Os contaré una cosa como primera providencia.
Yo empecé a trabajar a los 19 años, en el tránsito entre primero y segundo de carrera. No me empleé de camarero para pagarme los estudios; comencé una carrera profesional en el que (entonces) era mi oficio y para el que todavía me estaba preparando. Cuatro años más tarde, tras la travesía en el desierto que ahora se quiere resucitar (entonces los contratos temporales tenían una duración de tres años, tras los cuales las opciones eran fijeza o desempleo), tenía un contrato fijo, un trabajo que me gustaba y en el que aportaba muchas cosas, y el proyecto de marcharme de casa de mis padres de una puta vez; de hecho, hasta tenía perspectivas de marcharme de Madrid.
Todo eso se fue a la mierda por una cosa llamada servicio militar. Convocado a filas, perdí mi carrera profesional, que tuve que recomenzar desde cero otra vez a la vuelta de doce meses, durante los cuales disparé un Cetme exactamente 25 veces, ni una más, ni una menos. Ésa fue mi aportación a la Defensa de España: 25 tiros a una diana. El resto fue servir cafés y hacer frecuentes excursiones al Sanatorio de Paraguas de la Puerta del Sol, adonde las coronelas, siempre tan austeras, enviaban sus paraguas a reparar. Ellas los enviaban, pero yo los llevaba, y yo los recogía.
Ése fue mi contacto con la Patria y con la Bandera. Insisto: servir cafés y viajar en Metro, ida y vuelta, con los paraguas de un grupo de cacatúas. Por el camino, mis planes de vida a la puta mierda, a lo que debo de añadir los muchos, muchos, hijos de militar con los que me encontré en los años subsiguientes que ni siquiera habían hecho la mili; o los hijos de gente situada, políticos, jueces, empresarios, que, si la hicieron, la hicieron en el porche de una residencia militar mientras un pringao como yo les servía limonada.
Un día de junio, en mi cuartel, le rendí al rey de España, Juan Carlos de Borbón, un servicio: guardar su gorra. Juan Carlos, se me dijo, tenía la costumbre, en aquel acto al que acudía todos los años, de retribuir al soldado guardarropa con una oronda moneda de 50 pesetas que, se me insinuó, todo el mundo que recibía guardaba como un recuerdo. Cinco meses después, el día que me licencié, me dieron un diploma. Mi primera providencia, tras licenciarme, fue comprarme un mechero en un estanco y quemar el diploma en una papelera. La segunda fue gastarme las 50 pesetas que me había dado el rey en unas tragaperras. Eran una puta mierda de 50 pesetas; contrariamente a mi costumbre, entonces era un experto, no logré ni una sola partida gratis.
A mí, la bandera de España no me dice nada. Nada. La bandera de España quintaesencia para mí todo lo que me cagó la vida a cambio de gilipolleces, gilipolleces que muchos, muchos patriotas más o menos de mi cohorte demográfica esquivaron comilfó. Hace unos pocos días, mi mujer se extrañó de que gritase yo viendo el fútbol en la otra habitación, cuando a mí el fútbol no me apasiona. Pero es que, joder, un tipo de la Roja, cuyo nombre ni siquiera me sé, acababa de fallar un penalti. Yo, en la Eurocopa, siempre voy con Alemania. Así entrene a España Lucho, Del Bosque, o su porquero. A mí, como decía un bético del Sevilla, me gusta que España pierda hasta en los entrenamientos.
Me apasiona la Historia de España porque me apasiona la Historia. Y, desde luego, la neurona me da para entender que, mientras la Historia de Armenia es para mí un interesante juego intelectual, como el biólogo noruego que está observando una rara especie de pez tropical, la Historia de España soy yo. Podré no sentir la Patria, podré ir con Alemania en la Eurocopa; pero eso no me lleva a considerar que la Historia de Alemania es mi Historia (que, la verdad, caray con la elección...) Mi Historia es la Historia de España, y las cosas que me rodean, incluso algunas o muchas de las que pienso, de las que están en mi cultura, las explica el pasado español. Así las cosas, España me es tan indiferente como interesante y mía se me hace su Historia.
Esta introducción personal tan superferolítica tiene que ver con el hecho primario de que la discusión con el nacionalismo no siempre se hace desde el nacionalismo. Eso es lo que pretende que creamos el nacionalista atacado, quien, rápidamente, acusará a su contrincante de ser un "nacionalista español". Pues no. Nacionalistas españoles los habrá, incluso son muchos; tal vez, la mayoría de los españoles. Pero se puede no ser nacionalista; de hecho, se no-es. En mi caso, además, es que las ideas que tengo sobre el gesto de indultar a los políticos presos del 1 de octubre no tienen, creo, que ver tanto con las ideas como con la experiencia, o sea, la experiencia histórica.
Lo que yo pienso, básicamente, es que no funcionará. Porque no ha funcionado.
Esta mañana he escuchado en la radio a alguien referirse al artículo en Prensa, o las declaraciones, de alguien que, por lo visto, dijo ayer que Manuel Azaña y José Ortega y Gasset apoyarían el gesto que hoy completa el gobierno español de indultar a los presos catalanes. Estoy completamente de acuerdo: estos dos, sin duda, hoy apoyarían los indultos. De hecho, esa afirmación. lejos de lo que pretendía, al parecer, quien la dijo, es la mejor demostración de que los indultos son un error.
Y hay tres elementos que me llevan a pensar esto.
El primero es que los auto indultos no funcionan. El presidente del gobierno ha dicho ayer que procede a los indultos para introducir la concordia y el acuerdo. Pero eso no es algo que pase cuando el que indulta es, a la vez, el indultado. Eso ya pasó, más por la vía de los hechos que del BOE, a principios del 36, cuando un gobierno del que formaban parte los autores intelectuales e inductores del Golpe de Estado Revolucionario de 1934, al que solemos referirnos con esa apelación homeopática de Revolución de Asturias, indultó a los factores de dicho golpe revolucionario que estaban en las cárceles. Lo que pasó no fue que toda aquella gente salió de las cárceles para, si no abrazar, cuando menos concordar, con aquéllos contra los que se habían alzado en octubre del 34. Salieron de la cárcel para matarlos, bien física, bien civilmente mediante los cierres de periódicos y medidas administrativas varias. Hubo, sí, un discurso teletubbie, pronunciado por Azaña en las primeras jornadas de la dizque victoria electoral del Frente Popular (que, claro, no fue tal); un discurso en el que el pígnico político, a los acordes de Los Manolos (amigos para siempre means you'll always be my friend, no naino naino naino naino naino na...) anunció un gobierno para todos, los que habían votado a las izquierdas y a las derechas. Por eso digo que es cierto que Azaña, hoy, aprobaría los indultos; seguro que estaría convencido de que, nada más firmarlos, Pere Aragonés le va a ceder el gobierno de Cataluña a Rita Irasema.
Los indultos de la concordia funcionan cuando la víctima indulta al victimario. Por eso, en países como Estados Unidos (aquí, en España, la verdad, no tengo ni puta idea) a las vistas de la libertad condicional de los condenados por delitos graves se convoca a la familia de la persona asesinada, y se le pregunta si ha perdonado o no al preso que pretende salir a la calle. Cuando la víctima no participa en el indulto o medida de gracia en general; cuando la víctima no tiene nada que decir en la decisión de acercar a un preso que mató a su hijo, o de sacar a la calle a unos tipos que secuestraron la voluntad de la mitad de los catalanes y le doblaron el brazo a la Constitución, el indulto llega, pero no llega la concordia; porque el indultado no tiene la sensación de deberle nada a nadie. Considera que el indulto es un acto de justicia que, simplemente, repara un error: el error de haberle metido en el maco.
El segundo elemento, muy ligado a este primero, tiene que ver con el resultado del auto indulto. Un resultado sempiterno en la Historia moderna de España: el equívoco.
En la Historia reciente de España hay tres grandes equívocos: el Pacto de San Sebastián, el Frente Popular y la proclamación de Francisco Franco como Generalísimo. Los dos primeros fueron, a su manera, coaliciones, aunque el primero era algo más difuso que una coalición de gobierno, porque quienes se reunieron, en ese momento, tenían menos posibilidades de gobernar España que Macedonia del Norte de ganar las Series Mundiales. En estos dos primeros casos, la prioridad era pactar, como diría Rodríguez Zapatero (y Rajoy, y Suárez, y Roosevelt, y...) como sea. En ambos casos, las partes reunidas acordaron estar de acuerdo; pero no acordaron en qué estar de acuerdo. Los nacionalistas catalanes regresaron a Cataluña desde San Sebastián convencidos de que allí se había pactado que, llegada la República, los catalanes ellos solos diseñarían un Estatuto que, una vez aprobado en Cataluña iría a Madrid para estar allí los cinco minutos exactos necesarios para que alguien le pusiera el VB al pie. Los políticos de Madrid, metafísicamente liderados por ese portento de la praxis y la humildad llamado Manuel Azaña, regresaron a la capital convencidos de que lo que habían pactado era un sistema por el cual el Estatuto catalán pasaría por la desmochadora del parlamento de Madrid, donde se quitaría todo lo que no fuese compatible con una concepción en el fondo centralista del país. No podían pactar otra cosa porque, en ese momento, más que miedo de los catalanes, lo tenían de los vascos, pues el PNV del momento era un partido de la derecha cerril, la comunión diaria y los decretos de sacristía, un partido cuya principal reivindicación soberanista en ese momento era poder negociar un Concordato propio con el Vaticano; y, claro, los republicanos no querían una republiqueta ultramontana en el ático de España.
El 14 de abril, el coronel Françesc Macià declara la república catalana, aunque se muestra dispuesto a confederarse con las distintas repúblicas de España. Este gesto suele resolverse en muchos libros (entre otros, los de texto que escriben licenciados en Historia) con el papirotazo de que dio marcha atrás; además, se suele ilustrar con famosa foto de Macià y Alcalá Zamora en la que parecen dos mellizos discutiendo alguna subnormalidad. Pero no se debería; porque aquel gesto-terremoto fue importantísimo para la arquitectura de la República por las réplicas que tuvo durante el debate constitucional.
La Comisión Jurídica que preparó el trabajo técnico de la Constitución de la República, en la que se produjeron disensiones enormes, acabó por alumbrar un dictamen que colocaba a España por los carriles lógicos: el Estado federal. Cuando ese informe llegó a la ponencia constitucional, presidida por un socialista, Luis Jiménez de Asúa, que era un finísimo jurista penal (parece ser que el PSOE no tenía un constitucionalista o un administrativista en sus filas), la mayoría de los miembros vinieron a decir "trae para acá este informe, que le voy a dar dos buenas hostias". Entonces llegó la Maldición Histórica Española: jamás, en toda la Historia de España, un gobernante ha renunciado a gobernar. Ni Fernando VII, ni Franco ni, tampoco, la República. La única que ha renunciado a gobernar es la Transición, pero, ojo: 1) No estaba gobernando, y 2) Encima decimos que fue una mierda.
La República habría de descarrilar por el flanco territorial a causa del malentendido de San Sebastián. Unos creían estar negociando una cosa y otros, otra. Ahora, tras los indultos, se va a abrir una mesa de negociación. ¿Quién está cierto de que todas las partes de esa mesa futura creen estar negociando lo mismo?
Del malentendido del Frente Popular, poco que decir. Ahora mismo no recuerdo si fue Indalecio Prieto o Víctor Alba quien escribió que el Frente Popular fue una coalición en la que todos sus integrantes estaban convencidos de que serían capaces de engañar al resto. Azaña quería subirse a los hombros de la izquierdas para gobernar una república burguesa. Largo quería colocarse detrás de Azaña, aprovechando que era un bocho de ser, para que no se le viese preparar la revolución y la dictadura del proletariado. Casares Quiroga, Gordón Ordax, Álvaro de Albornoz y resto de hierbas provenzales, a lo suyo. Y los comunistas tenían la orden de manipular a todos los demás para terminar haciendo lo que Stalin les dijese que tenían que hacer. El experimento salió tan bien que los miembros del Frente, arrugados por la séptima u octava década de sus vidas, desperdigados por Argentina, México, Francia o Bélgica, seguían, tres décadas después de haber terminado la guerra, arreándose unas hostias como panes en memorias y memorietas.
En cuanto al tercero, entre los generales que votaron a Franco Generalísimo había: los que opinaban que estaban votando un dictator a la romana, esto es, alguien para que ganase una guerra; los que opinaban (los más) que estaban votando a un señor que daría un paso lateral, una vez ganada la guerra, para recuperar la forma monárquica de Estado y la persona de un rey; y los que pensaban que estaban votando exactamente lo que votaron, es decir: el mando de un señor que, apenas un año después de dicha votación, en su aniversario, se intitularía jefe de Estado (algo para lo que nadie le votó, formalmente hablando).
El tercer elemento es meramente catalán. A Pedro Sánchez, en las jornadas previas al paso sobre el acantilado, le ha arropado, fundamentalmente, el gotha empresarial catalán. La vieja alta burguesía catalana siempre ha tenido la ilusión de dominar Cataluña, de hacerla suya, de llevarla por los carriles que a ella le interesan. Y siempre le ha salido mal. En cuanto el movimiento catalanista cogió momento, comenzó a mezclarse con otras cosas. Comenzó a mezclarse, fundamentalmente, con la reivindicación social. La soberanía catalana se convirtió, ya en la República, en algo más que un mero cambio de soberanos; hay un intenso soberanismo catalán que, desde los tiempos del carlismo, lo que quiere no es tener otro soberano, sino otras relaciones de poder.
La alta burguesía catalana debería recordar que, una vez, su máximo representante del momento: Lluis Companys, le dijo a esos catalanes radicales aliados suyos que lo exprimiesen como un limón y que, luego, si lo consideraban inútil, lo tirasen sin más. La alta burguesía catalana debería recordar cómo entraron, y cómo salieron, del Parlamento catalán sus representantes durante el debate de la Ley de Cultivos. Jode citar a tamaña figura intelectual pero, la verdad, es lo que un día dijo José María Aznar: cuando te alías con los pancarteros, sabes cómo entras, pero no cómo sales. Y la razón es, de nuevo, el equívoco; el espectáculo de dos partes coligadas que, sin embargo, creen que el contenido de la alianza es distinto.
El hecho de que el indulto es un indulto en el que las víctimas no han tenido voz y es, pues, un auto indulto; el hecho de que se produce para sostener unas negociaciones que, según todas las trazas, van a estar sustentadas en el deporte nacional español: el equívoco; y el hecho de que la relación de fuerzas en el nacionalismo catalán es variada y variable (algo que también se comunicará a la propia relación de fuerzas en el resto de España según cómo avancen los acontecimientos) hace que las probabilidades de éxito en esta tentativa de paz, piedad y perdón sean, a mi modo de ver, mínimas.
E, insisto: yo creo que la ideología tiene poco que ver en esto. Es la Historia de España la que nos enseña que hay cosas que se obstinan en no funcionar.
Estoy de acuerdo en que servirá de poco: para alargar el chicle y mantenerse en el poder unos diciendo a los suyos que es posible el referéndum a medio plazo y otros diciendo a los otros que están dispuestos a hablar de todo pero que no habrá referéndum. Pero al menos, sí le veo un lado positivo, creo que sirve para que el tira y afloja habitual Catalunya-España haga avanzar la situación. Patapún p'arriba que diría Clemente y ya nos lo encontraremos, así, tanto ERC como PSOE siguen dirigiendo sus cotarros, que es lo importante.
ResponderBorrarHola Juan,
ResponderBorrarMe temo que discrepo de la conclusión del artículo. El único fin de los indultos es ayudar al presidente del Gobierno a mantenerse en el cargo un poco más. Es posible que consigan exactamente lo que se proponen (aunque cierto es que pueden fallarles los cálculos).
Por otro lado, creo que el equívoco está en la base de todo el planteamiento territorial desde la Constitución del 78 para acá, y que la gente, en general, es poco consciente de ello. Simplificando: El marco mental en Barcelona es que Catalunya es tu país y España es una entidad administrativa (como puede ser la UE). El marco mental en Cuenca es que España es tu país y Castilla-La Mancha es una entidad administrativa. Y el objetivo de los políticos en ambos sitios es que el señor de Barcelona y el de Cuenca no sepan mucho del marco mental del otro, no sea que vayan a llegar a un acuerdo o algo.
Contestarte a esto sería prolijo y difícil escribiendo en un móvil. Pero te diré que ese error territorial, en el que estoy de acuerdo, en realidad no viene de la Transición, sino de la República. En sus debates constitucionales se acuñó el término "Estado integral", que no era otra cosa que nuestro Estado de las autonomías, basado en esa polisemia jurídica que señalas.
BorrarOye, pues podrías contenstar a eso de forma prolija en otro post :-D (Ya sabes, ante el vicio de pedir...).
BorrarComo se dice, checa esto http://historiasdehispania.blogspot.com/2013/09/reflexiones-en-la-diada-o-la-ocasion.html?m=1
Borrar