidos, concretamente a Wisconsin, para estudiar los movimientos sindicales americanos. Allí conoce a una mujer, Mildred Fish, con la que se casa y vuelve a Alemania.
Hoy es el día que las escuelas de Wisconsin celebran, cada 16 de septiembre, el Mildred Fish Harnack Day. En este post os voy a explicar por qué.
En Alemania, Harnack monta un grupo de estudio que, en 1932, viaja a la Unión Soviética para analizar in situ la economía planificada. Allí es contactado por dos de los líderes de Komintern, Otto Kuusinen y Osip Piatnisky, ambos, por lo tanto, miembros del Partido Comunista con la función de impulsar la revolución mundial. Ambos consiguen captar a Harnack para que trabaje para la URSS.
En 1933, los nazis llegan al poder. Ese mismo año, Harnack consigue una jefatura en el servicio de relaciones económicas con Rusia del Ministerio de Economía. Mildred, mientras tanto, traduce y da clases. En 1937, momento en que la olla alemana ya está muy caliente, el matrimonio viaja a Estados Unidos, donde los amigos, sobre todo de Mildred, les ofrecen ayuda para no regresar. Harnack, sin embargo, se niega, lo cual sirve para que casi todos en el círculo americano piensen que se ha vuelto nazi.
Y no son los únicos que lo piensan. Para los nacionalsocialistas, el gesto de regresar tiene un valor claro: se trata de un hombre de confianza. Así que Harnack participa nada menos que en los trabajos previos de la firma del pacto alemán-soviético entre Hitler y Stalin, y se convierte en uno de los más altos funcionarios del Ministerio de Economía.
Harro Schulze-Boysen es casi un aristócrata. Nacido en 1912, es sobrino-nieto de una de las glorias de la armada alemana, el almirante Von Tirpitz. Su padre llegó a ser jefe de Estado Mayor de las tropas alemanas que ocuparon Holanda en la segunda guerra mundial.
A los 17 años, encontramos al joven Harro desfilando entre las filas de una organización juvenil muy conservadora, la Jungdeutscher Order. Sin embargo, en los años de la universidad, Shulze-Boysen se apartará del protonazismo de su adolescencia, así como del comunismo, promoviendo una especie de tercera vía revolucionaria, que ha de generar un cambio social radical, no se sabe muy bien cómo. Crea una revista donde escriben colaboradores de todo pelaje.
Cuando llega Hitler, en 1933, esa táctica de permitir todo tipo de puntos de vista le costará cara. Harro es arrestado por las temidas SS, que lo meten en un calabozo y le dan varias manos de hostias. La familia, pudiente e influyente, consigue sacarlo, pero el Shulze-Boysen que sale de la celda ya no es el mismo: ahora odia a los nazis con todo su corazón y sólo vivirá para vengarse.
En 1936, Harro endereza su vida, cuando menos de puertas para afuera, tras casarse con Libertas Haas-Haye, una chica de muy buena familia, incluso lejanamente emparentada con el Kaiser. Una familia, además, muy bien relacionada, como la suya propia. Testigo de la boda será un prominente nazi: Hermann Göring, el jefe de la Luftwaffe (fuerzas aéreas). A todas luces, Harrito ha lavado su difícil pasado liberal a los ojos de los nazis.
Shulze-Boysen se trabaja a tope al idiota Göring y consigue que éste le meta en el Instituto de Investigaciones Hermann Göring.
Así que tenemos, en 1936, a dos alemanes de ley, uno funcionario del Ministerio de Economía, y otro introducido en el Ejército del Aire, los dos con un intachable marchamo nacionalsocialista. Ambos fieles a la causa y dispuestos a morir por ella.
Y, sin embargo, ambos son el centro de la sección berlinesa de la Orquesta Roja, es decir, la red de espías soviéticos en Alemania y los territorios ocupados.
Gilles Perrault, en su libro dedicado a esta Orquesta Roja, nos traza la forma de trabajar de este cuarteto a través de un reclutamiento: el del teniente Herbert Gollnow.
Gollnow era un joven militar, ávido de ascensos y medallas, que estaba loco por ser destinado al frente para poder ganarlas. Estando en la Luftwaffe, habló con Shulze-Boysen por ver si le podía ayudar. Harro, lejos de hacerle caso, le convenció de que su futuro estaba en Berlín, cerca de él, pero, eso sí, para medrar debía de hablar inglés. Así que le convenció para que pusiera un anuncio en la prensa pidiendo un profesor particular y se ofreció, asimismo, para estudiar con él las ofertas.
Gollnow recibió dos ofertas por su anuncio. Una era de un mediopensionista cualquiera el cual, por supuesto, pidió dinero por las clases. Shulze-Boysen le convenció de que era demasiado caro. La segunda oferta era de una profesora americana que se mostró entusiasmada por poder practicar el inglés por las tardes, mientras tomaba el té con su alumno; tan, tan entusiasmada que se mostró dispuesta a hacerlo sin cobrar.
Gollnow, impulsado por su superior en la Luftwaffe, se tragó el anzuelo: la profesora altruista no era otra que Mildred Fish Harnack.
Mildred ejerció con pericia su labor de calientapollas. Cada tarde, a las cinco, se sentaba a tomar el té con su alumno el teniente y le decía cosas como que tenía que mirarla fijamente a los labios cuando hablaba para captar la pronunciación. Gestitos, posturitas. Era una mujer muy bella, probablemente, según Perrault, lesbiana. Hemos de suponer que al joven Gollnow cada vez se le trababa más la lengua y, más aún, ni siquiera era el único apéndice que se le trababa.
Un día, en el invierno de 1941 a 1942, Arvid Harnack entró en la sala. Realizó con Gollnow un viejo truco de espía: si quieres que alguien te dé información, muéstrale, como si tal cosa, que tú tienes más. Hablaron de la guerra. Gollnow se quejó de que el frente del Este estuviese empantanado. Harnack anunció que eso iba a cambiar. Gollnow, educadamente, le explicó que, si iba a haber movimientos en el Este, él debería saberlo. Entonces Harnack, como el que habla de cualquier gilipollez, le habó de un movimiento masivo de prisioneros del Cáucaso que era una clara demostración de que algo había de pasar, y del cual el teniente no tenía ni idea. Gollnow quedó fascinado y, desde entonces, no tuvo reparo en ventilar en aquella casa los mayores secretos, creyendo estar entre personas que ya los conocían.
No debieron pasar muchos días antes que Gollnow y Mildred Fish se acostasen por primera vez. Siempre según Perrault, Mildred le presentó a Libertas, la mujer de Shulze-Boysen, también lesbiana; y se montaron un trío. Lo llamaban las Veladas de los Catorce Puntos, nombre que se refiere a los puntos de las cartillas de racionamiento. Las mujeres tenían que acudir con vestido equivalente al que se podía comprar con catorce puntos, por lo que iban semidesnudas.
Sabido es que el sexo es la vía más antigua del mundo para soltar la lengua de un ser humano. Gollnow cantó de plano. Llegó incluso a confesarle a sus dos amantes todos los detalles de una expedición de paracaidistas alemanes que iban a saltar tras las líneas rusas, ninguno de los cuales llegó al suelo: los soviéticos sabían dónde, cuándo y cómo iban a saltar y los fusilaron en el aire.
Shulze-Boysen amplió las Veladas de los Catorce Puntos. El todo Berlín iba a su casa a probar el folleteo. Y que nadie piense que esta política discriminaba a las espías. El libro de Perrault incluye un testimonio según el cual el propio Shulze-Boysen reclutó a un joven soldado, de nombre Heilman. El chico se enamoró del apuesto jefe de la Luftwaffe y éste no tuvo reparo en acostarse con él.
«He metido mi venganza en el congelador»; éstas fueron las palabras que Harro Shulze-Boysen pronunció ante un conocido en 1933, tras salir de los calabozos de la SS. Todo parece indicar que éste fue siempre su impulso. No era comunista, en lo absoluto. Era alguien humillado que quería vengarse y llegaba donde no llegaba nadie. Porque el gran problema de la oposición alemana al nazismo es que estaba formada por alemanes, así pues, a muchos opositores, además de repugnarles Hitler, les repugnaba que Alemania perdiese la guerra. A Shulze-Boysen, no. Él quería aplastar a esos jodidos nazis y, por eso, junto a su compañero el comunista Harnack, hizo impagables servicios a la URSS, el mayor de ellos avisarles del cambio de estrategia de Hitler, cuando decidió no intentar tomar Moscú y virar hacia el sureste para hacerse con el petróleo del Cáucaso; tentativa durante la cual, como sabemos cayó en el pozo de Stalingrado, donde, no por casualidad, le estaban esperando los rusos.
¿Qué tienen que ver Harnack, Shulze-Boysen, Mildred Fish y Libertas Haas-Haye con nuestra memoria histórica? Pues tienen que ver, porque no sólo espiaron para prevenir sobre los ataques a la URSS. Por Alemania pasaba también mucha documentación sobre los movimientos del ejército franquista, pues eran movimientos combinados con el ejército alemán, especialmente en la aviación, que era el arma que, precisamente, Shulze-Boysen se tenía más «trabajada». Sabemos, pues, que estos espías informaron a Moscú, y Moscú a Madrid, sobre un montón de acciones previstas por Franco, lo que permitió a la República prever muchos golpes. Ellos, por lo tanto, y aunque estos servicios fueron obviamente previos a la guerra alemana, también se jugaron la vida por España.
Fueron detenidos en 1942 y ejecutados en los meses siguientes. Así pues, descansan en paz. La paz de los olvidados.
Hoy se multiplican los homejanes por parte de quienes se sienten herederos de la República (y lo escribo así porque, con los votos en la mano, la República fue fundamentalmente el PSOE y un montón de partidos que nadie sabe hoy a ciencia cierta qué herederos tienen; y, recíprocamente, a los antepasados de no pocos de los herederos de hoy no los votaba ni Dios). A los excombatientes, a los brigadistas internacionales. Está bien. Pero es poco. En una guerra, ya lo he escrito, hay muchas historias entrelazadas, la mayoría olvidadas.
Hoy quiero desempolvar cuatro: las de Arvid Harnack, Harro Schulze-Boysen, y sus respectivas mujeres. Al final del texto explicaré por qué.
Arvid Harnack nació en 1901, en el seno de una familia burguesa, formada sobre todo por profesores y funcionarios, muy religiosos. En 1918, acabada la guerra, milita durante algún tiempo en organizaciones ultranacionalistas (que son la semilla del nazismo), pero acaba haciéndose comunista. En 1927, consigue una beca de la Fundación Rockefeller para viajar a Estados Unidos, concretamente a Wisconsin, para estudiar los movimientos sindicales americanos. Allí conoce a una mujer, Mildred Fish, con la que se casa y vuelve a Alemania.
Hoy es el día que las escuelas de Wisconsin celebran, cada 16 de septiembre, el Mildred Fish Harnack Day. En este post os voy a explicar por qué.
En Alemania, Harnack monta un grupo de estudio que, en 1932, viaja a la Unión Soviética para analizar in situ la economía planificada. Allí es contactado por dos de los líderes de Komintern, Otto Kuusinen y Osip Piatnisky, ambos, por lo tanto, miembros del Partido Comunista con la función de impulsar la revolución mundial. Ambos consiguen captar a Harnack para que trabaje para la URSS.
En 1933, los nazis llegan al poder. Ese mismo año, Harnack consigue una jefatura en el servicio de relaciones económicas con Rusia del Ministerio de Economía. Mildred, mientras tanto, traduce y da clases. En 1937, momento en que la olla alemana ya está muy caliente, el matrimonio viaja a Estados Unidos, donde los amigos, sobre todo de Mildred, les ofrecen ayuda para no regresar. Harnack, sin embargo, se niega, lo cual sirve para que casi todos en el círculo americano piensen que se ha vuelto nazi.
Y no son los únicos que lo piensan. Para los nacionalsocialistas, el gesto de regresar tiene un valor claro: se trata de un hombre de confianza. Así que Harnack participa nada menos que en los trabajos previos de la firma del pacto alemán-soviético entre Hitler y Stalin, y se convierte en uno de los más altos funcionarios del Ministerio de Economía.
Harro Schulze-Boysen es casi un aristócrata. Nacido en 1912, es sobrino-nieto de una de las glorias de la armada alemana, el almirante Von Tirpitz. Su padre llegó a ser jefe de Estado Mayor de las tropas alemanas que ocuparon Holanda en la segunda guerra mundial.
A los 17 años, encontramos al joven Harro desfilando entre las filas de una organización juvenil muy conservadora, la Jungdeutscher Order. Sin embargo, en los años de la universidad, Shulze-Boysen se apartará del protonazismo de su adolescencia, así como del comunismo, promoviendo una especie de tercera vía revolucionaria, que ha de generar un cambio social radical, no se sabe muy bien cómo. Crea una revista donde escriben colaboradores de todo pelaje.
Cuando llega Hitler, en 1933, esa táctica de permitir todo tipo de puntos de vista le costará cara. Harro es arrestado por las temidas SS, que lo meten en un calabozo y le dan varias manos de hostias. La familia, pudiente e influyente, consigue sacarlo, pero el Shulze-Boysen que sale de la celda ya no es el mismo: ahora odia a los nazis con todo su corazón y sólo vivirá para vengarse.
En 1936, Harro endereza su vida, cuando menos de puertas para afuera, tras casarse con Libertas Haas-Haye, una chica de muy buena familia, incluso lejanamente emparentada con el Kaiser. Una familia, además, muy bien relacionada, como la suya propia. Testigo de la boda será un prominente nazi: Hermann Göring, el jefe de la Luftwaffe (fuerzas aéreas). A todas luces, Harrito ha lavado su difícil pasado liberal a los ojos de los nazis.
Shulze-Boysen se trabaja a tope al idiota Göring y consigue que éste le meta en el Instituto de Investigaciones Hermann Göring.
Así que tenemos, en 1936, a dos alemanes de ley, uno funcionario del Ministerio de Economía, y otro introducido en el Ejército del Aire, los dos con un intachable marchamo nacionalsocialista. Ambos fieles a la causa y dispuestos a morir por ella.
Y, sin embargo, ambos son el centro de la sección berlinesa de la Orquesta Roja, es decir, la red de espías soviéticos en Alemania y los territorios ocupados.
Gilles Perrault, en su libro dedicado a esta Orquesta Roja, nos traza la forma de trabajar de este cuarteto a través de un reclutamiento: el del teniente Herbert Gollnow.
Gollnow era un joven militar, ávido de ascensos y medallas, que estaba loco por ser destinado al frente para poder ganarlas. Estando en la Luftwaffe, habló con Shulze-Boysen por ver si le podía ayudar. Harro, lejos de hacerle caso, le convenció de que su futuro estaba en Berlín, cerca de él, pero, eso sí, para medrar debía de hablar inglés. Así que le convenció para que pusiera un anuncio en la prensa pidiendo un profesor particular y se ofreció, asimismo, para estudiar con él las ofertas.
Gollnow recibió dos ofertas por su anuncio. Una era de un mediopensionista cualquiera el cual, por supuesto, pidió dinero por las clases. Shulze-Boysen le convenció de que era demasiado caro. La segunda oferta era de una profesora americana que se mostró entusiasmada por poder practicar el inglés por las tardes, mientras tomaba el té con su alumno; tan, tan entusiasmada que se mostró dispuesta a hacerlo sin cobrar.
Gollnow, impulsado por su superior en la Luftwaffe, se tragó el anzuelo: la profesora altruista no era otra que Mildred Fish Harnack.
Mildred ejerció con pericia su labor de calientapollas. Cada tarde, a las cinco, se sentaba a tomar el té con su alumno el teniente y le decía cosas como que tenía que mirarla fijamente a los labios cuando hablaba para captar la pronunciación. Gestitos, posturitas. Era una mujer muy bella, probablemente, según Perrault, lesbiana. Hemos de suponer que al joven Gollnow cada vez se le trababa más la lengua y, más aún, ni siquiera era el único apéndice que se le trababa.
Un día, en el invierno de 1941 a 1942, Arvid Harnack entró en la sala. Realizó con Gollnow un viejo truco de espía: si quieres que alguien te dé información, muéstrale, como si tal cosa, que tú tienes más. Hablaron de la guerra. Gollnow se quejó de que el frente del Este estuviese empantanado. Harnack anunció que eso iba a cambiar. Gollnow, educadamente, le explicó que, si iba a haber movimientos en el Este, él debería saberlo. Entonces Harnack, como el que habla de cualquier gilipollez, le habó de un movimiento masivo de prisioneros del Cáucaso que era una clara demostración de que algo había de pasar, y del cual el teniente no tenía ni idea. Gollnow quedó fascinado y, desde entonces, no tuvo reparo en ventilar en aquella casa los mayores secretos, creyendo estar entre personas que ya los conocían.
No debieron pasar muchos días antes que Gollnow y Mildred Fish se acostasen por primera vez. Siempre según Perrault, Mildred le presentó a Libertas, la mujer de Shulze-Boysen, también lesbiana; y se montaron un trío. Lo llamaban las Veladas de los Catorce Puntos, nombre que se refiere a los puntos de las cartillas de racionamiento. Las mujeres tenían que acudir con vestido equivalente al que se podía comprar con catorce puntos, por lo que iban semidesnudas.
Sabido es que el sexo es la vía más antigua del mundo para soltar la lengua de un ser humano. Gollnow cantó de plano. Llegó incluso a confesarle a sus dos amantes todos los detalles de una expedición de paracaidistas alemanes que iban a saltar tras las líneas rusas, ninguno de los cuales llegó al suelo: los soviéticos sabían dónde, cuándo y cómo iban a saltar y los fusilaron en el aire.
Shulze-Boysen amplió las Veladas de los Catorce Puntos. El todo Berlín iba a su casa a probar el folleteo. Y que nadie piense que esta política discriminaba a las espías. El libro de Perrault incluye un testimonio según el cual el propio Shulze-Boysen reclutó a un joven soldado, de nombre Heilman. El chico se enamoró del apuesto jefe de la Luftwaffe y éste no tuvo reparo en acostarse con él.
«He metido mi venganza en el congelador»; éstas fueron las palabras que Harro Shulze-Boysen pronunció ante un conocido en 1933, tras salir de los calabozos de la SS. Todo parece indicar que éste fue siempre su impulso. No era comunista, en lo absoluto. Era alguien humillado que quería vengarse y llegaba donde no llegaba nadie. Porque el gran problema de la oposición alemana al nazismo es que estaba formada por alemanes, así pues, a muchos opositores, además de repugnarles Hitler, les repugnaba que Alemania perdiese la guerra. A Shulze-Boysen, no. Él quería aplastar a esos jodidos nazis y, por eso, junto a su compañero el comunista Harnack, hizo impagables servicios a la URSS, el mayor de ellos avisarles del cambio de estrategia de Hitler, cuando decidió no intentar tomar Moscú y virar hacia el sureste para hacerse con el petróleo del Cáucaso; tentativa durante la cual, como sabemos cayó en el pozo de Stalingrado, donde, no por casualidad, le estaban esperando los rusos.
¿Qué tienen que ver Harnack, Shulze-Boysen, Mildred Fish y Libertas Haas-Haye con nuestra memoria histórica? Pues tienen que ver, porque no sólo espiaron para prevenir sobre los ataques a la URSS. Por Alemania pasaba también mucha documentación sobre los movimientos del ejército franquista, pues eran movimientos combinados con el ejército alemán, especialmente en la aviación, que era el arma que, precisamente, Shulze-Boysen se tenía más «trabajada». Sabemos, pues, que estos espías informaron a Moscú, y Moscú a Madrid, sobre un montón de acciones previstas por Franco, lo que permitió a la República prever muchos golpes. Ellos, por lo tanto, y aunque estos servicios fueron obviamente previos a la guerra alemana, también se jugaron la vida por España.
Fueron detenidos en 1942 y ejecutados en los meses siguientes. Así pues, descansan en paz. La paz de los olvidados.