miércoles, julio 17, 2024

Stalin-Beria. 3: De la guerra al fin (5): La sociedad Beria-Malenkov

Brest-Litovsk 2.0
La ratonera de Kiev
Cambian las tornas
El deportador que no pudo con Zhukov
La sociedad Beria-Malenkov
A barrer mingrelianos
Movimientos orquestales en la cumbre
El ataque
El nuevo Beria
La cagada en la RDA
Una detención en el alambre
Coda 


 

A principios de 1946, Stalin abordó la organización del PCUS y la URSS de posguerra; organización que afectó, de forma importante, al aparato de seguridad. A mediados de enero de ese año, la Prensa se hizo eco de la noticia de que Lavrentii Beria había dejado su puesto de jefe de la NKVD en manos de Kruglov. Ocho semanas después, en medio de una reorganización de todo el sistema gubernamental, la NKVD y la NKGB se convirtieron en la MVD y la MGB, respectivamente. Los comisarios del pueblo pasaron a llamarse, propiamente hablando, ministros.

Beria fue apartado del día a día de la seguridad del Estado porque Stalin lo quería centrado en los trabajos para conseguir la bomba atómica. Sin embargo, como viceprimer ministro, todavía tenía competencias para auditar las políticas de seguridad. Sin embargo, Kruglov no era un beriano ni de lejos y, lo que es peor, aquel verano del 46 Viktor Abakumov sustituyó a Merkulov al frente de la MGB. Fue Stalin personalmente quien, confiando mucho en la lealtad de Abakumov (que quedaría bien clara con el tiempo), impulsó ese nombramiento para cortar las alas de Beria en la policía.

En los meses siguientes, tanto en la MVD como en la MGB comenzó a haber muchos cambios, de la mano de Abakumov, Kruglov, y también de Alexei Kuznetsov, que fue nombrado secretario del Comité Central encargado de los temas policiales. De hecho, Stepan Mamulov fue el único personaje del entorno de Beria que sobrevivió como viceministro del MVD.

Estos hechos, sin embargo, no deben abstraernos de la vista del bosque. Stalin quería a Beria con menos poder policial, pero lo quería en la cúpula soviética. De facto, era el número tres, detrás de su compatriota y de Molotov. En las listas oficiales publicadas por la Prensa, efectivamente, ocupaba ese tercer lugar, y para él eran las frases de extremo comepollismo. En los funerales de Kalinin, que murió aquel año, Beria y Malenkov ocuparon lugares de igual importancia. Beria incluso se colocó por delante en el primer aniversario de la victoria.

Según Khruschev, Stalin respetaba mucho el criterio de Beria en política exterior; lo cual, aparentemente, fue un problema porque Beria era un poco torpe en ese terreno. Por ejemplo, le comió la oreja a su compatriota para que la URSS reclamase de Turquía algunos territorios que en el pasado habían formado parte de Georgia. El gesto de Stalin de hacerle caso y realizar la reclamación arrojó a Turquía en los brazos de los Estados Unidos y llevó al país a permitir la instalación de bases en su territorio.

Lejos de enfrentarse, los dos sucesores entonces en igual posición: Beria y Malenkov, decidieron colaborar, estimando, sin error, que la muerte del líder estaba todavía lejana en el tiempo. Malenkov estaba a cargo de la política industrial soviética, y presidía un poderosísimo comité para la reconstrucción económica de las áreas liberadas, que venía a ser como los fondos Next Generation en versión soviética. Algunos miembros de la alta dirección soviética, como Zhdanov y Mikoyan, le hacían el vacío al comité, envidiosos de la enorme influencia que generaba en la Alemania oriental, fuertemente dependiente de su generosidad en ese momento. Zhdanov, además, quería que toda la reconstrucción quedase en manos del Gosplan, donde tenía colocado un peón: Nikolai Voznesensky.

En ese entorno, para Malenkov la comprensión de Beria era muy necesaria, a cambio de lo cual el georgiano obtuvo el control total de la extracción de uranio en las minas de Sajonia; operación para la que envió al general Milhail Mitrofanovitch Maltsev.

La rivalidad que surgiría después de Stalin entre el Partido, o sea Khruschev, y el gobierno, o sea Malenkov, comenzó, en realidad, en la segunda mitad de los cuarenta en las personas de Zhdanov y el propio Malenkov. Beria, algunas veces probablemente a su pesar, permaneció como un aliado del segundo. Esto, sin embargo, no pudo evitar que en mayo de 1946 Malenkov perdiese su estatus de secretario del Comité Central y fuera sustituido por Nikolai Semionovitch Patolichev, un zhdanista convencido. Malenkov conservó su puesto en el Politburo, pero fue físicamente apartado porque fue enviado a Asia Central. Si regresó en 1947 fue porque Beria convenció a Stalin. En todo caso, Zhdanov consiguió levantar suficientes dudas sobre la comisión de reconstrucción como para que se abriese una comisión de investigación sobre la misma que, con el tiempo, provocó su disolución. Sin embargo, Beria recibió la buena noticia de que el responsable del órgano que recibió las competencias de la comisión fue, precisamente, su amigo Merkulov. En Alemania, además, estaban Serov y Kobulov.

1946, por otra parte, fue el año en el que la salud del secretario general comenzó a flaquear ligeramente (parece ser que tuvo un primer ataque en 1945, y otro en 1947). De alguna forma tascó el freno y trabajó menos; y eso dejó espacio a Zhdanov, en ese momento el mejor colocado para sucederlo. Fue gracias a este poder nuevo que se lanzó la Zhdanovshchina, o política cultural, impulsada por Zhdanov, para eliminar la influencia occidental en el arte soviético. Para muchos miembros del Politburo, ésta era una realidad aceptable; pero no para Beria, porque Beria quería suceder a Stalin. Sin embargo, las señales eran evidentes de que Stalin estaba ayudando a Zhdanov a hacerse grande, probablemente porque pensaba que Beria lo era en exceso. En el verano de 1946, Nikolai Ivanovitch Gusarov, otro zhdanovita, fue nombrado inspector del Secretariado del Comité Central. Sin duda, su patrón le dio instrucciones claras de que su presencia se tenía que notar; y también le dejó claro dónde se tenía que notar. Así que Gusarov, antes incluso de haber desembalado su cubilete de bolis, ya estaba atacando a Bagirov, jefe del Partido en Azerbayán y conspicuo beriano. Pero Beria era mucho Beria, y lo cierto es que algunos meses después Gusarov fue enviado de secretario general del Partido Comunista de Bielorrusia. Donde, por cierto, acabó teniéndolas tiesas con Tsanava, jefe local de la MGB y beriano hasta las cachas.

Beria, en todo caso, tuvo en 1947 un tiempo complicado, puesto que se vio relegado a un cuarto puesto en la escala de poder soviética, detrás de Molotov y de Zhdanov. Para él, de hecho, la inesperada muerte de Zhdanov al año siguiente sería una sorpresa muy agradable. Beria, además, pareció perder al final de la década su toque en Georgia. La reunión del Comité Central comunista georgiano, celebrada a mediados de abril de 1948, echó de su Buro a dos mingrelianos berianos: Georgi Sturua y Avksenti Rapava. Al primero, además, le quitaron la presidencia del Soviet Supremo; y al segundo le quitaron la jefatura de la policía y lo echaron al cubo de basura nombrándolo ministro de Justicia. Poco tiempo después otro beriano, P. A. Shariia, secretario del Comité Central para la propaganda, también fue cesado.

Stalin había adquirido la identificación de los hombres que se funden con su patria y, por lo tanto, ejercen un mando incuestionable. Su discurso a los votantes de las elecciones al Soviet Supremo de 10 de febrero de 1946 no contuvo ni una sola sugerencia relativa a reformas democráticas. No hacía falta. Para el secretario general, estaba bien claro que el comunismo había quedado consolidado en la URSS para siempre (cosa en la que, conste, yo creo que no se equivocó). Por lo demás, la total ausencia de oposición interior (un efecto que le resulta difícil de entender a muchos estudiosos de las dictaduras, que parecen incapaces de entender que alguien que no otorga libertades pueda ser querido por su pueblo) le permitió, por otra parte, mantener, incluso incrementar, las medidas represivas. Por ejemplo, para garantizarse que los miembros de las granjas colectivas permanecían donde tenían que estar para producir, simplemente les retiró los pasaportes; les negó, pues, el mero derecho a viajar, incluso dentro de la URSS, incluso dentro de su región. Asimismo, se convirtió prácticamente en la única voz que daba y quitaba vodka y putas, nombrando, removiendo, castigando y premiando a cualquier cuadro del Partido.

Por lo demás, en la URSS había muchas ganas de evolución. La economía soviética se recuperó de forma casi milagrosa de los traumas de la guerra. Esto, evidentemente, pudo ser, en parte, mentira estadística. Pero los signos son de que hubo mucho de verdad en ello.

Voznesensky, con su silla en el Politburo casi recién estrenada, lo cual fue una sorpresa para muchos pues era de ese tipo de gente que no se callaba, fue el encargado de presentar el balance general de daños de la guerra ante la Comisión Estatal Extraordinaria. El balance era catastrófico: 1.710 ciudades destruidas, 70.000 pueblos y villas, 65.000 kilómetros de vía férrea, 32.000 factorías, 100.000 granjas colectivas, miles de estaciones de maquinaria y tractores, 25 millones de personas sin hogar. El país había perdido el 30% de su riqueza. Como es sabido, hoy se acepta que la URSS perdió unos 25 millones de vidas en la guerra; aunque Stalin, en 1946, aceptó una cifra mucho más modesta (siete millones y medio de bajas directas en las batallas), probablemente para evitar que un balance peor empañase su figura como gran estratega. Hoy se estima que los soviéticos perdieron unos tres combatientes por cada uno que perdieron los alemanes, en buena medida por la cantidad de veces que la orden de Stalin fue esto o aquello “a cualquier coste”.

Los mandatarios comunistas, en todo caso, escogieron, claramente inspirados por su jefe, enfrentar esta situación mediante las medidas disciplinarias. Se formaron fuerzas especiales para reprimir presuntos movimientos políticos surgidos con el descontento de la gente (eso dijo Khruschev que estaba pasando en Ucrania, por ejemplo) o simplemente luchar contra el bandidaje.

Pasada la guerra, en todo caso, el principal objetivo de Stalin era, sin duda, aprovechar el radical cambio de ambiente político en el mundo, repentinamente mucho más comprensivo con las ofertas políticas de izquierdas como la suya (otra forma de decir que el mundo estaba dispuesto a olvidar que el comunismo es un fascismo de libro). De hecho, incluso algunos rusos blancos mostraban deseos de volver a la URSS. Stalin, por querencia local, estaba especialmente interesado en los acercamientos del menchevismo georgiano.

El proceso de simpatía hacia las izquierdas, sin embargo, se vio matizado tras el 5 de marzo de 1946, fecha del discurso de Churchill en Fulton, Misuri, donde el viejo político británico habló del Telón de Acero y vino a decir eso de ojo, que esos tíos tan progresistas tienen el tacón de la bota gastado de tanto aplastar testículos. Por lo demás, la situación, que era putomiérdica y fue a peor con el mal año agrícola de 1946, provocó problemas, de los que poco sabemos, en lugares como Ucrania o los países bálticos. Con todo ello, la llegada de la sociedad sin clases y el fin de la dictadura del proletariado hubo de ser aplazado. Una vez más.

Stalin reaccionó a todo aquello haciendo lo único que sabía hacer. En enero de 1948 llamó a Kruglov, entonces ministro del Interior, y le ordenó que se construyesen más campos de concentración. . A mediados del mes siguiente, Kruglov firmó un decreto en el que ordenaba la detención masiva de mencheviques, socialrrevolucionarios, anarquistas, nacionalistas, rusos blancos en docenas de nuevos campos.

En 1948, asimismo, murió Zhdanov. Esta muerte fue una excelente noticia para Beria y Malenkov, para entonces socios frecuentes en el poder.

Así las cosas, en el PCUS todo el mundo se aprestó para recibir el setenta aniversario de su líder, en 1949, con la mayor de las alharacas. Para entonces, aunque muchos soviéticos seguían teniendo hambre y viviendo debajo de los puentes, la mayoría de las factorías se habían reconstruido y la economía soviética, cuando menos formalmente, crecía a tasas chinas. Existía, eso sí, un problema con la agricultura. Siendo las granjas colectivas unidades con escasos incentivos para los agricultores, fuertemente gravadas por el Estado, la URSS comenzaba a tener el mismo problema que Occidente: los jóvenes hacían cualquier cosa para emigrar del campo.

Para celebrar su cumpleaños, Stalin tomó una medida que hará las delicias de la moderna izquierda del siglo XXI: una amnistía de precios. Por decreto, el precio del pan y otros alimentos se redujeron un 10% y, mucho más importante, el vodka un 28%.

Sin embargo, como las alegrías nunca son completas, el año del setenta cumpleaños de Stalin fue, también, el del conocido como Escándalo de Leningrado. Un escándalo que fue, en gran parte, la consecuencia de la desaparición de Zhdanov y las correspondientes ganas de venganza que tenían sus otrora enemigos o contrarios.

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