El hijo del césar de Occidente.
Sigamos a Constancio, que es quien lógicamente
más nos interesa por ser el papá de Nino. En el reparto de
responsabilidades y administraciones que se produjo entre los
tetrarcas, a Cloro le tocaron la Galia y Britania, razón por la cual
estableció su Corte en una ciudad muy importante para la época
tardorromana: Trier o Tréveris. Sin embargo, no se llevó consigo a
su hijo Constantino, que empezaba a hacer carrera en los rangos
militares. Constantino prefirió medrar a la sombra de Diocleciano,
el primero de los emperadores. Se había reservado el emperador el
que en ese momento era el territorio más prometedor y beneficioso
del Imperio, esto es las posesiones asiáticas y Egipto. Para
supervisar la administración de estos territorios, Diocleciano se
estableció fundamentalmente en Nicomedia, en el antiguo reino de
Bitinia, en el norte de Turquía. Allí fue donde sirvió Constantino
como tribuno militar.
El hecho de que las posesiones asiáticas se convirtiesen en la vertiente más dinámica e interesante del Imperio romano tuvo otra consecuencia importante: su orientalización. Los territorios hoy turcos, mesopotámicos o sirios, que durante décadas habían sido para los romanos meros teatros para el enriquecimiento de gobernadores enviados desde la metrópoli, comenzaron a ganar cada vez más papel en las costumbres y en la geopolítica interna del Imperio. Esto es muy importante para la conformación del cristianismo el cual, a través del Imperio, entró en conexión con cultos y creencias orientales que claramente influyeron en la teología cristiana (sin ir más lejos, es por ese contacto, concretamente con Babilonia, que los occidentales creemos en eso de que Dios está en el Cielo; Dios, hasta que se produjo la influencia sobre Roma de los mitos orientales, siempre había vivido en el subsuelo).
Pero también fue importante para otras cosas, entre ellas la mutación experimentada por la figura del emperador. Diocleciano, quien como acabamos de decir se olvidó del teatro histórico de la grandeza romana y se trasladó a vivir a un tiro de piedra de las tradiciones asirias, medas y persas, quedó fascinado por la figura a la vez temible y admirada del rey en esas culturas. Asumió de los persas un concepto que hasta entonces no había defendido ningún emperador romano: que el poder de un mandatario es declarado, primero que por todo, por las riquezas que acumula en sus vestidos. Y, además, adoptó la complicada liturgia de las cortes asiáticas, con inclusión de la prueba de pleitesía por antonomasia, que es la postración delante de la persona del emperador. Los romanos, delante de su emperador, estaban acostumbrados a ensayar una especie de medio gesto de inclinación en seña de respeto. Pero a partir de ahora deberían arrodillarse y tocar el suelo con su frente.
Dicho esto, lo que no está en discusión es el
hecho de que la tetrarquía funcionó bastante bien para aquello para
lo cual había sido inventada, esto es: para dotar al Imperio de
mayor efectividad defensiva. La Roma de Diocleciano ya no soñaba con
ganar más territorio del que tenía; su principal ambición era
mantener la espesa red de centenares, miles de tributarios en
perfecto estado de revista y fluyendo recursos hacia las metrópolis.
Uno de los grandes problemas del Imperio en las décadas anteriores
había sido precisamente la frontera oriental, esto es, la frontera
persa. Los sasánidas habían conseguido sacarle brillo a la plata de
la pasada hegemonía persa y, de hecho, Sapor I había infligido una
durísima derrota a los romanos en tiempos del emperador Valerio, a
quien de hecho hizo su prisionero y se permitió el lujo de hacer
morir en cautividad. Galerio, como césar designado de Diocleciano,
participó en estas campañas, si bien en general lo hizo con menor
efectividad que su jefe, cosa que éste se preocupó de destacar
bastantes veces.
En el otro extremo del Imperio, el principal
problema estaba precisamente en los territorios que controlaba
Constancio, esto es, la Galia y Bretaña. Y habría de ser en una de
esas campañas cuando, en el año 306, muriese Constancio. Ocurrió
en las Islas Británicas, y allí las tropas del emperador (porque ya
no era césar) aclamaron como nuevo augusto a su hijo Constantino.
Pero las cosas no eran tan fáciles como un aclamación por unas tropas. En realidad, Diocleciano estaba pensando en otra cosa y, como veremos ahora mismo, se había adelantado en el tiempo a la muerte de Constancio.
La invención de la tetrarquía tenía dos
objetivos fundamentales: uno, militar, era procurarse una mayor
eficiencia bélica para un Imperio que tenía que defender unas
fronteras interminables. El otro era evitar el cesarismo y, por lo
tanto, las conspiraciones. La idea de Diocleciano era que, con la
existencia de dos emperadores, aunque uno fuese superior al otro, y
de dos césares, designados por cada uno de ellos, las querellas
sucesorias pasarían a ser un tema del pasado. Para Diocleciano, el
funcionamiento adecuado de este sistema era de la mayor importancia.
En realidad, era tan importante que estaba dispuesto incluso a
sacrificar lo que más quería, que era el propio poder. En el año
305, él solo o debidamente asesorado, llegó a la conclusión de
que, para dar absoluta credibilidad al sistema tetrárquico, había
algo que quedaba por hacer: poner en juego el mecanismo sucesorio. Y
esto pasaba porque tanto él como Maximiano, emperadores, abdicasen
de su machito.
No se trata de una idea totalmente nueva en la Historia de Roma. Lucio Cornelio Sila también abandonó el poder omnímodo que ejerció en los tiempos republicanos cuando estaba precisamente en la cúspide de dicho poder. Pero para el sistema imperial sí que suponía una novedad importante. Además, Diocleciano observaba este sistema a través de un prisma de mérito y valor, no sucesorio; consideraba que los césares, una vez convertidos en emperadores, deberían nombrar césares a quien les petase; pero no necesariamente, en realidad evitando, que fuesen parientes suyos. Esta idea, sin embargo, chocó con los fuertes elementos dinásticos que había tenido siempre el sistema imperial ya desde Augusto y, de hecho, le labró al emperador dos sólidos enemigos en las dos personas que más tenían que perder en el sistema diocleciano: Constantino y Majencio, hijos, cada uno, de Constancio y de Maximiano, y en ambos casos esperaban ser césares cuando les tocase.
En el año 305, sin embargo, fue la voluntad del
emperador la que se impuso y los dos que portaban tal título:
Diocleciano y Maximiano, abdicaron de su poder y se marcharon a sus
casas. Constancio y Galerio pasaron a ser augustos. Constancio, sin
embargo, no pudo nombrar césar a su hijo Constantino y tuvo que
aceptar a Severo, que era un hombre de la confianza de Galerio.
Galerio, asimismo, nombró como césar suyo a Maximino Gaya, otra
persona de su confianza. Tanto Constantino como Majencio quedaban,
por lo tanto, fuera de la competencia por la dignidad imperial.
Como ya os he contado, un año después de la
abdicación de los emperadores, uno de los nuevos, Constancio,
falleció en York, Inglaterra. Las tropas de Constancio encontraron
plenamente lógico aclamar a Constantino como nuevo césar, dado que
el hijo del emperador se encontraba allí, con ellos (y aceptó la
proclamación). Pero eso, claro, quiere decir que Constantino había
abandonado el teatro de su curro que, como hemos dicho, era Oriente.
¿Fue eso una casualidad? La verdad es que la mayoría de los
historiadores se inclina por contestar que no.
Constantino, en efecto, abandonó Oriente para reunirse con su padre en el norte de Francia antes de pasar el Canal para llevar a cabo una expedición contra los pictos. Lo siguiente que sabemos es que Constancio murió algunas semanas después de haberse producido dicho paso. Pero no murió como consecuencia de una acción bélica, sino a consecuencia de una enfermedad. Es fácil, pues, imaginar un estado de cosas concreto: ¿y si Constancio se sintió morir, o tal vez fueron sus médicos los que le adelantaron dicho diagnóstico; y, tras saber que las cosas iban a ser así, llamó a su hijo a su lado para hacerlo protagonista de una aclamación, de alguna manera, preparada? Buen conocedor, con seguridad, de los planes de Diocleciano, Constancio tenía que ser consciente de que, en buena teoría, a su muerte su hijo perdería toda posibilidad de hacer carrera imperial; así pues, no es nada descabellado imaginar que concluyese que el golpe de Estado era la única vía que tenía su hijo de pasar a la Historia.
El hecho de que fue un movimiento golpista nos lo demuestra el dato de que la proclamación de Constantino no fue como césar, que era a lo que podía aspirar en la legalidad tetrárquica (según esta legalidad, a la muerte de Constancio era Severo quien se convertía en emperador, y por lo tanto era el puesto de césar el que quedaba vacante). Constantino no fue aclamado césar, sino directamente augusto, esto es: emperador.
Constantino, en efecto, abandonó Oriente para reunirse con su padre en el norte de Francia antes de pasar el Canal para llevar a cabo una expedición contra los pictos. Lo siguiente que sabemos es que Constancio murió algunas semanas después de haberse producido dicho paso. Pero no murió como consecuencia de una acción bélica, sino a consecuencia de una enfermedad. Es fácil, pues, imaginar un estado de cosas concreto: ¿y si Constancio se sintió morir, o tal vez fueron sus médicos los que le adelantaron dicho diagnóstico; y, tras saber que las cosas iban a ser así, llamó a su hijo a su lado para hacerlo protagonista de una aclamación, de alguna manera, preparada? Buen conocedor, con seguridad, de los planes de Diocleciano, Constancio tenía que ser consciente de que, en buena teoría, a su muerte su hijo perdería toda posibilidad de hacer carrera imperial; así pues, no es nada descabellado imaginar que concluyese que el golpe de Estado era la única vía que tenía su hijo de pasar a la Historia.
El hecho de que fue un movimiento golpista nos lo demuestra el dato de que la proclamación de Constantino no fue como césar, que era a lo que podía aspirar en la legalidad tetrárquica (según esta legalidad, a la muerte de Constancio era Severo quien se convertía en emperador, y por lo tanto era el puesto de césar el que quedaba vacante). Constantino no fue aclamado césar, sino directamente augusto, esto es: emperador.
En realidad, resulta muy difícil saber hasta qué
punto ese movimiento de Constantino fue o no un movimiento contra la
legalidad. Como iremos, creo, viendo en estas notas, de las variadas
habilidades que perfeccionó a lo largo de vida el emperador, la
opinión pública fue la mejor de ellas. Constantino fue un perfecto
propagandista de sí mismo, y se preocupó de exigirle a las gentes
que trabajaban para él que estuviesen a la altura. Buena parte de
los testimonios sobre el acceso de Constantino al poder imperial de
que disponemos fueron escritos después de que dicho acceso se
hubiera producido; después de que Constantino se hubiera convertido
en el único e incontestado emperador de Roma. Pero, claro, para
entonces él mismo tenía la capacidad de leer los borradores antes
de ser copiados y, consecuentemente, de recomendar enfoques;
y, por decirlo así, gracias a su excelente alianza con la Iglesia,
conservó, como el Cid, la capacidad de seguir influyendo en esos
borradores después de su propia muerte. Como puede verse, el consejo
de administración de Radiotelevisión Española está inventado
muchos siglos antes de su primera reunión.
Sea como sea, el hecho es que en el año 306
tenemos un hecho que se produce en uno de los extremos del Imperio,
dado que York quedaba entonces donde Cristo perdió las alpargatas de
San Pedro; se produce, digo, un hecho disolvente de la tetrarquía. Los hechos
posteriores vienen a sugerirnos la posibilidad, en la que yo creo, de
que Constantino no estuviese en ese momento pensando en cargarse la
tetrarquía como modelo, entre otras cosas porque como he dicho era
un modelo que estaba funcionando mejor que otros; sino más bien
corregir sólo el sesgo antidinástico que le había dado
Diocleciano, asegurándose para sí, cuando menos, un estatus de
césar que la desaparición de la legación de los honores por sangre
ponía en peligro.
Sin embargo Constantino, como todos los políticos que fueron, son y serán, cometió el error de no darse cuenta de que, cuando alguien pone en marcha un proceso, controla esa puesta en marcha, pero absolutamente nada más. Una vez lanzada la inercia, ésta avanza a su bola, normalmente complicando las cosas.
Sin embargo Constantino, como todos los políticos que fueron, son y serán, cometió el error de no darse cuenta de que, cuando alguien pone en marcha un proceso, controla esa puesta en marcha, pero absolutamente nada más. Una vez lanzada la inercia, ésta avanza a su bola, normalmente complicando las cosas.
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