El siglo XX, esto todos lo sabemos, es,
entre otras cosas, el siglo de la descolonización y,
consecuentemente, un siglo de fuertes eclosiones nacionalistas que,
en algunas zonas del mundo, son en realidad eclosiones tribalistas.
Probablemente, en ningún lugar del mundo fueron estas luchas y
conflictos más importantes que en África, puesto que allí, además,
el nacionalismo y la descolonización se mezclaron con otro elemento
de gran importancia, que era la lucha por la igualdad racial. Y en
ningún lugar fue esa polémica más problemática, más larga, que
en el país entonces llamado Rodhesia y el que todavía hoy conocemos
como Suráfrica o África del Sur.
Digamos algunas cosas sobre este
último (aunque también le podría llegar su momento al primero de ellos).
África del Sur es un territorio
tradicionalmente convulso por guerras, tanto de los colonizadores
entre ellos como de éstos con la mayoría negra naturalmente
establecida allí. Algún día, si hay tiempo, nos deberemos ocupar
del convulso siglo XIX de Sudáfrica, pero por razones de cierta
eficiencia (aunque a mí, yo creo que ya se nota, me la trae al pairo
tener que escribir decenas de posts sobre un tema) situaremos las
cosas en el siglo XX, para centrar un poco más el tiro. Ese siglo XX
en el que, como digo, muchos países del continente experimentan las
tensiones descolonizadoras y nacionalistas combinadas, tendentes a
cuestionar el papel dirigente de los blancos en muchos sitios.
Hay que decir, sin embargo, que por
mucho que las cosas las veamos claras en el momento presente, hace
unas cuantas décadas estaban un poco más, ejem, oscuras. El tema
tiene su razón, y esa razón se llama Congo. La antigua posesión
personal del rey belga, cedida después al país, fue uno de los
primeros grandes países de África (es grande a rabiar) que
experimentó las tensiones raciales y a apartar a los
blancos del gobierno. Pero es que eso le sirvió para entrar en una larga
serie de guerras y de conflictos de la que en el momento presente
apenas se puede considerar libre. La experiencia del Congo fue
crucial a mediados del siglo pasado para los blancos que defendían
la idea de que no había que entregar los gobiernos a los negros por
su propio bien.
Esta
filosofía, paternalista e interesada, encontró su ápex después de
la segunda guerra mundial en África del Sur. Fue en 1948 cuando el
partido afrikaner, una formación nacionalista blanca basada en el
poder de los famosos boers,
llegó al poder. Inmediatamente elaboró su propia versión de esta
idea que hemos expresado de mantenimiento del poder blanco en
beneficio del negro; eso que ellos mismos llamaron apartheid. Desde
el primer momento, el objetivo del apartheid fue eternizar el poder
blanco para así imponerse sobre la swart gevaar,
la amenaza negra.
Básicamente, el
apartheid significa dos cosas: la primera es la radical segregación
entre blancos y negros; y la segunda el control estricto de la vida
de los negros. Los afrikaner regularon todos los aspectos de la vida
de las personas de raza negra: dónde vivirían, dónde estudiarían,
dónde, y en qué, trabajarían, dónde podrían divertirse, cómo
podrían participar en política. En un proceso que sólo encuentra
parecido en algunos países comunistas (y es que los extremeños se
tocan), tres millones de personas fueron sacados de sus hogares y
trasladados a otras zonas del país para satisfacer la planificación
de la fuerza de trabajo realizada por el gobierno. Eran todos negros,
claro. La filosofía básica sostenida por los gobernantes blancos de
aquella época es, en el fondo, muy simple y hasta lógica: la única
forma que tienen los blancos de evitar la pérdida de su poder es
dominar a los negros. Pero el apartheid es fruto de un caldo que ya
se venía cociendo desde antes: sin ir más lejos, en 1936 los
ciudadanos negros de la provincia de El Cabo habían perdido su
derecho al voto.
Se ha dicho que la
principal fuerza pronegra, el African National Congress o ANC, es el
producto de la reacción a esta situación. En realidad, no es del
todo así. El ANC nació treinta años antes del apartheid, en 1912,
aunque sus acciones, durante tres décadas, fueron muy poca cosa.
En los años
cuarenta del siglo pasado, que como hemos visto son los años del
principio del apartheid, también se produce un movimiento social que
es de gran importancia para entender todo lo que ocurrió después.
Muchos negros inicialmente hacinados en ghettos creados para ellos
los abandonan a causa de las escasas perspectivas que encuentran ahí,
y se desplazan a los grandes polos industriales, donde hay más
trabajo. Sin embargo, como suele ocurrir la emigración supera a la
demanda y, además, el Estado no se ocupa de crear adecuadas
condiciones para todos esos habitantes. Comienzan, pues, a surgir los
barrios de chabolas en las afueras de las grandes ciudades,
notablemente Johannesburgo, y en muchas fábricas se crean
movimientos sindicales negros que abogan por mejores condiciones para
sus trabajadores. En 1946, por ejemplo, los mineros negros irán a la
huelga.
En
1943, impulsados en gran parte por los nuevos referentes
internacionales que está creando el fin de la guerra mundial como la
Carta Atlántica, el ANC desarrolla una plataforma reivindicativa,
que lleva el título simple de African claims (yo
creo que es más exacto traducirlo como reivindicaciones negras o
reivindicaciones del negro que como reivindicaciones africanas);
documento en el que ya se reclama la ciudadanía total para los
negros y el fin de toda medida discriminatoria.
El
African claims era,
por así decirlo, un documento posibilista; una plataforma para la
negociación. Pero en el seno del ANC comienza a haber elementos y
personas que, como una consecuencia lógica de la situación, no
abogan por la negociación, sino por la oposición radical. Entre
estos jóvenes radicales se encuentra un estudiante de Derecho,
emparentado con una familia real tribal, los Thembu, llamado Nelson
Mandela. Mandela había nacido en 1918 (tenía entonces veintipico
años, pues) en un pueblo llamado, lógicamente, Thembuland. Había
conseguido plaza en la universidad de Fort Hare, el mejor destino
educacional al que podía aspirar un negro entonces en Sudáfrica,
pero acabó saliendo a la naja para evitar un (por otra parte muy
común) matrimonio pactado. En la Ciudad de Juan encontró curro en
una empresa de granjas, empleo que le permitió terminar la carrera
estudiando y examinándose por correspondencia.
En 1949, el ANC se
radicalizó aun más con la llegada de una hornada de militantes
jóvenes con un perfil, como se ha dicho, más radical todavía que
sus mayores. La organización aprobó un programa de actuaciones que
incluía la desobediencia civil y las huelgas masivas.
El Partido Nacional
no se quedó quieto ante la radicalización de la vida social y
económica. En primer lugar, busco un chivo expiatorio: el comunismo; así pues, aprovechó que el Pisuerga pasaba por Valladolid para
ilegalizar a los comunistas. Junto con la Suppression of Communism
Act vinieron otras leyes que fueron las que convirtieron a Sudáfrica
en un país abiertamente totalitario. De hecho, la ley anticomunista
era tan etérea al definir el comunismo que, en la práctica, daba
poderes al gobierno para enviar a la clandestinidad a quien quisiera.
El ANC respondió
en 1952 con la organización de una llamada Campaña de Desafío
contra el creciente trabajo del gobierno en contra de las formas
democráticas. Militantes voluntarios se enfrentaron al arresto por
contravenir reglas diversas, casi todas relacionadas con los sitios
reservados para los blancos en autobuses, trenes, salas de espera,
etc. Era una especie de huelga criminal a la japonesa: aquellos
delitos eran de relativa poca entidad, pero lo que se buscaba era
petar los tribunales con ellos, provocando su esclerosis. En
cinco meses, 8.000 personas fueron condenadas a penas de entre uno y
tres meses en el maco. Pero eso, claro, no paró al gobierno a la
hora de atacar a los dirigentes. 35 de ellos, entre los cuales se
encontraba Mandela, fueron acusados de promover el comunismo y, por
lo tanto bajo el paraguas de la ley específica contra el mismo,
fueron encontrados culpables; a muchos de ellos se les prohibió
participar en acciones políticas de por vida. Asimismo, como
respuesta a todas estas movidas el gobierno aprobó una legislación
que le otorgaba poderes extraordinarios ante los desórdenes que, en
la práctica, hacía imposible convocar normalmente movilizaciones.
La respuesta del
ANC fue buscar la coalición con otros grupos con intereses
parecidos, esto es, activistas procedentes del fuerte contingente
indio establecido en el país y blancos contrarios al régimen. Dicha
conjunción alumbró un documento denominado Freedom Charter
(1955), que defendía la existencia de una sociedad plenamente
democrática de carácter multirracial. El documento, por lo demás,
estaba fuertemente influido por el socialismo, ya que propugnaba la
nacionalización de las minas, de la banca y de otros diversos
sectores económicos. En 1956, el gobierno detuvo a 156 activistas,
entre ellos la práctica totalidad de la cúpula del ANC, y los acusó
de alta traición. El juicio duró cuatro años y al final los
detenidos fueron absueltos, pero ciertamente supuso un importante
debilitamiento de la oposición.
En 1958, tras la
muerte del primer ministro Hans Strijdom, el Partido Nacional escogió
como nuevo líder gubernamental a Hendrik Verwoerd, un político
nacido en los Países Bajos que tenía una visión hiperradicalizada
del apartheid. Verwoerd decía cosas como que nunca siquiera se
planteaba la posibilidad de estar equivocado, puesto que se
consideraba colocado en su puesto por el mismo Dios.
En esencia, la
ideología de Verwoerd se resumía en una idea: había que llevar el
apartheid a una escala más allá. No sólo había que segregar a
negros y blancos; había que separarlos territorialmente. Por lo
tanto, legisló la división de la población sudafricana negra en
diversas naciones o tribus, y les otorgó el control de sus propios
territorios, donde ellos podrían disfrutar lo que se conoció como
separate freedom, esto es, sus propios derechos y libertades.
Cada ciudadano negro del país debería ser inscrito como miembro de
una de esas naciones, incluso en el caso de que residiese en tierra
de blancos; incluso en el caso de que esa residencia se viniese
produciendo desde décadas atrás.
Claramente, la
estrategia de Verwoerd era un clásico divide y vencerás.
Buscaba el jerarca blanco dividir a los negros para así impedir que
actuasen conjuntamente.
En 1959, el
gobierno Verwoerd hizo público su plan en los detalles, que incluía
la conversión de Sudáfrica en un Estado formalmente multirracial
con ocho naciones negras distintas.
Los movimientos del
gobierno racista cambiaron el ANC. La principal organización de los
negros sudafricanos, que había nacido como un cuerpo hasta cierto
punto supremacista negro, terminó, ante estas amenazas, por abrazar
la teoría de lo multirracial. Es una evolución que puede observarse
claramente en el propio Mandela, quien en su primera juventud
política había sido un decidido partidario de la supremacía
política y social negra, pero ahora se hacía convertido en un cerrado defensor de
los principios contenidos en el Charter. Sin embargo, eso no
quiere decir que dentro de la organización no permaneciese un fuerte
componente africanista, como normalmente se le llamó, que criticaba
con dureza la política de alianzas del Congreso con fuerzas no
negras. Para estos radicales africanistas, no había razón en
admitir, como hacía el Charter, el derecho de los blancos de
vivir en Sudáfrica; los blancos eran gente extraña que había
robado la posesión del terreno africano.
Las diferencias
eran tan grandes que acabó llegando la escisión (lo cual demuestra,
por mucho que lo sintamos, que Verwoerd podría ser un fanático
cabrón, pero sabía lo que hacía). La rama africanista o
supremacista negra del ANC se marchó de la organización para formar
el Pan-Africanist Congress o PAC, con su lema “gobierno de los
negros, con los negros y para los negros”.
El PAC comenzó a
competir en el mercado de la protesta radical con una campaña contra
la regulación legal que obligaba a todos los negros mayores de 16
años que estaban en una zona blanca a llevar un pase especial. Se
negaron a llevarlo y acabaron en los calabozos por miles. El 21 de
marzo de 1960, en Sharpeville, una ciudad negra al sur de
Johannesburgo, la policía abrió fuego contra una manifestación del
PAC, matando a 69 manifestantes e hiriendo a 186.
La masacre de
Sharpeville, en la que muchos de los muertos y heridos fueron
literalmente cazados con tiros en la espalda cuando huían, se
convirtió inmediatamente en un símbolo de la lucha contra el
apartheid. Aparte de provocar una oleada de manifestaciones dentro
del país, tuvo la consecuencia, probablemente no prevista por el
lisssto Verwoerd, de que el orden internacional, y muy
particularmente los países democráticos, que hasta entonces habían
prestado muy poca atención a la situación de Sudáfrica, tomasen
una posición claramente contraria al apartheid. Incluso el Consejo
de Seguridad de las Naciones Unidas, ese órgano cuya eficiencia
habitual suele ser escoger entre Fairy y Don Limpio, dio un paso al
frente y condenó al régimen racista sudafricano.
El gobierno blanco,
en todo caso, eligió seguir impasible el ademán. Beneficiándose de
los muchos poderes que le concedía la ley que él mismo había
cocinado, decretó la ilegalización del ANC y del PAC y comenzó una
oleada de detenciones, que se produjeron por miles. La respuesta del
ANC, que había quedado casi completamente descabezado, fue convocar
una huelga general de tres días, seguida de una campaña masiva de
no cooperación. Todo ello bajo la dirección de Mandela, que en ese
momento decidió dedicarse por completo a la vida clandestina.
La policía decretó
la detención inmediata de Mandela. Pero el activista del ANC tenía
buenos contactos en organizaciones que llevaban mucho tiempo
acostumbradas a la clandestinidad, así pues se las arregló para
huir de la detención cambiando constantemente de domicilio y
realizando sus labores de agitación mediante llamadas a los
periódicos. La prensa, de hecho, lo bautizó La Pimpinela Africana.
La policía,
mientras tanto, aprovechando una nueva novedad legal que le permitía
realizar detenciones incluso sin intervención del juez, se dedicaba
a peinar las poblaciones negras. Muchas empresas procedieron al
despido masivo de sus empleados de raza negra. Las medidas tuvieron
su efecto sobre la capacidad de movilización del ANC. Mandela, de
hecho, llamó a ir al trabajo a sus militantes en la segunda jornada
de la huelga prevista de tres días.
Tras este fracaso,
Mandela se convenció de que el recurso a las movilizaciones estaba
agotado. Fuertemente influido por sus amigos de convicción
comunista, acabó por concluir que todo lo que quedaba era el recurso
a la violencia. Consideraba el líder del ANC que si se lograba
realizar una violencia efectiva y selectiva que pusiera en guardia a
los inversores internacionales, éstos abandonarían Sudáfrica,
provocando el cambio. Todos los círculos que frecuentaba, en ese
momento, estaban fuertemente influidos por la experiencia de Cuba,
donde un pequeño grupo de revolucionarios había conseguido darle la
vuelta a la tortilla. En la idea de muchos de esos activistas, Cuba
había confirmado (para siempre) una teoría largamente incubada por
los comunistas (sin ir más lejos, los españoles con su famosa
invasión del valle de Arán) y recientemente formulada por un
triunfante Ernesto Che Guevara, en el sentido de que la acción
violenta de unos pocos generaría la aquiescencia, la colaboración y
la alianza con toda la sociedad. Pensaba Mandela, por lo tanto, que
si había algunas acciones violentas contra el gobierno racista, en
poco tiempo éste tendría delante de sí a todos los negros de
Sudáfrica o, incluso, del continente entero.
Así pues, giró la
manija.
Mandela, sin
embargo, no era todo el ANC. Dentro de la organización había otros
miembros y dirigentes que no tenían nada claro el paso de la
organización a favor de la violencia. En un encuentro celebrado en
la clandestinidad en 1961 afloraron la mayoría de esas diferencias,
y la organización apenas logró una solución de compromiso:
seguiría defendiendo soluciones no violentas, pero tampoco sería
ajena a la formación de un brazo armado, la Umkhonto we Sizwe,
Lanza de la Nación.
La Lanza de la
Nación adoptó a Mandela como su principal dirigente, y tuvo un
crecimiento muy rápido. En realidad, era el fruto de la colaboración
entre las dos principales organizaciones clandestinas de aquella
Sudáfrica, esto es, el ANC y el Partido Comunista. El segundo de los
socios resultaba fundamental, por la extensa red de contactos en el
exterior que podía aportar y de la que el Congreso carecía.
El centro de
operaciones, por así decirlo, de la Umkhonto, fue una granja situada
en un lugar llamado Lilliesleaf, en el condado de Rivonia, bastante
cerca de Johannesburgo. Fue adquirida por el Partido Comunista, y se
convirtió en la residencia clandestina de Mandela.
Allí, los
principales estrategas de la organización establecieron una estrategia de movilización para el 16 de
diciembre de 1961, entonces un día de celebración en Sudáfrica.
Era el llamado Day of the Covenant y recordaba la victoria de
las tropas blancas sobre el rey zulú Dingane en la que se conoce
como batalla de Blood River (1838). Aquel día, muchas calles de
muchas poblaciones aparecieron tapizadas por un folleto del Umkhonto
en el que la organización anunciaba su creación, así como el
comienzo de la lucha. Asimismo, esa jornada estallaron varias bombas
en edificios gubernamentales en Johannesburgo y otras ciudades. Fue
la señal de salida de una serie de acciones que se desplegarían
durante año y medio, aunque hay que decir que la mayoría de ellas
contaron con más ilusión y empuje que experiencia, lo cual quiere
decir que fueron bastante poco eficientes.
A las tres semanas
de comenzar la campaña de guerrilla urbana, Nelson Mandela abandonó
Sudáfrica clandestinamente por la frontera de Bechuanaland. Su
objetivo era pasar a la segunda fase del catón de la guerra
comunista, esto es, la cosecha de aliados. Estuvo fuera del país
seis meses, buscando que otras organizaciones negras se le uniesen en
la lucha armada contra el gobierno de Sudáfrica. Prácticamente nada
más volver, en julio de 1962, descuidó su seguridad durante un
viaje en coche entre Durban y Johannesburgo, y fue detenido por la
policía. Obviamente, fue llevado a juicio, aunque sólo pudo ser
acusado de incitar a la huelga a los trabajadores negros, así como
de abandonar el país con documentos falsos. En ese momento, la
policía carecía de pruebas que lo pudiesen relacionar con la
guerrilla urbana de la Umkhonto.
Aquel juicio fue la
primera vez que Nelson Mandela se asomó a esa ventana a veces
grande, a veces apenas un ventanuco, a veces sólida, a veces
caprichosa, que llamamos opinión pública mundial. Asumió su propia
defensa y sus maneras cautivaron a muchos de los periodistas que
siguieron el juicio. En noviembre de 1962 fue declarado culpable de
los dos cargos que se le imputaban. Siguiendo los procedimientos
procesales sudafricanos, le fue concedida la palabra para intervenir
en favor de una sentencia comprensiva, pero lo que hizo fue realizar
un fuerte alegato antigubernamental. Su tesis fue clara: el ANC había
hecho muchos intentos de conseguir una solución para el problema
social y político en Sudáfrica por las vías no violentas y
legales; pero sólo había recibido un rechazo violento a sus
tentativas.
Le cayeron cinco
años.
El gobierno
Verwoerd nombró a un nuevo ministro de Justicia, John Vorster, un
simpatizante de la ideología nazi. Vorster concedió poderes
prácticamente ilimitados a la policía. El 11 de julio de 1963,
cantaron bingo: entraron en la granja de Lilliesleaf y capturaron a
la práctica totalidad del estado mayor del Umkhonto. En una
operación absolutamente eficiente, capturaron papeles que
demostraban las conexiones internacionales del movimiento, así como
el papel de Mandela.
Gotcha.
El
juicio de Mandela y el resto de jefes de la organización se prolongó
desde octubre de 1963 hasta junio de 1964. Se les acusó bajo el
paraguas de la Ley Antisabotaje, que preveía el uso de la pena de
muerte. Una vez más, Mandela realizó un discurso frente al tribunal
que captó la curiosidad internacional. Insistió en la idea de que
la única razón de existencia del Umkhonto era que todo lo demás
había fallado.
El 12
de junio a Mandela, que entonces tenía 45 años, le cayó la
perpetua.
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