Ya se sabe que las bofetadas dan para mucho. Manos blancas no ofenden, y eso. Y el bofetón de Glen a Hilda. Pero hoy os voy a hablar de uno menos conocido, aunque no por poco citado.
El 9 de mayo de 1936, Manuel Azaña fue proclamado Presidente de la II República española. Esta proclamación se produjo en una solemne reunión de la Asamblea Electoral formada a tal efecto. La solemnidad del acto aconsejó buscarle un marco incomparable, como antes se decía, distinto a lo común. El lugar elegido fue el Palacio de Cristal del Retiro. No voy mucho por allí; ignoro, por ello, si alguna placa rememora el evento.
Un montón de memorialistas de aquellos tiempos recuerdan esa ceremonia. Y todos, o casi todos, se acuerdan de citar un hecho nada decoroso que allí ocurrió. En los alrededores del palacio, un socialista le arreó un bofetón (por lo menos) a otro socialista.
Los implicados fueron Luis Araquistain y Julián Zugazagoitia. Araquistain pertenece a la casta de ideólogos del PSOE y es un personaje a quien yo creo que los análisis sobre el PSOE en la República no prestan toda la atención que debieran. Pertenecía a la vertiente más revolucionaria del partido; no sé si decir que era largocaballerista, o que Largo Caballero era, en realidad, araquistainoide. Zugazagoitia, por su parte, era el director de «El Socialista» y tendía, en los tiempos de la República, a ser más prietista que otra cosa. Indalecio Prieto representaba una especie de tercera vía entre los socialistas más revolucionarios (Largo Caballero) y los que no lo eran (sobre todo, Besteiro).
Una anécdota muy celebrada de Prieto y Araquistain cuenta que estaban los dos en el Congreso, durante un debate plúmbeo, que Araquistain iba pasando a base de leer un libro sobre Carlos Marx y su vida. En un determinado momento, le susurró a Prieto.
-Qué curioso. Aquí dice que Marx sufría terriblemente de hemorroides.
Prieto, mirando al techo con los ojos entornados (el gesto Prieto by default), murmuró.
-Mira tú, en algo tenía que acabar yo siendo marxista.
Así que si tenemos, en las afueras del Palacio de Cristal, a un admirador de Marx y a un prietista, ya tenemos bastante claro lo que pasó. En mayo de 1936, el gran debate en la izquierda era revolución sí, revolución no (o más bien: no todavía). Largo Caballero propugnaba, por así decirlo, que los obreros terminasen lo que empezaron en la Revolución de Asturias. Prieto era más partidario de colaborar con los gobiernos burgueses (Azaña) y dejar las grandes noticias para un poco más tarde. Zugazagoitia era el director de «El Socialista», así pues era el gran apoyo público que, dentro del partido, tenían las tesis de Prieto.
Amaro del Rosal, un socialista que escribió a principios de los años ochenta un libro sobre la Revolución de Asturias (1934: El movimiento revolucionario de octubre. Editado por Akal), evoca en él la imagen del pobre Zuga buscando sus gafas, caídas al suelo con el bofetón, mientras Araquistain le sigue dedicando epítetos que, aunque no reproducidos, cabe imaginarse.
Triste borrón para una jornada solemne. ¿Os imaginais lo que dirían los periódicos si, durante la investidura de un gobierno, dos diputados del mismo partido se diesen de leches en la carrera de San Jerónimo, delante del Parlamento?
Lo más curioso de toda esta historia es la evolución ideológica que el tiempo va generando. En la reciente biografía que de Indalecio Prieto ha escrito Octavio Cabezas (no tengo ahora mismo delante el libro y temo no recordar la editorial; no obstante, con la referencia del personaje y el biógrafo -hagiógrafo- es suficiente para encontrarlo), se dedica bastante espacio a la aún dilatada vida que el líder socialista tuvo después de terminada la guerra civil. Vida que le dio, cosas veredes, como para encontrarse con un Araquistain que trataba de convencerle de... no malquistarse con los Estados Unidos de Dwight Eisenhower, un señor que tal vez tuviese hemorroides, no lo niego. Pero de marxista seguro que tenía muy poco.
A Zugazagoitia no le dejó evolucionar Franco. Refugiado en París en los últimos meses de la guerra, fue preso por la Francia de Vichy y entregado a España, donde fue fusilado. Aún así, en esos tiempos antes de la detención le dio para escribir uno de los libros que se consideran más equilibrados en la descripción de la guerra desde el punto de vista de los vencidos: Guerra y vicisitudes de los españoles. La edición que yo tengo está editada en París en 1940. Pero no sería mala idea que se reeditase, en una edición crítica, este importante libro. Y que se recupere la memoria de este socialista que, en compañía de su amigo Cruz Salido, fue innoble e innecesariamente fusilado por la ceguera de Franco.
Le doy importancia al bofetón del Palacio de Cristal porque, a mi modo de ver, simboliza muchas cosas. Nos demuestra que difícilmente podía conseguirse, en el 36, un adecuado entendimiento entre fuerzas contrarias (derechas e izquierdas) si éstas mismas tenían serios enfrentamientos internos que les llevaban a la violencia. Cuando menos mi biblioteca tiene bastantes libros escritos «en caliente», meses o años después de la guerra, en los que los anarquistas ponen a parir a los comunistas, los comunistas a los socialistas, los socialistas a otros socialistas, los centralistas a los nacionalistas... Se nos miente cuando se transmite la idea de una República basada en una sola idea; en realidad, hubo varias repúblicas, y ése fue uno de los orígenes del problema.
Volveré sobre ello, seguro.
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