El 16 de septiembre de 1936, en un lugar de la sierra de Madrid denominado La Salamanca, cayó herido de muerte Fernando de Rosa; persona que, a pesar de que su nombre pueda llevar a engaño, no era español, sino italiano.
Tiene su interés la figura de Fernando de Rosa porque es algo así como un prebrigadista internacional pues, aunque muchas de sus actuaciones están ligadas a las brigadas y, más concretamente, a la Columna Garibaldi (formada, claro está, por italianos), su presencia e historia en España se dilata más atrás en el tiempo. La valoración que de su figura encuentro en los libros es variable según quién la haga, y eso sin salir del bando republicano.
El gran punto de referencia de De Rosa es Pietro Nenni. Político de larga y variada evolución, desde la izquierda más pura hasta el centroizquierda (hay un retrato indirecto de él muy interesante en una bellísima novela de Gaetano Tumiati: El corsé de yeso), Nenni, en 1936, estaba en España, luchando con el bando republicano, y llevaba un diario de combatiente que publicó, bien con su firma, bien con el seudónimo El miliciano rojo, en Il Nouvo Avanti, publicación que, en la Italia de Mussolini, no pasaba desde luego por sus mejores momentos de legalidad. Siendo como era Nenni un escritor (más bien periodista) no falto de estilo y capacidades, la entrada de su diario correspondiente a la muerte de De Rosa tiene tensión y mucho lirismo. Para los italianos de izquierdas, la muerte de Fernando de Rosa en una de las acciones que más orgullo provocó en el bando republicano (la defensa de la sierra de Madrid y, luego, de Madrid mismo), fue un icono de gran valor.
No obstante, no todo fue del color de rosa para este italiano de igual apellido. Amaro del Rosal, que en 1934 era el dirigente del sindicato de Banca de la UGT y que fue un personaje de indudable relevancia en la preparación del golpe de Estado revolucionario de octubre de 1934 (la mal llamada Revolución de Asturias), lo pone a caer de un burro. Sus valoraciones están en un libro que escribió a principios de los años ochenta (UGT 1934: El movimiento revolucionario de octubre. Editado por Akal, colección España sin Espejo, nombre que supongo que era una coña respecto de la conocidísima colección Espejo de España, de Planeta).
Del Rosal fue uno de los principales impulsores de la deriva de la UGT en favor de las tesis revolucionarias de Largo Caballero, que no eran aceptadas por quienes estaban al frente del sindicato a finales de 1933: el tridente de viejos sindicalistas formado por Julián Besteiro, Trifón Gómez y Andrés Saborit. En compañía de otros ugetistas de fuerte penetración socialista y revolucionaria (Pascual Tomás, Díaz Alor, etc., cada uno con diferentes intensidades), encabezó las presiones a la Ejecutiva para que se sumase a la estrategia de dar un golpe de Estado revolucionario como respuesta al cambio de tornas políticas que se había producido con la victoria electoral del centro y de la derecha. Una vez que la Ejecutiva hostil a esta estrategia hubo dimitido y fue sustituida por el propio Largo y Anastasio de Gracia, en la preparación del golpe revolucionario Del Rosal se ocupó, según sus propias confesiones, del aspecto financiero (captación de recursos), junto con Indalecio Prieto. Hay mucho que contar de la preparación de aquel golpe, y aquí me emplazo a mí mismo para ello.
Lo que no creo que haga falta explicar ni recordar demasiado es que aquel golpe fue un fracaso en Madrid y en la mayoría de España, y porque en Asturias sí prendió es por lo que lo conocemos como Revolución de Asturias. Tras el fracaso, los cabecillas de la conspiración hubieron de esconderse y huir, aunque no pocos fueron rápidamente encarcelados (entre ellos, el propio Largo). Amaro del Rosal consiguió pasar a Portugal (una dictadura de derechas ya por aquel entonces) y, una vez en Lisboa, hizo una gilipollez: solicitar ante la policía internacional asilo político. O sea, como si un agente de la CIA que conspira contra Fidel Castro pidiese asilo en Corea del Norte, más o menos. En dos o tres días, había sido entregado a la policía española.
En Madrid, más concretamente en la sede de la Dirección General de Seguridad en la calle Víctor Hugo, Del Rosal fue interrogado varias veces, normalmente de madrugada. Un día, lo suben a la sala de interrogatorios y se encuentra cara a cara con... Fernando de Rosa. En medio de ese extraño careo, la policía le lee la declaración del italiano, firmada por él, en la que no sólo confirma que era uno de los organizadores del golpe, sino que, y esto es lo que más le duele a Del Rosal, se adorna diciendo que, cuando supo el golpe fracasado, Del Rosal se tiró al suelo tirándose de los pelos y llorando, como un cobarde niño chico. Ciertamente, en el momento en que la policía conmina a que, en presencia de Amaro, el italiano confirme estos extremos, De Rosa, con su característico tartamudeo, lo niega. Sin embargo, los revolucionarios españoles ya no le perdonarán el detalle, probablemente porque lo consideran innecesario. Bajo la presión del interrogatorio, se puede llegar a acusar a alguien; pero lo que no tiene sentido es intentar, además, denigrarlo.
Amaro del Rosal da por cierta, además, la versión de la prensa de la época, según la cual Fernando de Rosa no fue detenido, sino que se presentó voluntariamente a la Policía. Sinceramente, creo que aquí el viejo ugetista se dejó llevar por la rabia y el rencor. La prensa que publicó que De Rosa se había entregado voluntariamente es la misma prensa que publicó que a Del Rosal le habían detenido tratando de pasar a Portugal disfrazado de cura, lo cual no es verdad. Eso sí, lo da tan por cierto que también puede ser que De Rosa lo admitiese.
Las relaciones del italiano con los conspiradores socialistas, al parecer, nunca volvieron a ser iguales. Estando todos en la cárcel Modelo (de Madrid), se hizo algo así como un acto de conciliación, un pelillos a la mar; pero todas las trazas son de que cada uno conservó sus resquemores. Si ahora volvemos a la guerra y a la lectura de Nenni y creemos su versión de un Fernando de Rosa al frente de los italianos de izquierdas, lanzándose a pecho descubierto a enfrentar cualquier peligro sin miedo por la propia vida, quizá podamos avizorar que el italiano, cargando con un pasado como el que tenía, y sabiendo que algunos socialistas españoles recelaban de él, se reivindicó a través de la temeridad. Y de la muerte.
Del Rosal, por último, cuenta una anécdota cuyo significado se me escapa. Después del careo que antes he relatado, ambos, Del Rosal y De Rosa, fueron interrogados conjuntamente una vez más. Cuando subían las escaleras hacia la sala, el español cuenta que el italiano le susurró: «Amaro, si te di-dicen que te qui-quites la cha-chaqueta, no te la qui-quites». Luego, en el interrogatorio, nadie instó a los interrogados a que se quitasen la chaqueta. Pero, ¿no os preguntáis qué es lo que hubiera pasado? ¿Era, tal vez, una contraseña entre policías, que De Rosa conocía, para empezar a hacer algo (por ejemplo, golpearlos)? Pero esto no tiene sentido, porque si un policía ha decidido empezar a pegarte y tiene convenido que la señal para los otros policías es pedirle al interrogado que se quite la chaqueta, no se va a parar porque el interrogado se niegue a quitársela.
Es un asunto, como poco, intrigante.
Los recuerdos de Del Rosal dan para mucho. El próximo al que espero referirme, dentro de algunos días creo, es el referido a la entrevista más extraña que rodeó la preparación del golpe de Estado revolucionario de 1934.
jueves, agosto 03, 2006
lunes, julio 31, 2006
Recuperando la memoria histórica
Acojo aquí, con todo el gusto y espero que no sea la última vez, una amable colaboración de mi amigo Inasequible Aldesaliento. Ina y yo tenemos una relación ya larga, en la que hemos discutido sobre un montón de asuntos relacionados con la Historia de España y del mundo. Yo creo que hace tres años que lo hacemos y hoy es el día que no nos conocemos físicamente (qué sexual ha sonado esto; aunque yo me refería únicamente al contacto visual).
Cuando puse en marcha este blog, no perdí el tiempo e invité a Ina para que colaborase en él. De hecho, y lo digo públicamente, albergo la ambición de que algún día acepte ser coeditor de estas notas.
Ina empieza su recorrido en esta lista por un tema de actualidad: la memoria histórica de la guerra civil española. Todo lo que puedo apostillar de sus notas es que, de haberlas escrito yo, habría dicho lo mismo, sólo que me habría expresado peor.
---------------
Recuperando la memoria histórica
© Inasequible Aldesaliento™
Cuando oigo hablar de la recuperación de la memoria histórica, me da por pensar en abnegados arqueólogos toscanos recuperando vasijas etruscas en las cercanías de Florencia.
Recuperar la memoria histórica de sucesos que ocurrieron hace setenta años y sobre los que se han escrito centenares de volúmenes suena a tarea inútil, casi como discutir si Colón llegó a América a las 11 de la mañana del 12 de octubre de 1492 o a las 12 menos 20.
Por eso me parece que cuando se habla de recuperar la memoria histórica de lo ocurrido hace 70 años en España lo que en realidad se nos está diciendo es «reinterpretar la memoria histórica». Porque la Historia es siempre una, pero sus interpretaciones son infinitas.
Es un hecho que Julio César murió en los Idus de marzo del 44 a.C. Pero podemos pasarnos años discutiendo si sus asesinos eran republicanos de pro que temían el cesarismo de César (hay nombres que marcan), si eran ambiciosos que no querían que César se adjudicase una corona a la que ellos mismos aspiraban o maridos y padres hartos de que César se cepillase una noche sí y otra tambíén a sus mujeres y a sus hijos adolescentes. Esto segundo es interpretación.
Franco participó en la conspiración antirrepublicana que condujo al 18 de julio. Eso es un hecho. ¿Lo hizo porque no quería quedarse fuera de lo que intuía que iba a ser el caballo ganador? ¿Lo hizo porque era un legalista y veía que la legalidad republicana estaba siendo tan subvertida que era necesario un golpe de timón? La respuesta a esa pregunta es interpretación y responderla tiene algo de novela policiaca. Ver las palabras de Franco en esos días y sus justificaciones a posteriori, leer las memorias veraces o no de los protagonistas de aquella época y decidir con qué carta nos quedamos.
En unos momentos en los que Oriente Medio arde, el planeta se recalienta, hay pandemias y terremotos, que haya políticos dedicados a interpretar la Historia parece un ejercicio entre pueril y futil. Estúpido, incluso.
A veces parece que el ejercicio consiste en una recuperación de la memoria histérica, conseguir revivir las pasiones de aquellos años. La ciencia histórica, el deseo de buscar interpretaciones lo más objetivas posible, no parecen estar muy alto en la lista de prioridades.
Así que cuando la pesada de mi vecina, que nunca se entera de nada, me encuentra en el ascensor y me pregunta por eso que ha dicho Zapatero en el Congreso sobre la Historia y que tenía tan buen talante, pero ella que sólo acabó el graduado escolar apenas ha entendido, la comprendo perfectamente. Yo mismo no acabo de ver la utilidad del ejercicio e intento explicarselo. Pero la pobre es un poco obtusa (sería una parlamentaria perfecta, siempre silenciosa y votando lo que le dijeran) y todo se lo tengo que repetir varias veces hasta que pierdo la paciencia y le acabo por gritar:
- Se trata de recuperar la memoria, histérica.
Cuando puse en marcha este blog, no perdí el tiempo e invité a Ina para que colaborase en él. De hecho, y lo digo públicamente, albergo la ambición de que algún día acepte ser coeditor de estas notas.
Ina empieza su recorrido en esta lista por un tema de actualidad: la memoria histórica de la guerra civil española. Todo lo que puedo apostillar de sus notas es que, de haberlas escrito yo, habría dicho lo mismo, sólo que me habría expresado peor.
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Recuperando la memoria histórica
© Inasequible Aldesaliento™
Cuando oigo hablar de la recuperación de la memoria histórica, me da por pensar en abnegados arqueólogos toscanos recuperando vasijas etruscas en las cercanías de Florencia.
Recuperar la memoria histórica de sucesos que ocurrieron hace setenta años y sobre los que se han escrito centenares de volúmenes suena a tarea inútil, casi como discutir si Colón llegó a América a las 11 de la mañana del 12 de octubre de 1492 o a las 12 menos 20.
Por eso me parece que cuando se habla de recuperar la memoria histórica de lo ocurrido hace 70 años en España lo que en realidad se nos está diciendo es «reinterpretar la memoria histórica». Porque la Historia es siempre una, pero sus interpretaciones son infinitas.
Es un hecho que Julio César murió en los Idus de marzo del 44 a.C. Pero podemos pasarnos años discutiendo si sus asesinos eran republicanos de pro que temían el cesarismo de César (hay nombres que marcan), si eran ambiciosos que no querían que César se adjudicase una corona a la que ellos mismos aspiraban o maridos y padres hartos de que César se cepillase una noche sí y otra tambíén a sus mujeres y a sus hijos adolescentes. Esto segundo es interpretación.
Franco participó en la conspiración antirrepublicana que condujo al 18 de julio. Eso es un hecho. ¿Lo hizo porque no quería quedarse fuera de lo que intuía que iba a ser el caballo ganador? ¿Lo hizo porque era un legalista y veía que la legalidad republicana estaba siendo tan subvertida que era necesario un golpe de timón? La respuesta a esa pregunta es interpretación y responderla tiene algo de novela policiaca. Ver las palabras de Franco en esos días y sus justificaciones a posteriori, leer las memorias veraces o no de los protagonistas de aquella época y decidir con qué carta nos quedamos.
En unos momentos en los que Oriente Medio arde, el planeta se recalienta, hay pandemias y terremotos, que haya políticos dedicados a interpretar la Historia parece un ejercicio entre pueril y futil. Estúpido, incluso.
A veces parece que el ejercicio consiste en una recuperación de la memoria histérica, conseguir revivir las pasiones de aquellos años. La ciencia histórica, el deseo de buscar interpretaciones lo más objetivas posible, no parecen estar muy alto en la lista de prioridades.
Así que cuando la pesada de mi vecina, que nunca se entera de nada, me encuentra en el ascensor y me pregunta por eso que ha dicho Zapatero en el Congreso sobre la Historia y que tenía tan buen talante, pero ella que sólo acabó el graduado escolar apenas ha entendido, la comprendo perfectamente. Yo mismo no acabo de ver la utilidad del ejercicio e intento explicarselo. Pero la pobre es un poco obtusa (sería una parlamentaria perfecta, siempre silenciosa y votando lo que le dijeran) y todo se lo tengo que repetir varias veces hasta que pierdo la paciencia y le acabo por gritar:
- Se trata de recuperar la memoria, histérica.
domingo, julio 30, 2006
La penitencia in extremis
Dentro de los ritos de la iglesia cristiana visigoda existió uno, la penitencia in extremis, quizá no especialmente diseñado para los reyes, pero sí utilizado por ellos. Probablemente por la preocupación que los monarcas y otros jerarcas tenían de poder terminar en el Infierno (quién no ha pecado siendo rey...), existía una manera de saber que se moría limpio de polvo y paja. En la penitencia in extremis, el penitente, que habitualmente se encontraba mortalmente enfermo, acudía a la iglesia y, una vez allí, se despojaba de todas sus vestiduras y adornos y, semidesnudo, confesaba sus pecados y pedía penitencia por ellos.
Como reconocimiento de absolución, el sacerdote, entonces, le afeitaba al penitente la cabeza (en otros casos, se la tonsuraban), se la cubría de ceniza, y le ponía un cilicio.
Después de eso, el penitente estaba muerto. Cierto es que si estaba enfermo y, además, se desnudaba y le ponían un cilicio, era como para morirse. Pero cuando digo que estaba muerto quiero decir que lo estaba aunque siguiese vivo. Para los visigodos, la persona que se sometía a esta penitencia estaba muerto civilmente. No podía poseer nada ni ejercer acto alguno de los vivos. Puede que se marchase trastabillando de la iglesia; pero estaba muerto.
Para los reyes, esta muerte en vida suponía, entre otras cosas, abandonar la corona.
¿Que qué pasaba si el enfermo, por esas cosas, se recuperaba milagrosamente? Respuesta: Dios no decide dos veces que uno de sus hijos ha muerto. Respirar, respira. Ha recuperado el apetito, el habla y toda su fuerza. Pero ya lo hemos dicho: estar estar, está muerto.
Como reconocimiento de absolución, el sacerdote, entonces, le afeitaba al penitente la cabeza (en otros casos, se la tonsuraban), se la cubría de ceniza, y le ponía un cilicio.
Después de eso, el penitente estaba muerto. Cierto es que si estaba enfermo y, además, se desnudaba y le ponían un cilicio, era como para morirse. Pero cuando digo que estaba muerto quiero decir que lo estaba aunque siguiese vivo. Para los visigodos, la persona que se sometía a esta penitencia estaba muerto civilmente. No podía poseer nada ni ejercer acto alguno de los vivos. Puede que se marchase trastabillando de la iglesia; pero estaba muerto.
Para los reyes, esta muerte en vida suponía, entre otras cosas, abandonar la corona.
¿Que qué pasaba si el enfermo, por esas cosas, se recuperaba milagrosamente? Respuesta: Dios no decide dos veces que uno de sus hijos ha muerto. Respirar, respira. Ha recuperado el apetito, el habla y toda su fuerza. Pero ya lo hemos dicho: estar estar, está muerto.