miércoles, noviembre 30, 2016

Breve noticia del incienso

Nadie sabe a ciencia cierta quién y cuándo comenzó a usar el incienso o thus, como lo llamaban los latinos. Tuvo que ser en Asia, lógicamente, puesto que el árbol que lo da, el juniperus lycia, allí crece. El momento en que el primer hombre quemó madera de este árbol para descubrir un olor dulzón y agradable (para algunos) se pierde en la noche de los tiempos. El olor a incienso es cosa subjetiva. Hay, como digo, a quien le mola mucho; pero también hay mucha gente que lo odia. Lo que sí es evidente es que es un olor no nauseabundo y distinto de los olores normales de la naturaleza. Credenciales ambas que debieron de servir muy pronto, en el alba de la Humanidad, para considerarlo un perfume digno de ser usado en situaciones especiales.



La condición no natural del perfume a incienso debió de ayudar pronto a su asociación con la divinidad. Pronto, pues, se comenzó a quemar incienso en las aras y en los templos. Tanto fue el carácter divino adquirido por el incienso que muchos pueblos árabes se imponían la castidad durante los días en que lo recogían. También lo conocían los hebreos, cosa que sabemos, entre otras muchas cosas, por el capítulo del Éxodo en el que Yehová ordena a Moisés que construya un altar para quemar en él incienso dos veces al día.

Además del uso religioso, es evidente, sobre todo por los testimonios que nos han llegado en relatos como los del Antiguo Testamento, que perfumar un lugar con incienso era signo de respeto hacia la persona que lo visitaba; supongo que algo tendría que ver el deseo de hurtar a la pituitaria del visitante los hedores comunes de aquellas estancias que aun no habían inventado la lejía.

El relato simbólico de los tres Reyes Magos hace que uno de los regalos que le hagan a Jesús recién nacido sea incienso; y es así como signo de respeto, porque incensar una habitación, como digo, era signo de hondo respeto hacia quien iba a entrar en ella. Entre los regalos que Jacob envía a Egipto para José están los perfumes; y perfumes es lo que la reina de Saba la regala a Salomón. Judith se perfuma para ganarse la amistad, y algo más, de Olofernes. El propio Jesús, cuando es invitado a comer en casa de un fariseo, se queja de que no se le hayan perfumado los cabellos, cual era costumbre con un invitado notable, y defiende a la pecadora que le perfuma los pies.

Quemar incienso en los templos delante de las estatuas de Dios es una de esas cosas que la Iglesia hace porque antes lo hacían ya los creyentes de las religiones cuya desaparición provocó. Según Plinio, los griegos adoptaron esa costumbre desde la guerra de Troya. En la antigua Roma, por su parte, era costumbre quemar incienso bajo el altar levantado para depositar el cadáver de alguien muerto. Las célebres vírgenes vestales portaban unas cajitas de madera, llamadas acerrae, en las que llevaban granos de incienso que iban dosificando en el fuego. Solían quemar ese incienso en unos pequeños braseros llamados patili, que se colocaban a los pies de los personajes singulares.

En la iglesia de los primeros padres, la quema del incienso durante la misa se producía después del sacrificio del pan y el vino, y tenía el valor simbólico de representar las oraciones de los creyentes. Este simbolismo es evidentísimo en el Apocalipsis, donde leemos: y de la mano del ángel subió ante Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos.

Al parecer, fueron los hebreos los que inventaron el incensario del que luego la liturgia cristiana ha hecho tanto uso; Josefo nos dice que en el templo de Salomón había 50.000 de ellos, todos de oro.

La simbología primera del incienso entre los cristianos, esto es la oración o la fe de los fieles, de agradable olor, que asciende al cielo, se ha conservado en la liturgia desde entonces. Es la razón de que el sacerdote penetrase en el altar precedido de algún acólito balanceando un incensario. Luego el sacerdote mismo hace el mismo gesto en distintas partes del altar; ese gesto, para los antiguos cristianos, significaba la comunión con Dios. Los griegos antiguos incensaban la Iglesia incluso durante días antes de las grandes celebraciones, por lo que cabe imaginar que sus ceremonias se celebraban en un ambiente que hoy describiríamos como cargadito.

Con el tiempo, como todo, el acto de incensar a alguien durante una celebración litúrgica, que originariamente afectaba a todos porque todos eran miembros de la Iglesia, acabó por generar algo que también es tan antiguo como el mundo, es decir la pasión por el privilegio. Muchas veces, pues, hombres ilustres o importantes pretendieron ser incensados ellos, y solo ellos, pretensiones que provocaron no pocas agrias disputas.

En suma, es común escuchar la opinión de que el uso de incienso en las iglesias trae causa por el hecho de que, hace unos cuantos siglos, la mayoría de la gente que acudía a los oficios probablemente no se había bañado en bastante tiempo. Así se suele explicar, de hecho, en Santiago de Compostela la costumbre del botafumeiro, instrumento presuntamente desarrollado para contrarrestar las fuertes cargas de humanidad que se generaban tras las grandes peregrinaciones hacia el templo jacobeo. Con ser ésa una utilidad evidente derivada del uso de un perfume tan intenso, en realidad esa tesis es bastante limitada. El uso del incienso con un sentido simbólico, más que probablemente, estaba ya muy extendido en la Antigüedad, y es bastante claro que la Iglesia lo adoptó desde el minuto uno. En las obras de Ambrosio, de Efrén, de Basilio, de Juan Crisóstomo, todas ellas dedicadas total o parcialmente a la ordenación litúrgica, se habla del uso del incienso, destacando su valor simbólico. Además del efecto Rexona, que nadie niega, lo cierto es que el uso de este perfume es una más de las cosas que un antiguo cristiano reconocía como elemento consustancial a la liturgia, otorgándole un significado, y en la que hoy no reparan los fieles que visitan las iglesias. Uno más de esos códigos simbólicos sencillos, algo así como santo y seña de la fe, que se colocaron en las misas para permitir la devoción de personas totalmente iletradas.

Dicho esto, el olor es vomitivo.

Otro día os hablaré de otro modesto instrumento también relacionado con la divinidad: la campana.

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