Éstas son todas las tomas de esta serie. Los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen.
Humphrey visita Berlín
Benno Ohnesorg
Rudy Dutschke ha caído
La primera violencia
El incendio del Schneider
Al maco
Huidos
El preso-investigador
Esa chica de escuela católica
La pareja se encuentra
Matrimonio y maternidad
Divorcio y radicalidad
Los últimos pasos
Hagamos que el capitalismo financie su propia destrucción
El traslado al Oeste
Bajo mínimos
El rescate
La escalada
Kaiserlautern
Las bombas de Heidelberg
La caída
Sabihondos y suicidas
Sartre echa un vistazo
Estocolmo
El juicio
Mogadiscio
Epílogo: queridos siperos
Que en los años sesenta del siglo pasado los movimientos
estudiantiles adquirieron una importancia social y política fundamental,
incluso en países dictatoriales como España, es algo que está fuera de toda
duda. Siendo esto cierto, la verdad es que la mesmerización que mucha gente ha
sentido siempre hacia ese movimiento caótico y en el fondo regresivo que
conocemos como Mayo del 68, al que ya hemos dedicado aquí un
montón de espacio, está fuera de toda duda. Sin embargo, centrarse en París es, desde algunos puntos
de vista, un error. Para contar la historia que voy a intentar contar aquí hay
que desplazar la lupa en el mapa. Porque en otros lugares, durante aquella
década, estaban pasando cosas muy parecidas. Y uno de esos lugares era lo que
entonces se conocía como República Federal de Alemania.
La Alemania Occidental, como normalmente se la conocía, era
la mitad del país que había provocado, y perdido, la segunda guerra mundial; la mitad que había quedado en manos de potencias capitalistas de intervención. En apenas
veinte años, había prosperado de forma muy acelerada; y no sólo eso, sino que
se había convertido en uno de los aliados más sólidos, quizás detrás del Reino
Unido, de los Estados Unidos en el continente europeo.
Alemania era una sociedad que, en cuanto pudo, buscó superar
la segunda guerra mundial evitando en lo posible los traumas. Los aliados que
la invadieron estaban pensando en no reconstruir nunca el Estado alemán, hasta
el punto de llegar a plantearse convertirla en un cúmulo de pequeños Estados.
Alemania siempre quiso permanecer unida y, para ello, adoptó desde el primer
momento la estrategia de convertirse en un fiel aliado de los vencedores.
Aceptó las leyes de desnazificación, aunque en realidad lo hizo con la boca
pequeña, pues muchas de las personas que fueron objeto de esas leyes, con el
tiempo, acabaron reintegrándose a la sociedad alemana, en ocasiones con puestos
nada despreciables. Que la sociedad alemana tenía una gran curiosidad por los
tiempos pasados lo atestigua el hecho de que, aunque ya ninguna pareja alemana
se atrevió a elegir Adolf como nombre para su hijo recién nacido, cada vez que un prominente nazi superaba sus años de cárcel y redactaba
unas memorias, éstas se vendían como rosquillas.
Alemania, por lo tanto, decidió, básicamente, superar el
enorme trauma de la segunda guerra mundial enterrándolo bajo toneladas de
bienestar, un silencio impostado y en buena medida falso, y la amistad con
quien una vez le había derrotado. Pero esto duró lo que duró la presencia casi
absoluta en la pirámide de población de personas que podían tener recuerdos. En
el momento en que la pirámide demográfica alemana tuvo veinte o más cohortes
nacidas cuando el humo de los bombardeos, del hambre y de las violaciones del
ejército soviético se hubo disipado, las cosas cambiaron.
Un alemán de veintipocos años en 1965 había nacido, desde el
punto de vista del albedrío y el conocimiento mínimo, ya en los años de la
prosperidad acelerada, los años cincuenta del siglo pasado. Por todo el país,
el empuje de esa nueva generación, que no se sentía vinculada por los
compromisos de la anterior, se dejaba sentir; pero en ningún lugar se dejaba
sentir más que el Berlín Oeste. El Berlín capitalista era uno de los lugares
más extraños de la moderna Historia del mundo: una isla capitalista en medio de
un mar formado por uno de los Estados más rabiosamente comunistas del mundo; en
puridad, un Estado que, en ocasiones, incluso pretendía dar lecciones de
bolchevismo a su hermano mayor ruso. Los jóvenes residentes de Berlín no tenían
que hacer el servicio militar obligatorio y vivían, en general, en una ciudad
que practicaba todo experimento de libertad posible, porque su principal
marchamo de existencia era, precisamente, ser capaz de exhibir esa capacidad
libérrima que, apenas unos metros más allá de Unter der Linden y la puerta de
Brandenburgo, era imposible de ejercitar.
Los jóvenes berlineses, como los jóvenes germanoccidentales
en general, cada vez tenían menos ganas de ejercitar su libertad para lo que
sus padres querían. Para ellos, los años sesenta, como para los estudiantes
parisinos, eran los años de la guerra de Vietnam; el tiempo de descubrir que
los Estados Unidos eran el enemigo. La Alemania Oriental, que como todos los
Estados comunistas había quintaesenciado el arte de la propaganda y la
influencia social, olió la sangre pronto y comenzó, algún ejemplo lo
explicaremos en esta serie, a regar con dinero a esos jóvenes que querían ser
alternativa al orden establecido. Cienes y cienes de jóvenes alemanes, si no
miles, realizaron esos años actos, editaron publicaciones, dieron conciertos,
que sinceramente creían estaban apoyando la verdadera democracia, pero estaban,
en realidad, financiados por una dictadura atroz. Claro que ellos cada vez
creían menos que el bloque soviético fuese una dictadura atroz.
Con todo, la primera aproximación de la muchachada alemana a
la protesta política no fue, propiamente hablando, política. Los jóvenes
alemanes de entonces gustaban mucho de montar happenings, pequeñas representaciones con mensaje y contenido. En una
ciudad del sur de la RFA llamada Kochel, al borde de un lago, decidieron montar
una comuna. Nueve hombres y cinco mujeres, algunos de ellos con niños pequeños,
se reunieron allí para discutir las posibilidades de la revolución. Se
bautizaron como el Grupo Viva María, en homenaje a una película de Louis Malle
en la que Brigitte Bardot y Jeanne Moreau se ven implicadas en la revolución
mexicana.
Entre los miembros de Viva María estaba Rudi Dutschke. Rudi
era ciudadano de la República Democrática Alemana, pero sus convicciones
pacifistas le habían llevado a negarse a hacer la mili y, como quiera que esas
cosas, en la DDR, se castigaban de forma bastante dura, decidió emigrar a
Berlín Oeste, cosa que antes del Muro se podía hacer con cierta facilidad.
Dutschke, en todo caso, abandonó pronto la comuna, porque realmente los miembros
de la misma lo compartían todo, y todo es todo; y, la verdad, cuando su novia,
una estudiante estadounidense, se casó con él, decidió que no la iba a
compartir con nadie. Que, al fin y al cabo, la institución pequeñoburguesa del matrimonio tenía sus pies forzados.
Otro miembro, y yo diría que el verdadero ideológico de la
comuna, era Fritz Teufel. Sin Dutschke pero reforzados con otro importante
miembro, Rainer Langhans, la que ahora se llamaba Kommune I se trasladó a
Berlín, pues muchos de sus miembros tenían matrícula en la Universidad Libre de
la ciudad.
La Universidad Libre, aunque era un lugar que adolecía de
instalaciones no muy buenas, destacaba ligeramente sobre otras instituciones
universitarias alemanas por una cierta mayor propensión a la democracia. De
hecho, permitía que dos representantes estudiantiles se sentasen en su consejo.
Asimismo, los estudiantes podían crear consejos, (Allgemeiner Studenten Ausschuss o AStA), y existía la Verband Deutscher Studentenshaften, VDS,
la Unión Nacional de Asociaciones Estudiantiles. Tanto los AStA como la VDS, en
todo caso, eran organizaciones de las que se esperaba implicación en asuntos
corporativos y de funcionamiento, pero no políticos.
Exactamente igual que estaba pasando en España, sólo que sin
clandestinidad, los estudiantes respondieron al hecho de que sus organizaciones
corporativas no tenían ambiciones políticas creando grupos privados que sí las tendrían. Así nació la organización estudiantil más importante de su tiempo: la SDS, Sozialistischer Deutscher
Studentenbund o Unión de Estudiantes Socialistas, que tenía unos 25.000
afiliados y, de hecho, tenía una presencia especialmente importante en la
Universidad Libre. La SDS tenía una posición claramente antinorteamericana: ya
en 1959 había celebrado un congreso en el que se había posicionado contra la
bomba atómica y el rearme de Alemania. Para los pacifistas alemanes, ciertamente, la lucha contra el armamentismo tenía unos ribetes de los que carecía en otros países: al haberse posicionado claramente la RFA como el primer aliado de los Estados Unidos en Europa Central, esto lo convertía en huésped de bases militares y, más tarde, misiles mirando hacia la URSS. Esto tenía la lógica consecuencia de que la URSS y sus países satélite reaccionase mirando hacia la RFA, convirtiéndola con ella en la primera trinchera que caería en la Tercera Guerra Mundial. Esta sensación era, lógicamente, mucho más intensa entre los residentes en Berlín, siempre obsesionados con la sensación de que el día que la Alemania Oriental fuese a por ellos, nadie en su país podría defenderlos.
Los posicionamientos políticos de la
juventud alemana, sin embargo, se vieron notablemente afectados por la
construcción, en 1961, del Muro de Berlín. Cuando comenzó dicho levantamiento,
cerca de un millar de estudiantes trataron de impedirlo, mientras lanzaban
consignas contra Walter Ulbritch, el promotor de la obra. Sin embargo, la policía del lado occidental
reprimió muy duramente la manifestación; algo que los estudiantes no
comprendieron y que, la verdad, a día de hoy sigue siendo incomprensible.
Luego llegó 1965. Un año muy jodido. Primero para mí, pues
tuve lombrices. Pero, en lo tocante a este relato, fue jodido porque marcaba el
vigésimo aniversario de la capitulación de Alemania. Los estudiantes no querían
que el tema pasase en balde e invitaron a un periodista, Ernst Kuby, a dar una
conferencia. Kuby era una voz muy conocida por su cercanía a los regímenes
comunistas, y año antes ya había montado un escándalo en la Universidad Libre
al afirmar, en otra conferencia, que su nombre (el de la universidad) estaba muy mal puesto. Aquella
vez los propios estudiantes lo habían abucheado; pero la que ahora le invitaba
era otra generación. Chicos mucho más inclinados hacia la izquierda, no pocos
de ellos dispuestos a apoyar la idea de que la Universidad Humbolt, en el otro
lado del Muro, era mucho más libre que su uni (claro, claro; y, porque era tan
libre, sus gestores habían construido un Muro para que sus estudiantes no
pudieran matricularse en la otra).
El caso es que el rector de la Libre vetó la conferencia de
Kuby. Automáticamente, en Berlín y en otros lugares de Alemania comenzaron las manifestaciones,
las sentadas y las demostraciones en favor de la libertad de expresión;
manifestaciones que, como por arte de magia (magia, probablemente,
subvencionada) se convirtieron en manifestaciones contra la guerra de Vietnam.
La Libre acabó cambiando de rector, pero los estudiantes tampoco estuvieron
contentos con la gestión del nuevo.
A principios de 1966, diversas organizaciones patrocinaron
una manifestación contra la guerra de Vietnam, en la que se produjeron
violentos choques entre manifestantes y policías. Los manifestantes se
dirigieron a uno de sus objetivos más queridos, la Casa de América en Berlín, y
le tiraron huevos. Dieron vivas a Hoh Chi Mihn y cantaron La Internacional.
Nada es casualidad; un hecho que lleva a pensar que, o bien
la espontaneidad del ser humano es extremadamente inteligente, o bien hay gente
por detrás que lo orquesta todo. Que 1966 fuese el año elegido para comenzar
las manifestaciones antiamericanas en Berlín encuentra su sentido en la marcha
de la política. Aquel año las dos principales fuerzas políticas alemanas, el
Partido Socialdemócrata o SPD y la Unión Cristianodemócrata o CDU, formaron una
gran coalición, gesto éste que provocó la defección de los elementos más a la
izquierda del SPD (ya se sabe: no es no). Fue en ese momento de gran erupción política, cuando fuerzas
espontáneas y también telúricas estaban trabajando para agitar a la masa social
de la extraña ciudad partida en dos, cuando Fritz Teufel decidió que era su
momento. En su inimitable estilo, realizó una acción de fuerza: entrar en el
despacho del rector cuando no estaba. Le robó sus puros habanos y, sobre todo,
su sello. Después de eso, se presentó ante los estudiantes en un monociclo y se
hizo elegir por ellos nuevo rector. Usando el sello, “emitió” nuevos “decretos
rectorales” prohibiendo la entrada de la policía en el campus de la Libre, y
despidiendo a todos los profesores que no le gustaban a los estudiantes.
El verdadero rector reaccionó a todo aquello con paciencia.
Se mostró dispuesto a reunirse con los estudiantes para discutir posibles
medidas; sin embargo, cuando se reunieron les aclaró que los escuchaba como ciudadano
privado. Sólo consiguió, sin embargo, que un grupo de estudiantes se le echase
encima gritando y con bastantes malas intenciones, por lo que salió por patas.
Los estudiantes que lo acusaban llevaban chapas con el retrato de Mao Zedong.
Todavía tenemos que contar una o dos cosas más sobre el
ambiente de aquella universidad.
Apenas termina la anterior y ya tienes lista la siguiente, eres muy grande. Como me alegro de encontrar por casualidad este blog.
ResponderBorrarY yo me alegro de que te alegres.
BorrarHola... MOgadiscio... ¿será por la cercanía ideológica de los involucrados? ¿O, quizá, por acciones terroristas? MMM sí que viajaron.
ResponderBorrarEn Mogadiscio se produjo el último acto para sacar de la cárcel a Andreas Baader, Ulrike Meinhof y otros terroristas presos. Pero no les salió bien. Las fuerzas especiales alemanas se hicieron un Entebbe.
Borrar¡Caramba! Eso suena más que interesante... razón de más para esperar la toma correspondiente.
ResponderBorrarTe felicito por tu blog y voy leyendo todas tus series.
ResponderBorrarPero hay momentos que me descoCono un buen rato: "Luego llegó 1965. Un año muy jodido. Primero para mí, pues tuve lombrices"