En la Grecia
clásica no faltaban personas con criterio suficiente como para
entender que la Ilíada es un cuento poético. Que Troya, tal vez,
fue asediada y tomada por los griegos; pero en esa pelea,
definitivamente, no participaron pollos que eran inmortales por todos
los lugares de su cuerpo menos uno llamado talón. Sin embargo, la
mayoría de los griegos creían esas versiones, las daban por
perfectamente ciertas; y no sólo eso, sino que su existencia
colectiva se identificaba, en muy buena parte, con el objetivo de
alcanzar de nuevo esos momentos pretéritos.
Atenas, sin
embargo, no había pillado cacho en aquella gran batalla. No se podía
decir, desde luego, que Troya hubiese caído como resultado de alguna
aportación relevante de los áticos. En el mundo mitológico y
heroico, la verdad, Atenas jugaba un papel muy parecido al que jugó
en los juegos olímpicos; en los que, la verdad, los laureados
atenienses fueron más bien pocos, y por eso eran tan celebrados.
Atenas, sin
embargo, no dejaba por eso de tener su héroe mítico. Era Teseo, el
valiente tipo que había liberado a los áticos de ser dominados por
los crueles cretenses y su experimento genético, el minotauro.
Algunos estudiosos han llamado la atención sobre que el cuento de
Teseo, el laberinto, el torito y toda la pesca tiene poca lógica. No
me refiero al cuento en sí, claro, que es una ful en sí mismo. Me
refiero al hecho de que se base en una supuesta dominación de Atenas
por Creta, un pueblo que difícilmente pudo aspirar, en los tiempos
legendarios, a extender poder alguno sobre el continente griego en
general, y el Ática en particular.
Esto es lo que ha hecho a muchos estudiosos pensar que, en realidad, el mito de Teseo, al revés que otros mitos que probablemente proceden de la realidad idealizada, es un mito construido como tal; pura propaganda. Si en algún momento de la existencia de la Hélade pudo exitir un cachoburro capaz de vencer a casi todos sus contendientes, un tipo tal vez señalado por la genética con unas proporciones inusitadas en un mundo de seres más bien bajitos que, con el tiempo, fue convertido en Hércules, la panzerdivisionen humana capaz de desviar ríos él solo y tal, es bastante probable que Teseo nunca existiera ni siquiera en una historia humana razonable. Fue, yo por lo menos lo tengo por probable, una historieta, una leyenda urbana que se inventaron los propios atenienses para tener un héroe al que admirar.
Esto es lo que ha hecho a muchos estudiosos pensar que, en realidad, el mito de Teseo, al revés que otros mitos que probablemente proceden de la realidad idealizada, es un mito construido como tal; pura propaganda. Si en algún momento de la existencia de la Hélade pudo exitir un cachoburro capaz de vencer a casi todos sus contendientes, un tipo tal vez señalado por la genética con unas proporciones inusitadas en un mundo de seres más bien bajitos que, con el tiempo, fue convertido en Hércules, la panzerdivisionen humana capaz de desviar ríos él solo y tal, es bastante probable que Teseo nunca existiera ni siquiera en una historia humana razonable. Fue, yo por lo menos lo tengo por probable, una historieta, una leyenda urbana que se inventaron los propios atenienses para tener un héroe al que admirar.
Otro aspecto
notable de la sicología colectiva de los atenienses, que refleja en
alguna medida su escondida ambición por ser más grandes de lo que
ellos mismos sabían que eran, era su obsesión por convencerse, a
través de sus mitos y de sus historias, de que eran los habitantes
legendarios del Ática. Los griegos clásicos eran razonablemente
conscientes del hecho que la arqueología ha confirmado sin género
de dudas, y es que ellos, alguna vez, fueron inmigrantes en su
tierra. Sin embargo, los áticos nunca aceptaron esas evidencias,
prefiriendo vivir en un entorno cultural mítico basado en la idea yo
siempre he estado aquí, idea que refleja cierto complejo de
inferioridad frente a a otras colectividades griegas (los megarenses,
los tesálicos, los tebanos) que, cuando menos en el alba de los
tiempos clásicos, parecen poseer tradiciones más sólidas.
Lo verdaderamente
importante de esta dinámica es que, naciente como es como
consecuencia de cierta percepción de inferioridad, acaba por
producir el sentimiento totalmente contrario. Así, en los tiempos de
la Atenas clásica, los tiempos de Pericles, los atenienses se habían
acostumbrado a sentirse como gentes especiales; como griegos de
primera, por así decirlo.
En cuestión
religiosa, todo el mundo sabe que el dios, en este caso la diosa, más
venerada en la ciudad era Atenea, que de hecho había donado su
nombre a la ciudad. Además de eso, muchos atenienses también eran
creyentes de Démeter y Kore, que eran especialmente adoradas en
Eleusis, un lugar de peregrinación al que acudían griegos de
diversas partes, atraídos por el rito mistérico.
Atenas, sin
embargo, estaba lejos de los grandes centros de la religiosidad
griega original (Olimpia, Delfi, Dodona) y, de nuevo, no parece haber
tenido un papel importante en la religiosidad griega. Por esto, a
partir del sexto siglo antes de Cristo, cuando comienza la
prosperidad de la ciudad propiamente dicha, los atenienses se lanzan
a una carrera para incorporar más deidades a su panteón local, y de
hecho tratan que la fiesta anual de su diosa, la Panatenaia, se
convierta en un suceso de orden griego.
Es a través de
este prisma, en mi opinión, como hay que ver el enorme esfuerzo
hecho por los atenienses durante el quinto siglo antes de Cristo.
Vemos al pueblo de Atenas, incluso, colocarse a las espaldas de sus
generales incluso en momentos en los que la racionalidad dictaría
otra actitud. Sin embargo, los atenienses mantuvieron sus decisiones
belicistas incluso más allá de lo que hubiera sido racional, y esto
es así, en buena parte, porque muchos de ellos consideraban que
todas esas acciones estaban inmersas en un proyecto nacional de gran
importancia. Un proyecto para elevar su polis por encima de las demás
y buscar un lugar para ella en la Historia. Fue mucho lo que
sacrificaron pero, la verdad, lo consiguieron.
Una vez que los
pisistrátidas fueron expulsados de Atenas, la ciudad entregó sus
intereses políticos a un antiguo aliado de los tiranos, Clístenes;
el hombre a quien normalmente concedemos el mérito de fundar la
democracia ateniense. Clístenes era un alcmeónida y, por lo tanto,
pertenecía al mismo clan del que había salido la madre de Pericles.
A pesar de que,
como ya he dicho, los atenienses veían y verían el periodo de los
pisistrátidas con muchos mejores ojos que los que usamos nosotros
hoy en día, con su caída la presión de los clanes aristocráticos a
los que los tiranos habían arrebatado su poder provocó una fuerte
tendencia antitiránica que, sin embargo, desde el punto de vista de estas familias nobles terminaría por pasarse de frenada, pues yo creo bastante obvio que
esos clanes, desde luego, no tenían la idea de formar un gobierno
del pueblo. Se produjo una situación muy curiosa por lo extraña, ya
que los pisistrátidas habían ejercido una dictadura, sí, pero la
habían ejercido, fundamentalmente, para defender a las clases medias
frente a las aristocráticas; y ahora eran esos mismos aristócratas
los que, muy a su pesar, se convertían en campeones del
mantenimiento del poder político de esas mismas clases medias.
Yo pienso en la Atenas inmediatamente pre-pericleana un poco como los primeros liberales decimonónicos españoles, que lucharon contra el francés pero propugnaban sus ideas. Lo cierto es que, durante la tiranía, las clases no aristocráticas atenienses se habían acostumbrado, no a ejercer el poder político, sino a tener eso que podemos llamar significación política. Y ya no estaban dispuestos a ceder ni un paso más. Esto es algo que Pericles aprovecharía de una forma magistral, coqueteando incluso con formas de gobierno personal no muy democráticas, consciente de que aquellos conciudadanos estaban más preocupados por el qué que por el cómo.
Yo pienso en la Atenas inmediatamente pre-pericleana un poco como los primeros liberales decimonónicos españoles, que lucharon contra el francés pero propugnaban sus ideas. Lo cierto es que, durante la tiranía, las clases no aristocráticas atenienses se habían acostumbrado, no a ejercer el poder político, sino a tener eso que podemos llamar significación política. Y ya no estaban dispuestos a ceder ni un paso más. Esto es algo que Pericles aprovecharía de una forma magistral, coqueteando incluso con formas de gobierno personal no muy democráticas, consciente de que aquellos conciudadanos estaban más preocupados por el qué que por el cómo.
La instrumentación
de los poderes del pueblo, sin embargo, no sólo generó elementos
que favorecieron el funcionamiento social, sino también elementos de
eso que hoy llamamos manipulación política. De hecho, puesto que
aquí estamos hablando fundamentalmente del periplo vital de
Pericles, no hay que olvidar que en el año 485, el joven Pericles
conoció el exilio, o para ser más exactos el ostracismo, pues éste
fue dictado en la persona de su padre, Xántipo. El ostracismo no era
dictado por los gobernantes, sino por una mayoría de la propia
asamblea ateniense; y era ésta una decisión que no se basaba ni en
ningún elemento procesal ni en ninguna prueba tangible: los
atenienses, literalmente, podían declarar el ostracismo de alguien
por la simple razón de que no les caía bien. Como es bien sabido,
los atenienses votaban en piezas de cerámica rotas llamadas ostraka,
de ahí lo de ostracismo.
Aunque Xántipo
regresó de su exilio antes de lo esperado (cinco años en lugar de
diez), para convertirse, además, en uno de los más descollantes
generales atenienses, mucho se ha especulado sobre la marca que esta
experiencia debió dejar en un Pericles que entonces era un yogurín
(griego, por supuesto). Las señas son varias de que uno de los
principales motivos de que los atenienses lo hubieran papeleteado
(asumiendo que el ostracismo hoy debiera votarse mediante
papeletas, de ahí me invento el neologismo) fue su matrimonio. Y es
que el padre de Pericles, para fabricar a Pericles, se había buscado
una mujer que no era en sí problemática, pero desde el punto de
vista de su clan de origen, sí.
Agarista, la mamá
de Pericles, era una miembra de la familia ateniense de los
alcmeónidas. Por lo tanto, estaba integrada en una historia
profundamente imbricada con Atenas, pues sus miembros habían sido
arcontes antes de las reformas de Solón. En torno al año 632 algo
grave le pasó a la familia que no sabemos muy bien qué fue pero que, en todo
caso, labró su desgracia hasta un punto que ya no se recuperó del
todo. Un tipo llamado Cilón, que era yerno de Teágenes, el tirano
entonces de Megara, decidió tratar de alcanzar el poder máximo y
dictatorial en Atenas con la ayuda de su suegro. El pueblo ateniense,
sin embargo, resistió y cercó a los cilónidas en la Acrópolis,
donde ni siquiera pagaron entrada para pasar. Los cilónidas,
viéndose perdidos, echaron mano de la sólida tradición ateniense
de ayudar a quien se acoge a sagrado, como diríamos los cristianos
siglos después: se colocaron bajo la protección de un altar y
reclamaron que sus vidas fuesen por lo tanto protegidas.
Los atenienses, en
general, aceptaron este estado de cosas. Pero algunos, no. Hubo, al
parecer, un grupo que traicionó a los vencidos y, prometiéndoles
protección, asesinó a algunos de los magistrados que se habían
alineado con Cilón, y habían compartido su suerte. El resto de los
atenienses, como consecuencia de su profunda superstición religiosa
(ya que he escrito alguna vez en este blog, y aquí lo reescribo, que
quien piense en la griega como una civilización arreligiosa, en la
que la figura de unos dioses casi humanos permitía hacer de todo, no
tiene ni puta idea), consideraron a los autores de estos actos como
impíos y malditos; entre éstos estarían los alcmeónidas. Los
atenienses purificaron la ciudad, para eliminar la maldición, y
expulsaron a los asesinos.
No fue hasta el 590
antes de Cristo que los alcmeónidas consiguieron regresar a Atenas.
A pesar de que la gente tenía memoria y que muy pocos les ofrecieron
amistad en Facebook, Megacles, hijo de Alcmeón, dio un braguetazo
casándose con Agarista, que era hija de Clístenes, el tirano de
Sicion; este matrimonio provocó que los nombres de Clístenes para
los hombres y de Agarista para las mujeres se consolidasen como el
nombre by default entre los alcmeónidas. A partir de ahí, la
familia sería una de las familias principales del montaje ateniense,
hasta el punto de que cuando Pisístrato buscó una alianza fuerte
para construir su tiranía, se casó con la hija del alcmeónida
Megacles. Y más tarde, en el 525, durante la tiranía el hijo de
Pisístrato, Hipias, Clístenes, hijo de Megacles, ejerció el
arcontado.
Con la caída de
los pisistrátidas, en el 511, los alcmeónidas se encontraron en
necesidad de lavar su imagen y hacer olvidar sus pecados como aliados
de los tiranos. Como el hecho de que Pisístrato y la hija de
Megacles se habían casado no había quien se lo pudiera saltar,
comenzaron a distribuir la Historia de que no habían tenido
relaciones sexuales plenas porque él no quería que ella le diera
hijos (lo cual tenía su parte de lógica, puesto que ya tenía otros
hijos de matrimonios anteriores). Aprovechando que entonces no había
los mecanismos de registro que hay hoy en día y, por lo tanto, los
hechos dependían de la memoria de las personas, los alcmeónidas
también utilizaron con eficiencia el hecho de que habían sido
expulsados de Atenas en el 514, tras el asesinato de Hiparco, hermano
de Hipias, convirtiendo ese episodio en una supuesta ausencia de
Atenas durante todo el periodo dictatorial (durante el cual,
no se olvide, habían ocupado el arcontado).
En estas
circunstancias, aproximadamente en el año 510, Xántipo decidió
casarse con Agarista, nieta de aquel Megacles al que hemos visto
entregarle una hija a Pisístrato, pero sólo para que se hiciesen
unas pajillas. En el año 507 llegó la bomba. Clístenes, el hijo de
Megacles, había propuesto una serie de reformas en el sistema
político, dando más poder al ateniense de andar por casa a través
de un consejo de Estado de 500 miembros, elegidos entre ellos.
Mi particular
visión del movimiento del alcmeónida tiene muy poco que ver con las
ínfulas igualitarias que normalmente se le adscriben a los
arquitectos de la democracia. Dicho de otra forma: si aceptáis mi
visión de las cosas, Clístenes no puso los cimientos de la
democracia porque creyese en ella, sino porque la necesitaba. La
invención por parte de los alcmeónidas de una marcianada del
calibre de eso de que no habían estado en Atenas durante la tiranía
pisistrática recuerda, la verdad, a la actitud del secretario
Schlemmer (Hanns Lothar), asistente de CR MacNamara (James Cagney) en
la brutal One, two, three de Billy Wilder; ya sabéis, el
cínico alemán al que, cuando le hablan de Hitler, contesta:
“¿Adolf? ¿Qué Adolf?”, y pretende convencer a su jefe de que
pasó toda la guerra en el Metro y de que no se enteró de nada de lo
que pasaba arriba. Los hechos que cuando menos yo conozco nos dicen
que la familia ateniense estaba muy presionada, acorralada quizás,
por quien dominaba inicialmente todo el proceso pos-pisistrátida,
que eran los aristócratas a los que el tirano había retirado su
poder. Tengo por mí que los alcmeónidas tratarían de pactar con
esas familias, pero se encontraron con que la intención de éstos
(lógica) era acabar con ellos. Y entonces Clístenes, simplemente,
buscó aquello que Tucídides llama hetairoi, partidarios. Y
los encontró en eso que hoy llamamos “la gente”, como los pudo
haber encontrado en otro lugar.
La democracia, ya
lo siento, no cayó por su propio peso, si bien responde, en buena
medida, a tensiones y tendencias muy estructurales. La trajo alguien
por un puro cálculo político. La trajo un tipo que, simplemente, se dio cuenta de que si seguía tratando de pactar con los aristócratas, éstos acabarían con él, puesto que los alcmeónidas estaban en horas muy bajas. Pidiendo pista para ser, como poco, exiliado, Clístenes decidió jugar una baza desesperada. La dictadura pisistrátida que, no se olvide, había sido una tiranía cuyo primer combustible había sido defender al ateniense medio frente al poder de los pijos, había dejado una huella en la conciencia de la gente normal como sujeto político. Además, había iniciado la construcción de los elementos (el presupuesto centralizado; la propiedad pública, con o sin concesiones a particulares) que son fundamentales para construir una democracia, porque la democracia es gobierno y gobernar, como decía Enrique Fuentes Quintana, es gastar. Atenas tenía el germen de la idea del poder popular, y la forma de financiarlo. Y, por el camino, Clístenes salvaría el gañote.
La democracia, pues, llegó al mundo el día que Darth Vader decidió quitarse el casco e ir por ahí contándole al personal que él siempre había sido un jedi generoso y resultón. Porque las cosas nunca son como queremos imaginar que sean.
La democracia, pues, llegó al mundo el día que Darth Vader decidió quitarse el casco e ir por ahí contándole al personal que él siempre había sido un jedi generoso y resultón. Porque las cosas nunca son como queremos imaginar que sean.
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