Inasequible Aldesaliento, siempre atento a las novedades y a la innovación, es nuestro principal generador de post novedosos. Hoy inaugura un nuevo tipo de post, que podríamos denominar la Antilectura.
Se trata de comentar un libro que no se os recomienda leer. Que ha sido leído por el crítico, muy a su pesar. Paréceme todo un servicio éste de Ina, porque es cierto que, si útil es que te señalen dónde debieras pisar, más lo es aún que te aviertan dónde, en caso que pongas el pie, vas a ponerte el zapato hasta las trancas de mierda.
Bienvenida sea, pues, esta Antilectura de Ina.
La Historia política de la España contemporánea, de Melchor Fernández Almagro, es una obra clásica para el estudio de la Historia española de la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX.
Durante muchos años anduvo por mi casa el volumen segundo de los tres que la componen. Después de muchos años de tenerla en la lista de libros a leer algún día, finalmente me la he leído. Creo que ha sido para desafiar a JdJ, que me consta que no se la ha leído, y poderle decir: «Te habrás leído el diario de un bedel del Banco de España durante el reinado de Alfonso XIII y las memorias del primo segundo de Dolores Ibarruri, pero ¿a que no te has leído a Fernández Almagro?» Pues bien, el desafío me ha salido mal. JdJ, no leas a Fernández Almagro, por lo que más quieras.
El libro ha envejecido mal. Fernández Almagro concibe la Historia a la manera antigua: Historia es aquello que hacen los políticos y los militares. Los movimientos sociales, las ideologías, los acontecimientos económicos, prácticamente no cuentan. Da la impresión de que el libro haya sido escrito a base de los diarios de sesiones de las Cortes, recortes de hemerotecas y algunas memorias de prohombres de la época. Eso tal vez fuera suficiente para escribir Historia a comienzos del siglo XX. Hoy no basta.
Por poner un ejemplo. Dedica seis páginas al nacionalismo catalán y a las bases de Manresa, las cuales transcribe. Pero al cabo de esas seis páginas el lector sigue sin saber cuáles son los orígenes del nacionalismo catalán y cuál era su base social. Otro ejemplo, aún más sangrante: la segunda guerra de Cuba, a la que dedica prácticamente dos capítulos y medio de siete que tiene el libro. Fernández Almagro se extiende minuciosamente sobre las marchas y contramarchas de los ejércitos. Nos informa de que el general Hernández de Velasco sorprendió el 28 de marzo de 1897 a la partida insurrecta de Ríus Rivera en Cabezadas de Río Hondo y que ésta estaba compuesta por 100 hombres. ¡Bravo por el detalle! Pero el trasfondo de la guerra queda muy difuminado. Por un lado estaba la Unión Constitucional que era proespañola y asimilacionista, por otro estaban los autonomistas que nadaban entre dos aguas y lentamente iban perdiendo partidarios que se pasaban al independentismo. Pero aparte de saber que los cubanos se quejaban de la corrupción y desidia de la Administración colonial, apenas nos dice el autor cuáles eran las fuerzas sociales que apoyaban a cada uno de los bloques y las causas profundas del descontento. También durante el relato de las operaciones militares, el lector se queda en la duda de si los habaneros y el pueblo cubano en general eran proespañoles, proindependentistas o indiferentes. Tan pronto da la impresión de que deseaban la derrota de España como la de que estaban hartos de los desmanes de los independentistas.
Otra cosa que acaba molestando un tanto es que el autor a menudo abandona la neutralidad del historiador y ofrece sus juicios personales, que suelen ser patrioteros y conservadores. No diré que los historiadores actuales sean un dechado de neutralidad, pero al menos han aprendido a esconder mejor sus prejuicios.
Finalmente, para un lector del siglo XXI si hay algo en Fernández Almagro que acaba cansando es su retórica, que seguro que causó furor en su día. En el segundo párrafo del volumen ya tenemos un ejemplo magnífico: Contaba Doña María Cristina treinta y siete años cuando recayeron en su erguida cabeza de mujer extraordinariamente distinguida y de firme carácter, las tocas de la viudez y el peso total de la corona que hasta entonces compartiera sin carga constitucional de ninguna especie ni vislumbres de poder. Joven, viuda, herido el corazón a fondo; en tierra extraña; amenazada por toda suerte de posibilidades adversas, sin hijo varón que asegurase la sucesión, de no ser niño el fruto de su embarazo; desprovista de experiencia política y ajena por entero al juego de ideas e intereses de que acto continuo habría de ser árbitro… Y así durante 400 páginas más.
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